Con motivo del 85º aniversario del martirio de don Ramón Parés y Vilasau, el Círculo Carlista de Barcelona, que lleva su nombre, realizó en su honor un acto de homenaje el pasado 4 de septiembre en la ciudad de Tarrasa, provincia de Barcelona.
A la hora del Ángelus, y en el lugar exacto donde don Ramón fue martirizado —esto es, en el camino de Can Viver de Torrebonica a la altura del cruce con la Carretera de Sabadell a Tarrasa—, nos reunimos una veintena de correligionarios, vistiendo todos la boina roja y enarbolando al viento las banderas de la Tradición, la cruz de Borgoña y la roja y gualda con el Sagrado Corazón de Jesucristo, Señor de los pueblos.
El historiador Antonio Peña pronunció un vibrante parlamento en el que subrayó los ideales de nuestro mártir don Ramón, que se sintetizan en sus últimas palabras antes de ser asesinado:
«¡Yo muero, pero la causa, el ideal religioso y patriótico por el que he ofrecido mi vida, no puede ser alcanzado por el plomo de vuestras balas! ¡La España católica es imperecedera! Mis hijos lucharán por ella y la verán triunfante».
Antonio Peña había redactado una semblanza de don Ramón, publicada el pasado día 28 de agosto, aniversario de su martirio, en el periódico La Esperanza y en el cuaderno de bitácora de nuestro Círculo.
Seguidamente, el presidente del Círculo, José Escobedo, añadió algunos datos biográficos de nuestro mártir, recalcando la ejemplaridad con que vivió en todos los ámbitos (el religioso, familiar, social, laboral, político, etc.) y en especial la unidad de vida con que supo entrelazarlos, como los hilos que forman una sola cuerda.
Estas intervenciones se encuentran transcritas íntegramente al final de esta crónica, así como el resto de intervenciones de la jornada.
Al finalizar esta primera parte del homenaje, nos dirigimos hacia el Cementerio de Tarrasa, donde reposan los restos de nuestro mártir, que dista poco más de dos kilómetros del lugar de su martirio.
En el Cementerio, ante la sepultura de don Ramón, se desplegaron cuatro banderas, dos a cada lado, y se depositó solemnemente un ornamento floral con rosas rojas martiriales. El Reverendo Padre Don Emmanuel Pujol, presbítero diocesano y carlista veterano a pesar de su juventud, rezó un responso tradicional según el usus antiquor y dictó una homilía cuyo texto puede leerse íntegro en el anexo de esta crónica.
A continuación, nos trasladamos hasta el monumento a los mártires de la Cruzada de Tarrasa que se ubica en el interior del mismo Cementerio, a pocos metros de distancia de la sepultura de don Ramón. En el monumento, Roure nos regaló una magistral explicación histórica y artística del mismo, y Víctor Ibáñez leyó un soneto en honor a los mártires: «Rindámosles honores / a los hombres que han caído / el recuerdo nunca es muerte / no caeréis en el olvido…»
En el segundo, Víctor Ibáñez retomó el hilo de la exposición de Helena y lo llevó al terreno práctico con una perspectiva histórica: la falacia de cómo los defensores de los derechos, las libertades y la democracia, asesinaron a don Matías Vinuesa y López de Alfaro, el llamado cura de Tajamón, en el año 1821, es decir, hace justo 200 años, por su defensa de la Tradición. Esta intervención fue un aperitivo del artículo que, sobre esta cuestión, publicaría La Esperanza días después y cuya lectura recomendamos.
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Parlamentos pronunciados
A continuación, se transcriben íntegramente las intervenciones y parlamentos pronunciados de la jornada:
A) En el camino de Can Viver (donde Ramón Parés fue martirizado):
I. Antonio Peña, historiador.
II. José Escobedo, jefe del Círcol.
B) En el cementerio de Tarrasa (donde reposan sus restos):
III. Rvdo. P. D. Emmanuel Pujol, presbítero.
IV. Roure Sánchez Folch.
C) En el restaurante, a los cafés, tras la comida:
V. Helena Escolano, filósofa.
VI. Víctor Ibáñez, licenciado en Derecho.
VII. José Escobedo, jefe del Círcol.
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Parlamento I.
Antonio Peña, historiador
Hay individuos que se hacen ricos y famosos, pero sus vidas son sólo materia llena de impudicia y obscenidad. Y hay personas, hombres de una pieza, que trascienden su vida para ser instrumentos de Dios.
Así fueron Ramón Parés y su familia. Vivieron y murieron por y para el renacer y la santidad de España.
Las últimas palabras de Ramón Parés sintetizan nuestros ideales: Un testigo anónimo avisó a su familia y refirió las últimas palabras de D. Ramón: «¡Yo muero, pero la causa, el ideal religioso y patriótico por el que he ofrecido mi vida no puede ser alcanzados por el plomo de vuestras balas! ¡La España católica es imperecedera!, Mis hijos lucharán por ella y la verán triunfante».
Y así fue. España renació para Cristo mediante la sangre martirial de tantos esforzados católicos como Ramón Parés. Y es que la muerte del justo es el principio de la vida, y siembra para el copioso germinar de la patria. Porque aunque el trance parezca insoportable, Cristo nos lo da como camino de redención.
Dios ni abandona a sus fieles ni la Virgen María abandona nuestra patria. Por eso, no perdáis la esperanza.
¡Requetés! ¡Soldados de Cristo! Delante de Dios, Señor de los pueblos. ¡Firmes! Por Dios y por la patria ¡VIVA ESPAÑA! ¡VIVA CRISTO REY!
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Parlamento II.
José Escobedo, jefe del Círcol
Nos encontramos en el lugar exacto donde Ramón Parés y Vilasau fue martirizado el 28 de agosto de 1936.
El día anterior, don Ramón había sido secuestrado por los milicianos en su domicilio de Barcelona. Le detuvieron por ser católico: por amar a Dios y a su patria. Ése fue su «delito». Y quienes lo detuvieron, actuaban por odio. Porque odiaban a Dios y a su patria, y deseaban destruir el objeto de tal odio. Odio que resuena como un eco, como un pavoroso alarido, en diferentes momentos de la historia —el 1917 bolchevique, el 1789 liberal, el 1717 masón, el 1517 luterano— y su rastro alcanza hasta el non serviam primigenio.
Tras su detención lo torturaron, y al día siguiente lo trasladaron a Tarrasa para un «juicio». No llegó a entrar en la ciudad. En la carretera de Sabadell a Tarrasa, en el cruce del camino que va a Can Viver de Torrebonica —justo en el punto donde estamos ahora mismo—, fue vilmente asesinado. Recibió la palma del martirio. Quienes le odiaban, paradójicamente le abrieron las puertas de la vida eterna.
Don Ramón fue ejemplar en todos los ámbitos de su vida: en el religioso, familiar, social, laboral, político… Casado con Francesca Sallent y Casanovas, con quien tuvo 13 hijos. Devoto del Sagrado Corazón de Jesús, en su hogar se vivía el amor y la caridad auténticos que sólo pueden proceder de la fuente de la Vida. Dirigía una empresa textil al tiempo que impartía catequesis en la parroquia del Espíritu Santo (hoy Catedral de Tarrasa), o fundaba la sección local de la Cruz Roja. Diputado provincial y concejal carlista, directivo del Somatén, a la vez que congregante de María Inmaculada, y voluntario en el Hospital de la calle Consejo de Ciento, de Barcelona.
En definitiva, vivía una unidad en todo. Cristo reinaba en él y en toda su vida personal, social y religiosa, que era una misma y única vida. Y murió tal como había vivido: con Dios y con España en sus labios, en su mente y en su corazón. Murió con las edificantes palabras que Antonio nos acaba de recordar.
Es nuestro deber —y un gran honor— honrar la memoria de nuestro mártir, rezar por su alma si fuera necesario, pedir su eventual intercesión si procede, y tomarlo como ejemplo porque se lo merece.
¡Viva Ntra. Sra. de Montserrat!
¡Viva Cristo Rey!
¡Viva España!
¡Viva Don Sixto Enrique de Borbón!
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Parlamento III.
Rvdo. P. D. Emmanuel Pujol, presbítero
No voy a volver sobre todas las cosas que hizo Ramón Parés y que de hecho hicieron de él un Cristiano ejemplar en todas las facetas de la vida, ya sea en la familia o en la sociedad, en el trabajo, en su parroquia o en su ciudad, que ya se han enumerado abundantemente.
En primer lugar diré que según tengo entendido el martirio de Ramón Parés no ha sido reconocido por la Iglesia, aunque nos sobran los motivos para pensar que muy pronto lo podremos venerar en los altares. El responso que realizaremos será por el alma de Ramón Parés, aun sabiendo que por ser mártir ya gozaría de la bienaventuranza, pero realizamos este acto de piedad subordinando nuestro parecer al juicio de la Santa Madre Iglesia Jerárquica, que todavía no se ha pronunciado sobre esta cuestión. Por tanto, teniendo en cuenta esto, cumpliremos con el deber cristiano de rezar por el alma de los fieles difuntos, encomendando a Dios su alma para que tenga misericordia de él y lo admita en el número de los bienaventurados.
Tenemos motivos muy fundados para pensar que Ramón Parés ya no necesita de nuestras oraciones. Es más: probablemente somos nosotros quienes necesitamos de su intercesión. Sin embargo, esperando el juicio de la Iglesia, rezamos por él, convencidos de que ninguna oración cae en saco roto. Dios distribuirá según su sabiduría el mérito de nuestras oraciones sobre los que más lo necesitan. Este responso se extiende de alguna forma a todos los caídos de nuestra Cruzada, especialmente los que lucharon y murieron por la Santa Causa que nos ha vuelto a convocar hoy aquí.
Es nuestro deber de piedad hacerlo así, y así lo hacemos, reconociendo a su vez que ellos han sido para nosotros un modelo de fidelidad a Cristo y a la Iglesia. Ellos supieron deponer generosamente su provecho personal en aras del deber de defender a Dios y a la Patria. Y por eso pedimos a Dios que tenga misericordia de ellos, y a la vez, estar como ellos dispuestos a arriesgarlo todo, e incluso la vida, en nombre de estos ideales que tienen el valor de las realidades eternas.
Y así, si pedimos estar dispuestos al heroísmo si llega la ocasión, no menos pediremos la constancia en la prosa monótona de cada día, donde se fraguan todas las grandes gestas. Que sepamos recoger dignamente el legado recibido de generaciones de héroes, conscientes de que se lo debemos a Dios, pero también se lo debemos a ellos. Que el recuerdo de Ramón Parés y de todos los mártires de la Tradición sean para nosotros un acicate para no hacer vanos sus sacrificios en aras de la auténtica España.
Las últimas palabras de Ramón Parés, «Yo muero, pero la causa, el ideal religioso y patriótico por el que he ofrecido mi vida no puede ser alcanzado por el plomo de vuestras balas! ¡La España católica es imperecedera! Mis hijos lucharán por ella y la verán triunfante», para nosotros son una profecía y un testamento: somos hijos espirituales de Ramón Parés y de tantos mártires que entregaron sus vidas por estos ideales imperecederos. Con la misma confianza en la victoria podemos asegurar que si no vemos nosotros el triunfo lo verán nuestros hijos.
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Parlamento IV.
Roure Sánchez Folch
El monumento a los Mártires de la Cruzada, de Tarrasa, fue inaugurado el 24 de enero de 1944 durante las Fiestas de la Liberación, y estaba ubicado en el centro de Tarrasa, en la Plaza de los Caídos, hoy denominada Plaza del Doctor Robert, justo en frente del actual Hospital Mutua de Tarrasa.
Diseñado por los egarenses Frederic Viñals y Jaume Bazin, arquitecto y escultor respectivamente. Su construcción duró 4 años y costó 300.000 pesetas, sufragadas íntegramente por suscripción popular. Se trata, pues, de una obra pagada por el pueblo.
Constaba de 3 pilares de piedra de Montjuich que se alzaban hasta los 15 metros de altura. El pilar central se coronaba con una cruz; el lateral derecho, con un soldado de las Cruzadas del medievo y el Águila de San Juan; y el lateral izquierdo, con un soldado de la Cruzada de Liberación de 1936 y el yugo y las flechas. Al pie, centrada, se encontraba la escultura de la Victoria sobre la inscripción «Caídos por Dios y por España ¡Presentes!». En la parte trasera se encontraba una pequeña cripta con tierra de los diversos lugares donde egarenses dieron su vida por Dios y por la patria. El resto de la Plaza de los Caídos estaba rodeada de 4 pebeteros. En algún lugar del monumento se encontraba el antiguo escudo de Tarrasa, pero el autor de estas lineas desconoce el lugar donde se ubicaba en el monumento original.
En 1991, con la excusa de las obras del aparcamiento subterráneo de la Plaza, el monumento fue desmontado y abandonado en el cementerio de la localidad. Las piedras de los pilares se utilizaron en los muros de la ampliación del mismo, y varios elementos fueron rotos y tirados a un rincón. Con el tiempo, unos valientes que recordaban las heroicidades de unos y las tropelías de otros, levantaron las estatuas de los dos soldados cruzados, recuperaron dos de los pebeteros, alzaron de nuevo parte del escudo del águila y los restos del escudo de Tarrasa… así este autor conoció el monumento.
Con los años, ha sido vandalizado varias veces, pero jamás han faltado flores y pequeñas imágenes religiosas alrededor del mismo. Finalmente, el Ayuntamiento colocó una pequeña placa en recuerdo de todos los muertos de la «guerra civil», como en tantas otras localidades… aunque a escasos metros hay un enorme monumento a los «represaliados» por el franquismo…
También es de reseñar que la estatua de la Victoria, decapitada y sin brazo, se encuentra en el mismo Cementerio, unos metros más adelante, sin reseñar y sin gloria alguna.
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Parlamento V.
Helena Escolano, filósofa
Buenas tardes a todos, y gracias por su asistencia.
Al preparar este parlamento, había pensado continuar con el tema que expuse en el encuentro del Círculo de marzo pasado, con ocasión de la fiesta de los Mártires de la Tradición, hilándolo ahora con nuestro mártir Ramón Parés y Vilasau.
Él fue padre de trece hijos, ferviente católico, y no había escindido para nada su vida personal de su vida social y religiosa; había vivido, pues, una unidad en todo. Pensé, ¡qué modelo! Y luego morir así: a manos de unos milicianos que primero lo torturan para luego al día siguiente arrastrarlo hasta un camino, como en el que hemos estado esta mañana, para asesinarlo. Aquella situación de guerra me hacía pensar en las palabras de San Pablo a los Efesios cuando decía que las guerras verdaderas no las libramos con carne y sangre, sino con Principados, Virtudes y Potestades; o sea, con demonios que nos influencian a nosotros y, cuya estela podemos reseguir en la historia, en los años, hasta el momento en el que torturan y asesinan a Ramón Parés y Vilasau.
Pensando en esta guerra que los demás llaman «Guerra Civil» remarcamos que para nosotros es una Cruzada. Porque sabemos perfectamente que en realidad fue una persecución religiosa, y que lo que allí se dirimía no era solamente qué orden político se quería implantar, sino qué sociedad se quería: una sociedad que tuviera a Dios en el centro —una sociedad que estuviera vertebrada conforme a las leyes de Dios— o una sociedad que apartara a Dios incluso quemando sus Iglesias, como sucedió en Arenys de Mar, donde vivo. Allí, los frailes franciscanos fueron perseguidos, tuvieron que abandonar el convento, y los propios fieles del pueblo tuvieron que convertir, camuflar, la Iglesia en una aparente carpintería, para que cuando vinieran los milicianos no la incendiaran. Por eso, aún tenemos esa Iglesia. Por eso, es una Cruzada: porque en realidad lo que se dirimió es lo que San Agustín decía: la Ciudad de Dios o la ciudad de los hombres; un intento de hacer la Ciudad de Dios, o un intento de apartar a Dios de la ciudad, del todo.
Y pensando en esta idea me acordé también de Sun Tzu, que escribió El Arte de la Guerra, en tiempos de Platón, cinco siglos antes de Cristo, donde enseñaba que, para derrotar al enemigo, o para no dejarnos derrotar por él, hay que conocerlo.
Entonces, se trataría de conocer cómo nos influencian esas Virtudes y Potestades para desenmascararlas, porque siendo estas Virtudes y Potestades seguidoras del Príncipe de la Mentira, los ardides que tiene éste son sibilinos. Y siendo como son, mucho más inteligentes que nosotros, tienen unos engranajes y unas modulaciones impresionantes, de las cuales nosotros nos hacemos eco.
Por eso quise continuar también la idea que comenté en nuestro encuentro de marzo pasado: una analogía con lo que en música llamamos «acordes puente»: conglomerado de notas musicales que suenan juntas, en una vertical de notas —una encima de la otra— y que tienen componentes de dos tonalidades, la tonalidad que se deja y la tonalidad a la que se quiere llegar. Luego, por tener notas de esas dos tonalidades, permite que el oído perciba una especie de deslizamiento armónico y no se entere de lo que pasa, sino que se pasa de una tonalidad a otra sin que el oído lo perciba.
Eso es muy interesante musicalmente, pero también tiene su correlato en el mundo moral. Es decir, cuántas veces el mal no se presenta como mal —en cuyo caso sería fácilmente rechazable— sino que tiene muchos componentes de lo bueno, del bien, de manera que en el acorde moral nosotros no percibimos que nos estamos deslizando hacia otro terreno, azufroso. Hay muchos ejemplo de ello. Por ejemplo, podemos ver cómo lo hace el liberalismo, que es de lo que trataremos a continuación.
El liberalismo ha hecho este deslizamiento con respecto de las virtudes cristianas tradicionales, y el resultado de ese deslizamiento nos lo presenta como bueno. Así, uno de los principales divulgadores actuales del liberalismo, Juan Ramón Rallo, explica cuatro aspectos que son comúnmente aceptados como algo bueno, que serían como los adalides del liberalismo. En esos cuatros puntos se observa perfectamente cómo se introduce un acorde puente para que estemos en una tonalidad, y con ese acorde puente pasamos a otra tonalidad distante, en la que ya no estamos donde estábamos, pero nos sigue pareciendo igual de moral, bueno y digno que la posición anterior.
El primero de esos puntos es «colocar a la persona en el centro». Eso suena a pedagogía postmoderna, y se predica en todos institutos, colegios, y centros concertados, como los de jesuitas y demás. Siempre dicen: «ponemos al alumno en el centro. Esto muy liberal y muy propio de los actuales colegios pseudocatólicos o católicos modernistas. Puede sonar muy bien, pues ya hemos pasado el acorde, y sigue sonando bien pero, en realidad, ya estamos fuera del acorde puente. Porque, si ponemos al alumno en el centro, eso quiere implica que en ese centro ya no está Dios. Eso es evidente. Sólo hay un centro. Y, ¿qué se pone de la persona? Porque podría ponerse la profundidad de su alma, etc., pero no: son los deseos, los propios deseos lo que se ponen «en el centro». Por tanto, el liberalismo no busca imponer, porque la palabra imponer tiene muchas connotaciones negativas, no le va a decir a nadie cómo debe vivir su vida, ni ninguna concepción de lo que son las cosas, porque claro, estas personas – mejor dicho, sus deseos- están en el centro… Aquí se ve la resonancia del bíblico «seréis como Dios»: uno mismo es «dios» y dice lo que está bien y lo que está mal, uno mismo está en el centro y los propios deseos deben ser venerados. En primer lugar porque ya se puso en el centro a la persona y a sus deseos, quitando a Dios de su lugar, de la sociedad, de toda institución, de todo aquello que fundamenta, que fermenta, que hibrida la vida colectiva, que es algo natural al ser humano. Si de allí ya se quitó a Dios, entonces, ¿en qué consiste esa libertad?. Porque aquí ya entra la falacia del lenguaje, siendo como es príncipe de la mentira; son como si fueran un Beethoven, pero de la mentira, elaborando unos procesos de modulación impresionantes.
¿Cómo se utiliza aquí la palabra libertad? No en el sentido de la tradición clásica, es decir, como la posibilidad que cada cual tiene, en virtud de sus capacidades y de la Gracia de Dios, para llegar a aquello que es conforme a su naturaleza. No, sino que es la «libertad» de realizar los propios deseos. Por tanto, aquí ya se ha cambiado, ya se ha modulado, aquí ya estamos en el imperio de los deseos. La tradición clásica, desde Platón, ya nos enseña que esto es un engaño, porque quien está sujeto a los deseos no es libre, sino que es un esclavo de ellos. Por tanto, ya nos están engañando, ya nos están diciendo que somos libres, cuando en realidad nos están haciendo esclavos de deseos. Esto es un fundamento de la doctrina liberal. Cuando se pone a los deseos en el centro de toda vida moderna, social, personal, se crea una especie de «imperio del deseo», mientras que Dios va quedando cada vez más recluido, más metido en lo privado.
Y al mismo tiempo se va haciendo esa escisión, entre lo que es social y lo que es personal (mientras que el hombre, en realidad, en su naturaleza, no tiene esa escisión. Aristóteles ya nos explicó, en la Política, que el ser humano tiene una naturaleza social, puesto que tiene lenguaje. El hombre el único animal que tiene lenguaje. Y, como con el lenguaje podemos designar lo que es justo e injusto, lo que es provechoso y nocivo, lo que es bueno y lo que es malo, es gracias al lenguaje, que es propio de nuestra naturaleza, que tenemos una condición moral y social. Por lo tanto, no podemos separar la naturaleza social de la naturaleza personal. No existe esa distinción en la realidad. Es un error liberal.
El hombre se desarrolla en sociedad. Es más, fuera de sociedad ni siquiera desarrolla lenguaje. Eso ya se ha probado empíricamente: niños que se han criado fuera de la sociedad no han desarrollado lenguaje. Y si más allá de los dos años un niño no desarrolla lenguaje, ese niño no accederá a los conceptos abstractos del bien y del mal. Esto se puede comprobar empíricamente.
Tenemos por un lado todas esas falacias, todas esas mentiras, tergiversaciones, que se nos dicen para que caigamos en el liberalismo, para que vayamos destronando a Dios. Este proceso se va haciendo de manera muy sibilina a través de las falacias del lenguaje. Esta es otra manera de mentirnos, de manera normalizada, sin que nos demos cuenta. El liberalismo nos lleva desde una posición hasta su terreno sin darnos cuenta. Y es más: aparentando moralidad.
Otra mentira: se nos dice que ésta (la liberal) es la única manera de que puedan coexistir, pacíficamente se supone, todas las creencias, que es la única manera de acabar con las guerras, con todo tipo de conflictos, que es la única manera de salvaguardar esta coexistencia pacífica entre todos los ciudadanos, tengan la procedencia que tengan. Esto puede sonar muy bonito pero ya se ve que aunque no pretenda sentar doctrina —sino que pretende ser la neutralidad— esto ya es doctrina en sí mismo. Ya se pasó el acorde puente. Y es que aquello no es cierto: no tenemos más que ver la historia del siglo del XX y los millones de muertos en las dos guerras mundiales provocadas por todas las ideologías liberales, con lo cual se refuta histórica y empíricamente tal creencia.
Por otra parte, están las falacias del lenguaje: cómo nos engañan mediante el lenguaje. Si hacemos como hacen los ingenieros —buscando los engranajes, cómo un engranaje mueve a otro y logra el resultado final— normalmente tales falacias proceden de la siguiente manera: se toma una de las acepciones de una palabra (o ya ni siquiera una acepción, sino una arista de la misma); se toma esta acepción o arista por el todo y luego se cambia su significado. Por ejemplo, la palabra “género” se ha usado tradicionalmente en dos sentidos: o la clasificación de las palabras en su ámbito lingüístico (el género masculino o femenino de las palabras y, en algunas lenguas como el alemán, el neutro), y también otra acepción metafísica (Aristóteles: los entes tienen género, etc.). Ahora bien, se toma una arista de una acepción, como es en la lingüística, y allá hacen una transmutación para asimilarla a la palabra «sexo», palabra de contenido biológico y que únicamente significa dos posibles combinaciones de cromosomas: XX o XY. Y punto. Pero ya han cambiado «género» por «sexo», a través de una falacia del lenguaje. Hasta tal punto se ha impuesto eso, que un profesor colega de Madrid ha tenido que ser defendido por Abogados Cristianos por haber explicado en clase que sólo hay dos sexos biológicos, correspondientes a dos únicas combinaciones cromosómicas. Eso es un efecto de una falacia del lenguaje que ya ha llegado a institucionalizarse a nivel legal, con la persecución correspondiente. No hablemos ya de palabras como «resignificación», que quiere decir cambiar el significado conforme al criterio que cada uno tenga del mismo. Y podíamos poner más ejemplos: «ideología de género», «memoria histórica» (a la «memoria» le quitamos toda la «historia» y solamente queda la parte por el todo).
Y ya para acabar, Quintín Racionero, profesor de de Filosofía (que en paz descanse), contaba que en un episodio de la segunda parte de Alicia en el país de las maravillas (Alicia a través del espejo) —escrita por Lewis Carrol, profesor de Lógica—, la niña Alicia se encuentra en un muro con un ser ovoide, un huevo antropomórfico llamado Humptty-Dumpty. Éste le pregunta a Alicia: «¿Cómo te llamas?», «cuál es tu profesión»… Ella va contestando y él va retorciendo el lenguaje de la manera más pedante y prepotente que uno pueda imaginar, para dejar a la niña como estúpida y conducir él la conversación por donde quiere, hacia los absurdos más grandes que se pueda decir.
Al final, él dice: «te has cubierto de gloria»; y Alicia responde: «gloria no significa eso». Él va pidiendo que vaya definiendo las palabras; Alicia va dando definiciones, pero él alega que cada definición que ella dice es errónea. Alicia, cansada, insiste; lo que Humptty-Dumpty concluye: «No importa lo que signifiquen las cosas, sino quién manda aquí». Correlato perfecto de lo que está pasando actualmente. ¿Quién tiene el poder? Acordémonos de Humptty-Dumpty, el pedante del muro, la próxima vez que escuchemos una falacia del lenguaje.
Pero debemos aprender a desenmascararlas; es algo difuso, está muy implantado, por ejemplo en los colegios: a vuestros hijos les enseñan la educación afectivo-sexual, por ejemplo, y en estas doctrinas les enseñan que el bien es mal y el mal es bien.
Pero nos queda la unión entre nosotros —que deseo que sea creciente—, nos queda la ayuda de Dios, que no nos va a dejar, y nos queda la razón que Él nos dio para desenmascarar las mentiras del adversario, que son muchas y muy bien trabadas.
Muchas gracias.
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Parlamento VI.
Víctor Ibáñez, licenciado en Derecho
Mosen Pujol, autoridades de la C.T. en el Principado, estimados correligionarios:
Retomando el hilo de lo que magistralmente ha señalado la profesora Helena Escolano, voy a llevar dicho argumentario al terreno práctico con una perspectiva histórica.
Es evidente que todas las falacias que ha señalado, y que hoy día están presentes, operan destruyendo la ontología, la realidad y la objetividad. Éstas se sustituyen por la ideología, las emociones y por el subjetivismo. Y éste último enlaza con la sensiblería más ñoña («hoy de siento de esta manera o me siento de esta otra, hoy me siento deprimido»). Así, la realidad de las cosas ha sucumbido ante el imperio de lo emotivo. En definitiva, sufrimos el último eslabón de un proceso que se inició hace mucho tiempo.
Este año se conmemoran el 200 aniversario del asesinato de don Matías Vinuesa y López de Alfaro, el llamado cura de Tajamón, que fue uno de los primeros conspiradores, en el buen sentido de la palabra, por Don Carlos. Estamos en la época del Trienio Liberal, cuando los liberales dan el golpe de estado, cuando tienen al Rey Fernando VII cautivo, imponiendo la Constitución de 1812. Aquí encontramos las primeras falacias en su aplicación práctica sobre el orden social: aquella «constitución política de la monarquía española» con calculada ambigüedad pretendió embaucar al pueblo español con una confesionalidad católica «dura» pero afirmando asimismo la soberanía «nacional»… pese a que la misma jamás fue sometida al escrutinio de toda la nación a la que decía representar. ¿Y quién elegía a esos gobiernos liberales? En última instancia a través de un sistema de sufragio indirecto una minoría muy exigua de nuevos ricos. Cuando los verdaderos representantes de la nación, en el sentido tradicional, como este ilustre sacerdote don Matías Vinuesa, intentaron luchar para volver a la senda de la Tradición, aquellos mismos que defendían los derechos de libertad de imprenta y secreto de las comunicaciones los niegan a los tradicionalistas. Piden la pena de muerte para el sacerdote. Sólo lo salva de dicha aplicación sus hechos heroicos durante la guerra de la Independencia. Es condenado finalmente a diez años de prisión, pero curiosamente en ese momento los guardianes se ausentan, nadie le custodia, y una banda dirigida por la masonería, por los comuneros, entra y lo asesina a martillazos. Los que se supone que estaban en la cúspide de la defensa de los derechos, de las libertades, de la democracia, y de la libertad de cada uno.
Pues bien, traigo este ejemplo porque se cumple el 200 aniversario de este hecho poco conocido. La gente piensa que el carlismo empieza en 1833, pero realmente es un proceso que se inicia mucho antes: las primeras tentativas fueron contra la Constitución de 1812, de la «extrema izquierda» de entonces. En nuestros días, parece que la reacción frente al progresismo actual, frente a la izquierda hodierna, es el liberalismo, cuando en realidad no es más que la continuación de ese nefasto proceso de ruptura del orden y la tradición.
Como se trata una cuestión de principios, simplemente querría concluir mi intervención con estas palabras: vayamos a los principios, fortalezcamos los principios a través de las actividades que organice el Círculo u otras organizaciones afines, siempre partiendo de los principios, y no claudiquemos por tacticismo o comodidad. Muchas gracias.
* * *
Parlamento VII.
José Escobedo, jefe del Círcol
Muchas Gracias, mosén Emmanuel Pujol, por su asistencia a nuestro Círculo —la primera de una lista larga, si Dios quiere— y por su responso y homilía de esta mañana en el Cementerio.
Gracias, Víctor, por tu excelente intervención y por traer a nuestra memoria a don Matías Vinuesa, un personaje tan ejemplar como injustamente olvidado. Leeremos con atención el artículo sobre él que estás preparando para el periódico La Esperanza.
A nuestra correligionaria Helena Escolano, por tu parlamento anterior y por darnos las claves (también musicales) para ayudarnos a desenmascarar las falacias del liberalismo.
A Antonio Peña, por tu parlamento de esta mañana en el camino de Can Viver. Por la redacción de la Semblanza de nuestro mártir que hemos publicado el día 28 de agosto en el cuaderno de bitácora del Círculo y en el periódico La Esperanza. Y por todo tu empeño e ilusión en la organización del acto de hoy, sin los cuales no habría lucido con la solemnidad con que lo ha hecho.
A María, por llevar las flores, símbolo de nuestras oraciones, hasta la tumba de nuestro mártir.
A Roure, por tu improvisada y magistral intervención ante el monumento a los Mártires de Tarrasa.
A nuestros abanderados de hoy: Eduardo, Quim y los hermanos Peña-Eckart.
A los valientes que habéis marchado por la carretera con las boinas rojas y las banderas al viento, donde resonaban vuestros cánticos carlistas: Iván, Pablo, Juan, Roberto, Quim, Eduardo, Jordà, Roure, Víctor, Antonio.
A Teresa y María, por vuestra asistencia y paciencia.
Y a todos los demás asistentes, correligionarios y amigos, ¡muchas gracias!
Porque gracias a todos vosotros hemos realizado un muy digno y completo homenaje al ilustre mártir carlista que da nombre a nuestro Círculo del Principado de Cataluña. Un homenaje que es un deber pero también un honor. Nuestro Círculo es grande en honor y en deber, aunque sea joven en edad y en recursos. Pero el acto de hoy sirve también para consolidar nuestro Círculo y anunciar próximas actividades.
En efecto, como ya hemos anunciado durante el almuerzo, el próximo 2 de octubre tendrá lugar en Barcelona la presentación del libro divulgativo sobre el carlismo más importante de las últimas décadas: La sociedad tradicional y sus enemigos,
del profesor José Miguel Gambra, Jefe Delegado de la Comunión
Tradicionalista y catedrático de Filosofía en la Universidad
Complutense, con la presencia del autor, D.m.
La presentación en Barcelona correrá a cargo de Helena Escolano, discípula del autor y correligionaria nuestra. Estáis todos invitados y nos vemos, Dios mediante, el próximo 2 de octubre, fiesta de los Santos Ángeles Custodios y primer sábado de mes.
¡Viva Ntra. Sra. de Montserrat!
¡Viva Cristo Rey!
¡Viva España!
¡Viva Don Sixto Enrique de Borbón!
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