divendres, 27 de juny del 2025

Patriótica defensa de la lengua catalana publicada en 1932 en el diario madrileño EL SIGLO FUTURO

Portada del diario madrileño EL SIGLO FUTURO del 22 de junio de 1932, y en primera plana el artículo «La lengua catalana», escrito por el carlista ilerdense Luis Ortiz y Estrada.


 

Patriótica defensa de la lengua catalana publicada en 1932 en el diario madrileño EL SIGLO FUTURO


Por el tradicionalista Luis Ortiz y Estrada (Lérida, 1889 - Barcelona, 1975), ingeniero, escritor y periodista


 

*****


 

En las efemérides carlistas del 22 de junio, Agencia FARO nos informa de que, en 1932, el diario madrileño «EL SIGLO FUTURO publica en primera plana una patriótica defensa de la lengua catalana». Por su interés y actualidad, reproducimos dicho artículo a continuación, escrito por del ilerdense Luis Ortiz y Estrada.

 

*****


 

«LA LENGUA CATALANA»
En el diario EL SIGLO FUTURO, Madrid, 22 de junio de 1932
Por Luis Ortiz y Estrada

No nos cansamos de repetir que somos contrarios al Estatuto catalán, que es nuestro deseo el que no se apruebe, por las razones expuestas multitud de veces y porque, ni aun por el camino indirecto del Estatuto, queremos dar nuestra sanción a una Constitución atea y persecutoria de nuestras creencias religiosas.

Pero a cuenta de oposición al Estatuto se han dicho y se dicen muchas cosas que no pueden merecer nuestra aprobación y no queremos que se pueda creer que con ellas nos solidarizamos.

Estos días se ha hablado y se habla de la lengua catalana y cómo debe usarse en Cataluña. EL SIGLO FUTURO ha hablado de esta cuestión. Posiblemente volverá a hablar de ella, pero, entretanto, tenemos un singular placer en reproducir fragmentos de trabajos de dos grandes autoridades, de cuyo españolismo no hay quien pueda dudar. Éste es nuestro homenaje a la lengua catalana en los presentes momentos.

Deja lo que sigue Menéndez y Pelayo en un trabajo titulado Raimundo Sabunde, español:

«¿Ignora el respetable clérigo (se refiere al abate Reulet) que los barceloneses, lo mismo ahora que en el siglo XV, no tienen por lengua materna el castellano, sino el catalán, es decir una lengua de oc, hermana del provenzal, hermana de la lengua de Tolosa, donde se escribió el Libro de las Criaturas, en un latín bastante malo, que abunda en catalanismos por ser catalán el autor y en provenzalismos, porque había residido mucho tiempo en Tolosa, y en repeticiones y desaliños y redundancias como todos los libros de profesores no literatos y más en el siglo XV?

»Déjese, pues, el abate Reulet de traer a cuento la lengua española, frase mal sonante y rara vez oída de nuestros clásicos, que se preciaron siempre de escribir en castellano. Tan española es la lengua catalana, como la castellana o portuguesa».


En la Introducción al programa, que el mismo autor escribió en sus oposiciones a la cátedra de Historia crítica de la Literatura española, del doctorado de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Central, decía:



«En primer lugar, y concretándonos a nuestro estudio, ¿existe, por ventura, una lengua española? ¿Es castizo ni propio ni adecuado este nombre? ¿Le usaron alguna vez nuestros clásicos? Antes del siglo XVIII, y en cuanto a mis lecturas alcanza, sólo recuerdo haberle visto en autores extranjeros. Prescindamos del nombre, y vamos a la cosa:


»¿Qué lengua es ésa? La castellana. ¿Y por qué? Porque desde el siglo XVI viene siendo la lengua literaria por excelencia, la más cultivada y enriquecida, y en tiempos más recientes ha podido considerarse como lengua oficial de la Península Ibérica, excepción hecha del reino de Portugal, cuya historia literaria consideran algunos tan distinta y apartada de la nuestra como la alemana o la inglesa, sin reparar que apenas puede darse un paso en la literatura castellana sin tropezar con huellas portuguesas.


»Si sólo desde el siglo XVI data este predominio del habla de la España Central, ¿qué hemos de hacer con la literatura de la Edad Media? ¿La estudiaremos sólo en uno de los pueblos peninsulares? ¿Y por qué en Castilla y no en Cataluña o en Portugal? ¿Qué fuero o privilegio especial teníamos nosotros sobre los demás españoles? ¡Y qué vacíos y contradicciones resultarían de ese estudio! Alfonso X, pertenecería a nuestra historia como legislador, como didáctico, como historiador, pero no como poeta, porque las Cántigas están escritas en gallego.

»Españoles fueron en la Edad Media los tres romances peninsulares: todos recorrieron un ciclo literario completo, conservando unidad de espíritu y parentesco de formas, en medio de las variedades locales. Eran tres dialectos hijos de la misma madre, hablados por gentes de la misma raza y empeñadas en la misma empresa. Las tres literaturas reflejaban las mismas ideas e iguales sentimientos y recíprocamente se imitaban y traducían.»



Y muy oportunamente cita las siguientes palabras de Almeida-Garret, poeta portugués por excelencia:

«Ni una sola vez se hallará en nuestros escritores la palabra español designando exclusivamente al habitante de la Península, no portugués. Mientras Castilla estuvo separada de Aragón, y ya mucho después de unida a León, nosotros y las demás naciones de España, aragoneses, castellanos y portugueses y todos, éramos, por extraños y propios, comúnmente llamados “españoles”, así como aún hoy llamamos alemán indistintamente al prusiano, sajón, hannoveriano, austríaco: así como el napolitano, el milanés, el veneciano y el piamontés reciben indistintamente el nombre de italiano.

»La pérdida de nuestra independencia política después de la batalla de Alcazarquivir dio el título de reyes de las Españas a los de Castilla y Aragón; título que conservaron aun después de la gloriosa restauración de 1640. Pero españoles somos, de españoles nos debemos preciar: Castellanos, nunca.»


Y el portugués que esto dice es uno de los mayores enemigos de la unidad política peninsular.

¿Y qué dice Mella, el orador que con tanta elocuencia cantó el españolismo? Pues dice lo siguiente:

«Así se forman las regiones que llegan a tener una personalidad jurídica, que posee franquicias para regir su vida interior, y que tiene también la expresión unas veces de su lenguaje, casi siempre de su derecho, y una fisonomía particular y privativa e instituciones peculiares que le son tan propias como su lengua (Rumores), sí, lengua, sí ¿qué duda cabe?

»Parecerá una cosa inaudita, será asunto de befa para las generaciones venideras que en el Parlamento haya podido discutirse alguna vez si el Estado tiene derecho a intervenir para cercenar la lengua de un pueblo. ¿Es que la lengua no es un importantísimo hecho social? ¿Es que la lengua ha brotado de una fórmula a priori lanzada por un legislador?

»Los orígenes de la lengua son misteriosos; su fuente se pierde en la obscuridad, como antes se creían perdidas las fuentes del Nilo. Las gramáticas aparecen siempre después de la formación de la lengua y los filólogos después de las gramáticas: la lengua obedece a leyes misteriosas cuando tiene su gestación en las entrañas de un pueblo; y este hecho, a donde el poder no alcanza, ¿va a estar sujeto al capricho de los legisladores, al capricho del Estado?

»¡Ah!, señores, eso equivaldría a que un día el Estado decretara que los ciudadanos tienen obligación de ser rubios o morenos. Por más que, dadas los tiempos que corren, no me extrañaría que se llegase a tanto, porque la química ha penetrado en el secreto de los tocadores. Y es cosa fácil el ver que una morena por la tarde, aparezca rubia por la mañana (Risas); de modo que no haría gran milagro el Estado con mandarnos por ese aspecto.

»Pero no me extrañaría, repito, que, si siguiesen los legisladores en ese afán de intervenir en todos los actos de la vida íntima de un pueblo, llegase un momento en que un ministro, queriendo dejar atrás a los demás en la tiranía recreativa de un cesarismo menudo, llegase a ordenar que se suprimiesen los ojos azules por demasiado ideales, los negros por demasiado incendiarios, y se obligase a todas las españolas a que llevasen los ojos trigueños (Risas).»



Medítense estos pasajes de dos españoles de cuerpo entero a quienes podrá discutirse en cualquier aspecto que no sea el amor acendrado a España y al idioma castellano.

España es realmente una unidad histórica y social que en ciertas épocas históricas no ha tenido unidad política (la actual es una, recuérdense Portugal y Gibraltar), pero no es una unidad lingüística. De este hecho hay que partir, considérese ventaja o inconveniente, que no es el momento ahora de dilucidarlo, y como la lengua materna de los catalanes es el catalán (lo dice Menéndez y Pelayo, y los hechos lo proclaman con elocuencia indestructible), piénsese que los catalanes a nuestra lengua materna la tenemos el mismo cariño que a la suya los castellanos.

Así como no se quiere a la madre por su elevada posición social, por su riqueza, por su hermosura, por sus virtudes, sino porque es la madre que nos dio el ser, los catalanes queremos también a nuestro idioma, porque ha sido nuestra madre espiritual, pues por su mediación, hemos recibido las primeras nociones, los primeros juicios. Que el castellano tiene mayor radio de acción, es más rico, más elocuente, más armonioso; podrá ser, no nos importa, como para querer a nuestra madre, no nos importa que las haya más ricas, más hermosas, de más virtudes, pero que no son la nuestra.

Y no se olvide tampoco que el catalán es español, tan español como el castellano, y que cuanto se hace para enriquecer, para limpiar, fijar y dar esplendor al catalán, en honra y gloria de España se hace.

Recuérdese, además, la frase de Almeida-Garret antes citada: Pero españoles somos, de españoles nos debemos preciar; y se verá que en el respeto al uso de los idiomas peninsulares en su propia esfera de acción, que es el de su pleno uso en la vida privada y pública, donde quiera que su hablar sea un hecho social, es posible encontrar las primeras bases de una federación con Portugal, condición indispensable para que España alcance el esplendor a que tiene derecho con ventajas para todos.

Luis ORTIZ Y ESTRADA


Republicado por el Círculo Tradicionalista de Barcelona Ramón Parés

 

 

Luis Ortiz y Estrada (Lérida 1889 - Barcelona 1975), periodista e ingeniero carlista.

 

dijous, 26 de juny del 2025

De lo somi que tingué lo Cronista Don Berenat des Clot Dalamert en què uns fabulosos membres d’una Règia Acadèmia Literària de les Tradicions e Franqueses de Mallorques feren Santa Expedició a la Ciutat Comtal


 

De lo somi que tingué lo Cronista Don Berenat des Clot Dalamert en què uns fabulosos membres d’una Règia Acadèmia Literària de les Tradicions e Franqueses de Mallorques feren Santa Expedició a la Ciutat Comtal


 

Onírica cosa és, e certa!, que lo dia del Corpus de MMXXV, eren reunits a lo Monestir de Sant Bartomeu, a dalt d’un turó de la vila d’Inca, de l’illa de Mallorques, tots los membres de la comunitat de la Règia Acadèmia Literària de les Tradicions e Franqueses de Mallorques. Aquells homens oïren Missa e reberen lo Cos de Jesucrist ab devoció. També és ben oníricament cert que en aquell bell jorn ja s’hauien resolt a enviar una expedició de los seus mellors numeraris a retrobar les terres de los seus avantpassats e germans catalans, puix, nós (que vol dir jo) hauiem llegit un antic document del virtuós prohom Elías de Tejada, al cel sia, on aquest, savi com qui més, nos hauia confirmat l’estreta familiaritat entre los habitants del principat e los mallorquins, la qual hauria set amagada o embrutida e sotmesa a la discòrdia pels discursos de lliberals e moderns, cosa que hauien aconseguit ab la infiltració d’una vil doctrina, dita lo nacionalisme. E que aquesta idealògia no és per res patriotisme, per més que, per malesa e astúcia de son creadors, ho sembli. I és que en paraules de don Francesc Canals, al cel sia, lo nacionalisme és no més que un narcisisme malaltís, i fa fixar tot l’esforç de qui el pateix en una part concreta i no essencial de la pàtria pretesament defensada; e qui lo segueix perd lo seny e a l’encop que mou conflicte ab qui no ho ha de fer, evita posar-se a l’enfront de qui realment ha de combatre. E per tot açò que diem, los hòmens allà reunits pregaren a Nossa Senyora i al Sant del ganivet per tal que els assistíssen en l’empresa que l’esquadra hauria d’escometre, per així restablir vincles ab los bons hòmens del Principat que amaven a Verdaguer o Torras i Bages (al cel sien) e que abraçaven lo patriotisme autèntic; e, a la fi, unir esforços ab la resta de regnes de les grans corones catòliques.

E açò només comença, perquè no diríeu mai a qui volien unir-se aqueixos mallorquins. Puix inicialment no hi semblava haver a la Ciutat Comtal negú a qui fer-ho, sinó una tal dona Colau, o un don Illa o un qual sen Rufià –que lo nom, aquest últim, no sé si es perquè és un bandarra o perquè li ve de llinatge–, e resulta que tots aqueixos, o no sabien res del que hauien de saber, o bé es feien lo foll o, lo més possible, eren malvats.

No, no, però enc que semblés que no hi hauia negú, sí que hi era!... Doncs feia uns mesos que uns mallorquins hauien topat, en un passeig per la ciutat de València, a dos membres de lo Círcol Tradicionalista Ramón Parés y Vilasau de Barcelona —e també altres del Círculo Antonio Ruiz de Galarreta, aquest últim del cap i casal del Regne de València, e de qui ja ens n’ocuparem—. Abdós mostraren  un nivell e unes accions d’apostolat a les seves terres que feren gran enveja a los mallorquins, perquè d'enveja n’haurien feta, e de precís, al més ple d’encert e d’enginy. E, doncs, com ja sabem succintament d'on prové lo nostre projecte elucubrat, continuem lo relat de lo somieig, què hauria esset real si ho haguera estat.

E  partiren set jorns passats lo dit (quan deim «lo dit» volem dir lo jorn a que ens hem referit al principi, lo Corpus, e no lo dit de la mà, ni de lo peu…). E hauien sortit de bon matí des de lo port de la Ciutat de Mallorques, òbviament, e navegat durant hores, menuts e segons a bord d’una vella barcassa que hauien llogat los diligents membres de la Règia Acadèmia  Literària de les Tradicions e Franqueses de Mallorques. E hauia estat que una gran tempesta los feu passar un viatge ben mogut, e lo timoner s’acubà a causa del mareig que duia a sobre, e hagueren de fer la seua feina altres mossos qui no en sabien. Però la providència dirigí la nau, ab gran encert, cap a l’egrègia ciutat de Barcelona.

E la comitiva, formada per los membres de la Règia Acadèmia ja dita –no tornaré a repetir aquest vers tan llong–, hauia desembarcat a lo port qual feren soldats, nobles e lo Rey en Jaume, al cel sia!,  l'any 1229, quan retornaren l’illa de Mallorques a Nossa Mare de Déu e a les quatre barres de lo comte Guifré lo Pelós, que també al cel sia.

E lo primer que feren les bones ànimes de lo Círcol en veure a los mallorquins és organitzar una meravellosa trobada ab aquelles gents, e ab gran joia es mostrarem ben satisfets d’encontrar los hòmens de Mallorques ab qui poder compartir lluita e donar-se un cop de ma, d’ull, d’orella, d’enteniment e de voluntat; e satisfer les necessitats d’aquella seua terra, pàtria e religió comunes que tant els han de menester.

E a l’endemà del desembarc, a l’hora del migdia, l’expedició de mallorquins fou rebuda ab honors a un bell casal de lo Círcol e organitzaren una reproducció d’aplech preliminar a les Corts de la gran Corona d’Aragó, puix los mallorquins e catalans hi assistien plegats, e per ço, tots junts, intercanviaren impressions respecte les empreses conjuntes que podien efectuar i la forma com procedir.

E resolgueren en aquelles juntes una gran entesa respecte la necessitat d’unir esforços en pro del Bé comú, e de la recuperació del primat de la Veritat i la Bellesa, los quals hauien brillat durant segles a les seues pàtries e regions. Principis que ja foren determinats en los bells mots que dirigí lo nostre Rey en Jaume a Alfons X de Castella e de Lleó e que es troben a lo seu famós e formós Llibre dels Fets:
 

«La primera cosa per Déu, la segona per salvar Espanya, la terça que Nós e Vós haiam tan bon preu e tan gran nom que per Nós e per Vós es salvada Espanya».

E per ço entengueren que caldria unir-se també ab la resta de regnes, regions, comtats e virreinats de totes les Espanyes, d'una banda de la mar e de l'altra, cosa que juraren solemnement perseguir.

E aprés d'això, em caigué un gibrell d'aigua fresca a la faç, puix la meua senyora estava cansada de cridar-me perquè m’aixequés de lo jaç, ja que se m’aferraven los llençols e havia d’arreglar lo burro per a anar a Ciutat a veure lo senyor veguer.

E aquí s'acabà lo meu somni, que fou humit només al seu final, per no voler atendre les meves obligacions. E que sapigueu que cada vegada que em vaig a colgar lo llit està més flonjo per la meua afició de roncar sense mesura.

E qüesta és la narració, imaginada de nit, de los fets que haurien ocorregut aquests últims jorns de lo mes juny de l'any en curs si hagués set real allò que és a la meua memorança o fantasia. Que Déu faça que sia premonitori d’un encontre real e no d’un maleït refredat causat per, sempre seguit, jaure ab lo llit banyat.

E com ja s’ha dit, que tot lo escrit és cosa inventada, es signa lo present document a dia XIX de lo mes de juny de l’any del Senyor MMXXV, a l’ombra d’una bella savina, a la fresca de l'embat, a prop de la Creu del Desembarc de Santa Ponsa, a l’illa de Mallorques.

Que Viva Crist Rey!

Don Berenat des Clot Dalamert, Prohom i cronista de la imaginària Règia Acadèmia Literària de les Tradicions e Franqueses de Mallorques.



 

P.S.: Nota informativa publicada a LA ESPERANZA:

https://periodicolaesperanza.com/archivos/29180

dimecres, 25 de juny del 2025

De Babilonia a Roma (I): Mi peregrinaje de la New Age al catolicismo


Tissot: «La huida de los prisoneros», c. 1896-1902, gouache sobre tabla, 22,7 x 29,7 cm, Jewish Museum (New York, NY)

 

De Babilonia a Roma (I): Mi peregrinaje de la New Age al catolicismo



No ha sido fácil el retorno a Roma, sino complicado, agridulce y doloroso. Dulce, sentirse en el hogar de nuevo. Agrio, porque me lo encontré como los hebreos encontraron Jerusalén a la vuelta del exilio: sin murallas, sin casas, ni calles; y lo que es peor, sin Templo. Pero Dios, seguía presente y el Espíritu planeaba sobre las ruinas para crear y recrear todo de nuevo.



Inauguro con éste, una serie de escritos que relatan mi conversión, por si no te había quedado claro, querido lector, del título que reza arriba. ¿Por qué he escogido este título? Confieso que me ha costado mucho encontrar un título con el que me sienta cómoda y que de una forma breve evoque una imagen clara de lo que van a significar estos escritos y de la que implica un proceso de conversión. En otras palabras, y siendo fiel al título, lo que pretenden los escritos que componen la serie que te acabo de anunciar, es relatar el camino de retorno a casa, al hogar. La vuelta del exilio.

Cuando uno lee el Antiguo Testamento, puede que se queda fascinado con la historia del Éxodo, la forma milagrosa de cómo Dios partió las aguas, para liberar a su pueblo de la esclavitud de Egipto. Claro, ¿quién no querría liberarse de las cadenas que lo oprimen? Cierto es que los hebreos clamaban con sus llantos a Dios y Él atiende sus súplicas y los libera. La esclavitud es realmente incómoda, dura, terrible. Visiblemente lacerante, uno puede ver las heridas, la carne viva, las cicatrices y la humillación. Y el lector, atrapado en el épico relato de la liberación de los esclavos, quizá olvida el retorno de los israelitas de Babilonia. A mí, las comprensiones me vienen de repente, como un rayo, un fulgor que irrumpe  entre dos oscuridades: ¡Zas! Ese haz de luz me da una nueva comprensión de algo que llevo tiempo mascando: a veces es un hilo del cual debo tirar para llegar más lejos y sobre todo más hondo, otras aparecen sin más y me enfoca una realidad que ni tan siquiera antes hubiera considerado. Con Babilonia me pasó todo un poco, y sigo tirando el hilo, y la luz a veces es nítida, otras oscilante, otras desaparece y vuelve aparecer, titilando o a lo bestia. ¿Qué pasa con Babilonia? Te debes estar preguntando. Un día me vino la imagen de los hebreos volviendo del exilio babilónico y tomé conciencia de que seguramente no todos volvieron. «¿Para qué? Con lo cómoda que se ha vuelto la vida aquí, en este suntuoso exilio, sus dioses, rituales, tampoco están tan mal, son poco exigentes, en comparación con nuestro Dios. Además, ya formamos parte de este lugar. Las punzadas de nostalgia cada vez duelen menos…. Aquí nos quedamos». Nunca se me hubiera pasado por la cabeza, que más de uno y de dos se quedarían allí, y poco a poco, Jerusalén iba desapareciendo de sus retinas y corazones. «¿Para qué marchar? ¿Cómo debes estar la ciudad Santa? ¿Qué habrá sido del Templo?» Nunca había pensado que irse de Babilonia no estaba en el plan de todos, a pesar de los cánticos, lágrimas derramadas, añoranza…. En cambio, yo, a pesar de la comodidad y exotismo de los dioses de oro chapado de mi Babilonia, yo, abandoné. Pero no lo hice sola, no tengo ningún mérito. ¿Qué es Babilonia? Para mí ha sido este espacio de tiempo, ¡quince años! Demasiados, en los que deambulé por el laberinto de la Nueva Era hasta que me marché. Una telaraña en la que quedé atrapada, y si no hubiera sido por lo que te comentaré, me hubiera devorado. De esto van a ir los siguientes capítulos, no sé cuántos van a ser, si te soy sincera. De Babilonia a Roma. La frase es corta, el trayecto muy largo y empezó en el mismo momento en que mis pies entraban en este lugar magnético, que atrapa con sus luces, colores, melodías y, sobre todo, admiración de los que por allí andan, deambulando, perdidos, sin saberlo. Como yo. ¿Roma? La Iglesia Católica, era fácil de adivinar. Pero no ha sido fácil el retorno, sino complicado, agridulce y doloroso. Dulce sentirse en el hogar de nuevo, agrio, porque me lo encontré como los hebreos encontraron Jerusalén a la vuelta del exilio, sin murallas, sin casas, ni calles y lo que es peor, sin Templo. Pero Dios, seguía presente y el Espíritu planeaba sobre las ruinas para crear y recrear todo de nuevo.

Esta heterodoxa introducción es suficiente para trazar el mapa de mi vuelta del exilio, mi retorno al hogar. Aguarda un poco. Necesito mi ritmo para acordarme de todo, no quiero dejarme nada, aunque duela. A pesar de la vergüenza, o la rabia, quiero contarte esta historia para que sirva de señal en el camino. ¡Stop! No pasar.

En estos tiempos de postmodernidad, y de postverdad, camino al posthumanismo, (soy consciente de que he escrito demasiado artículo, pero es en la visión de un futuro siempre mejor que el enemigo nos ataca), decía que en este mundo futurible, progresista, no está de moda la palabra Stop. Un mundo entretenido en crear puentes de diálogo, diversidad, globalización, tolerancia, en definitiva, pérdida del ser profundo, para diluirse en la masa informe, quizá es hora de derribar puentes y construir muros de contención. Como en tiempos de Esdras y Nehemías, lavantar de nuevo la muralla, alrededor de la Ciudad Santa y su Templo.

Eulàlia Casas, Círcol Tradicionalista de Barcelona Ramon Parés y Vilasau

 




dilluns, 23 de juny del 2025

La pel·lícula «Parenostre», sobre el tràgic destí de Jordi Pujol i de Catalunya

 

La pel·lícula «Parenostre», sobre el tràgic destí de Jordi Pujol i de Catalunya


Una de les virtuts d’aquest film és mostrar amb claredat l’absència de catolicitat a la vida, tant pública com privada, de Pujol i família




L’abril de 2025 es va estrenar la pel·lícula Parenostre, un film de gènere històrico-polític que narra la caiguda en desgràcia pública de Jordi Pujol Soley i del seu llegat arran de la revelació, el juliol de 2014, de la seva fortuna oculta en comptes andorrans.

La pel·lícula és escrita per Toni Soler, director del programa d’«humor» (sic) Polònia, de TV3, conegut per la burla que va que fer de la Mare de Déu del Rocío i que li va valer una denúncia per delicte d’escani contra els sentiments religiosos.  

La pel·lícula intenta enaltir la figura de Jordi Pujol, no només en l’aspecte polític i històric, sinó també físicament: l’actor Josep Maria Pou, que fa quasi 2 metres d’alçada, interpreta el paper d’en Jordi Pujol, que en fa 1,55 cm. Així, al despatx (ficcionat) d’en Pujol es pot veure una fotografia de Pujol-Pou, rebut pel Papa Joan Pau II, a on Pujol-Pou li treu un palm d’alçada al Sant Pare.

Una de les virtuts d’aquest film és que mostra amb claredat l’absència de la catolicitat a la vida, tant pública com privada, de Pujol i família.

Només en tres ocasions se’n fa ressò, i per mal:

Primer, en un flashback als anys 50, quan un jove Pujol dialoga amb altres joves i un capellà ensotanat, sobre Crist i Catalunya. En fa servir el cristianisme com a instrument al servei de la política: una mena de nacional-catolicisme a la catalana.

En un segon moment, al 2014, quan Pujol es troba enfonsat per la revelació de la seva corrupció, se’n va a confessar.

—On és el pare?— Pregunta un dels fills.

—Ha anat a confessar— respon la seva dona.

I el fill, tot espantat, li pregunta:

— A on? A la premsa? A la policia?

—No, amb mossèn Ballarín.

De cop, una barreja de sobtada tranquil·litat i burla s’apodera del fill.

I el mateix Mossèn Ballarín se’n burla i se’n riu quan arriba en Pujol a rebre el sagrament de la confessió:

—Ves amb un capellà de veritat, jo soc el teu amic— li respon mossèn Ballarín, amb roba de seglar.

I continua el mossèn:

—En comptes de confessió, anem a fer un cafè i un passeig, i així em fumo un Montecristo [per a més inri]— proposa el mossèn.

A la conversa-confessió, en Pujol no nega la corrupció, tampoc se’n penedeix ni en té propòsit d’esmena. Ho justifica tot «per Catalunya». «Ho vaig fer per Catalunya», com si la pàtria fos una deïtat que eximeixi de tota culpa i de tot pecat.

Mossèn Ballarín, amb el cigar Montecristo a la mà, li dona l’absolució...

I en un tercer moment, el mateix títol de la pel·lícula: Parenostre. Si deïfiquem la pàtria, també hem de deïficar al «pare» que l’ha creada.
 

Torras i Bages ens ensenya que l’esperit de Catalunya és el catolicisme. «Catalunya serà cristiana o no serà». I que si mai en renega del seu esperit, «tindríem en realitat una “transsubstanciació" de la pàtria». Una Catalunya de paper, de cartó pedra, com el fals decorat de l’escenari d’un teatre. «La substància fa la cosa: perdent-se aquella es perd aquesta; per la qual cosa, si l’esperit català es dissipava, quedaria també esvaïda la pàtria. Un nou esperit faria un nou poble; l’un seria la successió de l’altre, mes no fóra el mateix».

Al seu primer discurs d’investidura, l’abril de 1980, Pujol parla, en repetides ocasions, de «construir» Catalunya. No pas de reconstruir, ni enfortir, ni millorar, ni sanar, ni vigoritzar... No, de «construir». Avui, el 2025, quaranta-cinc anys després, tenim la perspectiva històrica suficient per a observar que aquesta Catalunya de paper que denunciava Torres i Bages, és el llegat «construït» per Pujol.

La pel·lícula acaba amb un breu repàs del destí dels protagonistes: Jordi Pujol Ferrusola, imputat i amb judici pendent, mentre passeja pel garatge a on guarda els seus Ferraris i cotxes de luxe. Oriol Pujol Ferrusola, condemnat per corrupció pel cas de les ITV, mai més va tornar a la política. Jordi Pujol Soley, a l’espera de judici que començarà el novembre de 2025. Marta Ferrusola, morta el 2024. Tota la família imputada per «associació il·licita», etc.

Aquest també serà el destí de la Catalunya «construïda» per Pujol?

Com va escriure Sant Ignasi de Loyola a la Cova de Manresa (no a les Bases de Manresa): «L’home és criat per a lloar, fer reverència i servir a Déu el nostre Senyor, i mitjançant això salvar la seva ànima; i les altres coses sobre la faç de la terra són criades per a l'home, i perquè l'ajudin en la prossecució de la fi perquè és criat».

Crist jutjarà.

Lo Mestre Titas, Círcol Tradicionalista de Barcelona Ramon Parés y Vilasau.




***

 

Traducción al castellano:


La película «Parenostre», sobre el trágico destino de Jordi Pujol y de Cataluña




Una de las virtudes de este film es mostrar con claridad la ausencia de catolicidad en la vida, tanto pública como privada, de Pujol y familia




En abril de 2025 se estrenó la película Parenostre, un film de género histórico-político que narra la caída en desgracia pública de Jordi Pujol Soley y de su legado a raíz de la revelación, en julio de 2014, de su fortuna oculta en cuentas andorranas.

La película está escrita por Toni Soler, director del programa de «humor» (sic) Polònia, de TV3, conocido por su burla a la Virgen del Rocío que le valió una denuncia por delito de escarnio contra los sentimientos religiosos.

La película intenta enaltecer la figura de Jordi Pujol, no sólo en el aspecto político e histórico, sino también físicamente: el actor Josep Maria Pou, que mide casi 2 metros de altura, interpreta el papel de Jordi Pujol, que mide 1,55 cm. Así, en el despacho (de ficción) de Pujol se puede ver una fotografía de Pujol-Pou, recibido por el Papa Juan Pablo II, donde Pujol-Pou le saca un palmo de altura al Santo Padre.

Una de las virtudes de este film es mostrar con claridad la ausencia de la catolicidad en la vida, tanto pública como privada, de Pujol y familia.

Sólo en tres ocasiones se hace eco de ello, y para mal:

Primero, en un flashback a los años 50 del siglo XX, cuando un joven Pujol dialoga con otros jóvenes y un cura de sotana, sobre Cristo y Cataluña. Utiliza el cristianismo como instrumento al servicio de la política: una especie de nacional-catolicismo a la catalana.

En un segundo momento, en el 2014, cuando Pujol se encuentra hundido por la revelación de su corrupción, se va a confesar.

—¿Dónde está papá?— Pregunta uno de los hijos.

—Ha ido a confesar— responde su mujer.

Y el hijo, todo asustado, le pregunta:

—¿A dónde? ¿A la prensa, a la policía?

—No, con el padre Ballarín.

De repente, una mezcla de tranquilidad y burla se apodera del hijo.

Y el mismo padre Ballarín se burla y se ríe cuando llega Pujol a recibir el sacramento de la confesión:

—Vete con un cura de verdad, yo soy tu amigo— le responde el padre Ballarín, vestido de seglar.

Y continúa el sacerdote:

—En vez de confesión, vamos a tomar un café y a dar un paseo; así, me fumo un Montecristo [para más inri]— propone el sacerdote.

En la conversación-confesión, Pujol no niega la corrupción, tampoco se arrepiente ni tiene propósito de enmienda. Lo justifica todo «por Cataluña». «Lo hice por Cataluña», como si la patria fuera una deidad que exima de toda culpa y de todo pecado.

El padre Ballarín, con el cigarro Montecristo en la mano, le da la absolución...

Y en un tercer momento, el mismo título de la película: Parenostre («Padrenuestro»,  en catalán). Si deificamos la patria, también tenemos que deificar al «padre» que la ha creado.

Torras y Bages nos enseña que el espíritu de Cataluña es el catolicismo. «Cataluña será cristiana o no será». Y que si alguna vez renegase de su espíritu, «tendríamos en realidad una “transubstanciación” de la patria». Una Cataluña de papel, de cartón piedra, como el falso decorado del escenario de un teatro. «La sustancia hace la cosa: perdiéndose aquélla se pierde ésta; por lo cual, si el espíritu catalán se disipase, quedaría también desvanecida la patria. Un nuevo espíritu haría un nuevo pueblo; el uno sería la sucesión del otro, mas no sería el mismo».

En su primer discurso de investidura, en abril de 1980, Pujol propone, en repetidas ocasiones, «construir» Cataluña. No reconstruir, ni fortalecer, ni mejorar, ni sanar, ni vigorizar... No: «construir». Hoy, en el 2025, cuarenta y cinco años después, tenemos la perspectiva histórica suficiente para observar que aquella Cataluña de papel de la que advertía Torres y Bages, es el legado «construido» por Pujol.

La película termina con un breve repaso del destino de los protagonistas: Jordi Pujol Ferrusola, imputado y con juicio pendiente, mientras pasea por el garaje donde guarda sus Ferraris y coches de lujo. Oriol Pujol Ferrusola, condenado por corrupción en el caso de las ITV, nunca más volvió a la política. Jordi Pujol Soley, a la espera de juicio que empezará en noviembre de 2025. Marta Ferrusola, fallecida en 2024. Toda la familia imputada por asociación ilícita, etc.

¿Éste también será el destino de la Cataluña «construida» por Pujol?

Como escribió San Ignacio de Loyola en la Cueva de Manresa (no en las Bases de Manresa): «El hombre es creado para alabar, hacer reverencia y servir a Dios nuestro Señor, e intermediando esto salvar su alma; y las otras cosas sobre la faz de la tierra son creadas para el hombre, y para que le ayuden en la prosecución del fin para el que es creado».

Cristo juzgará.

Lo Mestre Titas, Círcol Tradicionalista de Barcelona Ramon Parés y Vilasau.

 


 


dissabte, 21 de juny del 2025

La corrupción del PSOE salpica al (des)gobierno catalán de Salvador Illa

Salvador Illa, presidente del desgobierno catalán, en su escaño parlamentario y con cara de "escanyat"

 

La corrupción del PSOE salpica al (des)gobierno catalán


Salvador Illa, visiblemente irritado: «no tengo ni puñetera idea de quién es el “Chili”»




La corrupción del régimen del 78, de la que LA ESPERANZA se ha hecho eco recientemente en este artículo de información y en este otro de opinión, salpica también al «oasis catalán».

Así, el presidente del (des)gobierno catalán, el socialista Salvador Illa —que fue ministro de sanidad de Pedro Sánchez durante los años del COVID—, se vio obligado a defenderse en el pleno del mal llamado Parlament con estas palabras textuales, visiblemente irritado: «no tengo ni puñetera idea de quién es el “Chili”».

Y es que el informe de la UCO (Unidad Central Operativa, de la Guardia Civil), que investiga la corrupción del PSOE, indica que «Salvador Illa habla muchísimo con “el Chili”». Por ese motivo, los partidos de la oposición aprovecharon la sesión de control del miércoles 18 de junio para interrogarle sobre la cuestión.

Especialmente, se le preguntaban tres cuestiones: quién es “el Chili”, si Salvador Illa estaba siendo investigado y si había mediación en la compra de mascarillas durante la pandemia. Illa respondió contundente: «De mascarillas, nada de nada», admitió que quizá se le ha investigado pero «no tengo ningún inconveniente», y reiteró «nada que esconderme».

Los partidos de la oposición también resaltaron la preocupación por la financiación irregular y el cumplimiento de los pactos de investidura, especialmente el modelo de financiación singular que debería cerrarse antes del 30 de junio. Illa reiteró su compromiso de cumplir con los acuerdos pese a las circunstancias.

Sea como sea, el caso Chili — Illa tiene los visos de encontrarse en el primer acto dramático.

Seguiremos informando.

Agencia FARO / Círculo Tradicionalista de Barcelona Ramon Parés

divendres, 20 de juny del 2025

La modestia en el vestir y las virtudes cristianas


La modestia en el vestir y las virtudes cristianas


«En la sencillez bien cuidada, brilla la nobleza del corazón».



La modestia y la elegancia en el vestir, vistas desde una perspectiva católica, son expresiones externas de una dignidad interior. No se trata de ocultar, sino de revelar con delicadeza la belleza del alma que respeta su cuerpo como templo del Espíritu Santo.

La elegancia cristiana no busca deslumbrar, sino edificar; no grita, sino que susurra con gracia y pureza. Vestirse con decoro es un acto de amor propio y de caridad hacia los demás, es un modo de reflejar la luz de Cristo en lo cotidiano.

Dejemos pues de seguir las corrientes del mundo que imperan con fuerza y busquemos la sencillez en todo, ya que como bien nos recordaban nuestras abuelas, en la sencillez bien cuidada, brilla la nobleza del corazón.


Lina C.,  

IG: @ruah431

Círculo Tradicionalista de Barcelona Ramón Parés y Vilasau.

 

 

dijous, 19 de juny del 2025

La regió tradicional i el nacionalisme (I): Una lliçó del mestre Francesc Canals Vidal


 

(Traducción al castellano, al final)


La regió tradicional i el nacionalisme (I)


Una lliçó del mestre Francesc Canals Vidal


La pàtria catalana és la nostra forma particular i concreta d’ésser cristians, conjunt amb el fruit vernal de la seva existència, el patrimoni tradicional. L’aspecte d’un perfet cristià, en aquesta regió del Mediterrani, és l’aspecte genuí d’un català.



Tot sovint, en cercar una definició per a la nació, topem amb la dificultat, més aviat amb la insatisfacció, d’haver-nos d’aconformar amb una sentència extremadament sintètica que mira de recloure-la, o, contràriament, retopem amb una llista eterna d’elements esparsos i desconjuntats que malden per descompondre-la; en definitiva, moltes propostes incompletes i tantes definicions nefastes.

La nació és la forma més elevada i sintètica de la vida social, és la conclusió més alta que trobar la societat humana; i és, tota ella, viva, múltiple, complexa i particular, que es troba continguda dins de la nació.

Tothom adverteix l’existència de la família, tasta els fruits deliciosos de la seva ufanor o les amargues penes de la seva decadència; ocórrer exactament amb la nació, però en una magnitud de proporció colossal i faraònica, tothom sent i percep la nacionalitat, mes no sempre la intel·ligència humana és prou neta i clarivident com per a dibuixar-ne els contorns i descriure’n el contingut.

El mestre Francesc Canals defineix la nació, estrictament, com un terme social i cultural; un conjunt d’homes, una comunitat humana, que comparteix un conjunt d’atributs i caràcters. Una societat, un poble, que combrega un patrimoni, que és el mateix fonament d’una forma de vida col·lectiva, pròpia i particular.

La nació, el país i el poble són per a Canals una mateixa cosa, una reunió d’homes, una successió històrica, una gran nissaga, al voltant del cabal que és la pàtria. La naturalesa i la definició de la pàtria és variable segons la comunitat humana que s’estudia; així trobem com en alguns casos, la nació s’ha constituït encerclant un patrimoni de caràcter primordialment religiós, però en altres casos ho ha fet enrondant una raça, una llengua, una constitució política o, tal volta, un conglomerat de diversos d’aquests elements.

«País, etimológicamente referido al pagus o aldea, tiene una alusión originaria a la tierra natal, al ámbito local en que se arraiga la vida colectiva. Sería extraño que un catalán se llamase paisano de un gallego y más natural que alguien se considere tal de quien es originario de su mismo pueblo (Canals Vidal, 2018).»

La pàtria, que és la terra dels pares, té un rostre, unes faccions, una expressió, i, espontàniament, els seus fills la reconeixen i l’estimen. L’origen, la raça, el pensament i els costums, el llenguatge i la cultura, la religió i la moral, les lleis i les institucions, tots aquests elements configuren el rictus de la nostra pàtria, i formen el patrimoni de la nostra nació.

La pàtria és la tradició —sintetitza Torras i Bages—, i la tradició, el producte històric d’un poble, és tot això que hem esmentat i més, perquè amb tots aquests elements exteriors, molts de materials, ha viatjat, a través de les generacions, un principi vital, una saba, una sang, l’esperit mateix que els ha engendrat.

«El mismo término patria, que como el de nación alude a la descendencia respecto de nuestros padres y antepasados, no tiene por qué se admitido al modo en que se divulgó desde la Revolución Francesa, conexo con el mito de la unidad e indivisibilidad de la república. San Isidoro de Sevilla ponía como condición de la ley justa que fuese según la costumbre de la patria. Es claro que en España no podría haber ninguna ley que pudiese invocar una costumbre española, antes por el contrario, nuestro derecho civil, a pesar de la tendencia que tomó por el liberalismo de las Cortes de Cádiz, se ha visto obligado a respetar costumbres de diversas tierras, o países, o pueblos (Canals Vidal, 2018).»

La vida social de la nació, d’una complexitat orgànica inabastable, i la forma de la pàtria, d’una riquesa incommensurable, elles es troben determinades per un mateix esperit, un principi que les ha engendrat i les ha inspirat en cada moment de la història, en tots els racons de la geografia, des del cim més enlairat dels nostres munts fins al fons més pregon de les nostres valls.

La llengua primitiva, escampada originàriament per tota la regió, muda tantes variants i diccions segons sigui la contrada; la constitució jurídica i les institucions passen, marxen amb les centúries; la poesia i el sentiment varien segons l’estil de l’època; la raça es dissipa i es combina; cap d’aquests elements, a malgrat de la molta afecció que naturalment els hem de portar, constitueix l’essència, el germen de la pàtria.

L’essència de la nostra pàtria, l’esperit català, la causa i el propòsit de la seva existència, és, tal com sentencia el mestre Torras i Bages, l’esperit cristià. Catalunya i el cristianisme, ací, a la nostra terra, són una mateixa cosa; una no s'entén sense l’altre, són dos elements indestriables que es lligaren fortament, d’antuvi, en el naixement i la constitució del nostre poble.

La demostració pràctica d’aquesta circumstància es troba inscrita en la profunditat dels nostres caràcters nacionals, tots ells embaumats d’aquest perfum cristianíssim tan propi de la terra catalana. La llengua nostrada és farcida d’expressions religioses, amarada d’un significat profundament cristià que sempre ha abominat la blasfèmia; les citares de la lírica, en mans dels nostres religiosos, han cantat piadoses tonades; les nostres institucions i llurs constitucions han governat sota l’imperi de la llei divina i han comandat les grans empreses contra els enemistats de la fe; els grans prohoms de la terra s’han prostrat solemnement davant de Déu, molts d’ells han sigut coronats amb les glòries celestials; les grans diades del nostre poble, les heroiques gestes dels nostres predecessors, totes porten els motius honrosos de la causa de la nostra santa religió.

La pàtria catalana és la nostra forma particular i concreta d’ésser cristians, conjunt amb el fruit vernal de la seva existència, el patrimoni tradicional. L’aspecte d’un perfet cristià, en aquesta regió del Mediterrani, és l’aspecte genuí d’un català. Per això, el patriarca espiritual de Catalunya va rubricar, en el frontó de la façana gloriosa del nostre poble, que Catalunya serà cristiana o no serà.

Dr. Pere Pau, Círcol Tradicionalista de Barcelona Ramon Parés y Vilasau


BIBLIOGRAFIA
Canals Vidal, F. (2018). Escritos políticos (II) - Obras Completas Francisco Canals Vidal. Editorial Balmes, Ed.; Primera edició, Vol. 12, pg. 333.




*****



La región tradicional y el nacionalismo (I)


Una lección del maestro Francisco Canals Vidal

 

La patria catalana es nuestra forma particular y concreta de ser cristianos, junto con el fruto vernal de su existencia, el patrimonio tradicional. El aspecto de un perfecto cristiano, en esta región del Mediterráneo, es el aspecto genuino de un catalán.



A menudo, al buscar una definición para el concepto nación, nos encontramos con la dificultad —más bien con la insatisfacción— de tenernos que conformar con una sentencia extremadamente sintética que la recluye, o, al contrario, nos encontramos con una lista eterna de elementos dispersos que afanan en descomponerla; en definitiva, muchas propuestas incompletas y tantas definiciones nefastas.

La nación es la forma más elevada y sintética de la vida social, es la conclusión más alta de la sociedad humana; y es, toda ella, viva, múltiple, compleja y particular, contenida dentro de la nación.

Todos conocemos la existencia de la familia, saboreamos los frutos deliciosos de su lozanía o las amargas penas de su decadencia; lo mismo ocurre exactamente con la nación, pero en una magnitud de proporción colosal y faraónica: todos sentimos y percibimos la nacionalidad, pero no siempre la inteligencia humana es bastante limpia y clarividente como para dibujar los contornos y describir el contenido.

El maestro Canals Vidal define la nación, estrictamente, como un término social y cultural; un conjunto de hombres, una comunidad humana, que comparte un conjunto de atributos y caracteres. Una sociedad, un pueblo, que comulga un patrimonio, que es el mismo cimiento de una forma de vida colectiva, propia y particular.

La nación, el país y el pueblo son para Canals una misma cosa, una reunión de hombres, una sucesión histórica, un gran linaje, alrededor de un caudal que es la patria. La naturaleza y la definición de la patria es variable según la comunidad humana que se estudia; así encontramos cómo en algunos casos la nación se ha constituido rodeando un patrimonio de carácter primordialmente religioso, pero en otros casos lo ha hecho en torno a una raza, una lengua, una constitución política o, incluso, un conglomerado de varios de estos elementos.

«País, etimológicamente referido al pagus o aldea, tiene una alusión originaria a la tierra natal, al ámbito local en que se arraiga la vida colectiva. Sería extraño que un catalán se llamase paisano de un gallego y más natural que alguien se considere tal de quien es originario de su mismo pueblo (Canals Vidal, 2018).»

La patria, que es la tierra de los padres, tiene un rostro, unas facciones, una expresión, y, espontáneamente, sus hijos la reconocen y la estiman. El origen, el linaje, el pensamiento y las costumbres, el lenguaje y la cultura, la religión y la moral, las leyes y las instituciones, todos estos elementos configuran el rictus de nuestra patria, y forman el patrimonio de nuestra nación.

La patria es la tradición —sintetiza Torras y Bages—, y la tradición, el producto histórico de un pueblo, es todo esto que hemos mencionado y más, porque con todos estos elementos exteriores, muchos de ellos materiales, ha viajado, a través de las generaciones, un principio vital, una savia, una sangre, el espíritu mismo que los ha engendrado.

«El mismo término patria, que como el de nación alude a la descendencia respecto de nuestros padres y antepasados, no tiene por qué se admitido al modo en que se divulgó desde la Revolución Francesa, conexo con el mito de la unidad e indivisibilidad de la república. San Isidoro de Sevilla ponía como condición de la ley justa que fuese según la costumbre de la patria. Es claro que en España no podría haber ninguna ley que pudiese invocar una costumbre española, antes por el contrario, nuestro derecho civil, a pesar de la tendencia que tomó por el liberalismo de las Cortes de Cádiz, se ha visto obligado a respetar costumbres de diversas tierras, o países, o pueblos (Canals Vidal, 2018).»

La vida social de la nación, de una complejidad orgánica inabarcable, y la forma de la patria, de una riqueza inconmensurable, ellas se encuentran determinadas por un mismo espíritu, un principio que las ha engendrado y las ha inspirado en cada momento de la historia, en todos los rincones de la geografía, desde la cumbre más elevada de nuestros montes hasta el fondo más profundo de nuestros valles.

La lengua primitiva —esparcida originariamente por toda la región— muda tantas variantes y dicciones según sea la comarca; la constitución jurídica y las instituciones pasan, marchan con las centuria; la poesía y el sentimiento varían según el estilo de la época; la raza se disgrega y se combina; ninguno de estos elementos, a pesar de la mucha afección que naturalmente les debemos, constituye la esencia, el germen de la patria.

La esencia de nuestra patria, el espíritu catalán, la causa y el propósito de su existencia, es, tal como sentencia el maestro Torras y Bages, el espíritu cristiano. Cataluña y el cristianismo, aquí, en nuestra tierra, son una misma cosa; la primera no se entiende sin la segunda, son dos elementos inseparables que se ligaron fuertemente, por lo pronto, en el nacimiento y la constitución de nuestro pueblo.

La demostración práctica de esta circunstancia se encuentra inscrita en la profundidad de nuestros carácter es nacionales, empapados de este perfume cristianísimo tan propio de la tierra catalana. Nuestra lengua rebosa de expresiones religiosas, absorbida por un significado profundamente cristiano que siempre ha abominado de la blasfemia; las cítaras de la lírica, en manos de nuestros religiosos, han cantado piadosas tonadas; nuestras instituciones y sus constituciones han gobernado bajo el imperio de la ley divina y han dirigido las grandes empresas contra los enemigos de la Fe; los grandes prohombres de la tierra se han postrado solemnemente ante Dios, muchos de ellos han sido coronados con las glorias celestiales; las grandes fiestas de nuestro pueblo, las heroicas gestas de nuestros predecesores, todas llevan los motivos honrosos de la causa de nuestra santa religión.

La patria catalana es nuestra forma particular y concreta de ser cristianos, junto con el fruto vernal de su existencia, el patrimonio tradicional. El aspecto de un perfecto cristiano, en esta región del Mediterráneo, es el aspecto genuino de un catalán. Por eso, el patriarca espiritual de Cataluña rubricó, en el frontón de la fachada gloriosa de nuestro pueblo, que Cataluña será cristiana o no será.

Dr. Pere Pau, Círcol Tradicionalista de Barcelona Ramon Parés y Vilasau


BIBLIOGRAFIA
Canals Vidal, F. (2018). Escritos políticos (II) - Obras Completas Francisco Canals Vidal. Editorial Balmes, Ed.; Primera edició, Vol. 12, pg. 333.


 

 

 

dissabte, 14 de juny del 2025

[VIDEO] de la presentación en Barcelona del libro NATURALEZA TRADICIONAL, del catedrático Juan Andrés Oria de Rueda

 

Video de la presentación en Barcelona del libro NATURALEZA TRADICIONAL, del catedrático Juan Andrés Oria de Rueda


Publicación del video de la sesión desarrollada el pasado mes de noviembre en Casa Golferichs, de Barcelona




El canal de YouTube del Círculo Tradicionalista de Barcelona ha publicado el video de la presentación en Barcelona, el pasado mes de noviembre, del libro NATURALEZA TRADICIONAL por parte de su autor, el catedrático de botánica y correligionario nuestro D. Juan Andrés Oria de Rueda.

El video puede consultarse en este enlace: https://youtu.be/nRbXum5zhtA

Una crónica de dicha presentación ya se publicó en su día en el periódico LA ESPERANZA y en el cuaderno de bitácora del Círculo catalán.

Ahora, además, nuestros lectores podrán consultar el video de aquella presentación.

El libro presenta una ecología contrarrevolucionaria, es decir, exenta de toda injerencia ideológica, como sufre la ecología moderna. Así, el libro aborda el mal actual del medio ambiente silvestre desde las técnicas tradicionales de manejo y conservación de la naturaleza: identifica las raíces del mal que aqueja a nuestro campo y recuerda la sabiduría ancestral —fruto del empeño de tantas y tantas generaciones vinculadas a la tierra, a sus costumbres, usos y ordenanzas, etc.—, mostrando esa sabiduría tradicional como necesaria, como única opción, para resolver aquel mal actual.

Además de presentar el libro, el profesor Oria de Rueda aprovechó su exposición barcelonesa para dictar una magistral exposición sobre la naturaleza tradicional catalana.

Agencia FARO / Círculo Tradicionalista de Barcelona Ramón Parés y Vilasau

divendres, 13 de juny del 2025

Hispanismo o Gaditanismo


 

 

 Hispanismo o Gaditanismo



La traición a España tiene su lugar y su hora: Cádiz, 1812.



«¿Hispanidad, para qué? No se trata de despreciar los fines más evidentes, por los cuales pienso que estas iniciativas merecen, al menos, un apoyo prudente: es evidente que la unión hispánica podría defender mejor ciertos intereses económicos y geopolíticos que la fragmentación actual. Pero la unión de los pueblos no puede quedarse en cálculos mercantiles. Formar una comunidad política exige un ideal que la justifique, y es precisamente aquí donde veo que el nuevo hispanismo —o gaditanismo, si se prefiere— se queda corto y suena más a quimera que a esperanza. Sin un ideal común, toda unión política es como un cuerpo sin alma: un zombi que no sabe a dónde va ni por qué está aquí».




***




Hace ya algún año que me asombra —como a tantos otros— la repentina mediatización de un discurso hispanista que, más que un simple susurro académico, ha comenzado a sonar como un himno. Prueba de ello son los dos documentales de José Luis López-Linares: España, la primera globalización y Hispanoamérica, canto de vida y esperanza. Estos soberbios trabajos, cual heraldos modernos, no sólo rescatan la verdad extraviada, sino que la proclaman con la frescura de quien acaba de descubrir algo que siempre había estado allí. Además, dan testimonio de un movimiento mayor, que se alza como un coro inesperado en un teatro que creíamos ya sin músicos.

Este movimiento —aún borroso, disperso en mil voces— va mucho más allá de una mera conciencia de los pueblos hispánicos. Ha dejado atrás la defensa de la herencia común o la demolición de la leyenda negra; ha alcanzado un relato sólido y entusiasta. Sus exponentes, tanto en la Península como en América, proceden de latitudes e ideologías dispares. Sin embargo, concuerdan en un punto esencial: no somos las víctimas de nuestros antepasados, sino de un relato que nos enseña a despreciar nuestra propia raíz. Ahí radica, a mi juicio, su mayor logro: recordarnos que somos un pueblo mestizo, hijos de los indios y de los españoles, y que no hay en ello vergüenza alguna, sino orgullo legítimo. Hablo con propiedad: por parte de padre, me enlazo casi por entero con Cataluña; por parte de madre, y de la tierra que me dio la vida, pertenezco al Reino de la Plata. Nos han devuelto el orgullo de lo que somos: un pueblo que, por haber nacido de dos mundos, no está partido, sino multiplicado.

El nuevo movimiento capta certeramente el poder del relato y de las palabras sobre la mentalidad de los pueblos. Pues, al fin y al cabo, mucho más que la opresión económica y política a la que nos han sometido nuestros enemigos tras el desastre de la desintegración de nuestro Imperio, ha sido el relato humillante el que con mayor eficacia nos ha desarmado. Así, confundimos la humildad —virtud de los fuertes— con la pusilanimidad —vicio de los débiles— y hemos caído, casi sin darnos cuenta, en un victimismo crónico: siempre pobres en manos de unos y de otros, y siempre culpables de nuestra propia ruina.

Resulta difícil expresar hasta qué punto este relato ha envenenado la mente de los pueblos hispánicos. Porque si mi antepasado fue un monstruo, me convierto en un paria moral; pero si descubro que fue un hombre admirable —con defectos que a todos nos son comunes—, entonces mi autoestima se transforma. Y esa metamorfosis, por pequeña que parezca, tiene un efecto tan decisivo como inesperado: restituye la dignidad y, con ella, la fuerza de la voluntad. Pero allí donde renace la dignidad, brota de nuevo la voluntad.

Paradójicamente, hoy muchos despiertan a la verdad de que nuestros antepasados no fueron carceleros, sino albañiles de una civilización mestiza. Comprenden que no nos esclavizaron, sino que se abrieron camino en medio de innumerables dificultades con un ideal de justicia en el corazón. No nos subordinaron como simples colonias extractivas de un sistema mercantil ideado para el beneficio de una élite metropolitana, sino que fundaron hospitales donde latía la misericordia, universidades donde florecía el saber y ciudades que respiraban el pulso de la dignidad compartida.

Hasta hace muy poco, este discurso estaba confinado en ambientes más bien singulares, a los que uno sólo llegaba por azar —o, mejor dicho, por una providencial casualidad— y cuya repercusión era casi nula, sin apenas eco en la política o en la vida social. Sin embargo, hoy, con las nuevas formas de comunicación, este mensaje ha logrado filtrarse como un arroyo subterráneo que, inesperadamente, ha hecho brotar un verdor nuevo en la conciencia de la Hispanoesfera.

Por esto, este movimiento tiene todo mi reconocimiento, y lo que diré a continuación debe entenderse como una contribución constructiva y no como una crítica que ignore su valía.

—¿Cuál es el “pero”? —Evidentemente, hay un “pero”: el problema del relato incompleto y de caer en la misma victimización que se pretende criticar. Este relato, con toda su fuerza, no lo dice todo; omite una verdad fundamental: la desintegración del Imperio no fue la obra maestra de alguna potencia extranjera, ávida de despojos, sino el resultado de nuestra propia culpa. Es cierto que los ingleses codiciaron nuestras riquezas y tejieron sus intrigas, pero la pregunta esencial sigue en pie: ¿por qué nos vencieron?

Ahí está la raíz: una culpa que es sólo nuestra y que lleva un nombre que no debería pronunciarse a la ligera: Traición. No me refiero sólo a quienes sirvieron a intereses foráneos —que los hubo—, sino a algo más hondo y devastador: la renuncia a la propia identidad, la traición a la Verdad misma. Como el beso de Judas, la Traición de España tiene su hora y su lugar: Cádiz, 1812.

Sé que para muchos, Cádiz encarnó la promesa de una libertad renovada. No niego que en sus palabras se agitaba un fervor sincero y que hubo quienes creyeron ver en sus leyes la semilla de un futuro más justo. Pero no podemos olvidar que aquella promesa, en su momento, fue recibida con recelo y hasta con rechazo por muchos de los mismos pueblos que debía redimir. Y, a fin de cuentas, la libertad que proclamó no supo arraigar en la tierra mestiza que pretendía gobernar: fue una libertad demasiado abstracta y demasiado breve para un pueblo que necesitaba algo más que palabras.

El nuevo hispanismo, con todos sus méritos, no ha logrado aún un análisis a fondo de esta verdadera génesis de nuestra desintegración. Y así, en su empeño por integrar bajo un solo estandarte todo lo que huela a “hispano”, termina definiendo lo hispano con categorías que —paradójicamente— fueron las mismas que nos precipitaron a la ruina que ahora se pretende exorcizar.

 


 


España nació y creció como una empresa de cristiandad: la aventura común de un pueblo que, a lo largo de toda su historia hasta 1812, supo fundirse en un ideal que trascendía reinos, lenguas y costumbres. Ese es nuestro ser, y, francamente, estoy convencido de que no hay otro. Permítaseme ilustrarlo: cual más, cual menos, todo español digno de mención hasta 1812 comparte la misma mentalidad, ya sea santo, guerrero, literato, explorador, filósofo o gobernante. Ahí están San Ramón de Peñafort, San Vicente Ferrer, Santa Teresa y San Ignacio; el Gran Capitán, Pizarro y Cortés; Cervantes, Góngora, Lope de Vega y Quevedo; Vitoria, Cano y Suárez; Isabel y Fernando, Carlos I, Felipe II… ¿Acaso no tenían todos ellos, aunque fueran de profesiones tan distintas, un aire de familia? Era el aire de la cristiandad convertida en empresa común.

Esta línea de la Tradición hispánica —como todo proceso— tuvo sus tiempos de gestación, crecimiento y plenitud, y también sus momentos de retroceso o crisis, cuyos detalles no puedo detenerme a exponer aquí, pero que resultan evidentes a quienquiera que mire la historia con honestidad.

No creo que sea temerario resumir esta mentalidad en los cuatro lemas en los que la Cristiandad toma cuerpo en la Hispanidad: Dios, Patria, Fueros y Rey. Es la visión de la cristiandad concretada en el cuerpo político que forma la Corona Hispánica y que pervive hasta que entra en conflicto con otra línea, la de Cádiz o el espíritu de la Revolución, que le es esencialmente ajena. Este conflicto es la madre de todos los conflictos, a uno y otro lado del océano, en todas las Españas. Cádiz es el nacimiento del llamado conflicto de las dos Españas, esa polarización ideológica que, desde entonces, ha dejado una herida abierta en la península. Y, al mismo tiempo, es la causa de la desintegración de las Españas como hasta entonces se habían conocido. ¿Por qué habría de permanecer en España un pueblo lejano si España misma no quería permanecer fiel a lo que era?

Este es, a mi juicio, el veneno intelectual que dejó inerme a España frente a los movimientos secesionistas de antaño y que, desgraciadamente, sigue actuando con la misma eficacia ante el secesionismo presente. Si este conflicto no se resuelve, nada se resolverá en verdad. Por eso, aunque celebro con gratitud la vitalidad de este nuevo movimiento, confieso que no puedo compartir la tentación de ver en los traumáticos hechos de 1812 un progreso que redime. Más bien, fueron la fractura de un cuerpo político que ya no quiso sostener el alma que lo había hecho grande.

Entonces surge la pregunta que, a mi modo de ver, sólo se pasa por alto por un nocivo descuido: ¿Hispanidad, para qué? No se trata de despreciar los fines más evidentes, por los cuales pienso que estas iniciativas merecen, al menos, un apoyo prudente: es evidente que la unión hispánica podría defender mejor ciertos intereses económicos y geopolíticos que la fragmentación actual. Pero la unión de los pueblos no puede quedarse en cálculos mercantiles. Formar una comunidad política exige un ideal que la justifique, y es precisamente aquí donde veo que el nuevo hispanismo —o gaditanismo, si se prefiere— se queda corto y suena más a quimera que a esperanza. Sin un ideal común, toda unión política es como un cuerpo sin alma: un zombi que no sabe a dónde va ni por qué está aquí.

Este nuevo hispanismo, en su empeño por ser transversal, parece a veces un mosaico sin cohesión o, peor aún, una jaula de grillos donde cada cual canta su propia nota y nadie logra un canto común. Apenas se aborda lo esencial, sus propósitos se desvanecen: ¿por qué habría de sumarse alguien a un proyecto hispano sólo para perpetuar el mismo sistema demagógico y liberal que hoy encarnan figuras como Pedro Sánchez o la actual “Casa Real”? ¿En qué mejoraría la situación si no se revisa el fondo del sistema?

Y, en el fondo, ¿por qué mereció la pena que España fuera un Imperio y, en cambio, es una pena que hoy lo sean los Estados Unidos o mañana China? ¿Sólo porque somos españoles y ellos no? Si a fin de cuentas se reduce a eso, el hispanismo de algunos se me representa como el órdago de un espíritu supremamente infantil.

La grandeza del Imperio español no residía en la nacionalidad de sus integrantes ni su esplendor se apoyaba en la uniformidad de sus pueblos. Se fundaba, más bien, en una Verdad que los abrazaba y los trascendía: la Religión Católica. La Hispanidad fue edificada sobre los cimientos que puso la Iglesia, y es una quimera pretender reconstruirla sobre otros fundamentos. Si partimos del hecho de que la Hispanidad fue envenenada por la Traición del liberalismo —proclamada oficialmente en Cádiz, en 1812— y que esta traición, más que las independencias, fue la verdadera causa de la destrucción del Imperio, resulta aún más trágico —y, en cierto modo, grotesco— pretender revivir la Hispanidad sobre aquello mismo que la dejó moribunda.

Es oportuno recordar que nuestros antepasados no hicieron cuanto hicieron —con toda su épica y grandeza— sólo por el hecho de ser españoles. Algunos querrán suponer, casi con aires míticos, que la españolidad en sí misma encerraba las condiciones para la hazaña. Pero la verdad es otra: todo lo grande y épico que hicieron los españoles lo hicieron a causa de lo que la fe infundía en su mentalidad, en su espíritu y en sus ideales. Fue esa fe la que sostuvo el mestizaje y la integración política; la que impulsó la justicia social en el comercio; la que despertó la preocupación por la salud y la enseñanza de todos. Sin esa fe, la Hispanidad no habría pasado de un nombre vacío.

Muy distinta, en efecto, es la influencia de una mentalidad protestante o islámica sobre sus proyecciones políticas. Y muy distinta es también la mentalidad revolucionaria —la de la Revolución francesa— y las formas políticas que de ella brotan. No cabe duda de que hay imperios e imperios, y no todo es bueno ni todo vale lo mismo.

Hoy los Estados Unidos gobiernan el mundo para sus propios intereses. El problema no es sólo que estemos subyugados a esos intereses, sino, sobre todo, la altiva mezquindad que los anima. El dominio de los Estados Unidos ha demostrado su desprecio por la justicia social, la vida del no nacido o los derechos de la Verdad. Y eso no es un simple accidente político, sino la manifestación de una mentalidad, de una especie de credo agnóstico que, venga de donde venga, debe ser rechazada de raíz. ¿Por qué, entonces, se habría de querer que la Hispanidad soñara con repetir esa misma historia?

 


 

El Imperio español existió para servir a una Verdad religiosa que lo trascendía. Por eso generó una tendencia hacia la justicia social, hacia el reconocimiento de la dignidad de todos y hacia el florecimiento enriquecedor de las más altas manifestaciones del humanismo. Todo ello, sin duda alguna, fue el fruto directo de la fidelidad a la Verdad católica. Y esa Verdad católica era, en última instancia, la razón de su fuerza y de su legado.

Por último, quiero insistir con absoluta claridad en algo que para mí no es fruto de un empeño personal, sino de la simple lógica de las cosas: en la situación actual, el hispanismo se halla ante una disyuntiva que no se puede ignorar. O Tradición Hispánica, o Revolución Gaditana. No niego que sea posible sumar fuerzas, e incluso celebro que exista la voluntad de hacerlo. Pero me temo que esas fuerzas, sin un verdadero ideal que las oriente y las eleve, acabarán sumándose en el vacío: estériles y frustradas, como agua que se pierde por las rendijas. Y, mientras tanto, estaremos condenados a luchar entre nosotros mismos hasta que sólo quede uno. Lo mejor sería que ese uno fuera la Verdad.

Algunos nos reprochan a los tradicionalistas que unamos la defensa de la hispanidad a la defensa de la unidad católica, como si este empeño fuera un lastre o una obsesión. Pero, en verdad, no es un capricho nuestro: es la raíz misma de lo que queremos honrar y proteger. Si la Hispanidad existió alguna vez como algo más que un nombre, fue porque supo fundar su unidad en la Verdad católica que la hizo posible. Pretender hoy separarlas es, a mi juicio, condenar la empresa a la esterilidad.

Por mi parte, inspirado en la virtud cristiana de la Esperanza, tengo la convicción de que la Historia, más allá de las dificultades que acompañan a cada momento, acabará por dar la victoria al bien sobre el mal y la verdad, como la luz que no puede ser extinguida, terminará por imponerse sobre los errores y las mentiras. Permítanme subrayar que no escojo la Tradición Hispánica sólo porque fuera la de mis antepasados —algo que, por otra parte, no siempre resulta fácil de asegurar—, sino porque creo firmemente que está asentada sobre la Verdad. Y porque está asentada sobre la Verdad, tiene más fuerza. Por eso, en ella reside el auténtico poder para reunir de nuevo a todos los hispanos. Porque la Verdad —esa cosa aparentemente frágil y ridícula para los poderosos y los creadores de opinión— es, al final, lo único que puede sostener el mundo.



Lo Sentenciós, Círcol Tradicionalista de Barcelona Ramon Parés y Vilasau