LA RINOCERITIS
Presentamos
a nuestros lectores un interesante a la vez que muy actual artículo de D.
Rafael Gambra (q.s.g.h.) maestro y paladín incomparable del tradicionalismo
español, que supo defenderlo ejemplarmente con las armas y las letras. En dicho
artículo, publicado en el año 1977, muestra cuán grande sea la indefensión
doctrinal en los hombres de nuestro tiempo frente a las distintas ideologías,
doctrinas heréticas y movimientos políticos de principios corruptores y
desviados (esto es, hijos en última instancia del liberalismo y de la
Modernidad). Las acertadas observaciones que en él se contienen son una alerta
frente a la desorientación y desprotección doctrinal que invade nuestra
sociedad, de lo que se desprende por vía de consecuencia la necesidad acuciante
de una lucha y militancia firme en defensa del Bien y la Verdad, que no se
puede sostener, a nuestro juicio, sin pertrechar el espíritu de un amplio
caudal de buena doctrina, esto es, de las armas espirituales necesarias para no
sucumbir en el combate con que la Revolución penetrado no ya en el seno de
nuestras familias, sino en lo más hondo de nuestras almas. Penetración
aparentemente suave y poco violenta, pero quizás por ello más peligrosa y
destructora.
EPIDEMIAS
DE AYER Y DE HOY
Rafael
Gambra, marzo
de 1977
Se habla mucho de brotes de cólera
aquí o allá en el ancho mundo. Incluso ha despertado movimientos de alarma por el
recuerdo de lo que tal anuncio suponía hace un siglo, en las últimas grandes epidemias
de esta enfermedad.
Pero fácilmente se está viendo que,
en este terreno, las cosas han cambiado esencialmente de un siglo a esta parte:
la enfermedad no tiene ya la peligrosidad de antaño porque existe un ambiente de
asepsia que impide su rápida difusión localizando los brotes, y unos medios para
combatirla que le quitan su carácter mortal. Si hace cien años la sociedad —y cada
hombre en ella— vivían en una casi total indefensión respecto a la epidemia —que
se extendía fulminantemente—, y frente al caso concreto —que solía ser fatal—, un
sistema de múltiples defensas ha reducido la enfermedad al azar de casos insólitos,
aislados.
La epidemia
mental
Esto me ha hecho pensar que en el
terreno de la enfermedad o mal espiritual —el error, la prevaricación, el vicio
o el pecado— se ha producido en este último siglo una evolución precisamente inversa
a la operada en el campo de la profilaxis y la terapéutica. Esto es: que las almas se encuentran hoy ante esos peligros
en el mismo estado de indefensión en que hace un siglo se encontraban los cuerpos
frente al cólera. La misma civilización que ha sabido crear un medio defensor frente
a las epidemias virulentas ha destruido minuciosamente los medios defensivos con
que generaciones pasadas supieron proteger a las almas de la contaminación espiritual
y moral.
Estos medios de defensa espiritual
eran las costumbres, las convicciones religiosas, los respetos ambientales, las
instituciones —especialmente la familiar—. La civilización del último siglo —desde
sus precedentes volterianos y enciclopedistas— se ha aplicado, con el mismo ardor
que al cultivo de la ciencia y la técnica, a la anulación de todas esas defensas
de las almas en nombre siempre de la razón y de la libertad individual. Todo —desde
el pudor elemental que nos incita a vestir con decoro, hasta el misterio de la Trinidad
que nos inclina a pensar en Dios de una determinada manera— ha sido minado y desprestigiado
bajo el título de prejuicios o de constricciones intolerables. Así, el niño o el
muchacho de hoy se encuentra tan indefenso y a merced del error, del vicio o de
la corrupción, como el de antaño respecto del cólera u otras epidemias.
Tal estado de indefensión ambiental
no es causa sólo de que tantas o cuantas almas caigan fácilmente en las tentaciones
del espíritu o de la voluntad, sino de otro efecto muy semejante a las antiguas
plagas o epidemias: el carácter contagioso, la difusión fulminante, de tales males.
Me adentraré exclusivamente a la corrupción
de la mente o del espíritu, ya que
la difusión vertiginosa del mal en la moral (impudicia, inversiones, drogados, etc.)
está demasiado a la vista de todos.
La rinoceritis
Una obra teatral de Ionesco —Rhinoceros—
expresa de un modo plástico el carácter fulminante de las plagas mentales en nuestra
época. Se trata de una ciudad en la que, de pronto, los hombres empiezan a convertirse
en rinocerontes a través de una breve metamorfosis. En un principio el hecho produce
estupor y horror, y es considerado por todos como absurdo e inadmisible. Poco después empieza a verse
como más natural, y se convive con los animales.
La transformación ataca siempre a
aquellos que muestran una predisposición mental hacia ella. Sus síntomas son una
espontánea preacomodación al hecho. Si un hombre comienza a admitir que la cosa
tiene precedentes en la teoría de la evolución, que hay cosas peores, que no se
debe exagerar, que el rinoceronte es un animal fuerte y sano, que la frontera entre la animalidad y la racionalidad no son
tan claras... ese individuo sufre inmediatamente la metamorfosis. Al cabo, todos
los habitantes de la ciudad se tornan rinocerontes. Todos menos uno: un resistente,
una especie de «ultra». Se trata de un hombre sencillo y no demasiado intelectual
que sabe aferrarse a sus evidencias y convicciones elementales: que aquello es absurdo
e inadmisible, que volverse animal es una degradación, que el rinoceronte es un
horrendo animal...
Ionesco ha aclarado posteriormente
la circunstancia que le inspiró este tema, cuyo significado es, por lo demás, harto claro para todos. El asistió
en Rumania, su patria, a la ocupación hitleriana. Su grupo de amigos como todo el
país, recibió con hostilidad al invasor. Sin embargo, la marcialidad, el poderío
militar, la mística del Partido, eran tan sugestivos... Aquellos hombres parecían
invencibles y representaban «la marcha de la Historia». Su triunfo sería irreversible...
Ionesco iba a ser testigo de una de esas plagas mentales fulminantes de un proceso
rápido de «rinocerización».
Uno de sus amigos, por ejemplo, dejaba
un día caer sin darle importancia: «la verdad es que los judíos han sido nefastos
en la vida de Europa» (gran verdad, por lo demás, pero sintomática dicha en ese
momento). Era la señal: a las pocas semanas ese amigo se habría adherido al Partido
y saludaría brazo en alto con energía competitiva con el invasor. A los pocos meses,
y mediante procesos semejantes, todos sus amigos formarían voluntariamente en la
SS alemanas.
La propia
experiencia
Yo mismo, en lo que llevo de vida,
he asistido a dos procesos de rinocerización
fulminante. Podría citar varios nombres de personas de mi trato que han sufrido
los dos.
Cuando acabó la guerra de España y
se disolvieron los tercios de Requetés fui destinado como oficial a un Batallón de guarnición en Madrid. Sus oficiales (provisionales todos) eran de ideologías diversas,
dentro de la gama congruente con el Alzamiento Nacional. Eran los días de las grandes
victorias de Hitler, desde Francia hasta Odesa. Todos aquellos muchachos se hicieron
mentalmente hitlerianos, todos competían en saludos ultrafascistas, muchos vistieron
uniforme verde en una división del Ejército alemán. El solo hecho de dudar de la
victoria alemana o de poner objeciones al totalitarismo era suficiente para ser tachado por ellos de «anglófilo» o «aliadófilo», calificativos denigrantes a la sazón.
A los veintitantos años de aquella
violenta metamorfosis hablamos con aquellos mismos hombres y nos damos cuenta de
que son convencidamente demócratas, pacifistas, progresistas religiosos y socialistas, cuando no abiertamente «contestatarios»
o revolucionarios. Sus ídolos son ahora los Kennedy, Luther King, el Che Guevara,
y su imagen del demonio aquel Hitler por cuya causa hubieran muerto en 1942. Quienes
objetamos hoy a sus nuevos dogmas somos calificados de «fascistas» con el mismo aplomo y convicción con que lo fueron ellos
mismos antaño. Todo el mundo sabe que
los más «demócratas» y «aperturistas» de la España
actual son los intelectuales más fascistas de los años cuarenta.
Los síntomas de la presente
epidemia son, como en Rhinoceros, una leve inflexión, una
especie de predisposición sutil o de «apertura» al virus. Un amigo nuestro dice
un día, por ejemplo, «la verdad es que el capitalismo es inhumano» o «las ideologías deben tener una proyección social»
(cosas muy verdaderas, pero, sintomáticas, dichas ahora). Al poco tiempo ese hombre es un activista de la «contestación»
o un pro-chino convencido. Un cura se quita la sotana y aparece en clergyman o hace leves insinuaciones «humanistas». Al poco, no predicará
más que socialismo: han sido víctimas del virus mental en un ambiente sin
defensas.
Ciertamente
entre los hombres de hace un siglo, como en los de toda época, ha habido
cambios de mentalidad, conversiones y apostasías. Pero esto era raro y, por lo
mismo, llamativo. Al igual que lo es hoy una víctima del cólera. La mente de
aquellos hombres estaba defendida —en su rectitud y en su coherencia— por un sistema de convicciones, de respetos y
de costumbres que hacía imposible la difusión masiva de una epidemia mental. Y
que sobre una misma generación cayeran dos o tres olas sucesivas de rinoceritis.
Cap comentari:
Publica un comentari a l'entrada
Nota: Només un membre d'aquest blog pot publicar entrades.