| Saqueo de Roma por los visigodos, liderados por Alarico I, en el año 410 d.C. |
La invasión bárbara: ¿Desgracia para la virtud cristiana?
«Durante más de quinientos años, la Iglesia salva lo que aún se puede salvar de la cultura humana. Ella va guiando a los bárbaros, o les conquista luego de la invasión»
Los pueblos han ido y venido a lo largo de los siglos. Esto ha sucedido de modos muy azarosos, desde las grandes migraciones prehistóricas, pasando por las del mundo antiguo, hasta fenómenos recientes como las migraciones de posguerra española o las masas de orientales que construyeron el ferrocarril en Norteamérica. En esa sucesión de pueblos, las verdades perduran, la realidad se altera, pero en tantas direcciones que en ocasiones los relatos de la caída de Roma parecen análogos a los del antiguo Egipto o al caso estadounidense actual —con sus últimos coletazos de tiranía para salvaguardar el imperio, pero con unas masas anárquicas y unos señores oclócratas y rapaces del bien común—.
Pero ¿Es el hombre para la Nación? No, es el Hombre para Dios y así:
Ad secundum sic proceditur. Videtur quod beatitudo aeterna non sit obiectum proprium spei. Illud enim homo non sperat quod omnem animi sui motum excedit, cum spei actus sit quidam animi motus. Sed beatitudo aeterna excedit omnem humani animi motum, dicit enim apostolus, I ad Cor. II, quod in cor hominis non ascendit. Ergo beatitudo non est proprium obiectum spei.
«En cuanto al segundo supuesto procedimiento, parece que la felicidad eterna no es el objeto propio de la esperanza. Pues el hombre no espera aquello que excede todo movimiento de su mente, ya que el acto de esperar es un cierto movimiento de la mente. Pero la felicidad eterna excede todo movimiento de la mente humana, pues el Apóstol dice (1 Cor. 2) que no asciende al corazón del hombre. Por lo tanto, la felicidad no es el objeto propio de la esperanza».Santo Tomás (Summ. Theol., II-II, 17. 2 ad 2)
La esperanza, así, no es instrumento egoísta, cuanto teocéntrico, y sólo ahí puede hallar su razón de ser y así sólo acerca al hombre a los trascendentales que su alma busca de forma natural. Pero, así mismo, por oposición, vemos los errores de los herejes… de antaño y de ahora: «El error de los jansenistas y quietistas al afirmar que el obrar por la esperanza es inmoral o imperfecto, estriba en imaginarse que con ello deseamos a Dios como un bien para nosotros, subordinando a Dios a nuestra propia felicidad». (Royo Marín, Teol. Perf. Crist., L. II. C. 2: 251).
El pensar la realidad política del hombre —arte supremo de la carida— como supeditada a una felicidad individual, terrena e inmediata, y por ello sometida toda virtud y don del Espíritu y el Creador al Hombre, conduce ante todo a verdaderas monstruosidades. Es el caso aquí de ciertas elucubraciones étnicas que la Hispanidad sufre por doquier: desde los indigenismos —negrismo, rousseanismo, alienigenismo, celtiberismo, etc.—, los regionalismos —catalanismo, vasquismo, lombardismo, prusianismo, etc.—, las aculturaciones —el globalismo americano, la hispanidad como castización, europeización, etc.—, las invasiones heréticas incentivadas desde los alto gobiernos —Venezuela, Cuba, EEUU, España, Italia etc.—
Y, hecho este pórtico, queremos ceder la palabra a un viejo canónigo, de esos que ya muertos sabemos que las almas las gana para Dios y no para ellos mismos y sus sectas. Hacemos notar, en general, que es una obra saludable para el interesado en la sana doctrina católica en tres tomos de ligerísima lectura en forma de quaestio y respondeo.
Fuente: ESTEVE BLANES, Francisco (Canónigo). Objeciones contra la Religión. T. I. Mallorca, 1938. Pp.: 28-9:
17. Nos amenaza la invasión de la raza amarilla. ¿No arrollaran sus sectas el catolicismo? ¿No lo devastarán las hordas comunistas?
R.— Supongamos que los invasores lograran apoderarse de todos los países más civilizados, y dominarlos; el furor vandálico pasaría; y entonces, amansados y sosegados con su presa y más reflexivos, ¿no serían paso a paso cautivados por la cultura superior de los vencidos, que les mostraría ideales más delicados, nobles y excelsos que el simplista y rastrero materialismo?
Cuando los pueblos germánicos se echaron sobre el imperio romano y lo ocuparon, la Iglesia fue la educadora de las nuevas razas, transformándolas e imponiéndoles sus ideales.
«Durante más de quinientos años, dice Taine (Les origines de la France contemporaine, L'ancien régime), la Iglesia salva lo que aún se puede salvar de la cultura humana. Ella va guiando a los bárbaros, o les conquista luego de la invasión».
¿No haría lo mismo la Iglesia con los nuevos bárbaros, inculcándoles pacientemente, guiada por la Providencia, lo que unos ignoran y otros olvidan: el respeto al hombre en cuanto hombre, la dignidad de la conciencia, el sentimiento del deber, la excelencia de la vida interior, la verdadera libertad frente a la tiranía de los gobiernos, la alteza de la mujer defendida por el matrimonio-sacramento, el respeto al derecho y a la justicia, el aprecio del trabajo, la moral pública, la suavidad de costumbres, la verdadera solidaridad de todos los hombres, el valor de la vida futura, y tantos otros bienes que forman la más alta civilización del mundo, que es la cristiana?
Artur J. Llinares, Círculo Tradicionalista de Barcelona Ramón Parés y Vilasau
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