dissabte, 1 de novembre del 2025

L’Hospitalet y Barcelona claman contra la inseguridad y la delincuencia

Cinco magrebíes apalizan a un turista para robarle el reloj, en la Rambla del Raval de Barcelona, en 2020.

 

L’Hospitalet y Barcelona claman contra la inseguridad y la delincuencia


La solución está en un cambio radical, en una restauración completa de los principios que antaño nos hicieron grandes


Barcelona (Agencia FARO).– Desde esta Cataluña tan gravemente herida por el nacionalismo y por la disolución social, llega un clamor que es síntoma de la agonía de un pueblo que ya no aguanta más. Las virtuosas y laboriosas gentes de L’Hospitalet de Llobregat y de seis barrios de la Ciudad Condal, hastiadas de la creciente inseguridad, de la impunidad del maleante y de la complicidad de un poder municipal vendido a nefastas ideologías disolventes, se manifestarán otra vez el próximo domingo 9 de noviembre, a las doce del mediodía, en la Plaza de Sant Jaume. El lema de la manifestación es claro y directo: «Unidos por la dignidad y la seguridad». 

No es una manifestación política al uso, promovida por los partidos del régimen liberal. Es el grito visceral del comerciante que ve cómo su negocio es saqueado; de la madre de familia que teme por la honra y la seguridad de sus hijos en calles convertidas en muladares; del ciudadano de orden que, abandonado por las autoridades, se siente desamparado en su propia tierra. Es, en definitiva, la consecuencia lógica de haber sustituido los sagrados principios de la Moral Pública, la Patria y el Orden, por la tiranía ideológica de lo «políticamente correcto» y el culto a un falso progreso que no es sino regreso a la barbarie.

Estas poblaciones, antaño plenas de vida comunal y sano orgullo patrio, son hoy pasto de la delincuencia, el trapicheo y la más baja escoria, ante la mirada indiferente –cuando no cómplice– de una partitocracia más preocupada en izar banderas ideológicas y en financiar espectáculos indecentes que en garantizar la seguridad de las personas y de los bienes.

Este justificado enojo popular pone de manifiesto la gran verdad que los Tradicionalistas venimos pregonando desde hace dos siglos: el sistema liberal, en todas sus facetas –ya sea la «monarquía» parlamentaria en Madrid o la república secesionista en Barcelona–, es intrínsecamente incapaz de gobernar. Ha quebrado la autoridad legítima, que no nace de las urnas corrompidas por la demagogia, sino de Dios y de los fueros tradicionales de los pueblos, para entregar las calles al desorden y a la peor morralla.

Mientras el Jefe del Estado con corona de juguete esquía en Baqueira y los políticos de turno se enfrascan en estériles debates (como el cambio de horario en invierno, etc.), el español de a pie, el que suda la gota gorda para llevar el pan a su casa, clama por un principio de autoridad que restaure el orden. Clama, sin saberlo, por lo que siempre representó la Bandera de la Tradición: de Cristo Rey, de la justicia social, del municipio regido por sus buenos usos y costumbres, y donde el malhechor sabe que encontrará un castigo ejemplar, no una palmada en la espalda.

Desde esta humilde tribuna, hacemos un llamamiento a esos hombres y mujeres de bien que se manifestarán el próximo domingo: no os conforméis con pedir migajas a los mismos que os han traído esta ruina. La solución no está en que este o aquel partido del Sistema prometa más policías. La solución está en un cambio radical, en una restauración completa de los principios que antaño nos hicieron grandes.  

Es hora de reclamar una autoridad que no tenga miedo a llamar al bien, bien, y al mal, mal. Es hora de exigir una Justicia veloz y severa. Es hora de recuperar nuestras calles, nuestras plazas y nuestras costumbres para la Civilización Cristiana. Sólo bajo el amparo de la Cruz y la espada de la Tradición, nuestros barrios dejarán de gemir por el yugo de la inseguridad y el desgobierno.

Agencia FARO / Círculo Tradicionalista de Barcelona Ramón Parés y Vilasau

 



 


dimecres, 29 d’octubre del 2025

De Babilonia a Roma (X): La senda ancha

Tiziano Vecellio di Gregorio (ca. 1520-1523): BACO Y ADRIANA, óleo sobre lienzo, 176,5 cm. x 191 cm., original de Venecia, actualmente en la National Gallery, Londres, Reino Unido.
 

De Babilonia a Roma (X): La senda ancha


En pleno siglo XXI hemos olvidado que la Verdad se encarnó en la persona de Jesús. Fin de la búsqueda.


En la entrega anterior te dejé en la encrucijada, justo en el momento en que mis pies empezaron a andar por la autopista hacia la perdición. Mis lecturas heterodoxas, poco a poco, me hicieron abandonar el camino angosto, la puerta estrecha. ¡Fíjate cómo es el Enemigo! Ni siquiera abandoné el nombre de Jesús, pero me alejé de Él a la velocidad con que mi razón menguaba ante mis emociones. La falsa espiritualidad de la New Age neognóstica, la vanagloria de una intuición vacía. Sin orden. Sin dirección. Sin Dios. Sin salvación, por lo tanto, ausencia de cielo e infierno. La Nada. Mi voluntad obedecía a una curiosidad desordenada, rasgaba los velos de la Verdad con uñas y dientes. Quería saber más, ser más sabia que Dios mismo. Era capaz de robar la luz al mismísimo Prometeo.

Y aquí empieza el viaje de la Nueva Era: la del hombre que se hace dios para abandonar al Dios que se hace hombre. Es un trayecto ascendente. Libros históricos de dudosas fuentes, el sincretismo avanza y el indiferentismo religioso se va apropiando del alma. Mi extravagante intuición, guiada por el Enemigo, me hacía creer que los libros aparecían en mi camino por arte de magia, todos ellos plagados de ideas gnósticas, rituales mistéricos, prostitución sagrada, el Santo Grial, María Magdalena y la nueva feminidad sagrada, Lilith y demás demonios. Magia, simple y llanamente. Y en esa amplitud y laxitud, todos y todo caben. Los nuevos hagiógrafos del Enemigo, para su mayor gloria.

Como era de prever, empezaron a aparecer nuevas cosmovisiones de la mano de religiosos cristianos afincados en India, como Tony de Mello o Paniker. ¿Quién puede dudar de la bondad de un religioso o teólogo cristiano? Cristianos que abanderan la unión y armonía entre Cristo y el panteón de dioses hindúes. ¿Y cómo no? El hinduismo y demás cosmovisiones exóticas y lejanas empiezan a desbancar la ortodoxia cristiana. Recuerdo que compré una colección de libros que me encantó, sobre todo tipo de espiritualidad: Tao, Zen, Bhagavad-gītā, budismo. ¡Qué exótico me parecía todo! ¡Cuán avanzada espiritualmente me sentía! Mi madurez intelectual progresaba entusiasta. Una falsa madurez espiritual se apoderaba de mí. La viva imagen de la oveja perdida que no es consciente de que lo está. Qué pringaos me parecían los católicos de toda la vida, qué poco se enteraban de lo que iba la cosa. No como yo, que recorría la autopista espiritual, independizándome cada día más del Dios antiguo y carca. Lejos iba quedando el olor a incienso y cera quemada, imágenes de santos y vírgenes trasnochadas. Y, sobre todo, la aberración de un Cristo derrotado en el madero. Menuda antigualla y estrepitoso fracaso. Que audaz y atrevida me sentía explorando nuevos mundos y universos espirituales. Cómo me divertía con cada nuevo descubrimiento, a cada uno más loco. Lo mezclaba todo, como un consumidor voraz de un buffet libre. Hacía combinaciones imposibles, desde ritos mistéricos de Eleusis, los Vedas, Arjuna y Krishna, Lilith, Beltane, Jesús y los pastores de Belén. ¿Cómo te quedas?

Un día, ante la mirada atónita de un amigo católico, proclamé: «¡Es maravilloso, todos los caminos conducen y guían a Dios!». Ahora me doy cuenta de la barbaridad que implicaba este decreto, que hizo las delicias del Enemigo. Jesús deja de ser el Hijo a través del cual se accede al Padre. En su lugar, me situaba yo, la creadora de la espiritualidad a la carta. ¡Di que sí! La ignorancia junto a la soberbia, se vuelve atrevida, sin sentido del pudor ni ridículo.

Quiero mencionar algo aquí. No hace tanto asistí a una jornada en el ISCREB, donde estoy estudiando Ciencias Religiosas, como ya te he comentado antes. Recuerda que es una institución católica. Cuál fue mi sorpresa cuando una de las conferenciantes era una monja que pertenecía a no sé qué selecto y ancestral linaje zen japonés, especialista en meditación zen. Su conferencia, lejos de hablar de la meditación católica, del misticismo o de la contemplación, ilustró sobre las bondades de la meditación zen y lo compatible que es con el cristianismo. Me horroricé. Flipé en colores. Una de mis primeras prácticas de la Nueva Era fue precisamente el zen. Una de las puertas de entrada a las prácticas new age, y que no tardaré en relatar. Por eso sé de qué hablo. «¿Cómo puede ser que en una institución católica se blanquee el zen? ¿No tiene el catolicismo suficientes místicos, santos, meditaciones, que hay que recurrir al zen japonés?  ¿No considera que es un peligro blanquear esta práctica teniendo en cuenta que nos estamos preparando para ser profesores de religión en secundaria?». Me revestí de valor y lo expuse al auditorio. La imagen de un desprevenido profesor de religión de instituto guiando meditaciones zen me parecía grotesca. La reprimenda que me gané fue de traca: que si era una ególatra, cerril de mente, reaccionaria, y demás epítetos. Así están las cosas. Santa Teresa de Jesús, San Juan de la Cruz se aparcan en el sótano de los trastos viejos para dar cabida a misticismos más exóticos. Hay que estar muy alerta. 

Cuántos catequistas y católicos de misa diaria conozco encantados con la meditación, el yoga, los mantras y demás cosas que te iré contando.

Retomo y concluyo: no todo libro que hable de espiritualidad nos pone en contacto con Dios. Te recuerdo que el Enemigo también es espiritual, y por más que se disfrace y se enmascare de ángel de luz o Maestro Ascendido, sigue siendo el Enemigo. Antagonista de Dios, que odia ferozmente a ti, a mí y a la humanidad entera. ¡Entérate! Un apunte: muchas de las cosmovisiones antiguas, ancestrales, que vienen de la India, Oriente Medio o lejano, tienen aspectos verdaderos. Los Vedas hindúes son preciosos y estoy segura de que remotos yoguis de los Himalayas buscaban la verdad, así como antiguos meditadores. Pero en pleno siglo XXI hemos olvidado que la Verdad se encarnó en la persona de Jesús. Fin de la búsqueda.

Grábate a fuego como trabaja el Enemigo, paciente, sutil, encuentra en cada uno de nosotros nuestra fisura, allí donde el alma está fragmentada, rota por heridas que todos, sin excepción, tenemos.

¿Cuál es la estrategia? Las propuestas espirituales del Enemigo te prometen el fin del sufrimiento, como si de un catálogo se tratara. Uno puede elegir exóticos y prometedores productos que garantizan que el sufrimiento desaparecerá. ¿Quién no quiere dejar de sufrir? En pocas palabras, todas las propuestas son salvíficas. Cada técnica ya sea el zen, reiki, constelaciones familiares o la PNL, son los nuevos mesías. La nueva soteriología de brilli brilli. Porque es tan brillante como el oro chapado. Fake.

El Dios verdadero se encarnó y sufrió, y venció el error, el pecado y la muerte. En ningún momento prometió el fin del sufrimiento; en todo caso, habló de cruz. Y con la cruz, su compañía. Él no abandona, ni ahora ni nunca. Él es tan grande, que se hace pequeño y sufre junto a nosotros, mientras nos tiende la mano. Ésta es una de las grandes diferencias entre el cristianismo y la Nueva Era: el primero nos dice que en el sufrimiento clamemos a Dios; la Nueva Era nos advierte que el sufrimiento es una anomalía. El cristianismo, de la mano de Jesús regala la vida eterna, el cielo. Es gracia. Y si no quieres, eres libre, también hay un espacio reservado a los que rechazan a Dios. ¡Faltaría más, que Dios obligara a un ser libre a permanecer junto a Él, si no quiere! La Nueva Era, descaradamente, promete el cielo en la tierra y te culpa de crear tu propio infierno, también terrenal. La Gracia desaparece para dar lugar a la voluntad humana.

Date cuenta del peligro que eso entraña: uno se vuelve el creador de una salvación y de un cielo inmanente, y de un infierno que puede desaparecer si consumes sus productos.

¿Recuerdas que te comenté que el gnosticismo subvierte el orden de las cosas?

En fin, te dejo meditando en eso, porque la Nueva Era genera nuevas biblias, credos, dogmas, todos ellos mesiánicos. Y aquí aparece la pregunta clave: ¿para qué se necesita a Jesús?

La Nueva Era propone un hombre capaz de salvarse a sí mismo, liberado de la esclavitud de un Dios patriarcal que oprime y esclaviza, de un Jesús que —total— es un maestro más, un perdedor clavado a una cruz.  A través de la Nueva Era, el gnosticismo se abre camino con nuevos nombres. El mismo perro, distintos collares. La razón se deconstruye, la emoción toma las riendas y el Enemigo cabalga desenfrenado en su carrera al abismo. Lo sabe. Es consciente de la derrota y no quiere perder solo. Quiere su séquito: las almas desprevenidas, bienintencionadas, heridas, ignorantes, ingenuas —que no inocentes— son presa fácil. Son depredadas por una inteligencia psicótica, malvada, inmisericorde, que si es necesario se disfraza del mismísimo Jesús para atraerte a su terreno.

Un páramo. Un erial donde nada crece y todo muere. Sólo el desolador espacio para el patético trono del hombre que se hace dios. Nada más. Nada. La Nada.

Andar por la senda ancha, cómoda, donde la validación y el reconocimiento están garantizados, donde el mundo te aplaude, no es para nada el camino. La senda estrecha no garantiza el aplauso ni los golpecitos en la espalda. Todo lo contrario: se recorre en soledad, sin pompa ni oro. Con miradas de incomprensión, rechazo, persecución. Este es el camino. El que yo, poco a poco, abandoné para recorrer mi senda particular, mi credo volátil de mis nuevos dioses —o mejor dicho, diosas. O todavía mejor dicho, yo misma era la diosa. Me creía original, y no era más que una marioneta de un ser que movía los hilos a su antojo. Triste figura la mía.

En fin, ¿qué más puedo decir? Me siento un poco lerda escribiendo sobre todo esto.

Afortunadamente, la semilla del bautismo y los sacramentos brillaban con fuerza. El sello me protegía. Mi Dios, el qué en el fondo, debajo de tanto delirio, subyacía, era mi faro. Aunque yo no me enteraba de nada. Es curioso: yo seguía al Dios cristiano, en realidad, pensando que se encontraba en medio de tanta tontería. Ésta es la paradoja. Y también la garantía: que, a pesar de que los caminos se vuelvan laberínticos, Dios sigue al mando.

Ésta es la grandeza de la libertad. Deja que nos alejemos de Él, pero no nos pierde de vista, como tampoco lo hacía yo con mis hijos pequeños. Nos sigue con la mirada atenta. Nos deja hacer. En mi caso, era necesario perderme, alejarme, buscar por mi cuenta, experimentar en mi propia piel el absurdo de la sinrazón.

En realidad, estoy muy agradecida a Dios por su cuidado, su dejarme a mi aire respetuoso y por tirarme de los pelos cuando fue el momento de hacerlo. Ni antes ni después. El creador del tiempo controla los tempos. Los de cada oveja perdida.

Recuerda, para terminar esta entrega: no hay salvación sin Jesús ni redención sin cruz. Ahí donde la cruz esté ausente, el Enemigo te ronda.

Eulàlia Casas
, Círculo Tradicionalista de Barcelona Ramón Parés y Vilasau

dissabte, 25 d’octubre del 2025

Las misiones catalanas, peripecias de una profesora de religión (III): La religión y el «momento palomitas»

Murillo, Bartolomé Esteban (ca. 1680): La Asunción de la Virgen María. Óleo sobre tela, 195 cm x 145 cm. Museo del Hermitage, San Petersburgo, Rusia.
 


Las misiones catalanas, peripecias de una profesora de religión (III): La religión y el «momento palomitas»


Sacar los crucifijos de los espacios públicos tiene consecuencias: desaparecen el principio de autoridad, el respeto, la virtud, la cultura, la tradición, el sentido de la historia, el arte, la música, el alma, el corazón y la razón. Ese gesto que parecía tan «maduro y liberador», ha traído la infantilización de la sociedad y su encierro.

 

Aquí tenéis la solución, distinguidos colegas del claustro del Instituto, pero no os la digo. Porque entre otras cosas, tampoco la queréis escuchar. Y, entre otras cosas, dudo que la entendáis.



Hacía muchísimo tiempo que no iba al cine, y cuál fue mi sorpresa al comprobar las novedades. No de las películas, sino las de las salas. Recuerdo de pequeña: eran enormes, con platea y gallinero, sillas plegables más o menos cómodas. Había montones de gente que iba al cine; claro que, en aquella época, había poca oferta en la tele. Primer canal, UHF y a correr. Ahora, las salas de los cines se han convertido en una suerte de salón privado, con unos sillones que ya me gustaría tener en el mío. Llegas, te sientas, le das al botón y se levanta la plataforma de los pies y se reclina el respaldo. Y así, todo espachurrado, te entregas a las imágenes que se proyectan en la pantalla. Com a casa el sogre, como decimos los catalanes.

¿En qué momento se puso de moda comer enormes cajas de palomitas? Crec, crec, crec… ssshhh, sorbo de Coca-Cola con mucho hielo, crec, crec, crec. Ésta es la nueva banda sonora en los nuevos salones de cine. Yo ni bebo ni como, ciertos alimentos me sientan mal. El olor a palomitas, de alguna forma, está muy asociado al cine.

Cuando la película termina, se baja el telón, Fin, The End. Pa’ casa. Ponerse en posición humana, erguida y digna después de hora y media de desparrame, tiene su qué.

¿Por qué te describo esta escena? ¿A cuento de qué viene lo del cine y las palomitas? Voy. Te comenté que el primer día como profesora de religión, lo viví todo como un archivo zip comprimido. Todo se dio ese primer día. Poco a poco se va desplegando, tal como percibí los primeros instantes en el umbral de la puerta del instituto.

No hay que tener ni una inteligencia muy viva, ni una sensibilidad muy fina para darse cuenta de que el mundo anda un poco alborotado, raro, feo, catastrófico, terrorífico, irracional, ilógico. En fin, un desastre. No hay maquillaje que arregle el desaguisado, me sabe mal. Hay momentos en los que el peso de la realidad me abruma, entristece y enfada a partes iguales. A veces todo a la vez; otras, en secuencias. Si no fuera por la fe, la esperanza y la oración… Y aquí tiene sentido lo de las palomitas, el sillón y la pantalla. Vaya la fe por delante, claro. Los que tenemos, no la suerte, sino el don, y otros el empeño de ser cristianos, sabemos que vivimos tiempos proféticos, anunciados abiertamente en las Escrituras, apocalípticos. El velo se aparta y la realidad de Dios se muestra. El trigo y la cizaña son cada vez más fácil de distinguir. De no ser por este conocimiento, vivir lo que nos toca vivir, una de dos: o te enloquece y polariza, o insensibiliza y anestesia.

La otra vía es la del cristiano: «ah sí, eso ya lo profetizó Jesús… Daniel… Apocalipsis…» De esta forma, la cruda realidad es dura, compleja pero no podemos decir que no estábamos avisados. Y eso tranquiliza. No es lo mismo vivir en la esperanza que desesperado.

Y en momentos escatológicos, que se suceden constantemente en los institutos, me viene la escena de las palomitas. Allí donde la masa vocifera, se pelea, golpea y, en el peor de los casos, asesina, los cristianos, tranquilamente, nos sentamos, palomitas en mano, a observar la película, sabiendo que el final no sólo se acerca, sino que ganan los buenos. La actitud y postura no es el espachurre, sino que conviene hincar rodilla, dejar las palomitas y rezar.

Hay momentos, de todos modos, que yo los llamo «momento palomitas». Es la estrategia que se me ha ocurrido para no terminar mal de la cabeza, ser demasiado borde o incisiva, señalar constantemente el error o ser vista como la repelente niña Vicente o una soberbia.

El «momento palomitas» me resulta útil. Me visualizo ligeramente espachurrada en el sillón, comiendo palomitas, mientras miro una escena (luego te cuento cuál en concreto), y verme así me permite estar en silencio, no meter baza. ¿Para qué? Quien no está dispuesto a escuchar más que a sí mismo, todo lo que pueda añadir yo sobre la fe, la esperanza y el amor, se queda en perlas desparramadas entre el fango de una piara.

Llegará el esperado final, y puede que, al bajar el telón, the end, no haga falta explicación alguna por mi parte. Dios siempre tiene la última palabra.

Concreto un poco más.

Si no llega a ser por la «estrategia palomitas», en estos momentos estaría de baja por depresión, o trabajando en algún Clarel o cualquier trabajo digno que no requiera estar en guardia, defenderse y pedir perdón por existir y creer en Dios. Que manía poner en duda constantemente la religión. Es muy cansino. El desprecio, animadversión, prejuicios hacia la religión en la escuela, institutos y esfera pública en general solo puede ser justificada por… ya sabemos quién. Y ése, precisamente es quién pretende que abandonemos, nos rindamos y dejemos hablar de Dios a los ofendiditos y demás pieles finas que se llenan de urticaria cuando escuchan el nombre de Jesús o la Virgen. Eso es día sí y día también en los Institutos donde trabajo. «¡Cada cual a rezar en su casa!» Pues no cuenten conmigo, que yo me pillo mis palomitas y miro, observo y me doy cuenta del terrible diagnóstico, el fatal pronóstico y sobre todo, la causa, que es sólo una, y tú querido lector, si eres cristiano, ya sabes cuál es.

Los institutos públicos dan miedito, a veces me da la sensación de que soy actriz secundaria de una peli francesa de escuelas de extrarradio. Podrá contar tantas cosas, pero ahora no. Quizá otro día. No quiero ponerte triste.

Esta mañana, sin ir más lejos, una profesora nueva, lloraba en el despacho. ¡A las nueve de la mañana! ¡Un lunes! ¡La segunda semana de curso! ¡Menudo éxito! Los profesores, se tiran de los pelos y se rasgan las vestiduras: «¿adónde iremos a parar?, vamos de mal en peor, esto es insoportable, los chavales están cada vez peor, académicamente van caminito al abismo…» Y yo, me pillo mis palomitas y hago afirmaciones con mi cabeza y actitud circunspecta: «sí… ¿adónde vamos a ir a parar?» Y sigo con mis palomitas, sin nada más que añadir. ¡Las perlas, para quien las quiera! Cualquiera abre el melón de: «vamos a ver, ¿a quién le pareció buena idea desacralizarlo y secularizarlo todo?»

El laicismo salvaje no es propio de mentes preclaras, clarividentes y lúcidas. Sacar a Dios del escenario, quitar los crucifijos con la furia de quien espanta una avispa, tiene sus consecuencias. ¡Vamos, si las tiene!

La crisis de autoridad, amigos y distinguidos colegas, no surge de la nada. Los pobres chavales son víctimas de estos experimentos diabólicos: confunden sus deseos por derechos y estos, por privilegios y su bendito ombligo ocupa el espacio reservado al bien común. La vida según San Yo. ¿Acaso es buena, amable, sostenible? Que no. Que sacar a Dios del espacio público, de los corazones y mentes de las personas, conduce al caos, delirio, sinsentido, desorden y a todo lo que os hace tiraros de los pelos, desesperados, creando normas, sanciones, expulsiones que —lo siento— ni la Iglesia fue tan punitiva como vosotros.

Ay, ay, ay…

En lugar de decir esto y mucho más, me callo, sigo tranquilamente comiendo mis palomitas y pongo cara de: «¿adónde iremos a parar?» Ser dueña de mis silencios, son pequeñas batallas ganadas a la Verdad. Qué importa si me ven como la pringada de religión, la tontita. Yo sigo comiendo palomitas crec, crec, crec…

 

Gaudí, Antoni: Interior de la Sagrada Familia de Barcelona.


El miércoles pasado, el «momento palomitas» fue de traca, y lo recuerdo con tristeza. Estábamos los sesudos profesores del departamento de Sociales haciendo una de tantas reuniones que se solucionarían con un simple correo electrónico. El pobre profesor de Historia del Arte, compungido, se lamentaba de que no hay alumnos para su asignatura. El director ya le ha dicho que este curso la salvarán como puedan, pero que miremos de tomar medidas desde primero de la ESO para que las criaturas adictas a Tik Tok, la velocidad y las pantallas se entusiasmen de alguna forma con el arte. Ni que sea un poco. Y el manga japonés no cuenta como arte, ni mucho menos el reggaetón.

Yo, palomitas en mano, observaba a mis sesudos y bienintencionados colegas. Pensaba: «Ay, alma de cántaro, ¿qué propósito tiene el arte? ¿No es acaso la más sublime expresión del alma humana para representar lo divino? Para guiarnos al misterio, lo sagrado, al asombro, “terribilis locus iste"... para eso se creó el arte. Y sin Eso, el arte no es arte, sino consumo, propaganda, fealdad.»

Allí donde no hay Dios, ¿qué necesidad hay de evocar un misterio que no existe?

«¿Por qué, dime tú, amable profesor de Historia del Arte? ¿Cuál es el temario? ¿El contenido de la materia? Iglesias románicas, campanarios, ábsides, colosales catedrales góticas, el Pantocrátor, la Pietà, la Capilla Sixtina, las Vírgenes de Murillo, la Sagrada Familia…» La lista no tiene fin. Y todo este arte ¿de quién habla?

Y sí, ahora os pirran Frida Kahlo o el Guernica. Poco más.

Dios ya no está, ni se le espera, salvo molestos profesores de religión que, como un grano en el culo, seguimos inasequibles al desaliento para que los chavales encuentren el sentido a sus vidas, para que abran sus corazones a algo más profundo que Instagram, selfies, futbolistas o influencers.

¿Qué influencer más grande ha existido que Jesús? Solo, sin redes, doce apóstoles, uno de ellos traidor, golpeado, asesinado, humillado en una cruz. Muerto y resucitado, venciendo la muerte, dejando la tumba eternamente vacía. ¡Sólo una tumba vacía en el mundo! ¿Dime tú? ¿Acaso tal prodigio no es merecedor del más sublime arte?

Aquí tenéis la solución, distinguidos colegas, pero no os la digo. Porque entre otras cosas, tampoco la queréis escuchar. Y, entre otras cosas, dudo que la entendáis. No sólo leo vuestros pensamientos, sino escucho vuestros «no sé qué pinta la religión en el instituto».  Y además, ahora tengo la boca llena de palomitas y me enseñaron que hablar con la boca llena es de mala educación.

Evoco la escena con tristeza, la misma que vi en los ojos del bienintencionado profesor de historia del arte. Ven el diagnóstico, pero no quieren saber la causa ni el pronóstico. Tronos a las causas y cadalsos a las consecuencias. No es mío, pero encaja y no lo podía expresar mejor.

Sacar los crucifijos de los espacios públicos tiene consecuencias. No es un acto neutro, sino elocuente. Temerario, negligente, estúpido. A la vista está, o al menos lo estará para quien ahora no quiere ver, ni mirar.

Con el crucifijo, desaparecen tantas otras cosas: como el principio de autoridad, el respeto, la virtud, la cultura, la tradición, el sentido de la historia, el arte, la música, el alma, el corazón y la razón. Ese gesto que parecía tan maduro, liberador, ha traído la infantilización de la sociedad y su encierro.

Y sigo con mis palomitas, y de vez en cuando elevo al Cielo un Padre Nuestro silencioso o un Ave María desesperado, para que la desesperanza se vaya.

Ya sé el final: el velo se retira, la escena se revela. El The End es glorioso. Ganan los buenos. Confío que a estas alturas no tenga un empacho de palomitas.

Eulàlia Casas, Círculo Tradicionalista de Barcelona Ramón Parés y Vilasau

 

Palomitas.

 

divendres, 24 d’octubre del 2025

Crónica de la exposición de Marcelo Gullo en las Reales Atarazanas de Barcelona, sobre Lepanto


 

Crónica de la exposición de Marcelo Gullo en las Reales Atarazanas de Barcelona, sobre Lepanto


Ayer, como hoy, la victoria final no depende del número, sino del coraje, la unidad y la entrega a la Providencia Divina: en definitiva, de nuestra Fe vivida íntegramente

 

Cuando las Españas se ponen de pie ante las amenazas y de rodillas ante Dios, los enemigos no pasan



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En la nota informativa publicada el pasado domingo 19 de octubre en «La Esperanza», se anunciaba la próxima entrega de una Crónica sobre la exposición del profesor Marcelo Gullo del día anterior, en Barcelona. Damos cumplimiento a aquel anuncio con el texto que humildemente ofrecemos a continuación:


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Déu-vós-guard!

Desde las venerables piedras de las Reales Atarazanas de Barcelona, donde antaño se forjaron las naves que surcaron los mares que llevaron la Cruz y la Hispanidad a los confines del orbe, nos llega un eco de esperanza en estos tiempos de desvarío.

El sábado 18 de octubre de 2025, ante un auditorio repleto de fieles —«no cabe un alfiler», en palabras del orador—, el profesor Marcelo Gullo Omodeo dictó una conferencia magistral en presentación de su libro «Lepanto: cuando España salvó a Europa».  La concurrencia fue tan elevada, que muchos debieron permanecer de pie o sentados en el suelo, hambrientos de Verdad.

Con la vehemencia de quien predica un dogma vital y la clarividencia del historiador que desentraña los hilos ocultos de la Providencia, el profesor Gullo comenzó confesándose «profundamente emocionado» por aquel multitudinario acto de afirmación hispánica. «Son ustedes, con su presencia, lo que me da fuerza para seguir», afirmó, estableciendo desde el inicio una comunión de espíritu con los asistentes. 

 


 


La Hispanidad: una realidad viva


El profesor Gullo recordó sus tiempos de juventud, estudio y trabajo en Argentina. Y cómo percibió la realidad hispánica cuando, de joven, fue a estudiar a la Escuela Diplomática de Madrid, donde compartió vivencias con otros alumnos de Nicaragua, El Salvador, Cuba, República Dominicana, Colombia, Argentina, Venezuela, Perú... y por supuesto de España.

Fue «la primera vez que salía de Argentina para estudiar en España cuando tuve la primera percepción, ya no teórica, sino vivencial, de la Hispanidad». Y bromeó: «Porque una cosa es estudiar, entender en teoría las cosas, y otra es estar ahí. Yo miro a un colombiano, a un venezolano, a un español y con solo guiñarle un ojo ya sabe, ya entiende qué es lo que yo le quiero decir... Y a los alemanes, les puedo guiñar el ojo y al año siguiente...»

Y en aquella primera estancia española, en 1989, Gullo ya percibió la crisis espiritual que sufría (y sufre) España: «las cosas en España andaban mal; España estaba en un Titanic: seguían distribuyéndose el caviar, el champán, el jamón, pero no se daban cuenta que alguien había hecho un agujerito en el fondo del barco. Ya no se reivindicaba la obra de España en América, se inventaba el encuentro, ¿qué encuentro? ¡Hubo descubrimiento!». Era (y es) políticamente incorrecto hablar de descubrimiento.

La Historia, antídoto contra el veneno


Con la pedagogía del verdadero maestro, Gullo desgranó la íntima relación entre la falsificación histórica y la mala política. «El origen de la mala política siempre es la falsa historia», sentenció, ilustrándolo con una potente metáfora médica: Imaginen que voy al médico, a un mal médico que receta medicamentos equivocados y tratamientos contraproducentes, y a causa de ello sus pacientes fallecen… «Como yo desconozco este hecho, esta historia, estoy condenado a repetirla». Fue esta convicción la que lo llevó a escribir Madre Patria para desmontar la leyenda negra, y ahora Lepanto, cuando España salvó a Europa, para recordar una gesta que el progresismo intenta minimizar como «una batalla inútil que no sirvió para nada».

De Covadonga a Lepanto: la cruzada eterna


El conferenciante trazó con mano firme el hilo conductor que une la resistencia de Covadonga con el triunfo en Lepanto. «En Covadonga, los cristianos deciden ese día que ellos no se van a someter al imperialismo islámico. Y que se van a jugar la vida en esa batalla. Punto». Subrayó que lo crucial no fue el número, sino la determinación de un pueblo que, «cuando se pone de pie y tiene determinación, y se pone de rodillas delante de Dios… [los enemigos] no pasan».

Al describir el contexto de Lepanto, Gullo pintó un cuadro dramático de la España de Felipe II, acosada no sólo por el poderío otomano y la quinta columna morisca en el interior de la Península, sino también por la traición de Francia —«la concubina del sultán»— que preparaba «una puñalada por la espalda» a España si la Cristiandad perdía la batalla de Lepanto.

En ese momento crítico, emerge la figura de Don Juan de Austria, «un verdadero hispano», porque «ser un verdadero español consiste en saber vivir practicando el bien, tender al Bien Común... Y cuando no se puede vivir practicando el bien, un verdadero español sabe morir con dignidad».

Gullo recordó que en aquel momento el poderío otomano parecía imparable. Pocas décadas atrás, habían conquistado Constantinopla («la segunda Roma») para el Islam, y habían liquidado así al cristiano Imperio Bizantino, de 1.000 años de antigüedad. Los otomanos habían tomado inercia y amenazaban con engullir Roma, Viena y Europa entera. «El Sultán sueña, promete y jura convertir la Basílica de San Pedro de Roma en una mezquita», como ya hicieran con Santa Sofía de Constantinopla sus antecesores pocas décadas atrás.

El milagro de la Fe y el viento que cambia


La narración de la batalla de 1571 alcanzó su clímax al relatar cómo Don Juan, contra todo consejo prudente, se lanzó al combate confiando en la promesa de victoria que la Virgen María había hecho al Papa San Pío V.  

El viento era adverso y el número de soldados cristianos, inferior. La prudencia aconsejaba retirarse, y así se lo propuso un sacerdote a Don Juan quien, como buen hispano, le respondió: «Monseñor, hoy de aquí no se va nadie. Hoy aquí morimos todos. Si Dios quiere, nos dará la victoria. Y si no, hoy aquí morimos todos».

Y entonces, cuando todo parecía perdido, ocurrió el prodigio en Lepanto: «De repente, el viento cambió». Y ese cambio inesperado propició que los veleros cristianos se precipitaran sobre la flota otomana, liquidándola.

El profesor extrajo de este hecho una lección profética para la España de hoy: «Vendrán tiempos muy malos para España, donde el viento de la historia parecerá que sopla en contra de nosotros… Y sin embargo tenemos una promesa siempre. Y el viento en algún momento cambiará y soplará de vuelta a favor de la flota cristiana, a favor de España».

Y es que fue la Fe lo que dio la victoria a nuestros soldados en Lepanto. El rezo del Rosario y los sacramentos lograron transformar a una tripulación de «delincuentes» y «malvivientes», en «hombres de Fe». «Hasta había 700 protestantes que estaban ahí… y también se bautizan, confiesan, comulgan». Ahí tenemos las armas para hoy día, también.

Lepanto: la batalla inacabada


Marcelo Gullo concluyó su disertación advirtiendo que, para el islam, Lepanto es una «batalla inacabada», cuyo último capítulo se está escribiendo hoy con la actual «invasión silenciosa». Frente a este desafío, la respuesta, según Gullo, no será sólo con las armas, pues «las armas no bastarán, sino con vuestra Fe vivida íntegramente».

Al final, entre aplausos que resonaron en las mismas piedras que vieron partir a los tercios, el profesor Gullo selló su exposición con un llamado a la Fe y a la acción, recordando que, como en 1571, la victoria final no depende del número, sino del coraje, la unidad y la entrega a la Providencia Divina.

¡Viva Cristo Rey!

Círculo Tradicionalista de Barcelona Ramón Parés y Vilasau

 




 

dijous, 23 d’octubre del 2025

Reportaje fotográfico de la presentación del libro LEPANTO, de Marcelo Guillo, en las Reales Atarazanas de Barcelona, el pasado 18 de octubre


Reportaje fotográfico de la presentación del libro LEPANTO, de Marcelo Gullo, en las Reales Atarazanas de Barcelona, el pasado 18 de octubre


Como complemento a la nota informativa de Agencia Faro publicada el pasado domingo en La Esperanza y a la presentación del Dr. D. Andrés Gambra publicada el mismo día, presentamos a continuación un reportaje fotográfico de la sesión de D. Marcelo Gullo, en las Reales Atarazanas de Barcelona, del pasado sábado 18 de octubre, con objeto de presentar su libro Lepanto: cuando España salvó a Europa.

Mañana viernes, una Crónica completa de la exposición de D. Marcelo Gullo se publicará en La Esperanza. Y la próxima semana, D.m., varios videos en en canal de youtube del Círculo Barcelona (@carlismobarcelona).