dimecres, 3 de setembre del 2025

De Babilonia a Roma (VI): El enemigo y la paciencia

Cabanel, Alexandre (1847): El ángel caído. Museo Fabre, Montpellier, Francia.
 

 

De Babilonia a Roma (VI): El enemigo y la paciencia


«Non serviam!»: Con estas dos palabras empieza la primera revolución.

 

La única paz que interesa aquí es la de Dios, y para ello, se requiere una espada.



Cada vez que estoy delante del ordenador, a punto de escribir una nueva entrega y meterme de lleno en la Nueva Era y sus ramificaciones, me doy cuenta de que todavía no es momento. Muero de ganas de hablarte del yoga, la meditación, el reiki, las energías, constelaciones familiares, astrología, sanaciones de todo tipo, espiritualidad femenina, eneagrama; la lista es larga y variada. Entiendo que sientas impaciencia por saber en qué consiste eso que tiene un nombre tan pretencioso como ridículo, porque de nuevo no tiene nada. Te pido que tengas un poco de paciencia, básicamente porque el Enemigo que ya te he presentado la tiene toda. ¿Qué quiere? Mandarte al infierno, con un plus de perversidad: que te entusiasmes con la idea de tu condenación. Para ser precisos, lo que quiere es que creas que con todas estas prácticas que te prometo te voy a explicar, te vas a salvar. Sí, eso es lo que pretende, que creas que eres el artífice de tu propia salvación. Y para ser todavía más precisos, que creas que para nada necesitas ser salvado. Creer en la salvación requiere humildad, el Enemigo es el rey de la soberbia, justo ese ingrediente que le hizo gritar Non serviam, no te serviré. Su intención es hacerte creer que estás solo, que no necesitas a nadie, que solamente tu voluntad basta. Quiere que creas que te bastas y sobras. Salvarse es de pringados. La Nueva Era es para los elegidos, los despiertos, los que saben el secreto de la iluminación, de los auto suficientes,, en una palabra, los soberbios. Lo digo con conocimiento de causa.  El Enemigo quiere, confundirte de tal manera que a lo bueno llames malo y a lo malo bueno. Lo pone todo patas arriba. Por eso, necesito al menos esta entrega para contarte un par de cuestiones sobre él. Disponer de ciertas señales claras en el mapa te serán muy útiles para identificar cuándo el Enemigo ronda para liarte y confundirte. El patrón siempre es el mismo, no es nada creativo, y casi prefiero detenerme una entrega en su patrón de estrategia que desmenuzar una a una las diferentes técnicas nuevaeristas. Te lo digo porque cada cinco minutos aparece una más nueva y eficaz que la anterior, la fórmula mejorada. La enésima mentira del Enemigo. Ya verás, ya. Por eso identificando el patrón, tienes todo el trabajo hecho, la Nueva Era va de original y novedosa, pero es repetitiva, previsible, siempre lo mismo, con distintos formatos. Es muy cansina.

No pararé de repetirlo, el Enemigo existe, te quiere para él, en su infierno, para toda la eternidad, y eso es mucho. El Enemigo fue un ángel, muy bello y cercano a Dios. El día que se enteró de que Dios crearía al hombre y a la mujer, que los amaría con un amor nunca antes escrito ni visto, se rebeló; los celos y la soberbia le cegaron el entendimiento y gritó lleno de rabia. «¡Non serviam! No te serviré en este plan absurdo, no pienso servir a estas ridículas criaturas de carne y hueso. ¡Non serviam!». Con estas dos palabras empieza la primera revolución, y en realidad, la Nueva Era; ya ves qué poco tiene de nueva y cuánto de vieja. ¡Non serviam! En estas dos palabras radica toda su estrategia. No servir a Dios, en eso consiste la Nueva Era, con el agravante de que creas que precisamente lo estás haciendo. Podría decir sin riesgo a equivocarme que la Nueva Era es el territorio del ego espiritual, la falsa humildad.


«El Enemigo cayó y [...] lloró, no con lágrimas de pena o arrepentimiento, sino de pura ira, impotencia, frustración; el odio se convierte en su motor».


El Enemigo cayó, sus alas dejaron de batir para elevarlo a las alturas y se dio de bruces con el suelo. Lloró, no con lágrimas de pena o arrepentimiento, sino de pura ira, impotencia, frustración; el odio se convierte en su motor. Y esa furia lo alimenta, como la gasolina al fuego. Un fuego que destruye, arrasa y te deja helado. Su empeño desde entonces es el acoso y derribo de las criaturas, hijos e hijas de Dios. Atacando a los hijos, se hiere al Padre. Y sepas, de nuevo, que tiene paciencia, inteligencia y rabia suficiente como para morir matando. La ira lo ciega, actúa con la astucia de la serpiente antigua; es Narciso, no ama más que su propia imagen, pero sabe disimular, porque todo lo que le importa es destruirte sin que te enteres. Vive con una impotencia que lo hace muy peligroso y además sabe que tiene los días contados. Tiene paciencia, sí, y en estos tiempos, también prisa para enemistarte con Dios, hacerte creer que es el obstáculo entre tú y tu felicidad. Te atacará en los momentos en que te sientas débil, miserable, triste, a través de tus heridas y debilidades. Te ataca en el talón, ese aspecto de ti que ni siquiera eres capaz de ver ni percibir. Dolorosas heridas de rechazo, abandono, humillación, traición e injusticia son la rendija por la que se cuela, como una serpiente. Es sutil, hipnótico, mentiroso; te va a seducir con verdades aparentes que ocultan la mentira. Te va a cautivar como a Eva, te adulará, te dirá que lo mereces todo, que tienes derecho a disfrutar de la vida, a ser feliz. Te susurrará palabras de poderío, merecimiento, disfrute, en un universo donde todo fluye y se magnetiza, en el que el dolor y sufrimiento no son bienvenidos, sino consecuencia de tu escasa espiritualidad. Y el fruto te parecerá apetecible, bueno y conveniente, y cuando muerdas, te tragarás junto a todo lo bueno, lo malo. Y esa pequeña, al principio, gota de maldad, de veneno, si no estás atento, irá creciendo dentro de ti. Bajarás la guardia y las alarmas, te harás condescendiente contigo mismo, echarás la culpa a cualquier cosa antes de hacerte responsable de tus heridas, y poco a poco se apoderará de ti. Pero a Dios nada le escapa. Está atento, te vigila, cuida y busca; como el padre del hijo pródigo, sale a tu encuentro para que vuelvas, eso sí, libremente a Él. Para ser salvado por El, no por tus propias fuerzas . sino por su Amor.

Por eso te recuerdo que el Enemigo es paciente, pero Dios todavía más; es el creador del tiempo. Con eso te lo digo todo. En conclusión, sepas que estás en guerra, a pesar de que se te diga que la paz es el camino; eso es cosa del Enemigo. Imagino que a estas alturas lo habrás identificado. Guerra total y a muerte con él. El mundo y Dios son como el agua y el aceite. Son antagonistas desde la revolución del non serviam. Por eso, no bajes la guardia y no caigas en discursos insulínicos de peace and love. La única paz que interesa aquí es la de Dios, y para ello, se requiere una espada.

Eulàlia Casas, Círculo Tradicionalista de Barcelona Ramón Parés y Vilasau.

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