El único antídoto: el tradicionalismo
«Es necesario sustituir en el terreno político a los principios liberales, los principios tradicionalistas, únicos que en el orden gubernamental pueden conseguir la prosperidad en el Estado, el orden y bienestar en la sociedad, y la paz y sosiego en la familia».
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El 1 de agosto de 1897, el diario carlista EL NORTE, de Gerona, publicó en portada el artículo «El único antídoto», firmado por el abogado carlista Régulo Cumané. Por su interés y actualidad (salvo algunas referencias al colonialismo y otras pequeñas salvedades), lo reproducimos íntegramente a continuación:
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EL ÚNICO ANTÍDOTO
El pueblo no vive aletargado porque ni la catalepsia es propia de los pueblos ni se han perdido por fortuna en nuestra desventurada patria el sentimiento de dignidad y la esperanza de próxima regeneración.
Díganlo si no este malestar general y esta protesta continua que en todas las clases sociales levantan los desdichados actos de nuestros gobernantes.
El obrero, el hijo del trabajo, el que con el sudor de su frente es elemento eficacísimo para el cumplimiento de la ley de condicionalidad humana, ha visto desaparecer las prendas más queridas de su corazón, y ante la casi imposibilidad de volver a recobrarlas, dado el escaso criterio sustentado por nuestros gobiernos en las cuestiones coloniales, maldice a los políticos que invocando el santo nombre de la Patria le han robado lo que más amaba: su hijo querido.
Pero es más: no tan solo los nefandos políticos que se turnan en el poder han triturado el corazón del hijo del pueblo, sino que han pervertido su conciencia y anublado la esperanza de tranquila ancianidad.
Sí, desgraciadamente la inteligencia de buena parte del pueblo español, gracias estas libertades importadas por la revolución, ha asimilado doctrinas contrarias al espíritu de resignación cristiana y sólo capaces para sembrar odios y discordias que al engendrar el socialismo y el anarquismo, han llevado la perturbación al seno de las modernas sociedades.
Los gobiernos liberales han realizado la gran empresa de desterrar del hogar del hijo del trabajo la llamada por el socialista Jaurés «vieja canción que mecía el sueño de la infancia», han destruido la idea religiosa que anidaba en la conciencia del obrero y le prestaba fuerzas para continuar la trabajosa lucha de la existencia, y una vez el obrero sin Dios y por tanto sin esperanza de la vida eterna del alma, de aquella vida exenta de injusticias, ha roto toda traba y ha querido vivir sin el esfuerzo personal que agotaba sus energías y amargaba su vida, acogiéndose bajo la sobra de unas doctrinas que al destruir los derechos naturales tocaban los fundamentos de la sociedad.
Y por más que se diga, no puede el anarquismo exterminarse ni tan siquiera debilitarse con la intervención del verdugo y promulgación de leyes coercitivas. El anarquismo es un cuerpo de doctrinas, un orden de ideas que se han infiltrado más o menos en la conciencia del pueblo, y las ideas no se desarraigan del seno de la sociedad con la aplicación de la pena de muerte. Es necesario, para contrarrestar esta perniciosa corriente, acudir a otro manantial de doctrinas e ideas completamente armónicas, al manantial purísimo del Evangelio de donde brota constantemente la caridad que, al hacer a los hombres hermanos, proporciona inefable paz y bienestar a las humanas sociedades.
Esto no se ha hecho bajo el imperio de estos Gobiernos liberales que han desoído la voz del Supremo Representante de Dios en la tierra. ¿Cómo podía conseguirse si tales gobiernos empiezan por desconocer y conculcar en la ley fundamental de Estado los derechos esenciales y primarios de la Iglesia?
El liberalismo es, pues, impotente ante la anarquía, y es natural y lógico que así sea, pues que las teorías anarquistas hijas son y bien legítimas de aquel monstruoso sistema político.
Además, como hemos dicho al principio, la desastrosa labor de los políticos partidarios de este sistema desacreditado en el terreno científico y más aún en el práctico, ha del todo amortiguado en el corazón del obrero la esperanza consoladora de una vez tranquila y reposada.
Porque hoy, destruidos los gremios, con las pasiones exacerbadas y la usura imperante, acumulada la riqueza en pocas manos, y en lucha continua el trabajo y el capital, no es posible que los pequeños industriales prosperen, ni que el obrero a copia del ahorro obtenga medios para trocar su triste situación en la más desahogada del patrono.
Y estas dificultades se acrecientan de manera tremenda en nuestra desgraciada nación, pues que a todos los males reseñados agrégase un sistema tributario que, lejos de proporcionar facilidades, acumula mil contrariedades al honrado trabajador que contando con escasos recursos y fiando principalmente en su laboriosidad y honradez se atreve a abrir un establecimiento industrial o mercantil.
Todas estas concausas hacen que la clase obrera esté revuelta y sea grande el desasosiego que experimenta, apareciendo de vez en cuando señales evidentes de este malestar general, chispazos precursores de la revolución social que se avecina.
Para evitarla es necesario que unan en compacto grupo todos los hombres amantes de la justicia, y que, decididos a obrar, destruyan la mala semilla que tantos males nos ha reportado, sustituyendo en el terreno político a los principios liberales, los principios tradicionalistas, únicos que en el orden gubernamental pueden conseguir la prosperidad en el Estado, el orden y bienestar en la sociedad, y la paz y sosiego en la familia.
–Régulo Cumané
Republicado por el Círculo Tradicionalista de Barcelona Ramón Parés y Vilasau