Los delirios del secesionismo anticatalán
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El pasado 2 de febrero, el mal llamado Parlamento de Cataluña admitía a trámite una Iniciativa Legislativa Popular presentada por la entidad secesionista y anticatalana Solidaritat Catalana per la Independència, según informa la agencia Europa Press.
Para los lectores que no estén aún acostumbrados a los maestros políticos españoles y catalanes auténticos, puede parecer paradójico que llamemos anticatalanes a los grupos secesionistas del Principado de Cataluña. Confiamos, sin embargo, en que el análisis que podamos hacer de los nuevos disparates de estos grupos, mirados a la luz de la tradición catalana, sirva para esclarecer la confusión general.
Esta Iniciativa admitida a trámite consta de dos partes: la parte normativa o Proposición de ley y la parte expositiva o Memoria, que explica los curiosos motivos para dicha propuesta. Empezaremos por la segunda, en su texto traducido al castellano:
«Cataluña es una nación ocupada. Los catalanes forman parte del Estado español, no por libre elección, sino por el miedo. El miedo a una represión policial, judicial, mediática, militar o a la impunidad del españolismo violento».
Frente a esta oblicua y peculiar perspectiva de la realidad, expongamos lo mismo que afirmaron siempre los maestros catalanes de verdad, como Vicente Pou, Magín Ferrer, Juan Vallet de Goytisolo o Francisco Canals:
Primero, que Cataluña sí es una nación: una nación en el sentido auténtico, clásico, de la palabra, pues es aquella tierra y cultura propia de los catalanes, distinta de la de los burgaleses o de los sevillanos, que remite al lugar de nacimiento o de crianza de aquellos hombres. No es en cambio una nación en el sentido revolucionario, forja ideológica, entelequia folclórica, es decir, superficial y falsa, y ligada a esa otra creación moderna del Estado. Por tanto, Cataluña sí es una nación, siendo también es verdad que está oprimida, pero oprimida por los mismos revolucionarios que protestan (con paradoja, pues es su ideología la que ocupa el poder).
Segundo, cuando hay orden auténtico, cristiano, en la sociedad, no es éste fundado en un momento original por la elección de la voluntad, como desean que suceda sobre todos los aspectos de la realidad los voluntaristas revolucionarios. Para estos, sólo si hay una caprichosa y expresa decisión del albedrío puede haber legitimidad jurídica, política, y hasta metafísica. Cuando la realidad es que nuestra madre lo es lo queramos o no (pero si queremos, como manda Dios, mucho mejor); y somos españoles aunque decidamos disfrazarnos de chinos; y las leyes no son el capricho del gobernante; y los pueblos no son construcciones de los partidos políticos. Aunque de nuevo por paradojas de nuestro tiempo, en este texto los secesionistas dicen la verdad: los catalanes, al igual que los demás españoles, estamos obligados a la fuerza a ser esclavos del artefacto del Estado, al contrario de lo que fuimos durante siglos, súbditos de un mismo Rey y hermanos de una misma Fe, con feliz asentimiento de la voluntad y del corazón. La única represión auténtica que existe en Cataluña, mediática, política, judicial e ideológica, es la llevada a cabo por el secesionismo (que se autopercibe como «independentismo», sic) y la revolución en el poder. No se tiene más miedo que a que el secesionismo siga adueñándose del Principado, con el apoyo de sus camaradas del gobierno estatal, mientras devora el patrimonio, reemplaza su Fe y pervierte el alma de los catalanes.
Sigue la pintoresca Memoria justificativa:
«Ante este hecho, la política catalana actual desvía el foco informativo para distraernos de nuestro problema específico: como individuos y como colectividad, no tenemos ni hemos tenido libertad para ejercer un derecho humano como la autodeterminación. Es precisamente el intento de adaptación a esta situación la que acaba derivando en esperpento a la política catalana de los tiempos actuales, que ha perdido toda credibilidad, y que conduce a la degradación de la democracia».
Es paradójico que ellos mismos vean cómo intentar «adaptarse» a la petición imposible de lo que llaman los revolucionarios autodeterminación, acaba derivando en esperpento. Y es que por elemental filosofía se conoce que es imposible en todo sentido que alguien se «autodetermine» por su propia voluntad en lo que esta desee, sin que lo limite la realidad física y sobrenatural. Pues es evidente que aunque yo quiera ser Lope de Vega, chino autóctono, tener la piel azul y ser reconocido por rey universal, no por querer «autodeterminarlo» hay ni legitimidad para lograrlo, ni para reclamarlo, ni aún para quererlo. Y evidentemente el derecho no se tiene, sino que se vive bajo él. Ambos errores en cuanto a lo que es el Derecho y lo que es la voluntad y su límite, nutren la demencia independentista, lo mismo que la revolucionaria. Por último, lo que siempre lamentan no es que los males (que ellos producen) corrompan a los pueblos, sino que estorben a los ídolos que ellos levantan, como el de la nefasta democracia.
Los siguientes y últimos breves párrafos tienen menos enjundia. Constan del comentario de que su Iniciativa es exactamente la misma que la del abril del año 2011, y a ella suman el anhelo de que más catalanes aún caigan en sus redes y se sumen a su delirio antiespañol.
Comentemos la segunda parte de esta iniciativa, que es la Propuesta de ley como tal, la admitida a trámite por los políticos anticatalanes.
Esta empieza citando y tomando por autoridad jurídica superior a la Organización de Naciones Unidas (de la que Dios nos saque), transcribiendo parte del famoso artículo 12 de la Carta esencial de la masónica organización, en su anhelo de «Fomentar entre las naciones relaciones de amistad basadas en el respeto en el principio de Igualdad de derechos y el de la libre determinación de los pueblos». Vemos que nada hay en el delirio secesionista que no esté ya definido por los revolucionarios desde hace varios siglos. El significado de las palabras nación, derecho, igualdad, voluntad, es el mismo en unos y otros. Vale la pena remarcarlo para algunos tuertos del ojo derecho, de los que levantan tronos a las causas y luego cadalsos a las consecuencias, ya que al tiempo que protestan contra el «independentismo», ensalzan su causa que es la ideología del nacionalismo.
Después de citar varias de las proclamas que se han escuchado en aquel Parlament durante las últimas décadas (y de evocar sin mucho seso el caso de Kosovo), pasan a exponer los motivos de dicha petición de reforma de ley:
«La pertenencia de Cataluña en el Estado español ha llevado a la Nación catalana a una profunda crisis moral, cultural, económica, institucional y de identidad. La agresión que ha significado la sentencia del Tribunal Constitucional hacia el Estatuto ha confirmado que el autonomismo condena el país a la extinción y que la relación con España no es fruto de un pacto entre iguales, sino una situación de dominación».
La primera parte es clarividente, pues Cataluña, al igual que el resto de las Españas, se asfixia en la medida en que crece el Estado que nos domina, y puede verse como la Tradición, en todos los órdenes, se extingue cuánto la revolución más avanza. La paradoja es que el independentismo, no comprendiendo la realidad, achaca a fantasmas sus propios pecados. Lo segundo que de nuevo sale a relucir es la pretensión de que la legitimidad política y el orden social depende de pactos, cuyo origen más claro es el contractualismo Rousseauniano.
«Después de 40 años de régimen constitucional español, una mayoría de la sociedad catalana ha expresado inequívocamente su voluntad de superar el sistema autonómico y de constituir un Estado catalán dentro de la Unión Europea».
A medida que avanzan en la exposición de motivos más claro transluce que el anhelo no es restaurar lo que la revolución destruye (que es lo que de verdad está oprimiendo a Cataluña), sino simplemente ser los caciques de su propia construcción Estatal, pero en el terruño del Principado. Nada separa, ideológicamente, al separatismo de los demás partidos políticos, cuyas poltronas están en Madrid.
«La independencia [sic] de Cataluña es la única alternativa.... ante una España pétrea y decidida, como siempre, a uniformizar las naciones no españolas y asimilarlas...»
Ven bien lo trágico y típicamente revolucionario de exterminar todas las diferencias nacionales (las genuinas), pero lo más trágico es que por su malicia o ignorancia lo achaquen a España, confundiéndola con el Estado. Y en cambio la realidad es que cuando con más vigor existieron las tradiciones, las costumbres, los caracteres populares de los Reinos, fue bajo sus fueros y su Monarquía Católica, alma de las Españas; y que cuando más gloria y virtud tuvieron los catalanes fue cuando los primeros, de entre todas nuestras naciones tradicionales, se decían a sí mismos orgullosos españoles.
Por último antes de los delirantes «Artículos» de ley que se proponen, piden más dinero, (pues deformar la realidad de siglos de historia debe de costar lo suyo, sin contar merecidas comisiones por la labor), más facultades y delegaciones a los socios centrales y mayor dominio de la lengua catalana (que ellos corrompen) para erradicar el castellano del Principado.
Los «Artículos» merecen o un extenso comentario o una ingeniosa comedia clásica española. Supuestamente pretenden ser artículos de ley, o proposiciones de reforma, pero resultan ser más bien presupuestos ideológicos, que ni ordenan, ni limitan, ni sancionan, ni se ve en ellos algo parecido a lo que es el Derecho de cualquier tipo:
«Artículo 1: Cataluña es una Nación [en el sentido liberal, no en el tradicional].
»Artículo 2: El pueblo de Cataluña es el único titular de la soberanía nacional.
»Artículo 3: El Parlamento de Cataluña es el representante democráticamente elegido del pueblo de Cataluña.
»Artículo 4: El pueblo de Cataluña no renuncia ni ha renunciado jamás al derecho de autodeterminación, a determinar libremente su futuro como pueblo con paz, democracia y solidaridad.
»Artículo 8: Por medio de esta ley se faculta al Gobierno de la Generalidad a negociar el reconocimiento internacional de la declaración e independencia [sic].
»Artículo 9: En el término de tres meses a partir de la aprobación de la presente Ley se constituirá la Asamblea de Representantes de la Nación Catalana, que trabajará para que sea declarada la independencia en el conjunto de los Países Catalanes [sic]».
Sin entrar en volver a señalar, como tantos grandes juristas y políticos de las Españas clásicas, la invención errónea del concepto de “soberanía” de Bodino; no entrando tampoco en mostrar el absurdo típico del contractualismo y de estos procesos constituyentes (que comienzan entes sobrenaturales, pues los representantes sólo empiezan a existir, según los revolucionarios, después de que los inventen los procesos constituyentes); ni tampoco admirando el impetuoso y meteórico plan de secesión total en unos meses; sólo podemos decir ante esto que los catalanes auténticos están tan alejados de esta chaladura como la luz de las sombras.
En todos estos siglos, brilló incontables veces aquella doctrina jurídica y política verdadera de los maestros catalanes como Jaume Callís, fray Francisco de Eiximenis, la del gran Raimundo Lulio, la de don Jaume de Montjuich, la de Tomás Mieres, la de San Raimundo de Peñafort, del abad Oliva, Jaume Soler, Miguel Ferrer, Pedro Alberto, Joan de Socarrats, en los innumerables glosadores y comentadores de los Usatges catalanes, por Jaume Cancer, por el gran Juan Pedro Fontanella, en las obras de Francisco Romá y Rosell, y sobre todos, en los carlistas catalanes, que tienen el honor español de regalar a la Iglesia y a los legítimos reyes tanta sangre de mártires resistiendo la revolución de esos anticatalanes, que acaso puede opacar las letras doradas de Borrull, Vicente Pou, Magín Ferrer, Torras y Bages, Juan Vallet de Goytisolo, Francisco Canals, Melchor Ferrer y tantos otros, que al unísono con los maestros de los demás pueblos españoles, antes de que abrieran los ojos los anticatalanes secesionistas de nuestros días, ya impugnaron sus falsas doctrinas con aquel lúcido seny catalán que tanto a Dios le pedimos para librarnos de la demencia.
Gabriel Sanz Señor
Círculo Tradicionalista Ramón Parés y Vilasau (Barcelona).
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