dimecres, 8 de maig del 2024

Demoliciones y derribos Jordi Pujol


 

Demoliciones y derribos Jordi Pujol


De la «construcción nacional» a la descomposición de Cataluña



En los años 60 del siglo XX, durante el régimen franquista, un treinteañero Jordi Pujol Soley describió así la situación de Cataluña en aquel momento:

«Cataluña es un país intensamente trabajado por fuerzas de descomposición, fruto de la mediocridad de unas generaciones y de un momento histórico, atizadas, organizadas y cuidadosamente conservadas por una situación política hostil. Es un país condenado al principio de su destrucción». (Escrits de presó).


Casi veinte años después, en marzo de 1980, Pujol ganó las primeras elecciones autonómicas del Régimen del 78 y, en su discurso de investidura, manifestó que la «construcción nacional de Cataluña» sería el eje principal de su gobierno:

«Nuestro programa tendrá otra característica: será un programa nacionalista. Si ustedes nos votan, votarán un programa nacionalista, un gobierno nacionalista y un presidente nacionalista. Votarán una determinación: la de construir un país, el nuestro. Votarán la voluntad de defender un país, el nuestro, que es un país agredido en su identidad. Votarán una ambición: la de hacer de Cataluña no un país grande por su fuerza material, que será siempre limitada, sino un país grande por su cultura, su civismo y su capacidad de convivencia». (Discurso de investidura, 1980).


Cual albañil dispuesto a construir su propia casa con materiales de deshecho, en 1983 Pujol fundó tres cimientos elementales de su nueva edificación: la Ley de Normalización Lingüística en abril, la policía autonómica en julio, y la televisión catalana en septiembre, de aquel mismo año de 1983.

Sobre estos tres cimientos debía edificarse la nación que, como si fuera el templo de la Sagrada Familia diseñado por Gaudí, verían terminada las futuras generaciones:

«La independencia [de Cataluña] es cuestión de futuro, de la próxima generación, de nuestros hijos. Por eso los de la actual generación tenemos que preparar el camino con tres asuntos básicos: el idioma, la bandera y la enseñanza».


A pesar de sus contradicciones (y de sus caricaturas: bajito, gordo, calvo, con tics nerviosos en el rostro…), o tal vez gracias a ellas, Pujol lideró Cataluña desde entonces de forma indiscutible. Durante veintitrés años —hasta 2003—, ordenó y mandó directamente.

Y a partir de entonces, aunque oficialmente retirado, el régimen que él fundó no ha parado de crecer hasta devorar Cataluña por completo.

Así, a modo de ejemplo: Pujol fomentó la inmigración marroquí en Cataluña en detrimento de la hispanoamericana, que él tanto despreciaba por hablar castellano. En efecto, en los años noventa, el Desgobierno de Pujol abrió una oficina en la ciudad de Casablanca, Marruecos, para promover la inmigración marroquí en Cataluña, oficina dirigida por Ángel Colom i Colom (sis ales, seis alas), antiguo secretario general de ERC y fundador del PI junto a Pilar Rahola.

Pujol creía que los marroquíes aprenderían catalán, se harían socios del Barça y se calarían la barretina mental que él portaba, forjando así Nous catalans (nuevos catalanes).

Este ejemplo sirve para destacar cómo Pujol no hallaba la esencia de la catalanidad en la tradición cristiana que dio origen a Cataluña —tradición compartida por los hispanos de ultramar que él despreciaba—, sino en materiales de reciclaje de mala calidad, como los símbolos, las emociones, la raza y, sobre todo, el odio.

Francisco Canals nos enseña que el nacionalismo, como el de Pujol, es un amor desordenado a la patria y, tal como afirmó San Agustín, el amor desordenado puede llevar a la rebeldía y al odio contra Dios:

«El nacionalismo, amor desordenado y soberbio de la “nación”, que se apoya con frecuencia en una proyección ficticia de su vida y de su historia, tiende a suplantar la tradición religiosa auténtica, y sustituirla por una mentalidad que conduce por su propio dinamismo a una “idolatría” inmanentista, contradictoria intrínsecamente con la aceptación de la trascendencia divina y del sentido y orientación sobrenatural de la vida cristiana».


Aquella «construcción nacional» que prometió Pujol en marzo de 1980, se edificó  con los materiales defectuosos y tarados del nacionalismo, con un amor desordenado a la patria, y suplantó la tradición catalana, contradiciéndola.

Tal régimen idolátrico anticatalán ha conducido al «procés de 2012-2022» y al «post-procés» actual.

Por eso, no es de extrañar que Pujol haya irrumpido en la presente campaña electoral  de 2024 empecinándose en su error: «Votaré a Junts. Rotundamente, votaré a Junts. Ahora toca Junts. Y votaré a Puigdemont», afirmó Jordi Pujol en Martorell el día anterior al inicio de la campaña electoral, hace quince días.

El Patriarca muestra así su apoyo rotundo a su criatura Puigdemont, cuyo lema electoral es «Cataluña necesita liderazgo», lo cual tiene guasa puesto en boca de quien fue el primero en huir al extranjero, escondido en el maletero de un coche, tras proclamar y desproclamar en 2017 la república catalana de ocho segundos de duración.

Parafraseando al mismo Pujol de los años 60, Cataluña es hoy «un país intensamente trabajado» por 44 años de nacionalismo catalán: una «fuerza de descomposición fruto de la mediocridad de unas generaciones» que ha desembocado en el «procés soberanista» de 2012-2022, «situación política hostil» la cual ha hundido Cataluña en un pozo de frustración y la ha «condenado al principio de su destrucción».


Lo Mestre Titas,
Círcol Tradicionalista Ramon Parés y Vilasau (Barcelona)

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