Detente de la Tercera Guerra carlista
Todo el Amor de Dios resumido en una imagen
Dios quiera que el Corazón Sagrado de Jesús se digne servir de esta vieja Causa, que en la primera hora de la Revolución se consagró por entero a Su servicio y que todavía hoy, por Su inmensa misericordia, persevera en la lucha para que Él reine.
La devoción al Sagrado Corazón de Jesús tiene un poderoso atractivo cuyas profundas razones enraízan en la vital armonía y equilibrio que imprimen en el alma del cristiano. Sorprende ver, por citar un par de ejemplos sin pretensión de ser exhaustivo, personajes eminentes entre los santos por su talla intelectual, como San Alberto Magno y San Buenaventura, unir la especulación científica más elevada a la mística del Corazón de Jesús. En efecto, el Corazón de Jesús centra naturalmente nuestra atención sobre los afectos del Señor, desarmando como sin pretenderlo, cualquier impulso de la razón a la altivez. Pero, a su vez, reteniendo en todo su vigor a la inteligencia en el conocimiento sublime de lo más insondable que hay en los misterios divinos, como cuando la esponja se hallare totalmente sumergida en el agua.
Mucho habría de caminar San Agustín, antes de su conversión, para conciliar aquel Ser, cuya perfección y unicidad exigidas por la razón debían excluir cualquier pasión, con las figuras antropomórficas de la Biblia, aquellas que habían decepcionado sus más recónditos deseos de encontrar una respuesta satisfactoria a las inquietudes de su juventud en el cristianismo que tan fervorosamente abrazaba su madre. Sin duda, habría de reconocer San Agustín tras su conversión, hay un contraste evidente que precisa de una adecuada interpretación para situar el discurso bíblico dentro de las legítimas demandas de la razón. Las imágenes, finalmente, mucho mejor que la razón discursiva, expresan lo insondable del misterio divino con la regla de la analogía. Es cierto que Dios es impasible por las razones que los filósofos explican, pero hay algo en Él con respecto a nosotros similar a los celos que siente el esposo por la mujer infiel. Algo en Dios es similar a la vulnerabilidad que acepta el amante al exponer su amor al rechazo del amado.
Jesús mismo es la expresión carnal de este misterio íntimo de Dios. No sólo en cuanto nos revela con su Palabra la Trinidad escondida, sino porque nos revela en su carne el rostro del Padre: «Quien me ha visto a mí, ha visto al Padre» (Jn 14, 9). En efecto, por la unión del Verbo Divino a la naturaleza humana, todo el Amor de Dios late en un corazón de carne, que es el Corazón de Jesús. Entendido materialmente como un órgano del cuerpo físico de Cristo vulnerable al afecto humano, pero simbólicamente como la expresión más elocuente de la determinación universal de su Amor. Y, en efecto, el corazón humano se conmueve espontáneamente ante la alegría, el gozo, el dolor o la pena, y así Jesús quiso sentir —porque en Jesús ninguna pasión escapó a su voluntad— y mostrarnos con tales sentimientos el misterio íntimo de Dios, que no ha querido ser indiferente en lo que concierne a nuestro amor.
Jesús, entonces, se entristece al ser rechazado por el joven rico, negado por Pedro o traicionado por Judas, y se llena de gozo cuando alaba a Dios por los humildes; siente angustia en Getsemaní y se conmueve ante la tumba de Lázaro. El símbolo del Corazón herido y en llamas resume todo el evangelio y refuta todas esas herejías que ponen en cuestión la universalidad del amor de Dios, especialmente el calvinismo y el jansenismo. La imagen casi por sí misma nos instruye en la recta doctrina de que «Dios quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad» (1 Tim 2, 4). Y, por tanto, hace todo lo posible por salvar a todos, de modo que la condenación no ha sido predeterminada por Dios, sino el pésimo fruto del libre rechazo de su Amor.
Extendiendo los sentimientos del Corazón de Jesús a nuestras vidas, podemos entrar místicamente en su corazón y participar con los mismos sentimientos de lo que le agrada y lo que le disgusta. En esto consiste la espiritualidad que se desprende de la devoción al Sagrado Corazón de Jesús. Tales sentimientos, de hecho, no sólo se extienden a nuestra vida, también se extienden a nuestras familias, vecindades, a toda sociedad y en definitiva a nuestra Patria. No en vano, históricamente, la devoción al Sagrado Corazón de Jesús ha sido la fuente de alimentación y el motor secreto de tantas iniciativas sociales y políticas. ¡Cómo no recordar el Detente en el pecho de nuestros Requetés! No es una coincidencia que, allá por los finales del siglo XVII, cuando Jesús en revelación privada pidió a Santa Margarita María de Alacoque en Paray-le-Monial la difusión de esta devoción, la envió a comunicar al Rey de Francia que quería se consagrara personalmente a su Corazón para someterle por él a los grandes de la tierra y los enemigos de la Iglesia. El Rey, desgraciadamente, declinó la petición. Justo cien años después, en la fiesta del Sagrado Corazón, la Asamblea Nacional desposeyó de su poder a su descendencia, consumando la Revolución que más tarde se expandiría desde Francia al mundo entero.
Quiero rezar para que nuestra Patria, con los inmensos dones divinos de que dan muestra los hitos que ornan su historia de fe, y hoy tan afligida por haberse vuelto de espaldas a Dios, encuentre en el Corazón de Jesús el eficaz remedio que tantos pecadores han hallado a sus males y entre los cuales me cuento. Ojalá, como aquí lo esperamos muchos, el Corazón Sagrado de Jesús se digne servir de esta vieja Causa que en la primera hora de la Revolución se consagró por entero a Su servicio y que todavía hoy, por Su inmensa misericordia, persevera en la lucha para que Él reine.
¡Sagrado Corazón de Jesús, en Vos confío!
Mossèn Emmanuel Pujol, Círculo Tradicionalista Ramón Parés y Vilasau (Barcelona)
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