divendres, 31 de maig del 2024

Diario inédito de Agustí Prió (III): Las batallas de Huesca y de Barbastro

Batalla de Huesca. Grabado, en: Luis Bordas, «Hechos históricos y memorables acaecidos en España...», página 269.


 

Diario inédito de Agustí Prió (III): Las batallas de Huesca y de Barbastro


«Batallas en las que la sangre de los jefes se mezcla con la de sus soldados, son siempre heroicas. Las de Huesca y Barbastro, lo fueron».



En artículos anteriores, hacíamos referencia al Diario manuscrito de Agustí Prió i Carme, farmacéutico de la villa de Áger (Lérida), donde nos relataba cómo, en 1835, la población fue liberada por el general Guergué durante la primera guerra carlista. 

Para situarnos geográficamente, vamos a usar el mapa del propio Agustí:

 

Mapa de España de Agustí Prió i Carme, editado en París.


Este mapa de España fue editado en París, lo que ya nos da una idea de lo predominante que era entonces la cultura liberal francesa.
Alrededor del mapa se encuentran imágenes de todos los reyes de España, desde Ataulfo a la «vigente», en el año 1833, María Cristina como «regente» y su hija Isabel.


Detalle del mapa de España de Agustí Prió.

 

Don Carlos, tras el fallecimiento de su hermano el Rey Fernando VII, no reconoció la sucesión a la Corona por abrazar ésta la revolución liberal. Carlos V lideró la oposición tradicionalista, por lo que en un primer momento sufrió exilió en Gran Bretaña, pero posteriormente consiguió cruzar Francia y entrar en España a través de Navarra, en 1834, desde donde lideró a los generales que le apoyaban.

Hacia mediados de agosto de 1835, el General Guergué, al mando de una expedición Navarra, atravesó rápidamente y sin apenas oposición el Alto Aragón, por Huesca y Benabarre, y se adentró en Lérida, como nos relata Agustí en su Diario desde Áger:


«19 de agosto de 1835, después de un largo sufrimiento y angustia, los cristinos abandonaron las población, después de la llegada de un ejército Navarro que, por la noche, derribó las murallas».

Expedición del General Guergué, 1835.


 
Tras dos años de incursiones y tomas de la villa de Áger por uno y otro bando, nos situamos ahora en 1837, cuando Agustí escribe:

«6 de junio de 1837. Hoy han entrado en Áger, de forma continua, heridos de las acciones de Huesca y Barbastro. Que, a esta hora, las diez de la noche, ya son más de mil, de modo que es muy difícil vivir aquí».

Recordemos que en Áger se ubicaba el hospital, el único en muchos kilómetros a la redonda, y Agustí Prió era el farmacéutico elaborador y proveedor de la región.

¿Qué estaba sucediendo?

Don Carlos había emprendido su expedición hacia Madrid. Su intención era atravesar los territorios que le eran más favorables y donde se le iba uniendo la población, favorable a su causa como había apreciado Guergué con su incursión. El objetivo principal de Don Carlos era unirse al grueso del ejercito contrarrevolucionario del General Cabrera en el Maestrazgo y continuar hasta Madrid, donde pensaba que sus partidarios le brindarían una rendición de la Ciudad prácticamente sin luchar.

Partió Don Carlos desde Estella el 15 de mayo y lo hizo manifestando que había llegado el momento de salvar la Patria de la revolución usurpadora e impía. Y expuso con claridad la visión de esta guerra civil como apéndice de la contrarrevolución europea: «vuestra conducta os granjeará el amor de los pueblos que venís a librar; ellos os apellidarán sus libertadores, y la Europa toda os admirará».



LA BATALLA DE HUESCA

Antonio Pirala, en su libro Historia de la guerra civil y los partidos liberal y carlista, Madrid, 1869, nos relata los hechos acaecidos en Huesca el día 24 de mayo de 1837:

«A este campo, que iba a serlo de sangrienta lucha, se adelantó muy de mañana, desde Almudévar, el coronel [liberal] Mendivil con veinte caballos, observando que los carlistas estaban más descuidados de lo que debían. Estos, en efecto, llegaron a Huesca a las doce de la mañana del 24 y fueron revistados por Don Carlos, quien salió de Lupiñán a las seis de la misma, pasó por Alerre y Cilla, cuyos habitantes se esmeraron en proclamarle, y se halló aquí con el coche del Obispo de Huesca, que no quiso aceptar para entrar en la ciudad».

Poco después, y tras una primera embestida del bando liberal, los carlistas toman la iniciativa:

«Pero se rehacen los defensores de Don Carlos, se generaliza la acción, crece su encarnizamiento, son constantes las repetidas cargas de caballería y a la bayoneta, ahogan los ayes de los heridos el chocar de los hierros, se olvida todo sentimiento de humanidad, y enrojécese el campo con la sangre de tanto valiente».

Sigue Pirala relatando la crudeza de la batalla, y la victoria final carlista:
«La pérdida de esta corta pero sangrienta batalla se ha calculado en cerca de dos mil hombres, entre muertos, heridos y prisioneros. Fue grande la saña con que se peleó: jefes y soldados que habían perdido sus caballos, cargaron a pie con espada o lanza en mano e hicieron proezas. Entre los heridos, lo fue de gravedad Iribarren que murió al día siguiente en Almudévar, con dolor de todo el ejército, que admiraba su heroísmo; con sentimiento de la patria, que contaba para su salvación con su patriotismo. Los carlistas, si bien no dejaron sobre el campo de batalla ningún jefe superior muerto, contaron entre sus heridos al general Sopelana, al brigadier don Pascual Real, al coronel don Manuel García Segovia, que murió días después en el hospital de Áger (Cataluña) a donde fue trasladado, al coronel Puértoles que falleció de resultas de la amputación de un muslo, al de la misma clase don José Hermosilla, muerto sin querer por sus mismos soldados; los capitanes, Puente, Prada y Salazar y no pocos extranjeros. La victoria de Huesca fue anunciada con una proclama, y una condecoración premió a los vencedores».

Veamos los comentarios de Agustí del día 7 de junio de 1837:

«Han muerto cuatro heridos ingresados ayer.
Día 11 de junio. Han partido hacia Peramola 200 de los heridos más leves.
Día 12 de junio: Hoy ha muerto un coronel y tres de la clase de tropa».

Podemos entonces deducir que el coronel fallecido, como nos relata Pirala, fue Manuel García Segovia.

Animados por la victoria, la expedición avanza hacia Barbastro. El Príncipe Félix Lichnowsky, general austriaco que acompañó a Don Carlos en su expedición, lo relata así:

«El 27 salimos de Huesca. Todos los asnos de la ciudad y de los contornos fueron requisados para el transporte de los heridos y colocados en el centro de la columna. Si la contemplación de los que sufren no fuera cosa tan triste, nos hubiéramos reído de buena gana de las escenas cómicas que ofrecía este cortejo. Sobre todo los granaderos presentaban un aspecto singular, encaramados en aquellas miserables monturas y arrastrando las piernas por el suelo.

Era de notar que la mayoría de los soldados navarros heridos lo estaban en el torso y los alaveses en las piernas. Los primeros habían defendido la ermita, que estaba rodeada de una tapia, mientras que los segundos lucharon a campo abierto.

Habíamos salido de Huesca a las cinco de la mañana; a las nueve atravesamos eI Alcanadre y, después de una fatigosa marcha, llegamos por la noche a Barbastro».

Desde Áger, partieron hacia Barbastro para unirse a Don Carlos, las tropas populares que se habían formado desde la entrada del general Guergue en 1835. Lichnowsky lo relata así:

«El 29, a mediodía, mientras que en el balcón del palacio del Marqués de Altasona, habitado por el Rey, fumábamos unos cigarros, se detuvieron en la plaza una docena de jinetes vestidos de una manera extraña, montados unos en hermosos caballos y otros en jacos miserables.

Iban seguidos por 30 ó 40 hombres a pie, cubiertos por grandes mantas en forma de toga romana; una especie de gorro frigio encarnado, cuyo extremo colgaba hacía atrás, cubría su cabeza;

Todos llevaban sobre los hombros buenos fusiles. El jefe de esta tropa era un hombre como de cincuenta años, de cabellos rojos, de cara bonachona y flemática, y más bien parecía un cervecero bávaro que un jefe de partida español. A pesar del mucho calor, llevaba un sobretodo pardo con pieles y las mangas bordadas como los uniformes de brigadier. Una colección de cintas y de cruces adornaba su pecho y pialaban este extraño atavío una montera de nutria en forma de melón, un ancho sable y un bastón con puño de oro.

Sobre la silla de su gran caballo negro llevaba una piel de oso adornada de una banda escarlata.

Cuando este singular personaje hizo su aparición en la sala de espera, no pudimos contener la risa.

Él se presentó con mucha gravedad, dando el nombre de Don Bartolomé Porredón, llamado el Ros de Eroles (el pelirrojo de Eroles), Brigadier del Rey y jefe de la primera División del ejército de Cataluña.

Cuando supo que se aproximaba nuestra expedición, había dejado los valles de Urgel para venir a nuestro encuentro.

A pesar de esta pomposa presentación, toda su división se reducía a cuatro batallones indisciplinados que apenas contaban 500 hombres cada uno.

Su vestimenta era la de los hombres que hablamos visto en la plaza. Porredón traía cartas de la Junta de Cataluña que contenían quejas contra el comandante general Royo y una brillante relación de fuerzas. Se había anunciado que esperaban al Rey en esta extensa y rica provincia 23 batallones y que el pueblo se sublevaría en masa a su presencia. Se había designado a Solsona, capital de uno de los distritos carlistas, como punto de reunión de todos los jefes catalanes que rehusaban obedecer a Royo pero que, a la voz del Rey, se apresurarían a unir sus fuerzas al grueso de la expedición.

Con este refuerzo, y siendo ya nuestro ejército superior al del enemigo, se podía pensar en amenazar las fértiles zonas de la costa o en marchar victoriosamente sobre el Ebro. Con la unión de Cabrera, sería posible transportar a Castilla el teatro de la guerra, llevándola al corazón de la Monarquía y amenazando Madrid».

Aunque estos brillantes planes fuesen reproducidos a diario por los catalanes y en ellos tuvieran puesta su confianza, se comenzó a vislumbrar la posibilidad de una excursión a Cataluña.

El General Oráa, al mando de la tropa liberal, consiguió llegar a Barbastro antes de que la expedición partiera.

Pero el enfrentamiento con ella se saldó con una nueva victoria para las tropas carlistas. El ejército expedicionario carlista salía de Aragón sin haber sufrido ningún contratiempo importante, «se ha escurrido como una serpiente —se decía— y ha repasado el Cinca como un pato; verdad es que llevan gran procesión de heridos, acémilas, obispos, canónigos y frailes y demás zarandajas que debían embarazarla mucho, pero lo ha realizado con tanto silencio que no ha podido percibirse».



LA BATALLA DE BARBASTRO

 

Expedición Real de Don Carlos, 1837.



El combate de Barbastro se tuvo como la más brillante victoria de esta expedición. Habían maniobrado grandes masas de una manera regular; y los dos viejos generales que se hallaron frente a frente parecían adivinarse, de modo que, apenas iniciados algunos movimientos en uno de los campos, surgía la respuesta en el otro.

Los dos bandos combatieron con gran encarnizamiento; fue horrible el momento en que las dos legiones extranjeras se atacaron a la bayoneta entre los olivos. Muchos de ellos se reconocieron, se llamaron en alemán o en francés y, antiguos camaradas, se desgarraban las entrañas.

Los españoles veían con una alegría feroz cómo los extranjeros se destrozaban mutuamente.

Por mi parte, confieso que este espectáculo me causó una sensación penosísima.

Esta victoria tuvo una gran importancia para el ejército real.

Una derrota, cuya primera consecuencia hubiera sido nuestra salida de Barbastro, Io habría aniquilado y, perseguidos por el enemigo, la corriente impetuosa del Cima hubiera sido nuestra tumba. Todas las probabilidades estaban contra nosotros; se había cometido una imprudencia al aceptar la batalla en posición tan desventajosa.

El resultado superó a todas las esperanzas y entonces, más que nunca, era el momento de acercarnos a Zaragoza o, cuando menos, al Ebro.

Desgraciadamente, esta victoria no hizo más que acentuar la obcecación y se persistió en ir a Cataluña. Muchos predijeron entonces un resultado funesto, predicción que no tardó mucho tiempo en ser una realidad.

Días más tarde, Agustí nos da esta nota, algo más positiva:

«20 de junio de 1837: Han muerto algunos heridos y se han ido otros ya curados.

29 de junio: Estos días han partido muchos soldados ya curados, y en Áger sólo quedan ya 400».

Tal fue la crueldad de esta batalla, que se impulsó el denominado «Covenio de Elliot» para tratar de mitigar el inhumano encarnizamiento, como hemos podido constatar en éste y en peores episodios.

Antonio Pirala nos deja este colofón de ambas batallas:

«Poco nos aclararía el examen de todas las causas que contribuyeron a la pérdida [para los liberales] de la batalla de Barbastro, después de la detenida narración que de ella dejamos hecha; pero no dejaremos de consignar que en todas las acometidas de los liberales se encontraron al frente con enemigos tan decididos a no perder un palmo de terreno, como a ganarle los que embestían. El valor entró en esta batalla por mucho, y negar el que emplearon los carlistas, seria parcialidad. Peleas en las que la sangre de los jefes se mezcla con la de sus soldados, son siempre heroicas. Las de Huesca y Barbastro, lo fueron».


Francesc Sánchez Parés
Círculo Tradicionalista Ramón Parés y Vilasau (Barcelona)

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