divendres, 19 de setembre del 2025

La Mercè 2025, la Virgen y los titiriteros

Cartel de las fiestas de la Mercè 2025 aprobado por el Ayuntamiento de Barcelona, donde se presenta a la Virgen María como una cabaretera.

 

 

La Mercè 2025, la Virgen y los titiriteros


El cartel de la Mercè 2025 presenta a la Virgen María como una cabaretera. La fiesta mayor de Barcelona, como todas las de Catalunya, se ha secularizado: Ha perdido su sentido religioso. El Arzobispado dice que el cartel es irreverente, pero olvida su responsabilidad en dicha secularización.



«Debe haber alguna manera de revertir todo esto. Dar a conocer la verdad y exponer la manipulación de la que somos víctimas». Esto me decía, a la hora del almuerzo, mi marido. Acababa de ver un vídeo sobre las técnicas de manipulación que utilizan los medios, el gobierno, el Estado, el sistema.

—Yo lo escribo —le he dicho—. Intentar convencer al que no quiere escuchar, al que está tan programado o anestesiado, es un desgaste que en estos momentos no puedo ni quiero asumir.

Le expliqué aquello de las perlas y los cerdos, y también lo de sacudirse el polvo de las sandalias. Estoy entrenándome en estas prácticas cristianas. Un poco harta de que el catolicismo postconciliar se haya reducido a la paz, el amor y la misericordia del neo-evangelio buenista. Por eso, ahora estoy aquí, tecleando estas líneas, rezando para que lo que en mi cabeza es meridiano y claro lo sea mínimamente para ti, que lo lees.

Parece que la civilización occidental naufraga mientras la masa toca alegremente el violín, como en el Titanic. ¡Me niego! Prefiero, no por capricho, sino por necesidad, oír el zumbido de la espada cortando el aire y, de paso, la mentira, para desvelar la verdad. No es momento de dulces melodías, sino del retumbar de tambores de guerra. Porque, sin ánimo de ser desagradable, estamos en pleno combate. La Guerra de todas las guerras, de la cual surge todo lo anómalo, el error, lo malo, el desastre. Batalla espiritual desde la primera revolución del non serviam. Y el Enemigo se ha cuidado de hacernos creer que no existe ni Él ni la guerra, que la paz es el camino y destino. Y así vamos: frágiles, vulnerables, indefensos y alelados, tocando el violín mientras el barco se hunde, y el Enemigo se ceba, creando discordia, polarización, fragmentación y destrucción. Somos su alimento. Las emociones más bajas son néctar para Él. Pues no con mi consentimiento, ni mucho menos, silencio. Tecleo con firmeza y decisión, no con ánimo de encajar menguando la verdad, sino de defenderla.

Toda esta introducción para hablarte de un tema que me toca por muchos motivos: el cartel de la Mercè 2025, que —¿cómo no?— viene con su polémica. ¡Viva la polarización y la fragmentación! El tema me toca porque soy cristiana, de Barcelona, me llamo Eulàlia y no me sabe mal ser la co patrona desbancada por la Mercè. Mi madre se llamaba así, como su abuela de Cádiz. Y me siento interpelada porque el cartel es obra de un artista de Arenys de Mar, mi pueblo de adopción. Me enteré el otro día: Parece que el cartel ha despertado polémica... Sí, lo han dicho hoy por la tele... Lo he escuchado por la radio... Tampoco hay para tanto... A mí me gusta... Bla, bla, bla... En los pueblos, Radio Macuto es más fiable que los mainstream, que todo lo enredan y tuercen. Lo primero que hice al llegar a casa fue buscar en Google el controvertido cartel. Luego, un rastreo de las polémicas en marcha. El Arzobispado dice que es irreverente presentar a la Virgen como una vulgar cabaretera en lo alto de un carromato de titiriteros. Los partidos liberales de derecha se suman a la controversia y acusan al Ayuntamiento de no haber respetado el sentimiento religioso de los cristianos. El Ayuntamiento sale al paso diciendo que el cartel no tiene nada de religioso, y el artista defiende su arte. En su alegato, dice que se ha inspirado en la estética de los artistas callejeros, ambulantes y de circo de antaño. Que no se le pasó por la cabeza ni ha tenido intención de ofender ningún sentimiento religioso. ¡Faltaría más! Su única motivación fue despertar alegría y ligereza, buen rollito, vamos. Lo mismo que derrochaban y derramaban los titiriteros y artistas ambulantes. Me lo creo, y pongo la mano en el fuego que así es. 


En fin, la polarización ya está servida, para variar, en estos tiempos tan confusos como escatológicos. Apocalípticos.

Confieso que la estética del cartel me gusta, no puedo negarlo. Ciertamente me despierta alegría y ligereza. Buen rollo. Y no, no me siento ofendida. Y para nada me considero tibia.

A ver si me puedo explicar.

La Mercè, como todas las fiestas mayores de Catalunya, se ha secularizado, tal cual. Han perdido su sentido religioso. Lo escribo con pena, pero dar la espalda a la realidad me parece negligente y poco ayuda a enmendar nada. Un año tras otro, las fiestas en honor al patrón o patrona han ido convirtiéndose en eventos jocosos: la feria, los conciertos, los autos de choque, la música hortera, el algodón de azúcar, los fuegos artificiales, la resaca, el día no laborable que ojalá sea puente, y poco más. Por eso el cartel cumple esta función meramente epidérmica: fiesta y jolgorio. Sin más. Punto.

¿Cómo hemos llegado hasta aquí? ¿Cómo hemos normalizado que todo sea tan escuálido, superficial, que se quede en una dimensión tan poco profunda?

Una vez los titiriteros pasaron por el pueblo, atrás quedaron las risas, el derroche de alegría y las pequeñas o grandes transgresiones. En su lugar: la resaca, el bajón, la rutina. Vuelta a empezar. Pero, ¿quién no necesita un tiempo de relajamiento del cuerpo y del alma? Los artistas, acróbatas, bailarinas y magos nos hicieron olvidar, por unos fugaces instantes, las penas, el peso de los días. ¡Adiós, hasta la vista! Con la música, a otra parte. Puede que, en los tiempos del carromato del controversial cartel, los titiriteros hicieran reír a nuestros bisabuelos o tatarabuelos. Quizá olvidaban por unos efímeros instantes la dureza de la hambruna o alguna guerra de las de bombas, metralla, muerte o calamidad. Cuando el traqueteo del carromato no era más que un recuerdo, un eco entre silencios, las risas desaparecían, pero no quedaban huérfanos.¡Qué va!. Más allá de la piel hay un mundo de tejidos profundos que forjan una estructura sin la cual la piel sería poco menos que un pañuelo chuchurrío.

Nuestros antepasados tenían fe, tenían a la Virgen, a la Mercè. Y las fiestas eran para Ella, para Dios, para honrar, agradecer, rezar e ir más profundo que la piel. ¡Faltaría más! Ni eran ni se sentían huérfanos: tenían un Padre y una Madre en el cielo.

A Ella recurrieron confiados, con ruegos, oraciones, velas y canciones. Quizá desafinadas, con la fe del carbonero, o incluso sin ella. Con pereza, o sin ella. Pero después del paso de los titiriteros, la risa no quedaba en un olvido estéril, vacío, porque la fe llenaba el espacio que ahora ocupa la polémica.

La historia ha sido suplantada por la narrativa de lo políticamente correcto. Y eso se paga caro. Sin raíces, sin tradición ni identidad, ¿quiénes somos? Hojas al viento. Intercambiables, prescindibles, manipulables. La masa ha devorado al hombre. ¿Se ve? ¿O todavía no?

A los del Ayuntamiento les diría que, ahora que está tan de moda ser solidario, resiliente, antiesclavista, inclusivo y demás palabros woke, podrían recuperar la verdadera historia de la Mercè. Porque lo tiene todo, no le falta de nada: rebosa generosidad, audacia, coraje, gracia, entrega... Virtudes que a lo woke le vienen demasiado grandes y de los que más valdría que volviéramos a beber, todos, y las generaciones venideras, como hicieron nuestros ancestros. Quizá analfabetos, brutos, letrados o eruditos, pero nunca deconstruídos.

¿Qué hay de malo en recordar cómo fue la historia de la Mercè?

 

Sant Pere Nolasc rescata cautivos cristianos esclavizados por los moros del norte de África.



Vamos a repasar un poco la memoria —que no el relato—. Al Rey Jaume se le apareció la Virgen. Lo mismo que a Sant Raimon de Penyafort y a Sant Pere Nolasc, con un único y contundente mensaje: crear una orden religiosa de mendicantes para liberar a los esclavos cristianos en el norte de África.

¿Acaso los muy políticamente correctos amigos de la siniestra no conciben que existieran esclavos más allá de los negros de los campos de algodón? Perdón por romper el relato del pensamiento único, el paradigma oficial. Pues sí, amigos: el Moro llenó de terror la cuenca del Mediterráneo entre la Edad Media y bien entrado el siglo XIX. Y eso es muchísimo. Sí, he dicho moro, porque lo peyorativo está en las mentes turbias de quien crea narrativas con espurias motivaciones.

Cuando digo terror, no exagero. Sin ir más lejos, en Arenys de Mar todavía quedan en pie tres Torres del Moro, y no en vano existe todavía el dicho «no hay moros en la costa». Las torres de vigilancia se conservan en toda la cuenca del Mediterráneo, no por gusto de los asustados habitantes de antaño, no por capricho ni por islamofobia. Sino por pánico y supervivencia.

¿De dónde creen que sale todo esto? Pues sí: los moros, sarracenos, berberiscos, el turco y demás piratas y corsarios atacaban las poblaciones costeras, sembrando el pánico entre sus habitantes. No respetaban nada ni a nadie. Se llevaban consigo esclavos: hombres, mujeres y niños. Cautivos en el norte de África, donde ahora está Marruecos, Argelia o Túnez. Dolor, miedo, familias rotas. Miles de esclavos, recogen los archivos y crónicas.

Pues bien: en ese colosal milagro en que la Virgen desciende, ante la mezcla de estupefacción y maravilla de los tres personajes, ellos obedecen. Sí: un rey como la copa de un pino, un jurista que ya lo quisieran muchos, y un mercader generoso. Un rey y dos santazos. Nuestros. Muy nuestros. Sí, nuestros ancestros no dudaban en obedecer las órdenes de la Virgen, la Mercè, la de las gracias. Y aquí viene lo bueno: se fundó la orden religiosa de los Mercedarios, que mendigaban limosna y viajaban al norte de África a liberar a los esclavos cristianos. Blancos. Y no me sabe mal hacer trizas el relato oficial del esclavo de los campos de algodón como si fuera el único con derecho a reivindicar su dolorosa memoria, venga de donde venga. No hay supremacía ni concurso de dolor, como las narrativas woke pretenden. Sacando vergonzoso partido de sangrantes y dolorosas heridas. La esclavitud es un desastre lo mires por donde lo mires. El color de piel no la determina; solo la maldad del esclavista.

Sigo. ¿Sabes? Todavía hay más. Cuando el dinero no alcanzaba, pagaban con su propia vida. Sí, has leído bien. Se intercambiaban para poder liberar al padre, a la madre de familia, al esposo, al hijo, a la hija o al vecino. Personas con nombre y apellido y no rimbombantes abstracciones.

¿Es o no solidaridad esto? Bien, los cristianos usamos otras palabras, menos progres.

Déjenme añadir, amigos del Ayuntamiento: ¿qué ONG supera eso? Porque, de nuevo: estudien un poco de historia. Ustedes no han inventado nada que previamente no haya surgido del «oscurantista» mundo católico. A la catolicidad le importa el hombre concreto, con nombres y apellidos. No se enreda con abstracciones de imposible encarnación. Somos los del Dios hecho hombre.

Y sí, amigos del Ayuntamiento: ¿qué hay de malo en recordar a los catalanes —barceloneses más concretamente— de qué material estamos hechos? Estos valores son los que tejen las fibras de nuestro ser. Las virtudes que nos hacen fuertes —que no resilientes—. La fe que mueve no solo montañas, sino corazones. Y convierte almas.

La gracia que tiende generosamente la mano y salva, uno a uno. Nadie queda atrás, salvo que no se deje tomar por un Amor tan grande. Más allá de la piel, hay una estructura que la sostiene y le da sentido y forma.

¿Acaso tienen miedo de que sus propagandas desaparezcan ante el fulgor de la verdad?

Y al Arzobispado le diría, respetuosamente: ¿En qué momento olvidaron que son sal y luz? ¿En qué momento se han convertido en melaza? La corrección política les ha confundido de barca. ¿Qué hacen a la deriva montados en la barca multicultural de una diversidad que, más que amor, parece azúcar, de lo edulcorada que es? No, eso no es cristianismo. La única barca que deben guiar es la de la Iglesia. ¿En qué momento perdieron la noción de la realidad? ¡Espabilen! Recuperen la verticalidad, la fuerza, el sabor y el brillo. No se rasguen las vestiduras si les digo: ¡recuperen la virilidad! ¡La fuerza! ¡La potencia! Una espiritualidad emasculada no penetra, y su fuerza se queda rozando la piel.

¡Clamen a los cuatro vientos quién es la Mercè! ¡En qué fe se ha fundado Barcelona! ¡De qué estamos hechos los catalanes! El coraje es lo que mueve las almas, aglutina a las personas, une, atrae y enamora. El miedo y la tibieza alejan, y a mí personalmente me llevan a la vergüenza y al hartazgo.

El lamento, la queja victimista, es hueca. Y lo único hueco que queremos son las campanas de las iglesias: que suenen desacomplejadas, dignas, majestuosas; que vuelvan a llamar a la oración, a la fe, a la unión y al verdadero Amor. A la batalla, si es necesario. El fragor de la guerra no nos asusta. El silencio cobarde, sí.

¡Cambien de barca!

Vete tú a saber por qué caprichos del destino abandonaron la barca de la Iglesia y navegan a la deriva como polizones en la barca multicultural y diversa. ¡Retomen el timón! ¡Pastoreen a la grey! ¡Confirmen en la fe!

Y después de reírnos con los artistas del carromato, iremos juntos a encender una vela agradecida a la Mercè. A la Santa Misa solemne, unirnos en oración, líbranos de la esclavitud de nuestras propias tinieblas, miedos, complejos y corrección política. Amén.

Dejemos de autocensurarnos para no ofender. Sepan, unos y otros, que la catolicidad lo permite todo, esta es la gracia: de la profundidad de la fe a la liviandad de una carcajada cuando el payaso se cae de culo, y el asombro de cuando el mago saca el conejo de la chistera. Pero, previo a eso, debe surgir de nuestros tuétanos el asombro de saber qué imagen está al otro lado del espejo: un Dios que, a sabiendas de nuestra rebeldía, baja, se rebaja, se hace hombre para vivir entre nosotros. Y uno a uno, conformamos un Cuerpo Místico, que no masa informe. Hermanos, porque compartimos Padre. ¡Y qué Padre! Y en este Cuerpo, huesos, tendones, músculos, órganos, la piel lo recubre todo y nos permite sentir la vida, que es gracia y don. En este Cuerpo Místico todos somos bienvenidos. Basta un humilde sí.

Esta es la verdadera inclusión: los titiriteros, sí, siempre y cuando no perdamos el fundamento, la dirección y el orden. No hay más Evangelio que éste.

Déjense de estériles polémicas y pónganse al servicio: A Dios, lo que es de Dios; al César, lo que es del César.

Y cuando el fuego de artificio desaparezca en medio de la oscuridad junto al «¡Ooooohhhh!» embelesado, permanecerá el fuego divino: el del Espíritu Santo, que calladamente nos acunará en el más sublime Amor.

Alegría a flor de piel que brota del asombro del Misterio desde los tuétanos.

Eulàlia Casas, Círculo Tradicionalista de Barcelona Ramón Parés y Vilasau

 

La Virgen de la Merced, «princesa de Barcelona», y la familia mercedaria.


 

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