Las misiones catalanas: peripecias de una profesora de religión (I)
Los institutos públicos en Cataluña son espacios de la anticivilización. Vamos, de caos.
Soy Eulàlia, y quizá a algún lector le suene mi nombre. Estoy escribiendo una serie de entregas bajo el título De Babilonia a Roma, donde cuento mi periplo y deambular por la Nueva Era. Aprovecho para señalar los patrones del error y la mentira en ese estridente y poco original hipermercado espiritual, tan viejo como el mismísimo demonio.
Ahora me dispongo, en una de las derivadas de la misma serie, a contar mis peripecias como profesora de religión en la educación secundaria pública en Cataluña. Ambas sagas tienen una estrecha relación y bien hubiera podido incluir mis experiencias como profe de reli en la primera. Sin embargo, he decidido iniciar una nueva al margen, aunque relacionada, y crear una esta colección de entregas por varias razones.
La urgencia de escribir
La primera razón —que no es la más importante, pero sí la que primero me vino a la cabeza, quizá por ser la más urgente— es que necesito escribirla cuanto antes. Básicamente, por mi salud mental. Es un tema personal, a nivel emocional, mental, académico, espiritual y, sobre todo, de supervivencia pura y dura: mantener la cordura y no abandonar la Fe en este espacio de salvajismo y barbarie. Porque sí, al menos en mi experiencia, los institutos públicos en Cataluña son espacios de la anticivilización; vamos, de caos. Por eso digo que no hay que ir de misiones muy lejos. Es más, me atrevo a decir sin riesgo a equivocarme, que es justo aquí, en casa, donde más urgente se hace evangelizar.
Escribo, pues, como un anclaje a la verdad, el sentido común, la lógica, la razón. Civilización, orden, sentido común brillan por su ausencia en estos institutos catalanes decorados con pins multicolores de la neo religión: la Agenda 2030.
El estado de la materia de religión
La segunda razón es que creo necesario dar a conocer el paupérrimo estado de la materia de religión en la educación española.
Uno podría pensar que el laicismo salvaje arengado por el Estado ha sido la causa. Esta sería la respuesta superficial, fácil y poco comprometida. La respuesta que, lejos de conducir a la solución, nos hunde todavía más en el lodazal ideológico en que se ha convertido una sociedad cada vez más infantil. Aborregada, multicolor y diversa, la de la falsa tolerancia y buenísmo. La sociedad del pensamiento único.
¿Por qué la religión es una asignatura, no de segunda ni prescindible, sino odiosa? ¿Una materia que no debería estar en una sociedad madura y libre? ¡Abajo con la religión!¡A muerte con ella!
Pues bien, querido lector, ante mi estupefacción y horror, he comprobado que la Iglesia, la Conferencia Episcopal, tiene mucho que decir en tal acoso, derribo y disolución de la religión en escuelas e institutos. ¿Cómo puede ser esto? Por comodidad, componendas varias, negligencia, imprudencia, traición. Vete tú a saber.
Quizá los profesores de religión hayan (porque yo no) normalizado ser ridiculizados, relegados al ostracismo, a no dar religión, a hacer cualquier cosa menos la asignatura por la que se les ha nombrado. Quizá llega un momento en que, cansados de la lucha, la oposición y el empeño en cancelarlos, uno se acomoda, por supervivencia, y ni siquiera indaga en las causas. Diluirse en el claustro, ser uno más, no molestar, obtener un pingüe reconocimiento o validación. Cada cual sabrá lo suyo, pero en ese ser tolerante, dialogante, abierto y demás, se olvida que Dios y el mundo son antagonistas. En realidad, como cristianos, la cruz existe y la persecución, también. Y en esa persecución post moderna europea, el empeño en acallar nuestra voz es salvaje.
Lo siento, yo no voy a desaparecer en el grupo como si tal cosa. No cuenten conmigo. Y a pesar de que en alguna ocasión me han llegado a decir, de forma bienintencionada, que no se puede criticar a la Iglesia, yo no comparto esta opinión. Aceptar la dura realidad, con todo lo que conlleva es la única solución que se me ocurre para revertir la calamidad que nos toca soportar. Señalar el error, sea cual sea —doloso, culpable o imprudente—, es el primer paso para restablecer el orden correcto. Llegar a la solución que nunca llegaría si blanqueamos lo intolerable.
Hablo por mí, Eulàlia: me siento totalmente abandonada por una Iglesia que debería cobijarnos, darnos fuerza, ánimos y respuestas prácticas a nuestro día a día en las aulas, la selva. Dignificar la materia, hacerla significativa, noble, desmarcarse del arquetipo cursi guitarrero en el cual ha quedado injustamente encerrada la religión, Jesús, Dios, la Iglesia.
La invisibilidad en el equipo
Una tercera razón tiene que ver con la primera. Te cuento. Los de religión somos como un jugador que siempre está sentado en el banquillo, por torpe, no porque lo sea, sino porque el resto así lo ha decidido. Forma parte del equipo, pero raras veces sale al campo, por desconfianza, prejuicios y errores de apreciación.
Las miradas son tipo: “Ah, vale, es de religión”, como si nuestro intelecto estuviera poco menos que secuestrado por una Fe que nos priva de la razón y el razonamiento. Es para partirse de la risa.
Como he optado por escoger mis batallas y no derrocharme en explicaciones que ni quieren ni van a entender, canalizo mi silencio en los institutos a través de mis escritos. Que no, no soy tonta, ni boba, abducida por, vete tú a saber qué extraño concepto de la Fe. Los cristianos no somos esa caricatura ñoña en la que tantos, y sobre todo en los institutos, nos han metido. Por eso quiero escribir, por necesidad urgente de canalizar todo lo que callo, no por no ofender, sino por aquello de las perlas. ¿Te suena?. Escribo para desahogarme, para que quede constancia, para que se sepa, para que las palabras no se queden dentro, atragantadas en el gaznate. Para liberar la pena, la rabia o la estupefacción. Lo escribo porque quiero y puedo.
Y para que quede constancia, como Notario que levanta acta. Por si en unos años, Dios quiera, todo sea diferente, exista una voz, un testigo que relate la realidad. Soy ese Notario.
¿Por qué soy profesora de religión?
Voy al inicio. Desde que tengo uso de razón, en mi casa escuchaba que «la niña estudiará Derecho», y la niña, o sea yo, preguntaba qué significaba esa palabra: estudios para ser abogado. Como es fácil de adivinar, la respuesta me dejaba igual, es decir, más confundida si cabe, pero con el panorama de un futuro cerrado para mí. Como si todo estuviera escrito, ajeno a mi voluntad.
Creo intuir que ese empeño en que la niña fuera abogado tiene que ver con mi inquietud intelectual, mis ansias de encontrar respuestas, mi alto sentido de la justicia, que no pocas tortas me hizo ganar. Impertinente, siempre tienes que tener la última palabra. Mi mente inquisitiva que hacía preguntas incómodas, no era más que mi hambre de Verdad. No de tener razón y discutir por el gusto de hacerlo.
Sí, la justicia, lo justo, la falta de coherencia, la lógica, querer saber la Verdad era un motor que me impulsaba, aún sin saberlo.
Un día, a los diecisiete años, meses antes de inscribirme en la universidad, llegué radiante a casa: «¡Voy a ser antropóloga!». Mi futuro no estaba cerrado, ¡yo podía decidir! ¿Antro qué? Y yo entusiasmada: sí, quiero estudiar las relaciones entre el hombre y Dios, eso es lo que yo verdaderamente quería.
Y la niña terminó estudiando Derecho y ejerciendo como abogado y profesora de Derecho. Y no me arrepiento. Dios sabe qué hace.
Pero colgué la toga cuando dejó de tener sentido en mi vida. El embrutecimiento de mi alma en el eterno juego de polis y ladrones, era del todo absurdo. Y a mí, cuando la realidad no me muestra un mínimo de sentido común, vuelo. En mi ambicioso vuelo, caí de bruces en la Nueva Era, con la vana ilusión de que, en lugar de ayudar a la gente a salir de la cárcel, lo que hacía en mi nueva versión era ayudarlos a salir de las cárceles mentales. El chiste se cuenta solo en lo que refiere a eso, por eso escribo De Babilonia a Roma.
Cuando me convertí, acto seguido bajé la persiana de mi centro de yoga para siempre y no quise volver a los juzgados, comisarías, cárceles.
Me encerré dos años en la cocina de un restaurante y cociné día y noche, sin parar. Necesitaba reiterarme del mundo. Y vamos si cociné, eso da para otra serie, interesantísima que no descarto relatar.
Mientras tanto, empecé a estudiar Ciencias Religiosas y, por aquellas, cosas supe que había una gran necesidad de profesores de religión.
Pensé: ¡esto es para mí! Me encanta enseñar, y si hablo de Dios, mejor que mejor.
Además, confieso que en esta elección hubo una misión penitencial, una voluntad de enmienda y restauración; si he propagado tanto error con la Nueva Era, ahora, como profesora de religión, podré reparar mi error.
Aquí estoy, escribiendo
Y aquí me tienes, en estos momentos, escribiendo estas humildes líneas para conservar la cordura y la Fe. Bien la Fe sigue firme, un día me sorprendí hablando con el Enemigo, a pesar de que con él no se debe hablar, pero lo increpé y a gritos silenciosos le espeté tendré Fe aunque la pierda, o sea que olvídate de mí, acepta tu derrota.
En estos institutos donde a Dios le tienen castigado en el «rincón de pensar», por ser suave, de todos modos sigue presente por más que lo quieran fuera. Él se retira respetuoso, pero no abandona, como no está abandonando ni a estos alumnos, ni tampoco a los profesores que se empeñan en su emancipación intelectual tan progre. Entusiasmados por la nueva religión del pin de colorines.
Y sigo inasequible al desaliento, algunos días animada, otras triste, en ocasiones enfadada, aprovechando cualquier hueco que mi apretado día me ofrece para escribir. Las palabras me salen a borbotones, como una hemorragia. Quizá he esperado demasiado, puede ser. Confío, que mis relatos, que son verdad verdadera, reales como la vida misma, te den cierta luz de cómo están las cosas, de cómo la ideología woke, es decir satánica, se ha derramado sobre las tiernas almas de las futuras generaciones.
Lo dejo aquí, las experiencias se amontonan por salir al escenario, quiero contarlo todo y quiero hacerlo ya. Pero ahora me toca atender al claustro. La tediosa reunión de la totalidad de profesores. Un día te voy a relatar uno en concreto en el que tuve que desenvainar la espada. De momento, aquí lo dejo.
Eulàlia Casas, Círculo Tradicionalista de Barcelona Ramón Parés y Vilasau
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