
Tiziano Vecellio di Gregorio (ca. 1520-1523): BACO Y ADRIANA, óleo sobre lienzo, 176,5 cm. x 191 cm., original de Venecia, actualmente en la National Gallery, Londres, Reino Unido.
De Babilonia a Roma (X): La senda ancha
En pleno siglo XXI hemos olvidado que la Verdad se encarnó en la persona de Jesús. Fin de la búsqueda.
En la entrega anterior te dejé en la encrucijada, justo en el momento en que mis pies empezaron a andar por la autopista hacia la perdición. Mis lecturas heterodoxas, poco a poco, me hicieron abandonar el camino angosto, la puerta estrecha. ¡Fíjate cómo es el Enemigo! Ni siquiera abandoné el nombre de Jesús, pero me alejé de Él a la velocidad con que mi razón menguaba ante mis emociones. La falsa espiritualidad de la New Age neognóstica, la vanagloria de una intuición vacía. Sin orden. Sin dirección. Sin Dios. Sin salvación, por lo tanto, ausencia de cielo e infierno. La Nada. Mi voluntad obedecía a una curiosidad desordenada, rasgaba los velos de la Verdad con uñas y dientes. Quería saber más, ser más sabia que Dios mismo. Era capaz de robar la luz al mismísimo Prometeo.
Y aquí empieza el viaje de la Nueva Era: la del hombre que se hace dios para abandonar al Dios que se hace hombre. Es un trayecto ascendente. Libros históricos de dudosas fuentes, el sincretismo avanza y el indiferentismo religioso se va apropiando del alma. Mi extravagante intuición, guiada por el Enemigo, me hacía creer que los libros aparecían en mi camino por arte de magia, todos ellos plagados de ideas gnósticas, rituales mistéricos, prostitución sagrada, el Santo Grial, María Magdalena y la nueva feminidad sagrada, Lilith y demás demonios. Magia, simple y llanamente. Y en esa amplitud y laxitud, todos y todo caben. Los nuevos hagiógrafos del Enemigo, para su mayor gloria.
Como era de prever, empezaron a aparecer nuevas cosmovisiones de la mano de religiosos cristianos afincados en India, como Tony de Mello o Paniker. ¿Quién puede dudar de la bondad de un religioso o teólogo cristiano? Cristianos que abanderan la unión y armonía entre Cristo y el panteón de dioses hindúes. ¿Y cómo no? El hinduismo y demás cosmovisiones exóticas y lejanas empiezan a desbancar la ortodoxia cristiana. Recuerdo que compré una colección de libros que me encantó, sobre todo tipo de espiritualidad: Tao, Zen, Bhagavad-gītā, budismo. ¡Qué exótico me parecía todo! ¡Cuán avanzada espiritualmente me sentía! Mi madurez intelectual progresaba entusiasta. Una falsa madurez espiritual se apoderaba de mí. La viva imagen de la oveja perdida que no es consciente de que lo está. Qué pringaos me parecían los católicos de toda la vida, qué poco se enteraban de lo que iba la cosa. No como yo, que recorría la autopista espiritual, independizándome cada día más del Dios antiguo y carca. Lejos iba quedando el olor a incienso y cera quemada, imágenes de santos y vírgenes trasnochadas. Y, sobre todo, la aberración de un Cristo derrotado en el madero. Menuda antigualla y estrepitoso fracaso. Que audaz y atrevida me sentía explorando nuevos mundos y universos espirituales. Cómo me divertía con cada nuevo descubrimiento, a cada uno más loco. Lo mezclaba todo, como un consumidor voraz de un buffet libre. Hacía combinaciones imposibles, desde ritos mistéricos de Eleusis, los Vedas, Arjuna y Krishna, Lilith, Beltane, Jesús y los pastores de Belén. ¿Cómo te quedas?
Un día, ante la mirada atónita de un amigo católico, proclamé: «¡Es maravilloso, todos los caminos conducen y guían a Dios!». Ahora me doy cuenta de la barbaridad que implicaba este decreto, que hizo las delicias del Enemigo. Jesús deja de ser el Hijo a través del cual se accede al Padre. En su lugar, me situaba yo, la creadora de la espiritualidad a la carta. ¡Di que sí! La ignorancia junto a la soberbia, se vuelve atrevida, sin sentido del pudor ni ridículo.
Quiero mencionar algo aquí. No hace tanto asistí a una jornada en el ISCREB, donde estoy estudiando Ciencias Religiosas, como ya te he comentado antes. Recuerda que es una institución católica. Cuál fue mi sorpresa cuando una de las conferenciantes era una monja que pertenecía a no sé qué selecto y ancestral linaje zen japonés, especialista en meditación zen. Su conferencia, lejos de hablar de la meditación católica, del misticismo o de la contemplación, ilustró sobre las bondades de la meditación zen y lo compatible que es con el cristianismo. Me horroricé. Flipé en colores. Una de mis primeras prácticas de la Nueva Era fue precisamente el zen. Una de las puertas de entrada a las prácticas new age, y que no tardaré en relatar. Por eso sé de qué hablo. «¿Cómo puede ser que en una institución católica se blanquee el zen? ¿No tiene el catolicismo suficientes místicos, santos, meditaciones, que hay que recurrir al zen japonés? ¿No considera que es un peligro blanquear esta práctica teniendo en cuenta que nos estamos preparando para ser profesores de religión en secundaria?». Me revestí de valor y lo expuse al auditorio. La imagen de un desprevenido profesor de religión de instituto guiando meditaciones zen me parecía grotesca. La reprimenda que me gané fue de traca: que si era una ególatra, cerril de mente, reaccionaria, y demás epítetos. Así están las cosas. Santa Teresa de Jesús, San Juan de la Cruz se aparcan en el sótano de los trastos viejos para dar cabida a misticismos más exóticos. Hay que estar muy alerta.
Cuántos catequistas y católicos de misa diaria conozco encantados con la meditación, el yoga, los mantras y demás cosas que te iré contando.
Retomo y concluyo: no todo libro que hable de espiritualidad nos pone en contacto con Dios. Te recuerdo que el Enemigo también es espiritual, y por más que se disfrace y se enmascare de ángel de luz o Maestro Ascendido, sigue siendo el Enemigo. Antagonista de Dios, que odia ferozmente a ti, a mí y a la humanidad entera. ¡Entérate! Un apunte: muchas de las cosmovisiones antiguas, ancestrales, que vienen de la India, Oriente Medio o lejano, tienen aspectos verdaderos. Los Vedas hindúes son preciosos y estoy segura de que remotos yoguis de los Himalayas buscaban la verdad, así como antiguos meditadores. Pero en pleno siglo XXI hemos olvidado que la Verdad se encarnó en la persona de Jesús. Fin de la búsqueda.
Grábate a fuego como trabaja el Enemigo, paciente, sutil, encuentra en cada uno de nosotros nuestra fisura, allí donde el alma está fragmentada, rota por heridas que todos, sin excepción, tenemos.
¿Cuál es la estrategia? Las propuestas espirituales del Enemigo te prometen el fin del sufrimiento, como si de un catálogo se tratara. Uno puede elegir exóticos y prometedores productos que garantizan que el sufrimiento desaparecerá. ¿Quién no quiere dejar de sufrir? En pocas palabras, todas las propuestas son salvíficas. Cada técnica ya sea el zen, reiki, constelaciones familiares o la PNL, son los nuevos mesías. La nueva soteriología de brilli brilli. Porque es tan brillante como el oro chapado. Fake.
El Dios verdadero se encarnó y sufrió, y venció el error, el pecado y la muerte. En ningún momento prometió el fin del sufrimiento; en todo caso, habló de cruz. Y con la cruz, su compañía. Él no abandona, ni ahora ni nunca. Él es tan grande, que se hace pequeño y sufre junto a nosotros, mientras nos tiende la mano. Ésta es una de las grandes diferencias entre el cristianismo y la Nueva Era: el primero nos dice que en el sufrimiento clamemos a Dios; la Nueva Era nos advierte que el sufrimiento es una anomalía. El cristianismo, de la mano de Jesús regala la vida eterna, el cielo. Es gracia. Y si no quieres, eres libre, también hay un espacio reservado a los que rechazan a Dios. ¡Faltaría más, que Dios obligara a un ser libre a permanecer junto a Él, si no quiere! La Nueva Era, descaradamente, promete el cielo en la tierra y te culpa de crear tu propio infierno, también terrenal. La Gracia desaparece para dar lugar a la voluntad humana.
Date cuenta del peligro que eso entraña: uno se vuelve el creador de una salvación y de un cielo inmanente, y de un infierno que puede desaparecer si consumes sus productos.
¿Recuerdas que te comenté que el gnosticismo subvierte el orden de las cosas?
En fin, te dejo meditando en eso, porque la Nueva Era genera nuevas biblias, credos, dogmas, todos ellos mesiánicos. Y aquí aparece la pregunta clave: ¿para qué se necesita a Jesús?
La Nueva Era propone un hombre capaz de salvarse a sí mismo, liberado de la esclavitud de un Dios patriarcal que oprime y esclaviza, de un Jesús que —total— es un maestro más, un perdedor clavado a una cruz. A través de la Nueva Era, el gnosticismo se abre camino con nuevos nombres. El mismo perro, distintos collares. La razón se deconstruye, la emoción toma las riendas y el Enemigo cabalga desenfrenado en su carrera al abismo. Lo sabe. Es consciente de la derrota y no quiere perder solo. Quiere su séquito: las almas desprevenidas, bienintencionadas, heridas, ignorantes, ingenuas —que no inocentes— son presa fácil. Son depredadas por una inteligencia psicótica, malvada, inmisericorde, que si es necesario se disfraza del mismísimo Jesús para atraerte a su terreno.
Un páramo. Un erial donde nada crece y todo muere. Sólo el desolador espacio para el patético trono del hombre que se hace dios. Nada más. Nada. La Nada.
Andar por la senda ancha, cómoda, donde la validación y el reconocimiento están garantizados, donde el mundo te aplaude, no es para nada el camino. La senda estrecha no garantiza el aplauso ni los golpecitos en la espalda. Todo lo contrario: se recorre en soledad, sin pompa ni oro. Con miradas de incomprensión, rechazo, persecución. Este es el camino. El que yo, poco a poco, abandoné para recorrer mi senda particular, mi credo volátil de mis nuevos dioses —o mejor dicho, diosas. O todavía mejor dicho, yo misma era la diosa. Me creía original, y no era más que una marioneta de un ser que movía los hilos a su antojo. Triste figura la mía.
En fin, ¿qué más puedo decir? Me siento un poco lerda escribiendo sobre todo esto.
Afortunadamente, la semilla del bautismo y los sacramentos brillaban con fuerza. El sello me protegía. Mi Dios, el qué en el fondo, debajo de tanto delirio, subyacía, era mi faro. Aunque yo no me enteraba de nada. Es curioso: yo seguía al Dios cristiano, en realidad, pensando que se encontraba en medio de tanta tontería. Ésta es la paradoja. Y también la garantía: que, a pesar de que los caminos se vuelvan laberínticos, Dios sigue al mando.
Ésta es la grandeza de la libertad. Deja que nos alejemos de Él, pero no nos pierde de vista, como tampoco lo hacía yo con mis hijos pequeños. Nos sigue con la mirada atenta. Nos deja hacer. En mi caso, era necesario perderme, alejarme, buscar por mi cuenta, experimentar en mi propia piel el absurdo de la sinrazón.
En realidad, estoy muy agradecida a Dios por su cuidado, su dejarme a mi aire respetuoso y por tirarme de los pelos cuando fue el momento de hacerlo. Ni antes ni después. El creador del tiempo controla los tempos. Los de cada oveja perdida.
Recuerda, para terminar esta entrega: no hay salvación sin Jesús ni redención sin cruz. Ahí donde la cruz esté ausente, el Enemigo te ronda.
Eulàlia Casas, Círculo Tradicionalista de Barcelona Ramón Parés y Vilasau
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