diumenge, 31 de març del 2024

Resurrexit, sicut dixit, alleluia!


 

Feliç i santa Pasqua de Resurrecció, amb totes les gràcies de vida nova i divina que ens atorga.
 
Feliz y santa Pascua de Resurrección, con todas las gracias de vida nueva y divina que nos otorga.
 
Resurrexit, sicut dixit, alleluia!

 

dissabte, 30 de març del 2024

Torre de David, Torre de marfil

 

Torre de David, Torre de marfil

 

Como la torre de David es tu cuello, edificada para trofeos; mil escudos penden de ella, todos paveses de héroes (Cantar de los Cantares 4,4).

 

Turris davídica, Turris ebúrnea. Así invocamos en las Letanías a María Santísima, que estos días contemplamos como Nuestra Señora de los Dolores, de las Angustias o de la Soledad.

La Torre de David era una construcción fuerte y muy hermosa que se elevaba sobre la cumbre del monte entre dos profundas vertientes, construida por el Rey David para defensa de la ciudad de Jerusalén. Hermosa imagen de María Santísima que se eleva sublime sobre la cumbre de toda belleza y perfección, para defensa de la santa Iglesia de Dios, la mística Jerusalén.

En el antiguo concepto de las obras de defensa, la torre debía tener tres cualidades principales: belleza, porque servía de ornamento y era expresión de genio artístico, fortaleza, que la hiciera resistente a todo asalto enemigo y elevación para que se ensanchara y se extendiera el campo de observación.

Elevación. Es la sublimidad de la Virgen María tan excelsa que no hay ninguna igual. Cuanto más alta es la torre, tanto más se extiende el radio de observación y más difícil es para los enemigos la escalada y más fácil de descubrir al adversario.

¡Muchas veces nuestra mirada es tan chata! Quedamos conquistados por criterios mundanos porque nos falta la contemplación de la realidad desde la perspectiva de Dios. Aquel primer Viernes Santo todos veían en la muerte de aquel crucificado el fracaso de un rabí que parecía haber impresionado al pueblo con sus signos y palabras, pero que, a la postre, no había podido hacer frente a la astucia sanedrita y al poder romano. Sin embargo, el Corazón Inmaculado de la Madre Dolorosa veía en la Pasión de su Hijo la victoria del grano de trigo que cae y se pudre para dar abundante fruto (Jn 12,24). Y aunque sufría indeciblemente, su FE se mantenía intacta. Stabat.

¡Cuánto nos falta penetrar en lo íntimo de la Llena de Gracia y empapar nuestra mente de la luz de las verdades de la fe! En nuestro estudio político no debe faltar nunca a) la meditación y profundización en los misterios cristianos que nos ayuden a irnos identificando con el Señor y b) la vivencia (¡hay que implorarlos!) de los dones de ciencia y entendimiento del Espíritu Santo que nos ayuden a ir adquiriendo un juicio de todas las cosas sub especie aeternitatis.

Ejemplo: el Beato Francisco Palau, carmelita descalzo y de familia carlista, destacó, en medio de una época de gran persecución a la Cristiandad, por su predicación de misiones populares y como director espiritual del seminario de Barcelona, ofreciendo a todos aquella visión de eternidad, que después él vivió profundamente cuando fue exclaustrado y desterrado.

Fortaleza. Tal es la Mística Torre, María Santísima, escudo, defensa y seguridad de toda alma que recurre a Ella.

¡Muchas veces nuestro arrojo es tan escaso! Quedamos anulados por los miedos, por los respetos humanos y por nuestras bajas pasiones porque nos falta confianza en el poder divino de la gracia redentora. Aquel primer Viernes Santo casi todos sus discípulos le abandonaron, huyendo ante la persecución que amenazaba. Sin embargo, Nuestra Señora, a la que el apóstol Juan y algunas mujeres acompañaban, permaneció junto a la Cruz de su Hijo, vid fecunda, separados de la cual los sarmientos no pueden nada (Jn 15,5). Y aunque las expectativas humanas se habían apagado, su ESPERANZA seguía incólume. Stabat.

¡Cuánto nos falta intimar con María Virgen, la Mujer del Fiat al plan de Dios y deleitarnos en la práctica del bien! En nuestra piedad política no debemos descuidar nunca a) la práctica ascética de las virtudes, trabajando repetidamente el vencimiento propio en las pequeñas (¡grandes!) cosas y b) la súplica al Espíritu Santo para que con sus dones de temor, fortaleza y piedad nos haga vivir cada instante rechazando o soportando el mal sicut martyres.

Ejemplo: el Beato Francisco Palau destacó por su fortaleza ante las mil adversidades que tuvo que afrontar en su vida, empezando por la quema de su convento, del que ayudó a huir, exponiendo su vida, a un fraile ciego. Perseguido por los liberales y también por miembros del clero que le acusaban de fanático, loco y oscurantista, encontró su fuerza en una tierna devoción a Nuestra Señora y en una vida de mucha oración, ayuno y disciplina.

Belleza. María Santísima con su amor maternal para nosotros pecadores, con la hermosura de su inmaculada alma, es invocada como Torre de marfil. La blancura del marfil no lastima la vista como la de la nieve, pero es agradable y tranquila como la blancura de la lana, del armiño o de una flor; es símbolo del alma limpia de culpa, discreta, amable, indulgente, que sabe compadecer porque es humilde; en el instante en que ve las miserias ajenas, sin mancharse con ellas, se compadece para sanarlas.

¡Muchas veces nuestra acción es tan estéril y nuestra tarea se ve afeada por la prepotencia! Quedamos deslumbrados o por las campañas vocingleras y bienquedas de la democracia cristiana o por la soberbia arrogante que se parece al fariseo de la parábola… «no soy como los demás» (Lc 18,11). Aquel primer Viernes Santo parecía que todo el peso del mal y de la fealdad aplastaba la misión del «más hermoso de los hijos de los hombres» (Sal 45,2) convertido en gusano (Sal 22,6), desfigurado, sin figura, sin belleza, sin aspecto atrayente (Is 52-53). Sin embargo, aquella tarde en el alma virgen del discípulo amado se sembraba la semilla de la Cristiandad al entregarle como Madre a la que es «hermosa como la luna, radiante como el sol, imponente como ejércitos en orden de batalla» (Cant 6,10). Y aunque el amor parecía haberse extinguido en aquella impía tarde negra y amarilla, la CARIDAD resplandecía en el bello rostro de la Reina. Stabat.

¡Cuánto nos falta saborear en nuestras empresas la presencia de María Santísima «como algo propio» (Jn 19,27) y contribuir a la belleza de la civilización cristiana! En nuestro apostolado político debe preceder (y acompañar) siempre a) la alabanza a Dios Nuestro Señor en el culto público y en la oración personal y b) el acudir constante al Divino Paráclito para que con sus dones de sabiduría y consejo nos transforme en humildes cruzados pro aris et focis.

Ejemplo: el Beato Francisco Palau fue incansable en la extensión del reino de Dios: fundador de las Escuelas de las Virtudes para la formación de niños y jóvenes, fundador de dos congregaciones religiosas, formador de seminaristas, predicador de ejercicios espirituales, misionero infatigable, apologista y escritor. En el Concilio Vaticano I presentó alegaciones sobre la necesidad del exorcizado en la Iglesia y el apremio de la formación total del clero para ello; incluso proyectaba la fundación de una congregación religiosa de sacerdotes dedicados a los exorcismos.

¡Oh, Señora del Viernes Santo, Reina invencible, Torre de David! ¡Oh, Madre Dolorosa, Virgen de la Soledad, Torre de marfil! No desampares a la Iglesia de tu hijo, la Jerusalén mística, en estas horas de Pasión que le ha tocado sufrir. Que, acompañados siempre por tu presencia, no olvidemos, al pie de la cruz de cada día, que «cuando soy débil, entonces soy fuerte» (2 Co 12,10) con la fuerza de Cristo.

Padre Juan María Sellas Vila

 

Publicado en LA ESPERANZA:

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divendres, 29 de març del 2024

El Crucificat i la ciència de la vida

 
Procesión de Semana Santa en Montjuich, Barcelona (1962). Ignasi Marroyo, Museu Nacional d'Art de Catalunya.

 

El Crucificat i la ciència de la vida


Heus ací perquè ens apleguem aquets dies i emmudim davant d’aquell qui, camí de la mort, ens ensenya la lliçó de la vida, l’essència del viure, la raó del patiment i la glòria que a tots ens espera per sobre de les tempestes d’aquest món, vertader deler de la nostra ànima.



 
Exhaurida la preparació quaresmal i plantats ja als peus de Jesús crucificat, tornem a reviure en aquestes assenyalades jornades de l’any, la passió de Nostre Senyor Jesucrist i el misteri de la redempció. Deturem aquests jorns la nostra quotidiana activitat per deixar la nostra consciència en la contemplació del Crucificat i, també, vigoritzem l’ànima amb la pràctica de la pietat, el remei de la penitència i la gràcia de la caritat.

En aquesta justa devoció, que és deute de la genealogia humana amb l’autor de la seva salvació, podem trobar-hi també una nutritiva lliçó que convé de recordar en aquestes jornades de solemnitat. La Passió de Jesucrist, redemptor de la nissaga humana, no solament ens va obsequiar immerescudament amb la joiosa obra de la redempció sinó que, des del mateix camí del calvari, ens feu entrega d’una gran lliçó que és síntesi de tot el seu ensenyament.

Abans de vèncer la mort tombant la clau al pany del cel, Jesús esmerçà tota la vida a la difusió de la revelació divina, aquella llum que és la seva mateixa paraula i que a Ell ens ha de menar.  

L’home feia centúries que caminava damunt la terra a les palpentes; ell no s’hi veia, era com un bord que quan recorda els seus pares sols troba la imatge d’una ombra difusa i només d’ella es pot servir, d’aquest pobre rastre, per conèixer-se a si mateix. I no obstant, malgrat l’innocent miopia d’aquells que havien nascut sota les tenebres d’un món que no coneixia Déu, ells mateixos tenien consciència de la dimensió sobrenatural de la vida humana i, per això, tot poble té un temple on s’apleguen llurs homes per a lloar la divinitat, tot i que els sigui la d’un Déu desconegut.  

Nosaltres, incommensurablement agraciats amb la vinguda del Crist, no solament coneixem Déu sinó que, desvetllat son rostre, coneixem el camí que a Ell ens ha de tornar i fins disposem la gràcia que ens hi ha d’acostar.  

En els darrers dies del Crist damunt la terra podem llegir una ciència de gran valor, la síntesi del seu ensenyament: l’essència de la vida i del patiment. Les mostres de devoció popular, que aquests dies són eixorivides i disposen d’una vitalitat extraordinària, ens fan veure com tothom troba, entén i aprecia  aquesta la solemne i darrera lliçó de Jesucrist. El pas del Natzarè sota la feixuga càrrega de la Creu aplega avui no solament els piadosos devots de costum sinó que congrega centenars de descreguts que, oblidades les cabòries modernes que embafen llur enteniment, fan aquests dies costat al nostre Condemnat i fins s’esborronen al seu pas perquè en Ell comprenen el misteri de la vida, el bàlsam per les xacres i el remei del patir humà: la ciència de la vida i la raó del patiment.

En Déu trobem la font de vida, tan natural com sobrenatural, i en ella hem de cercar l’origen i el terme de la nostra vida, puix és la causa d’aquesta. La vida és moviment, un moviment amorós de l’ànima cap a Déu, completa realització, vida incomunicada i perfecció eterna. La vida és moviment com la quietud ens fa sospitar de la mort i, com a desplaçament, es descriu entre un origen, una creació, i un final, un terme definitiu.

L’ànima humana, perduda la gaia claror que s’estén pel cel no troba, sota les nuvolades obscures de la terra, el seu anhel i viu en un estat de neguit constant i, com adolorida, sempre la trobem en moviment, exasperada per trobar el bé de la seva existència, allò que l’ha de sublimà.

Per aquietar d’aquest neguit solament disposem del remei de la fe, primer pas en el camí de la salvació i, per obra divina, disposem del rescat de les delícies davallades del cel mateix, la gràcia de Déu.

L’home que no té fe, perd el camí, i perdent la fe, sols li queda l’engany per a satisfer la fam de la seva ànima, ja que la naturalesa no accepta l’engany amb què adorm el seu flac enteniment.

L’heretgia modernista, síntesi de tots els enganys de l’home, sense modèstia alguna i ensuperbida de si mateixa, ha proposat al món el frau més gran concebut per l’home. Com els gentils cercaven Déu en les besllums que llur enteniment els assenyalava i, poblant innocentment el món de falsos esperits i criatures sobrenaturals sostenidores del món, cercaven a les palpentes el coneixement de la veritat, del Verb, avui, els perversos filòsofs de la ideologia moderna, volen fer-se arrera i volen oblidar Déu. No volen Déu perquè no els agrada i en cerquen, dins de son magí, un altre perquè els és necessitat.

Rebutjant la font de vida, volen i han de trobar una altra perquè sinó els homes s’aturen i deturats els sobrevé la mort, com la quietud de l’estancament emmetzina i fa corruptes les aigües, elles tan cristal·lines en la mar dels oceans.  

Aquests dies de recolliment trobem també aquells que fan festa, oblidat Déu i oblidada la seva cruenta Passió, i es dediquen a viure la vida; convençuts dels dogmes de la filosofia moderna que presenten la vida com la pròpia causa i finalitat de la mateixa vida. Cauen en l’absurd de considerar que la vida amb ella mateixa comença i per ella mateixa acaba. I per això trobem en els nostres temps un culte i fins una litúrgia de la vida; l’eixamplament de la vida, el profit del temps, la productivitat i el sense sentit del gaudir i viure. La naturalesa humana, immutable, no els deixa tranquils i per això han d’omplir la seva vida d’aquesta efervescència d’experiències, de l’exercici brutal de les seves deslligades passions, del xarop de les emocions i del gaudir sense fi.

Però ells viuen un engany. La vida la volen fer una platxèria i com que tothom sap que aquesta vida és una lluita que no es pot deposar, tard o d’hora se’ls mor a les mans el gaudir i la seva felicitat. Els pobres que s’han deixat convèncer per aquestes falsedats, quan se’ls acaba la felicitat, companyia efímera d’aquest món, es desesperen i s’aboquen a un frenesí sense deturador. I quan la pena, mestressa d’aquest món, els sobrevé, s’enutgen  perquè la vida ha perdut el seu significat i s’han desfet les promeses falagueres del plaer i llavors, no tenint res, puix cercant el món han oblidat la veritable vida, es troben com en un pou sense fons, els sobrevé la depressió i, no tenint cap motiu per viure, s’apaguen, perden l’alegria del moviment i culminen la seva vida amb una mena de passió particular que nosaltres, plens d’horror, anomenem per suïcidi: la mateixa vida, sense res més en aquest món puix el plaer material tard o d’hora es fa pols a l’ambosta, atemptant contra si mateixa.

Caiguts els vels de l’engany, per un segon veuen la veritat, creuen, i troben l’ànima buida i aclaparada per l’anhel i el desig que mai se satisfà en aquest món perquè, com deia Verdaguer, lo cor de l’home és una mar i tot l’Univers no l’ompliria. Llavors, ells mateixos acaben odiant la vida que ahir estimaven com a una deessa i ens demostren també amb el seu pas, amb la seva processó i amb la cruesa de la seva passió, que la vida, el viure i res més, no ens serveix perquè no és la causa ni la finalitat de la nostra vida.

La finalitat de la vida no pot ser la seva pròpia existència perquè l’home modern demostra que, seguint aquest camí, arriba al caire d’un cingle i desesperadament s’hi aboca; la vida, ella sola, es passa el dogal pel coll quan es troba desenganyada, sola i abandonada en la cruesa d’aquest món.

Heus ací perquè ens apleguem aquets dies i emmudim davant d’aquell qui, camí de la mort, ens ensenya la lliçó de la vida, l’essència del viure, la raó del patiment i la glòria que a tots ens espera per sobre de les tempestes d’aquest món, vertader deler de la nostra ànima.

Jesús los respongué: ¿Y vosaltres creheu ara?
Sant Joan XVI: 31


 

Pere Pau
Círcol Tradicionalista Ramon Parés y Vilasau (Barcelona)



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Procesión de Semana Santa en Montjuich, Barcelona (1962). Ignasi Marroyo.





El Crucificado y la ciencia de la vida



He aquí por qué nos reunimos estos días y enmudecemos ante Aquél que, camino de la muerte, nos enseña la lección de la vida, la esencia del vivir, la razón del sufrimiento y la gloria que a todos nos espera más allá de las tormentas de este mundo, verdadera pasión de nuestra alma.




Agotada la preparación cuaresmal y llegados ya a los pies de Jesús crucificado, volvemos a revivir en estas señaladas jornadas del año, la pasión de Nuestro Señor Jesucristo y el misterio de la redención. Suspendemos estos días nuestra cotidiana actividad para dejar nuestra conciencia en la contemplación del Crucificado y, también, fortalecemos el alma con la práctica de la piedad, el remedio de la penitencia y la gracia de la caridad.

En esta justa devoción, que es deuda de la genealogía humana con el autor de su salvación, podemos encontrar también una nutritiva lección que conviene recordar en estas jornadas de solemnidad. La Pasión de Jesucristo, redentor del linaje humano, no sólo nos obsequió inmerecidamente con la feliz obra de la redención sino que, desde el mismo camino del calvario, nos hizo entrega de una gran lección que es la síntesis de toda su enseñanza.

Antes de vencer a la muerte girando la llave en la cerradura del cielo, Jesús dedicó toda su vida a la difusión de la revelación divina, aquella luz que es su misma palabra y que a Él nos debe dirigir.

El hombre hacía centurias que andaba a tientas sobre la tierra; él no veía, era como un huérfano que cuando recuerda a sus padres solamente vislumbra la imagen de una sombra difusa y sólo de ella se puede servir, de este pobre rastro, para conocerse a sí mismo. Y no obstante, a pesar de la inocente miopía de aquellos que habían nacido bajo las tinieblas de un mundo que no conocía a Dios, ellos mismos tenían conciencia de la dimensión sobrenatural de la vida humana y, por eso, en todo pueblo se haya un templo donde se reúnen sus hombres para alabar a la divinidad, a pesar de que sea —en aquel entonces— a un dios desconocido.

Nosotros, inconmensurablemente agraciados con la venida de Cristo, no sólo conocemos a Dios sino que, desvelado su rostro, conocemos el camino que a Él nos ha de volver e incluso disponemos de la gracia para acercarnos Él.

En los últimos días de Cristo sobre la tierra, podemos leer una ciencia de gran valor, la síntesis de su enseñanza: la esencia de la vida y del sufrimiento. Las muestras de devoción popular, que en estos días son avivadas y disponen de una vitalidad extraordinaria, nos hacen ver cómo todo el mundo encuentra, entiende y aprecia esta solemne y última lección de Jesucristo. El paso de Nazaret bajo la pesada carga de la Cruz reúne hoy no sólo a los piadosos devotos de costumbre sino que congrega también a centenares de descreídos que, olvidadas las modernas preocupaciones que empalagan su entendimiento, acompañan estos días a nuestro Condenado e incluso se espeluznan a su paso porque en Él comprenden el misterio de la vida, el bálsamo por las lacras y el remedio del sufrir humano: la ciencia de la vida y la razón del sufrimiento.

En Dios encontramos la fuente de la vida, tanto la natural como la sobrenatural, y en ella tenemos que buscar el origen y el término de nuestra vida, pues es la causa de ésta. La vida es movimiento, un movimiento amoroso del alma hacia Dios, completa realización, vida incomunicada y perfección eterna. La vida es movimiento, como la quietud nos hace sospechar de la muerte y, como desplazamiento, se describe entre un origen, una creación y un final o término definitivo.

El alma humana, perdida la alegre claridad que se extiende por el cielo, no puede encontrar su anhelo bajo los nubarrones oscuros de la tierra, y vive en un estado de desazón constante y, como dolorida, siempre la encontramos en movimiento, exasperada por encontrar el bien de su existencia, aquello que la ha de sublimar.

Para aquietar esta desazón, sólo disponemos del remedio de la fe, primer paso en el camino de la salvación y, por obra divina, disponemos del rescate de las delicias que descienden del mismo cielo: la gracia de Dios.

El hombre que no tiene fe, pierde el camino y, perdida la fe, sólo le queda el engaño para satisfacer el hambre de su alma, ya que la naturaleza no acepta el engaño con el que intenta adormecer su flaco entendimiento.

La herejía modernista, síntesis de todos los engaños del hombre, sin modestia alguna y ensoberbecida de sí misma, ha propuesto en el mundo el fraude más grande jamás concebido. Como los gentiles buscaban a Dios en los atisbos que su entendimiento les señalaba y, poblando inocentemente el mundo de falsos espíritus y criaturas sobrenaturales sostenedoras del mundo, buscaban a tientas el conocimiento de la verdad, del Verbo, hoy, los perversos filósofos de la ideología moderna, quieren dar marcha atrás y pretenden olvidar a Dios. No quieren a Dios porque no les gusta y buscan, dentro de su sueño imaginario, sucedáneos de Dios porque, en realidad, Le necesitan.

Rechazando la fuente de vida, quieren y necesitan encontrar otra porque, en caso contrario, los hombres se paran y, estáticos, les sobreviene la muerte, como la quietud del estancamiento emponzoña y torna corruptas las aguas, que de suyo son tan cristalinas en el mar océano.

En estos días de recogimiento, encontramos también a aquellos que se olvidan de Dios y se olvidan de su cruenta Pasión, y se dedican a «vivir la vida»; convencidos de los dogmas de la filosofía moderna que presentan la vida como la propia causa y finalidad de la misma vida. Caen en el absurdo de considerar que la vida con ella misma empieza y por ella misma acaba. Y por eso encontramos en nuestros tiempos un culto y hasta una liturgia de la vida mundana; el ensanchamiento de la vida, el provecho del tiempo, la productividad y el sin sentido del disfrutar y del vivir. La naturaleza humana, inmutable, no les deja tranquilos y por eso tienen que llenar su vida de esta efervescencia de experiencias, del ejercicio brutal de sus desatadas pasiones, del jarabe de las emociones y del disfrute sin límites.

Pero ellos viven en un engaño. Malgastan la vida en placeres y, como todo el mundo sabe que esta vida es una lucha que no se puede deponer, tarde o temprano se les muere en sus manos el disfrute y su felicidad. Los ingenuos que se han dejado convencer por estas falsedades, cuando se les acaba la felicidad —compañía efímera de este mundo—, se desesperan y se asoman a un frenesí sin fin. Y cuando la pena, ama de este mundo, les sobreviene, se enojan porque la vida ha perdido su significado y se han deshecho las promesas halagüeñas del placer y entonces, no teniendo nada —pues buscando el mundo, han olvidado la verdadera vida—, se encuentran como en un pozo sin fondo, les sobreviene la depresión y, careciendo de motivos para vivir, se apagan, pierden la alegría del movimiento y culminan su vida con un tipo de pasión particular que nosotros, plenos de horror, denominamos suicidio: la misma vida, sin nada más en este mundo ya que el placer material, tarde o temprano se vuelve polvo y atenta contra sí misma.

Caídos los velos del engaño, por un instante ven la verdad, creen, y encuentran el alma vacía y anonadada por el anhelo y el deseo que nunca se satisface en este mundo porque, como decía Verdaguer, el corazón del hombre es un mar y ni todo el Universo no lo llenaría. Entonces, ellos mismos acaban odiando la vida que ayer deseaban como si fuera una diosa y nos demuestran también con su paso, con su procesión y con la crudeza de su pasión, que la vida, el vivir sin más, no nos sirve, porque no es la causa ni la finalidad de nuestra vida.

La finalidad de la vida no puede ser su propia existencia porque el hombre moderno demuestra que, siguiendo este camino, llega a lo alto de un risco del que desesperadamente se arroja; la vida, ella sola, se pasa el dogal por el cuello cuando se encuentra desengañada y abandonada en la crudeza de este mundo.

He aquí por qué nos reunimos estos días y enmudecemos ante Aquél que, camino de la muerte, nos enseña la lección de la vida, la esencia del vivir, la razón del sufrimiento y la gloria que a todos nos espera más allá de las tormentas de este mundo, verdadera pasión de nuestra alma.

Jesús les respondió: ¿Y vosotros creéis ahora?
San Juan XVI: 31


Pere Pau
Círcol Tradicionalista Ramon Parés y Vilasau (Barcelona)

 

 



 


dilluns, 25 de març del 2024

La Passió de Cervera de 2024: una traïció a si mateixa

 

Cartel de la Pasión de Cervera de este año 2024

 

 

La Passió de Cervera de 2024: una traïció a si mateixa


El cartell de la Passió de Cervera d'enguany ha substituït la Creu redemptora de Crist, font de tota esperança, pel suïcidi desesperançat de Judes Iscariot penjat d’un arbre.




La Passió de Cervera (La Segarra, Lleida) es representa des de fa més de 500 anys i, pel seu valor artístic i històric, ha estat declarada com a «Tresor del Patrimoni Cultural Immaterial».

Però enguany, el cartell que l'anuncia ha prescindit de la Redempció de Crist —nucli de la Setmana Santa i que simbolitza en la Creu— el buit de la qual s’ha substituït per la desesperança, el remordiment i la mort sense sentit —representada per l'agònic final de Judes el traïdor—.

En efecte, Déu va posar la salvació del gènere humà a l'arbre de la Creu, d'on va renéixer la vida per mitjà del seu fill Jesucrist, de la seva sang innocent, i que es va manifestar en la seva posterior Resurrecció.

No obstant això, en la modernitat, aquest triomf de Crist s'amaga per tal d’elevar just el contrari: el fracàs i la condemna de qui va rebutjar tal Redempció; de qui va pecar en lliurar sang innocent per trenta monedes de plata i —mort a tota esperança— es va penjar, el seu cos es va rebentar i es van escampar els seus budells pel terra.

No ens ha de sorprendre que, a la societat moderna, la traïció substitueixi a la Salvació. Que es prefereixi als Judes abans que a Crist.

Perquè la mateixa societat moderna neix d'una traïció: la perpetrada per la Revolució liberal contra la Cristiandat. L'exaltació de la democràcia com a fonament de la veritat i del govern (no com a mera forma d'elecció), contra el Rei de reis. L'autonomia de la voluntat capritxosa i absoluta, contra aquell que demanava «Pare, no es faci la meva voluntat, sinó la Teva». La traïció de l'antic «non serviam», contra Aquell la mare virginal del qual va dir «fiat mihi secundum verbum tuum».

La traïdora societat moderna està condemnada al mateix final que Judes Iscariot. Només retornant a Crist —no sols en lo personal, sinó també en lo social— es troba la vida. I aquí estem els carlins per a recordar-ho i per a lluitar el bon combat.

Josep de Losports,
Círcol Tradicionalista Ramon Parés y Vilasau (Barcelona)



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La Pasión de Cervera de 2024: una traición a sí misma


El cartel de la Pasión de Cervera de este año ha sustituido la Cruz redentora de Cristo, fuente de toda esperanza, por el suicidio desesperanzado de Judas Iscariote ahorcado en un árbol.




La Pasión de Cervera (La Segarra, Lérida) se representa desde hace más de 500 años y, por su valor artístico e histórico, ha sido declarada como «Tesoro del Patrimonio Cultural Inmaterial».

Pero este año, el cartel que la anuncia ha prescindido de la Redención de Cristo —núcleo de la Semana Santa y simbolizada en la Cruz— y su vacío ha sido sustituido por la desesperación, el remordimiento y la muerte sin sentido —representada por el agónico final de Judas el traidor—.

En efecto, Dios puso la salvación del género humano en el árbol de la Cruz, de donde renació la vida por medio de su hijo Jesucristo, de su sangre inocente, y que se manifestó en su posterior Resurrección.

Sin embargo, en la modernidad, este triunfo se esconde para elevar justo lo contrario: el fracaso y la condena de quien rechazó tal Redención; de quien pecó al entregar sangre inocente por treinta monedas de plata y —muerto a toda esperanza— se ahorcó, su cuerpo se reventó y se desparramaron sus entrañas por el suelo.

No nos debe sorprender que, en la sociedad moderna, la traición sustituya a la Salvación. Que se prefiera a los Judas antes que a Cristo.

Porque la misma sociedad moderna nace de una traición: la perpetrada por la Revolución liberal contra la Cristiandad. La exaltación de la democracia como fundamento de la verdad y del gobierno (no como mera forma de elección), contra el Rey de reyes. La autonomía de la voluntad caprichosa y absoluta, contra aquél que pedía «Padre, no se haga mi voluntad, sino la Tuya». La traición del antiguo «non serviam», contra Aquél cuya madre virginal dijo «fiat mihi secundum verbum tuum».

La traidora sociedad moderna está condenada al mismo final que Judas Iscariote. Solamente volviendo a Cristo —no sólo en lo personal, sino también en lo social— se encuentra la vida. Y aquí estamos los carlistas para recordarlo y para luchar el buen combate.

Josep de Losports,
Círcol Tradicionalista Ramon Parés y Vilasau (Barcelona)

 

El cartel, en la entrada de una parroquia conservadora de la Diócesis de Terrassa.

 

dissabte, 23 de març del 2024

23 de marzo, San José Oriol, taumaturgo de Barcelona

 

 

23 de marzo, San José Oriol, taumaturgo de Barcelona



Recordatorio de la ruta organizada por el Círculo barcelonés 

presentación de una breve semblanza escrita por D. José Gros Raguer




El 23 de marzo se celebra la festividad de San José Oriol (Barcelona 1650 — 1702), taumaturgo de Barcelona y uno de los patronos menores de la ciudad.

El Círculo Ramón Parés, de Barcelona, organiza —como ya se anunció— una ruta por la Barcelona del siglo XVI siguiendo los pasos del santo, desde su nacimiento en el barrio de San Pedro hasta su sepultura en la Basílica de Santa María del Pino.

A continuación, se ofrece la siguiente semblanza escrita por D. José Gros Raguer.





 

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San José Oriol:

Breve semblanza


por José Gros Raguer




El niño ejemplar; el joven estudiante

José Oriol y Bogunyá, natural de Barcelona, fue hijo de padres honrados y modestos, llamados Juan y Gertrudis, y recibió las aguas bautismales en la parroquia de San Pedro de las Puellas. Cuando tenía un año y medio, falleció su padre; y habiendo quedado la viuda en suma pobreza, contrajo segundo matrimonio con Domingo Pujolar, hombre muy bueno y zapatero de oficio. Madre e hijo fueron, pues, a la casa del nuevo esposo, situada en la parroquia de Santa María del Mar. El cristiano zapatero amó al niño como hijo propio, a pesar de tener los suyos, y cuando tuvo la edad suficiente le hizo entrar de monaguillo en Santa María del Mar, donde aprendió a leer y escribir y también algo de solfeo. Distinguióse entre los demás monaguillos por su bondad y espíritu devoto. Pasaba muchos ratos arrodillado ante el altar del Santísimo y tenía un acendrado afecto a la Virgen. Estos fueron los rasgos principales de su piedad infantil.

Llegado a los doce o trece años, los beneficiados del venerable templo, viendo en él cualidades para los estudios, le enviaron a la Universidad o Estudi General, para que aprendiera la lengua latina y las principales letras humanas que allí se enseñaban. Fue por aquellos tiempos cuando falleció su padrastro, dejando a su madre como antes y con la carga de varios hijos. Mucho le ayudaron entonces los buenos sacerdotes de la Parroquia. Y les ayudó asimismo la antigua nodriza de José, llamada Catalina, y su marido, Antonio Bruguera, los cuales, viendo los apuros de Gertrudis, hospedaron en su casa de menestrales al jovencito. Le arreglaron un pequeño aposento en el desván, muy a propósito para la vida de recogimiento, estudio y oración que llevó siempre. No salía apenas del mismo, más que para ir a la iglesia o a las aulas. Al poco tiempo, sus estudios se convirtieron para él en carrera eclesiástica, pues con el fin de alcanzar el sacerdocio los hacía, sintiéndose llamado al mismo por el Señor.

En el transcurso de aquellos años, le probó Dios con varias enfermedades dolorosas, entre ellas la parálisis de una pierna, que le tuvo en cama largo tiempo. Pero las soportó con gran dulzura y, en cuanto le fue posible, no dejó de estudiar. Los cursos que siguió en la Universidad fueron los de Humanidades, Filosofía y Teología. Se especializó (y más tarde los continuó por cuenta propia) en los estudios de Moral y del idioma hebreo, en el cual fue versadísimo. Por lo que hace a la Moral, sabido es cuán necesario se hace su amplio conocimiento a quien quiera ser un buen confesor y director de almas. Y no menos sabido es que en ambos santos oficios brilló San José Oriol como un astro de primera magnitud. Terminados los cursos de la Facultad de Teología, obtuvo el título de Doctor.


Sacerdote penitente y santo preceptor

Tiene José veinticuatro años. Desea ser ordenado sacerdote, puesto que ya ha concluido sus estudios y alcanzó su doctorado. Pero se encuentra con dificultades para ello, pues la iglesia tenía dispuesto que nadie fuese ordenado si no poseía un patrimonio o un beneficio eclesiástico que respondiera a su sustentación, y él no cuenta con uno ni con otro. Sin embargo, el Obispo de Gerona, que conoce al santo y aprecia sus buenas dotes, le quiere proteger y facilitarle la ordenación. A este fin le confiere un beneficio incongruo, como dicen los eclesiásticos, es decir, que no da la renta suficiente pero esta insuficiencia la suple un bondadoso señor, don Marco Antonio Milans, obligándose a completarla con una pensión aceptable. Recibió el doctor Oriol el Presbiteriado el 30 de mayo de 1676 y celebró su Primera Misa en Canet de Mar el 29 de junio siguiente.

¡Designios de la divina Providencia! Con todo y haber recibido el Santo el sacerdocio y el beneficio canónico de manos del Prelado gerundense, no quiso el Señor que ni entonces ni en toda su vida ejerciera sus ministerios fuera de Barcelona. Tenía que ser siempre el modelo y el ornato refulgente del clero barcelonés, y el apóstol destinado a la evangelización de su ciudad natal. Al poco tiempo de su ordenación, se le ofreció el cargo de preceptor de los niños en una casa noble de nuestra urbe. Afligido por la estrechez en que tenían que vivir su madre y sus hermanastros, pareció que podía solicitar permiso al Obispo de Gerona para aceptar la plaza, viendo que así podría socorrerles con el sobrante de sus honorarios. Accedió el Prelado, conservándole, no obstante, el beneficio otorgado.

Para su austeridad y sencillez, significaba un verdadero sacrificio convivir con una familia de veras rica y dada a todas las comodidades. Pero como el único móvil de su aceptación había sido el de poder cumplir mejor sus obligaciones filiales, Dios le premió de un modo inesperado, llamándole milagrosamente a una vida de penitencia heroica en aquellas circunstancias tan poco favorables a la penitencia. Un día, en la regalada mesa de los señores, alargó el brazo para servirse un plato exquisito, pero una fuerza irresistible se lo retuvo, impidiéndole hacerlo; probó segunda y tercera vez, y sucedió lo mismo. Con lo cual su espíritu, celestialmente iluminado, comprendió que el Señor le llamaba a un ejercicio riguroso y perpetuo del ayuno. Desde aquel momento, comenzó a practicar una abstinencia tan rígida como la que en otros tiempos practicaron los solitarios del desierto, y perseveró en ella hasta la muerte. Renunció a la mesa señorial e hizo la resolución de ayunar toda la vida a pan y agua. Él mismo salía a comprarse el pan a fin de poderlo escoger del peor y más seco. Después, bebía agua de una de las fuentes de la ciudad. Los días festivos se permitía añadir al pan algunas hierbas, que iba a buscar en la montaña de Montjuich. En Navidad y Pascua, obedeciendo a sus confesores, que le ordenaban mitigase algo la penitencia, comía con el pan un arenque o lo aliñaba con aceite y un poco de vinagre.

Podemos decir que con la ejemplaridad de aquellas abstinencias inauguró el Doctor Oriol su apostolado en grande en Barcelona. Resultaban ellas más eficaces que elocuentes sermones. Las conocía toda la ciudad. Por esto no eran pocos lo que le llamaban el Doctor Pan y Agua. Era por ellas el Santo una continua exhortación a la mortificación cristiana.

Sólo en dos ocasiones, al parecer, quebrantó su ayuno, por deferencia razonable. Una vez, en casa de un amigo entrañable, comiendo un plato de fideos. Otra, en un convento, cuyas monjas le obligaron a tomar una taza de arroz con leche de almendras. Pero las dos veces, antes de comer echó cenizas sobre el alimento para que perdiera su sabor placentero. Se sabe que una Cuaresma no comió absolutamente nada, excepto los domingos, sosteniéndose milagrosamente con las especies y virtud divina de la Comunión. Hay que consignar, por fin, que su vida de ayuno la comenzó el Santo al año de su ordenación sacerdotal.


Beneficiado de Nuestra Señora del Pino

A los nueve años de desempeñar su cargo, lo dejó, con gran sentimiento de los señores y de sus hijos, que le hubieran querido retener para siempre. Pero había fallecido su madre, y no era ya precaria la situación de sus hermanastros, por lo cual se creyó relevado del deber de socorrerlos. Por otra parte, tenía el proyecto de visitar la Ciudad Eterna para venerar los sepulcros de los Apóstoles y ofrendar su homenaje al Padre Santo, que era a la sazón Inocencio XI, elevado en nuestros días al honor de los altares. Así pudo ejecutarlo. Obtenido el permiso de todos sus superiores y provisto de letras de recomendación altamente honoríficas, emprendió el viaje a pie y vestido de peregrino, en 1686. Estuvo en Roma ocho o nueve meses. Y el 24 de enero de 1687, el Papa le otorgó un beneficio en la parroquia del Pino de Barcelona, con lo cual el Doctor Oriol quedó definitivamente sujeto a la jurisdicción episcopal de su primer Prelado y desatado de su beneficio de Gerona.

Hasta su muerte, formará parte activa —sin interrupción notable ni vacación alguna— de tan preclara comunidad de Beneficiados, desde el día que tomó posesión, que fue el 11 de junio del año indicado. O sea, residió su cargo catorce años, nueve meses y doce días. Vivió siempre en los alrededores de la iglesia, pero nunca en casa o piso propios, sino en alguna buhardilla realquilada. Sus muebles y enseres eran pocos: una mesa de estudio, un banco y una estera para dormir, una silla de brazos, una caja de madera para la ropa, un Crucifijo para la oración, algunos libros, un cántaro y una palangana. Era extremadamente limpio. Se lavaba y cosía la ropa… No puede concebirse más sobriedad y modestia.

¿Qué decir de su caridad? Repartía a los pobres todo el dinero que no le era absolutamente necesario. Estando un día en el coro, manifestó cierta desazón que extrañó al beneficiado que se sentaba a su lado. Preguntole qué le pasaba, y contestó: «Es que me he encontrado un diablillo en el bolsillo». Era una moneda de plata que no sabía llevara encima y que, saliendo inmediatamente, fue a entregar a un mendigo, continuando después su rezo coral con la devoción acostumbrada. Frecuentaba los hospitales y cárceles; predicaba a los soldados; reunía a los niños en algún patio y les enseñaba el Catecismo; conversaba con los pobres, que tanto suelen agradecerlo del sacerdote; su rato con todos era siempre dulcísimo. Con esta suavidad conquistaba innumerables corazones. Su apostolado caritativo fue para Barcelona una bendición inmensa.

Digamos algo, finalmente, de su espíritu de oración y su vida extática. Se le veía rezar en diversas iglesias y por las calles. En su aposento, los raptos durante su meditación eran frecuentes, y muchas veces los acecharon por las rendijas varios sacerdotes y fieles. El Señor le sublimaba, levantándolo a menudo del suelo, despegándolo del pavimento, cuando se encontraba en alta contemplación y en actitud de plegaria.


Plan apostólico frustrado

Cuatro años antes de su muerte, encendido en grandes deseos de martirio y una inmensa caridad para con las almas de los infieles, resolvió el Santo partir otra vez a Roma y presentarse para que la Santa Sede le destinara a las Misiones de Oriente. Salió de Barcelona el 2 de abril de 1698. Un buen obrero, que le apreciaba mucho, quiso acompañarle un trecho. A pocas horas, entraron en una posada, donde el obrero comió con vivo apetito, creyendo que el Santo pagaría el gasto. En el momento del pago, se convenció de que el sacerdote peregrino no llevaba encima ni una sola moneda. Entonces, el Doctor Oriol, compadecido de su confusión, cogió un rábano de la mesa y lo fue cortando en rodajitas, que se convirtieron en las monedas necesarias.

Con muchas incomodidades, comiendo de caridad y caminando siempre a pie, llegó a Marsella, donde se puso gravemente enfermo; y durante su enfermedad se el apareció la Santísima Virgen y le mandó que regresara a Barcelona. Así lo hizo, por mar, embarcándose en una pequeña nave de un patrón de Blanes, que le profesó en adelante grande afecto, porque fue testigo de sus virtudes y también de un rapto maravilloso, a bordo, que le levantó en el aire con estupefacción de todos los tripulantes.


Las curaciones «de gracia»

Barcelona se alborozó de alegría al retorno del Doctor Oriol. Y desde entonces empezó un nuevo episodio de su vida —el último—, durante el cual se manifiesta a sus conciudadanos con un nuevo poder celestial: el de «curar de gracia», como se decía muy teológicamente, es decir, el de sanar a los enfermos por el don gratuito de Dios, mediante su bendición. Los prodigios podemos decir que fueron innumerables. La hora establecida para curar a los enfermos era terminadas las Vísperas en el coro del Pino, hacia las tres de la tarde. Revestido de sus hábitos corales, se dirigía el Santo a la sacristía de la capilla del Santísimo, hacía oración un cuarto de hora ante una imagen de San Pedro y salía hacia los enfermos, alineados en la barandilla del comulgatorio. Les hacía rezar tres Credos y tres Salves, les exhortaba al arrepentimiento y a la confianza en Dios y les manifestaba que él había recibido el don de curar las enfermedades del cuerpo para atraer a las almas al amor de Jesucristo. Acompañábale un monaguillo con el calderillo del agua bendita y el aspersorio. Puesto que tenía también el don de penetrar corazones, a algunos les aplazaba la curación hasta que se hubiera reconciliado con Dios, y a otros les dejaba sin curar porque así convenía a su bien espiritual. Pedía a todos su nombre; e imponiéndoles una mano sobre la cabeza, hacía la señal de la Cruz, diciendo: «En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo», y los rociaba con el agua. Algunas veces eran tantos los enfermos que acudían, que se hacía ayudar en el milagroso ministerio por el vicario de la iglesia, mosén Busquets, el cual, a su lado, obtenía los mismos efectos.

Muchos eran, en efecto, los enfermos que iban al Pino: unos, barceloneses; otros, venidos de diversas poblaciones de Cataluña. Algunas veces curó el Santo fuera del templo, y aun fuera de Barcelona. Con frecuencia las curaciones tenían el carácter de estupendos milagros. Entre ellos, alcanzaron singular resonancia la súbita curación de un muchacho de la calle del Hospital apodado el Trempat, evitándole la amputación de una pierna ya gangrenada; y la más instantánea de un deforme paralítico, llamado el Bergant, que pedía limosna a las puertas de la parroquia.


Postrera enfermedad y tránsito: glorificación

San José Oriol vivió cincuenta y un años y cuatro meses. Profetizó su próxima muerte y enfermó a principios de marzo de 1702, de pleuresía. Para poder recibir con mayor decoro el Santo Viático, pidió a un cuchillero de la calle de la Daguería una habitación donde poder pasar sus últimos días. Desahuciado de los médicos, recibidos los Sacramentos con gran consolación espiritual, rodeado de buena gente del barrio y de amigos sacerdotes y seglares, asistido por su confesor, carmelita de San José de Gracia, y por los Padres filipenses, dulcificada su agonía por la escolanía de la capilla del Palau, de cuyo maestro solicitó le fuese cantado el Stabat Mater en memoria de los Dolores de la Virgen, con la memoria de Jesús agonizante en la Cruz, expiró en las primeras horas de la madrugada del 23 del mismo marzo. No es para ser descrita la emoción del pueblo barcelonés a la noticia de su muerte. Y menos aún su apoteósico enterramiento. Conducido el cadáver en el lecho procesional de la Virgen Asunta del Pino, fue llevado a la iglesia y sepultado en la capilla de San Lorenzo, hoy de su nombre. Numerosos y brillantes fueron en seguida los milagros obtenidos por su intercesión.

Azarosas circunstancias de los tiempos retardaron el Decreto de Beatificación de José Oriol, dado por el papa Pío VII el 5 de septiembre de 1806. Un siglo más tarde, el 20 de mayo de 1909, el santo pontífice Pío X le canonizó con gran solemnidad, al mismo tiempo que a San Clemente Hofbauer, de Viena, sacerdote de muy semejante apostolado y hermana fisonomía espiritual.


José Gros Raguer

 

 


 



 

dijous, 21 de març del 2024

El Bisbe Torras i l’enigma de la guerra (II): La causa justa i l’engany del pacifisme

 


 

El Bisbe Torras i l’enigma de la guerra (II): La causa justa i l’engany del pacifisme


La nostra esperança es troba en el nostre «metge celestial», el «vertader home pacífic» que és Jesucrist , morador dels nostres temples, qui amb son exemple mostrà el vertader significat de la lluita, la meta de la força humana i la veritable pau que tots havem de cercar.  



En l’anterior article adduíem la naturalesa lluitadora de l’home i enraonàvem sobre la causa de la guerra de la mà del Bisbe Torras i Bages i la seva pastoral «L’enigma de la guerra». Potser el lector, llegint les nostres paraules, es pregunta quin enigma presenta la qüestió de la guerra si nosaltres la presentàvem com un horror fill del pecat que escanya la nissaga humana.

És precisament l’objectiu d’aquest segon article l’alçar el teló i assenyalar el misteri de la guerra; ja que, essent aquesta filla del pecat dels homes, és, paradoxalment, una gran estimulant de la virtut i fins trobem que ha servit per a apujar molts dels herois de la nostra causa fins a les portes del cel.

L’Església, conductora de la humanitat, mai ha tingut la pretensió de fer desaparèixer la guerra, no va venir a oposar-se a la lluita perquè sempre ha predicat la veritable pau, que sols bregant s’obté. La guerra en ocasions és santa i fins obligatòria perquè és una extensió d’aquella lluita que l’home fa sobre la terra i, l’home just, enfront de la perversió declarada, sols té, en algunes circumstàncies, l’opció de la lluita, si cal en guerra, per a defensar la causa lícita, la justícia.

«Però això mai ha de servir per a glorificar la guerra, que sempre és una misèria humana. Mai ha de desitjar-se la guerra [...] i mai és lícit provocar-la. Puix és doctrina constant de l’Església la que explica Sant Pau quan reprova als qui diuen: fem un mal perquè en resulti un bé».


La guerra és filla del pecat perquè sense el ferment del pecat que hi ha en la nostra naturalesa, les guerres no existirien. La humanitat és víctima de la guerra. El cristià fuig de l’horror de la guerra com fuig del mateix pecat que l’engendra. Però, tot i mai voler-se dir la causa d’aquesta, a voltes l’ha de prendre, tot reveient-la com a lícita i necessària perquè és justa.

És la doctrina cristiana la mestre de l’home i, per tant, qui ha de donar-li la direcció a la seva lluita tot assenyalant-li la pàtria eterna, la casa de la pau. I, tanmateix, aquesta serà sempre també la defensora de la pau al món; però ho fa sense enganys perquè coneix la naturalesa terrenal de l’home i doncs, mai es proposarà de rubricar amb l’assossec de l’eternitat el món que és fugisser. La joia de la pau no s’amaga dins les grutes de la terra i l’efímera tranquil·litat que podem disposar en aquest món sols per gràcia de Déu.

Una bona munió de filòsofs han promulgat solucions imaginatives i sistemes que foren entusiastes vots i prometiments de pau: la creació del dret internacional, la famosa declaració dels drets de l’home, el desenvolupament de la ciència, l’anorreament de la religió, la igualtat entre els homes i tantes altres. I, no obstant, després de tantes de promeses que ha vist la nostra civilització, encara sentim avui ressonar pel món els mateixos crits de guerra. El camí de la revolució, lluny d’aquietar els homes, ha exaltat encara més la monstruositat i avui, la seva brutalitat no té aturador.

Nosaltres, com a tradicionalistes, no creiem en les promeses del pacifisme. No ens creiem aquells filòsofs de l’heretgia social que feren la promesa de dur la pau al món amb la direcció revolucionària de la societat i fins de la persona. Són precisament ells qui, enganyant l’home i llevant-li el significat de la vida, han fet violenta la lluita sobre la terra i l’han assimilat a la lluita de les bèsties, cruel i sense més significat que el domini del fort sobre el feble. La seva pau, la pau promesa per la societat moderna, no existeix i, demés, instaura l’atrocitat de la guerra.

Els constructors de societats i els alliberadors de l’home no només enganyen sinó que, amb la seva falsa prometença, inoculen una fal·laç ideologia de la pau que és insoluble en la naturalesa humana perquè el cancel·lar la lluita humana és anorrear la vida mateixa dels homes i matar-los.

«La pau perpètua en aquest món és una utopia [...] perquè la pau a la terra engendra el vici, la decadència dels costums, afluixa els caràcters i la vanitat i la sensualitat s’apoderen de la societat».

«Les circumstàncies de la pau no són prou favorables a l’heroisme; que així com les alzines i els roures i els altres arbres resistents no es crien en els jardins ben regats i adobats, sinó entre les roques de les serres on els vents els combaten contínuament i la neu sovint els esqueixa les branques, els homes en les circumstàncies difícils, en el perill del combat, en les privacions i sofriments de la lluita guerrera, amb l’espectacle de la mort, vivint dins d’un ambient d’horrors i destrucció, creixen de valor, domen l’egoisme, que és el corc de la nostra naturalesa, i es transformen sovint en homes d’abnegació i sacrifici».


Els temples de la pau que el pacifisme ha alçat sobre l’Europa són un engany i, aquests dies que tornen a somoure les entranyes de la terra els retrucs dels canons, veiem com aquests monuments de la pau s’ensorren per la seva insuficiència. I a llur costat trobem, com a espectadors dels segles, els temples de la nostra fe; verdaders promotors de la pau perquè en ells es troba la sana doctrina que adoba i equilibra l’home, que l’uneix als seus semblants i a tots mira de dreçar cap al cel.

La nostra esperança es troba en el nostre metge celestial, el vertader home pacífic que és Jesucrist , morador dels nostres temples, qui amb son exemple mostrà el vertader significat de la lluita, la meta de la força humana i la veritable pau que tots havem de cercar.  

Heus doncs l’enigma de la guerra. Aquesta, tot i ser producte de la corrupció de l’home, és un mitjà per a la seva santificació. A vegades necessària i inevitable és un veritable excitador de l’acció virtuosa en l’home. La lluita, que és una pena de la humanitat, és capaç de desvetllar la persona i dur-la cap a la virtut. L’home cristià, que cerca amb deler la pau i fuig del vessament de sang, no pot rebutjar la lluita que l’imposa la seva naturalesa i s’ha de servir d’ella, com de tota catàstrofe, per a aconseguir la beatitud.

El desordre d’aquest món, que ha perdut la claror de la llei de Déu, fa que l’home, lluitador de mena i propens a la bel·ligerància, no pugui ordenar la seva potència i aquesta s’escampi bestialment pel món.  

L’home és un soldat en aquesta terra perquè no es troba complet, ans es troba sota acció de la corrupció, i per tant requereix de la força, d’aquesta violència, per a atènyer la seva finalitat. Tanmateix, quan la concupiscència es fa senyora de la seva lluita, aquesta mateixa força humana que era mitjà de virtut es converteix en la causa de l’espant de la guerra.

«El gran principi cristià de la submissió de la carn a l’esperit és el germen de la pau;  l’esperit vivifica, i allà on ell falta, ha de sobrevenir la mort. En una època materialista no poden faltar guerres, com en la carn desemparada de l’esperit hi ha la lluita fastigosa dels cucs per a devorar-la».


El cristià davant de la violència s’esglaia perquè el combat entre els homes és el retruny i la imatge ensangonada del pecat, que com sempre, viciant la naturalesa humana i, en aquest cas l’eina de la lluita, causa la mort; no solsament de la carn, sinó de l’ànima.

Però, el piadós fidel, coneixedor de tot el que hem esmentat, no fuig covard de la guerra. Es compadeix de la calamitat que els seus ulls veuen i pren llavors les armes si és necessari per a la defensa dels justos. Se serveix de la catàstrofe, del mal que Déu permet en els temps difícils del bel·licisme, per a la santificació dels seus germans i de la seva pròpia ànima en la lluita de sempre, la lluita per la justícia, per l’elecció del bé davant del mal que misteriosament ens trobem en aquest món: única causa justa de tota lluita que l’home mou sobre la terra.

És de resultes d’aquesta lluita cristiana que l’home, essent just, s’enlaira seguint els camins del bé i troba llavors la perfecció i el repòs de la seva ànima. La pau entre els pobles sols és possible si la mirada és posada en Déu i aquesta vida subordinada a la vida futura. Per això diu el salmista, que la fidelitat germinarà de la terra i la justícia guaitarà des del cel i llavors, s’abraçaran la justícia i la pau.

«Es precís que vinguin escàndols;
mes ai, de l’home, per qui ve l’escàndol!»
Matheu, XVIII, 7



Pere Pau
Círcol Tradicionalista Ramon Parés y Vilasau (Barcelona)



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El Obispo Torras y el enigma de la guerra (II): La causa justa y el engaño del pacifismo


Nuestra esperanza se encuentra en nuestro «médico celestial», el «verdadero hombre pacífico» que es Jesucristo, morador de nuestros templos, quien con su ejemplo mostró el verdadero significado de la lucha, la meta de la fuerza humana y la verdadera paz que todos hemos de buscar.



En el anterior artículo aducíamos la naturaleza luchadora del hombre y tratábamos sobre la causa de la guerra de la mano del Obispo Torras y Bages y su pastoral «El enigma de la guerra». Quizás el lector, leyendo nuestras palabras, se pregunta qué enigma presenta la cuestión de la guerra si nosotros la presentábamos como un horror hija del pecado que estrangula a la alcurnia humana.

Es precisamente el objetivo de este segundo artículo el levantar el telón y apuntar el misterio de la guerra; puesto que, siendo ésta hija del pecado de los hombres, es, paradójicamente, un gran estímulo para la virtud y hasta encontramos que ha servido para elevar a muchos de los héroes de nuestra causa hasta las puertas del Cielo.

La Iglesia, conductora de la humanidad, nunca ha tenido la pretensión de hacer desaparecer la guerra, no vino a oponerse a la lucha porque siempre ha predicado la verdadera paz, que sólo bregando se obtiene. La guerra en ocasiones es santa y hasta obligatoria porque es una extensión de aquella lucha que el hombre hace sobre la tierra; y, el hombre justo, frente a la perversión declarada, sólo dispone, en ciertas circunstancias, de la opción de la lucha, si conviene en guerra, para defender la causa lícita, la justicia.

«Pero eso nunca ha de servir para glorificar la guerra, que siempre es una miseria humana. Nunca se tiene que desear la guerra [...] y nunca es lícito provocarla. Ya que es doctrina constante de la Iglesia la que explica Santo Pablo cuando reprueba a quienes dicen: hacemos un mal para que resulte un bien».


La guerra es hija del pecado porque sin la levadura del pecado que hay en nuestra naturaleza, las guerras no existirían. La humanidad es víctima de la guerra. El cristiano huye del horror de la guerra como huye del mismo pecado que lo engendra. Pero, pese a nunca quererse decir la causa de aquélla, a veces la tiene que tomar, reviéndola como lícita y necesaria porque es justa.

Es la doctrina cristiana la maestra del hombre y, por lo tanto, quién tiene que darle la dirección a su lucha señalándole la patria eterna, la casa de la paz. Y, además, ésta será siempre también la defensora de la paz en el mundo; pero lo hace sin engaños porque conoce la naturaleza terrenal del hombre y pues, nunca se propondrá rubricar con el sosiego de la eternidad el mundo que es efímero. La joya de la paz no se esconde dentro de las grutas de la tierra y la corta tranquilidad que podemos disponer en este mundo es sólo por la gracia de Dios.

Un buen puñado de filósofos ha promulgado soluciones imaginativas y sistemas que fueron entusiastas votos y promesas de paz: la creación del derecho internacional, la famosa declaración de los derechos del hombre, el desarrollo de la ciencia, la destrucción de la religión, la igualdad entre los hombres y tantas otras. Y, no obstante, después de tantas promesas que ha visto nuestra civilización, todavía sentimos hoy resonar por el mundo los mismos gritos de guerra. El camino de la revolución, lejos de aquietar a los hombres, ha exaltado todavía más la monstruosidad y, hoy, su brutalidad no tiene freno.

Nosotros, como tradicionalistas, no creemos en las promesas del pacifismo. No nos creemos a aquellos filósofos de la herejía social que hicieron la promesa de llevar la paz al mundo con la dirección revolucionaria de la sociedad y hasta de la persona humana. Son precisamente ellos quienes, engañando al hombre y quitándole el significado de la vida, han hecho violenta la lucha sobre la tierra y lo han asimilado a la lucha de las bestias, cruel y sin más significado que el dominio del fuerte sobre el débil. Su paz, la prometida paz de la moderna sociedad, no existe y, además, instaura la atrocidad de la guerra.

Los constructores de sociedades y los libertadores del hombre no sólo engañan, sino que, con su falso augurio, inoculan una falaz ideología de la paz que es insoluble en la naturaleza humana porque el cancelar la lucha humana es destruir la vida misma de los hombres y matarlos.

«La paz perpetua en este mundo es una utopía [...] porque la paz en la tierra engendra el vicio, la decadencia de las costumbres, afloja los caracteres y la vanidad y la sensualidad se apoderan de la sociedad».

«Las circunstancias de la paz no son bastante favorables al heroísmo; que así como las encinas y los robles y los otros árboles resistentes no se crían en los jardines muy regados y adobados, sino entre las rocas de las sierras donde los vientos los combaten continuamente y la nieve a menudo les rasga las ramas, los hombres en las circunstancias difíciles, en el peligro del combate, en las privaciones y sufrimientos de la lucha guerrera, con el espectáculo de la muerte, viviendo dentro de un ambiente de horrores y destrucción, crecen de valor, doman el egoísmo, que es la carcoma de nuestra naturaleza, y se transforman a menudo en hombres de abnegación y sacrificio».


Los templos de la paz que el pacifismo ha levantado sobre Europa son un engaño y, en estos días que vuelven a remover las entrañas de la tierra los disparos de los cañones, vemos cómo estos monumentos de la paz se hunden por su insuficiencia. Y a su lado encontramos, como espectadores de los siglos, los templos de nuestra fe; verdaderos promotores de la paz porque en ellos se encuentra la sana doctrina que adoba y equilibra el hombre, que lo une a sus semejantes y a todos trata de elevar hacia el cielo.

Nuestra esperanza se encuentra en nuestro médico celestial, el verdadero hombre pacífico que es Jesucristo, morador de nuestros templos, quien con su ejemplo mostró el verdadero significado de la lucha, la meta de la fuerza humana y la verdadera paz que todos hemos de buscar.

Encontramos pues, el enigma de la guerra. Ésta, a pesar de ser producto de la corrupción del hombre, es un medio para su santificación. Siendo a veces necesaria e inevitable, es un verdadero excitador de la acción virtuosa en el hombre. La lucha, que es una pena para la humanidad, es capaz de desvelar a la persona y llevarla hacia la virtud. El hombre cristiano, que busca con pasión la paz y huye del derramamiento de sangre, no puede rechazar la lucha que le impone su naturaleza y se tiene que servir de ella, como de toda catástrofe, para conseguir la beatitud.

El desorden de este mundo, que ha perdido la claridad de la ley de Dios, hace que el hombre, de tipo luchador y propenso a la beligerancia, no pueda ordenar su potencia y ésta se esparza bestialmente por el mundo.

El hombre es un soldado en esta tierra porque no se encuentra completo, más bien se halla bajo acción de la corrupción, y por lo tanto requiere de la fuerza, de esta violencia, para conseguir su finalidad. Y, aun así, cuando la concupiscencia se hace señora de su lucha, esta misma fuerza humana, que era medio de virtud, se convierte en la causa del espanto de la guerra.

«El gran principio cristiano de la sumisión de la carne al espíritu es el germen de la paz; el espíritu vivifica, y allá donde él falta, tiene que sobrevenir la muerte. En una época materialista no pueden faltar guerras, como en la carne desamparada del espíritu se haya  la lucha asquerosa de los gusanos para devorarla».


El cristiano ante la violencia se sobrecoge, porque el combate entre los hombres es el retumbo y la imagen ensangrentada del pecado que, como siempre, viciando la naturaleza humana y, en este caso, la herramienta de la lucha, causa la muerte; no solamente de la carne, sino del alma.

Pero el fiel piadoso, conocedor de todo el que hemos mencionado, no huye cobarde de la guerra. Se compadece de la calamidad que sus ojos ven y toma entonces las armas, si es necesario, para la defensa de los justos. Se sirve de la catástrofe, del mal que Dios permite en los tiempos difíciles del belicismo, para la santificación de sus hermanos y de su propia alma en la lucha de siempre, la lucha por la justicia, por la elección del bien frente el mal que misteriosamente nos encontramos en este mundo: única causa justa de toda lucha que el hombre mueve sobre la tierra.

Es resolución de esta lucha cristiana que el hombre, siendo justo, se eleva siguiendo los caminos del bien y encuentra entonces la perfección y el reposo de su alma. La paz entre los pueblos solo es posible si la mirada está puesta en Dios y esta vida está subordinada a la vida futura. Por eso dice el salmista, que la fidelidad germinará de la tierra y la justicia mirará desde el cielo y entonces, se abrazarán la justicia y la paz.

«Es necesario que vengan escándalos;
pero, ¡ay del hombre por quien viene el escándalo!»
Mateo, XVIII, 7



Pere Pau
Círcol Tradicionalista Ramon Parés y Vilasau (Barcelona)

dimecres, 20 de març del 2024

El fals dilema de la política catalana

 

Portada de la revista Hermano Lobo, núm. 169, 2 de agosto de 1975.



El fals dilema de la política catalana


«Secessionisme» i «constitucionalisme» no es contraposen, sinó que comparteixen uns mateixos principis filosòfic-polítics, hereus de la Revolució liberal.

 

A més, una altra opció és la que resulta necessària: la Tradició contrarevolucionària és l'única que permetrà preservar l'existència de les nostres nacions. «Catalunya, serà cristiana o no serà».




La política catalana confina als catalans dins del dilema de secessionistes contra constitucionalistes, i les pròximes eleccions autonòmiques avançades al 12 de maig (si Déu no hi posa remei) són bona prova d'això.

Tanmateix, aquest dilema resulta ser una fal·làcia, perquè es presenten dos punts de vista aparentment contraposats com les úniques opcions possibles. Però en realitat, ni aquestes opcions es contraposen, ni tampoc són les úniques possibles.

En conseqüència, aquell dilema resulta ser fals. Es tracta d'una típica fal·làcia de fals dilema, com ja ens té acostumats el règim liberal quan contraposa, per exemple: obrers contra patrons (lluita de classes), negres contra blancs (racisme), dones contra homes (feminisme), homosexuals contra heteros (LTBGI), esquerres contra dretes, etc., dilemes la superació dels quals solament es pot donar fora del marc mental liberal.


No es contraposen

En primer lloc, secessionisme i constitucionalisme no es contraposen. Tots dos comparteixen els mateixos principis moderns derivats de la Revolució Francesa, que van donar lloc al nou ordre revolucionari liberal, i que va trencar el vell ordre polític i social que s'organitzava segons la llei natural cristiana.

Així, el nou ordre liberal esdevé subjectivista (Luter); separa l'ètica de la moral (Maquiavel); es fonamenta a partir d'un imaginari contracte social (Rousseau); troba a l'autonomia de la voluntat com a única sobirana, i així el poder polític esdevé absolut —etimològicament, «sense límits»— (Bodino), resultant aliè a qualsevol limiti superior, igual o inferior (com el dret natural, el diví, el canònic, els furs, els gremis, les regions, els municipis, etc.) El professor Elías de Tejada ho explicava, amb més precisió, com les cinc ruptures de la Cristiandat perpetrades per la modernitat.

En efecte, els secessionistes desitgen establir una Constitució Catalana al Principat, amb els mateixos principis demo-liberals que fonamenten la Constitució espanyola de 1978. És a dir, amb els mateixos principis podrits que ens han portat a la crisi actual. Així, a tall d'exemple, els nacionalistes catalans són furibundament centralistes: busquen la uniformització de tot el Principat de Catalunya segons una mateixa manera de parlar (el barceloní de Pompeu Fabra), unes mateixes idees (les urbanites de Barcelona), i en definitiva un mateix tarannà (el de Barcelona).

Rafael Gambra, a la seva obra La Monarquía social y representativa, observa una cosa similar després de la Segona Guerra Mundial, quan el món es va dividir en dos blocs: capitalista i soviètic. Blocs que, encara que enfrontats, compartien els mateixos principis revolucionaris i coincidien en una mateixa renúncia de (o, fins i tot, atac contra) els principis cristians en l'ordre social, polític i jurídic.

Aquells principis compartits, defensats per blocs aparentment enfrontats, venen —en paraules de Rafael Gambra— d'un mateix «enemic molt antic»: l'esperit revolucionari de la modernitat, encarnat tant en el bloc soviètic com en el capitalista, tant en les dretes com en les esquerres. I, tornant a la política catalana actual, tant en el secessionisme com en el constitucionalisme.


No són exclusius

En segon lloc, secessionisme i constitucionalisme no són les úniques opcions possibles. Són opcions que perpetuaran el conflicte, però cap d'elles el resoldrà.

Perpetuaran el conflicte perquè, en el fons, es tracta de querelles intestines dins del mateix àmbit liberal, el qual necessita del conflicte com a motor de transformació i control social, de la mateixa forma que fa amb altres falsos dilemes liberals, com els ja citats anteriorment de la lluita de classes, feminisme, racisme, etc.

I és que l'origen remot del conflicte es troba, precisament, en la ruptura de l'ordre natural i cristià, perpetrada per la Revolució liberal.

José Miguel Gambra, a la seva visita a Barcelona a l'octubre de 2021, va proposar tornar als principis anteriors a la generació del conflicte, als principis anteriors a la Revolució liberal: és a dir, a la Tradició.

En conseqüència, per a solucionar aquest conflicte és necessari superar del marc liberal i tornar a la Tradició catalana.


La Tradició catalana com a superació del conflicte actual

Si el liberalisme és l’origen remot de la crisi actual, l’origen mediat el trobem en el Règim de 1978, com indicava Juan Manuel de Prada a Barcelona al febrer de 2022, doncs, en aplicació dels seus principis liberals, ha fet impossible l'encaix a Espanya de realitats nacionals històriques com Catalunya, ja que la Constitució de 1978 anteposa la democràcia a la Comunitat Política, i introdueix, finança i fomenta els enemics de la Comunitat Política, provocant la seva ruptura.

Així, la superació del conflicte català es troba a la Tradició catalana, la recuperació de la qual no és possible dins del Règim de 1978.

És necessari tornar al ésser constitutiu de les Espanyes. La unió dels pobles només pot ser brindada pel «fundent de la Fe» (Unamuno). Sense Fe, només hi queda la lliga aparent dels interessos.

Com va sentenciar el bisbe Torras i Bages, «Catalunya, serà cristiana o no serà».


Josep de Losports,
Círcol Tradicionalista Ramon Parés y Vilasau (Barcelona)


 

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El falso dilema de la política catalana



«Secesionismo» y «constitucionalismo» no se contraponen, sino que comparten unos mismos principios filosófico-políticos, herederos de la Revolución liberal. 

 

Además, otra opción es la que resulta necesaria: la Tradición contrarrevolucionaria es la única que permitirá preservar la existencia de nuestras naciones. «Cataluña, será cristiana o no será».




La política catalana encierra a los catalanes dentro del dilema de secesionistas contra constitucionalistas, y las próximas elecciones autonómicas adelantadas al 12 de mayo (si Dios no lo remedia) son buena prueba de ello.

Sin embargo, tal dilema resulta ser una falacia, pues se presentan dos puntos de vista aparentemente contrapuestos como las únicas opciones posibles. Pero en realidad, ni tales opciones se contraponen, ni tampoco son las únicas posibles.

En consecuencia, aquel dilema resulta ser falso. Se trata de una típica falacia de falso dilema, como ya nos tiene acostumbrados el régimen liberal cuando contrapone, por ejemplo: obreros contra patrones (lucha de clases), negros contra blancos (racismo), mujeres contra hombres (feminismo), homosexuales contra heteros (LTBGI), izquierdas contra derechas, etc., dilemas cuya superación solamente se puede dar fuera del marco mental liberal.


No se contraponen

En primer lugar, secesionismo y constitucionalismo no se contraponen. Ambos comparten los mismos principios modernos derivados de la Revolución Francesa, que dieron lugar al nuevo orden revolucionario liberal, y que rompió el viejo orden político y social que se organizaba según la ley natural cristiana.

Así, el nuevo orden liberal deviene subjetivista (Lutero); separa la ética de la moral (Maquiavelo); se fundamenta a partir de un imaginario contrato social (Rousseau); encuentra en la autonomía de la voluntad a la única soberana y así el poder político deviene absoluto —etimológicamente, «sin límites»— (Bodino), resultando ajeno a cualquier limite superior, igual o inferior (como el derecho natural, el divino, el canónico, los fueros, los gremios, las regiones, los municipios, etc.) El profesor Elías de Tejada lo explicaba, con mayor precisión, como las cinco rupturas de la Cristiandad perpetradas por la modernidad.

En efecto, los secesionistas desean establecer una Constitución Catalana en el Principado, con los mismos principios demo-liberales que fundamentan la Constitución española de 1978. Es decir, con los mismos principios podridos que nos han llevado a la crisis actual. Así, a modo de ejemplo, los nacionalistas catalanes son furibundamente centralistas: buscan la uniformización de todo el Principado de Cataluña según una misma forma de hablar (el barcelonés de Pompeu Fabra), unas mismas ideas (las urbanitas de Barcelona), y en definitiva una misma forma de ser (la de Barcelona).

Rafael Gambra, en su obra La Monarquía social y representativa, observa algo similar tras la Segunda Guerra Mundial, cuando el mundo se dividió en dos bloques: capitalista y soviético. Bloques que, aunque enfrentados, compartían los mismos principios revolucionarios y coincidían en una misma renuncia de (o, incluso, ataque contra) los principios cristianos en el orden social, político y jurídico.

Aquellos principios compartidos, defendidos por bloques aparentemente enfrentados, vienen —en palabras de Rafael Gambra— de un mismo «enemigo muy viejo»: el espíritu revolucionario de la modernidad, encarnado tanto en el bloque soviético como en el capitalista, tanto en las derechas como en las izquierdas. Y, volviendo a la política catalana, tanto en el secesionismo como en el constitucionalismo.


No son exclusivos

En segundo lugar, secesionismo y constitucionalismo no son las únicas opciones posibles. Son opciones que perpetuarán el conflicto, pero ninguna de ellas lo resolverá.

Perpetuarán el conflicto porque, en el fondo, se trata de querellas intestinas dentro del mismo ámbito liberal, el cual necesita del conflicto como motor de transformación y control social, de la misma forma que sucede en otros falsos dilemas liberales, como la lucha de clases, feminismo, racismo, etc..

Y es que el origen del conflicto se haya, precisamente, en la ruptura del orden natural y cristiano, perpetrada por la Revolución liberal.

José Miguel Gambra, en su visita a Barcelona en octubre de 2021, propuso volver a los principios anteriores a la generación del conflicto, a los principios anteriores a la Revolución liberal: es decir, a la Tradición.

En consecuencia, para solucionar este conflicto es necesario superar del marco liberal y volver a la Tradición catalana.


La Tradición catalana como superación del conflicto actual

Si el liberalismo es el origen remoto de la crisis actual, el origen mediato lo encontramos en el Régimen de 1978, como indicaba Juan Manuel de Prada en Barcelona en febrero de 2022, pues, en aplicación de sus principios liberales, ha hecho imposible el encaje en España de realidades nacionales históricas como Cataluña, ya que la Constitución de 1978 antepone la democracia a la Comunidad Política, e introduce, financia y fomenta a los enemigos de la Comunidad Política, provocando su ruptura.

Así, la superación del conflicto catalán está en la Tradición catalana, cuya recuperación no es posible dentro del Régimen de 1978.

Es necesario volver al ser constitutivo de las Españas. La unión de los pueblos sólo las puede brindar el «fundente de la Fe» (Unamuno). Sin Fe, solamente queda la liga aparente de los intereses.

Como sentenció el obispo Torras y Bages, «Cataluña, será cristiana o no será».



Josep de Losports,
Círcol Tradicionalista Ramon Parés y Vilasau (Barcelona)