dijous, 30 de gener del 2025

Las tres últimas monjas clarisas de Pedralbes abandonan el ex Real Monasterio tras 700 años de presencia ininterrumpida

Claustro del ex Real ex Monasterio de Santa María de Pedralbes, Barcelona
 

 

Las tres últimas monjas clarisas de Pedralbes abandonan el ex Real Monasterio tras 700 años de presencia ininterrumpida



Son los frutos de la renovación de la vida religiosa obrada por el Concilio Vaticano II




Agencia FARO (Barcelona).— El próximo mes de febrero —si Dios no lo remedia—, las monjas clarisas abandonarán el ex Real Monasterio de Santa María de Pedralbes y se trasladarán a Vilobí d’Onyà (comarca de La Selva, Diócesis de Gerona).

Se trata de las tres últimas monjas que quedan en el Monasterio de Pedralbes: sor Inmaculada, sor Pilar y sor Isaura, de 90, 73 y 66 años respectivamente. En 1950, eran medio centenar de religiosas.

Con su marcha, se pone fin a la presencia ininterrumpida durante 700 años de las clarisas en el histórico Monasterio, escenificando así el final de una era espiritual en Barcelona.

El Monasterio fue fundado en el año 1326 por el Rey Jaime II de Aragón y por su esposa Elisenda de Moncada. Durante sus siete siglos de historia, ha sobrevivido a varias vicisitudes, como la exclaustración de 1640 durante la Guerra de los Segadores, los sucesos de la Semana Trágica de 1909, o la Cruzada de 1936. A pesar de estos hechos históricos, la comunidad religiosa siguió viva y el Monasterio en pie.

Sin embargo, lo que no consiguieron derribar estos acontecimientos desde el exterior de la Iglesia, lo ha logrado la renovación religiosa obrada por el Concilio Vaticano II. Y como consecuencia, el hasta ahora ex Real, se convertirá también en ex Monasterio.

En efecto, la Constitución dogmática Lumen gentium, el Decreto conciliar Perfectae caritatis y el«Motu proprio» Ecclesiae Sanctae, de Pablo VI, perpetraron una renovación de la vida religiosa cuyos frutos, podridos, se han hecho evidentes en las últimas décadas, siendo la presente marcha de las clarisas de Pedralbes un episodio más de dicha renovación.

Esta renovación —en realidad, decadencia según el Cardenal Daniélou en los años 70, o derribo podemos afirmar hoy— alteró los principios y la estabilidad de la vida religiosa, transformó su fondo y vició el modo de vivir las virtudes religiosas:

Se pretendió olvidar que la vida religiosa es un género de vida conformado sobre los consejos evangélicos y, por tanto, objetivamente más excelente que la vida común, conformada solamente sobre los preceptos. En definitiva, se pretendió olvidar el carácter supererogatorio de la vida religiosa, buscando una exagerada asimilación al mundo: se dulcificó la disciplina; se relajó el deseo de una vida más espiritual, orante y austera; se transformaron (o abandonaron) los hábitos para no diferenciarlos ya de las ropas seglares; etc.

Se asignó un nuevo fin a la vida religiosa: el servicio al hombre más que el servicio a Dios. Fue la consecuencia de suponer, falsamente, que el hombre no tiene ni puede tener como fin su propia salvación, pues ello sería un error de utilitarismo teológico.

Se vició el modo de vivir las virtudes religiosas: obediencia, pobreza, castidad, temperanza... La disminución de cada una de ellas supuso simultáneamente la disminución de la vida religiosa en general.

Esta nueva doctrina sobre la vida religiosa se materializa en la liturgia: en la Misa Novus Ordo. Sin sacrificio, sin Misa—sacrificio, sin distinción clara entre el sacerdocio sacramental y el sacerdocio común de los fieles, etc.

A causa de aquella nueva doctrina vaticanosegundista, expresada en esta nueva liturgia, la vida religiosa entra en crisis y, en último término, carece de sentido.

A pesar de ello, la esperanza, sustentada en la indefectibilidad de la Iglesia y en su divina fundación por Cristo, nos anima a perseverar —con la Gracia— en el buen combate por la Fe de Cristo y contra esta decadencia o derribo actual.


Agencia FARO / Círcol Tradicionalista Ramon Parés y Vilasau (Barcelona)

 


 

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