
Caravaggio (atribución): «Maria Maddalena in estasi», 1606, óleo sobre lienzo, 106,5 x 91 cm., Colección privada y anónima representada por el marchante francés Eric Turquin.
Caravaggio (atribución): «Maria Maddalena in estasi», 1606, óleo sobre lienzo, 106,5 x 91 cm., Colección privada y anónima representada por el marchante francés Eric Turquin. |
De Babilonia a Roma (IX): Los jesuses
La literatura heterodoxa ofrece muchos «Jesuses», como en un bufé libre. Falsificaciones, copias, réplicas… todas ellas muy ordinarias, burdas, groseras y ridículas
En la entrega anterior, te hablé de cómo me fui alejando de Dios, paradójicamente, leyendo libros cristianos. De cómo el Jesús de los evangelios canónicos va mutando en otro Jesús, muy distinto. Un Jesús muy poco católico, sino muy exclusivo, elitista, que te hace sentir especial, pero no desde el amor, sino desde la vanidad. El orgullo y la soberbia van creciendo y ocupando espacio. Una falsa humildad disfraza una espiritualidad que nada tiene que ver con el cristianismo. La curiosidad fue un motor, como ya te dije, la herida, la desolación, el desconsuelo, el mejor campo para que las semillas del error, germinaran como abundante primavera. ¿Quién iba a pensar que me dirigía al peor de los inviernos?
Y aquí te quiero llevar: al pasado, y lamentablemente, al presente. Los textos gnósticos, heterodoxos, mistéricos, raros y frikis ocultan a Jesús, el Dios hecho hombre que murió en la cruz y resucitó para la salvación de mi alma, la tuya y de aquel capaz de hincar rodilla y confesar que Jesús es su redentor. Este Jesús desaparece. Recuerda: salvarse es de pringados. La literatura heterodoxa ofrece muchos «Jesuses», como en un bufé libre. Falsificaciones, copias, réplicas… todas ellas muy ordinarias, burdas, groseras y ridículas. Pero se imponen conforme la soberbia espiritual gana terreno a la cordura, el sentido común y la humildad. El Enemigo no sólo destruye, sino que deconstruye la mente, la razón, para arrebatar las almas. Te vuelve irracional. Te aleja del Logos, de Jesús, te emancipa, te hace progresar en una carrera donde cada paso hacia adelante, en realidad, te hunde un poco más. Hacia abajo. Sin que te des cuenta. Y recuerda, Jesús, no es otro que el Logos, la razón. La razón que desvela la Verdad. Fuera del Él, solo el páramo estéril.
Empecé pues, a escoger libros, no por un discernimiento, sino por una intuición emocional que me hacía sentir la elegida de los dioses. Los libros que me escogen a mí, es mágico, me decía a mí misma, entre alucinada y agradecida. La elección no lo era tanto por aquello que necesitaba, sino por lo que me hacía sentir, vibrar. Como ya te dije, empecé a confundir fe, por una emoción de fe, un sentimiento agradable, placentero. Si era desagradable, es que no era de Dios. El Enemigo, como no paro de decir, lo pone todo patas arriba. La conexión espiritual, como has podido imaginar, venía del Enemigo. Él lo que quiere es hacerte sentir importante, no como Dios, que te hace sentir amada; y quien ama, corrige. El Enemigo no te corrige: da alas a tus impulsos, apetencias, caprichos y deseos.
Ya te comenté que te vas desvinculando de la razón, de la fe, de modo que me iba volviendo más y más irracional, a pesar de que me sentía intelectualmente muy conectada y evolucionada. Qué privilegiada soy de poder acceder a todo este conocimiento reservado a los Vips espirituales. El Enemigo hace esto: engañar, falsear, embaucar, decirte sí a todo. De momento, claro. El precio a pagar viene después, con intereses. Pero eso, se lo calla.
Uno de los libros que me dejó KO , un antes y un después, fue El Enigma Sagrado. No se te ocurra leerlo. Me enfermó literalmente, y a la vez, me tenía enganchada como una droga dura. El Enemigo te esclaviza, mientras Dios te libera. Recuerdo que se lo comenté a un amigo de la parroquia: «Este libro me está inquietando demasiado, pero no puedo parar de leer». ¿Te suena El Código Da Vinci? Es un libro de niños comparado con El Enigma Sagrado, que te sumerge en una historia de ciencia ficción, a pesar de venderse como una rigurosa investigación, seria y académica. Mientras compartía eso con mi amigo, a la vez me sentía por encima de él, porque el pobre no tenía acceso a ese conocimiento, que, a pesar de perturbarme, me hacía sentir que yo era más. ¿Más que qué?
El Enigma Sagrado fue el principio de mi fascinación por la ciencia ficción cristiana: la dinastía de los merovingios, María Magdalena y la supuesta boda con Jesús, el Santo Grial, la falsa crucifixión… Descubrir todo aquello que «nos habían ocultado en las escrituras». ¿Quién? Uno entra en ese tipo de investigaciones detectivescas y pueriles. Emocionales. En fin, un católico con formación lo hubiera tirado a la hoguera con solo leer el título. Yo no. Fue un punto de inflexión, lo sé. A partir de esta lectura, fue un no parar. Me apasionaba y fascinaba María Magdalena, su pretendida boda con Jesús, amantes alquímicos, su hija, el exilio a la Provenza, y de ahí, suma y sigue con todo. ¿Qué nos han ocultado para mantenernos medio ignorantes y alelados? Me preguntaba. Y los libros seguían escogiéndome, como por arte de magia. ¿Y quién es el mago? El Enemigo, rey de la magia, superstición, supercherías. El rey de la mentira. En cambio, con Dios, la magia se acaba, las tinieblas se disipan y la Verdad brilla. Yo seguí en la oscuridad por unos años más, sintiéndome la portadora de la luz y la verdad, mientras el Enemigo se frotaba las manos y se tronchaba de la risa.
Ahora sé que toda esta literatura gnóstica es obra del Enemigo. Es luciferina, subvierte todo, arrincona a Dios y endiosa el conocimiento. Así empecé yo, a salvarme a mí misma con todo tipo de palabrería, fantasías, ensoñaciones, visiones… y mi espiritualidad fue tomando unas dimensiones de lo más extravagantes. Al Enemigo no le gusta lo sencillo, se pirra por la sofisticación.
Poco a poco, el sincretismo se fue apoderando de mi mente, que —como ves— se entretenía en crear nuevos evangelios a mi imagen y semejanza. Y siempre de la mano de Jesús. El Enemigo es el rey del disfraz, y no podía entrar en mí sino a través de Cristo. Tiene guasa la cosa.
Y aquí es donde enlazo con el presente.
No sé si te he comentado que estoy estudiando Ciencias Religiosas en el Instituto de Ciencias Religiosas de Barcelona (ISCREB), dependiente del Arzobispado. Por lo que más quieras, nunca te matricules en este lugar, si valoras tu Fe, ¡aléjate de allí! A pesar de que pertenece a la Iglesia y tiene la aprobación del Vaticano, su material me recuerda demasiado a mis tiempos de cristianismo heterodoxo, por el que me perdí. Les encanta hablar de nuevos planteamientos innovadores, como si Dios no fuera una novedad en sí mismo. Tienen la manía de presentar un Jesús histórico que, de una forma sutil pero muy peligrosa, arrincona al Jesús de los evangelios. Y lo que realmente me maravilla es que ningún alumno que se dice cristiano se percata del sutil engaño. Todos parecen encantados con los modernos planteamientos. Los jesuses, las investigaciones raras, hipótesis delirantes y un despliegue de novedad y modernez de lo más peligrosa. Así funciona el Enemigo: encendiendo la llama de la vanidad intelectual, buscando la última moda espiritual y progreso. Lo preconciliar es de rancios y carcas, ¡hay que ponerse al día! Y con eso consigue su objetivo: cortar con la tradición, desvincularte de las raíces, desconectar presente de pasado y proyectarte al futuro. ¿Y dónde, sino en el pasado —mejor dicho, en el origen— se encuentra nuestro paraíso?
Lo dejo aquí. Me duele recordar estos momentos en los que me embriagaba con todo tipo de teorías, fantasías, chorradas que deberían sonrojar, no solo a un cristiano, sino a cualquiera con un mínimo de sentido común y del ridículo. Me enfurece vivirlo de nuevo en una universidad que se autodefine católica. Me frustra que se castigue a quien quiera enraizarse en la tradición y el magisterio de la Iglesia. Nunca hubiera pensado que iba a entender que la Iglesia, aun con sus sombras, es una madre que cuida, protege y ama. De ahí el inconmensurable valor de su magisterio. Por más incómodo que a veces pueda resultar, salva, protege, por amor.
Eulàlia Casas, Círculo Tradicionalista de Barcelona Ramón Parés y Vilasau
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