Verrocchio: BAUTISMO DE CRISTO, 1472-1475, óleo sobre tabla, 177 cm x 171 cm, Galería Uffizi (Florencia, Toscana). |
De Babilonia a Roma (IV): En Babilonia, pero protegida
Los Sacramentos son gratuitos y tienen todo el valor: Dios se da entero. En cambio, el Demonio te secuestra.
Antes de meterme en harina, como se dice popularmente, quiero escribir sobre ciertos aspectos muy relevantes, gracias a los cuales mi deambular errático por el hipermercado espiritual no ha sido más penoso de lo que fue. Además, han fortificado mi alma y espíritu. También han contribuido a que las alarmas se encendieran cuando el terreno que pisaba era resbaladizo y peligroso, como las arenas movedizas que engullen sin remedio al abismo. Y ahora que lo pienso mejor, no eran las alarmas, sino el Espíritu Santo, mi ángel de la guarda, toda la comunión de Santos y el ejército celestial en batallón protegiendo mi alma.
¿Por qué quiero detenerme en eso? Primero para dar gracias a Dios y también a mis padres por lo que ahora diré. Y repito, no importa tanto mi historia, sino lo que subyace en ella, extrapolable a cualquier Eulàlia que me lea o le pueda ser útil lo que estoy relatando de la mejor forma que sé.
El primer gracias es por el bautismo; sin este sacramento, hubiera estado totalmente desprotegida, vulnerable a expensas de la peor de las depredaciones del Enemigo. El bautismo me selló, lo tengo clarísimo y me da pena y miedo a la vez ver la cantidad de niños y adolescentes que no están siendo bautizados actualmente. Aunque fuera por tradición, en mis tiempos todo bebé era bautizado. Doy gracias por haber recibido catequesis y religión, a pesar de que esta fuera una suerte de catolicidad kumbayá «agermanats anirem caminant sota un cel ben blau…la, lalalala tralalá….» La melodía todavía resuena en mí, con guitarras y batería de fondo, y una imagen trasnochada de chirucas y foulard de boy scout. Cierto que la religiosidad era edulcorada, o como el café al cual se retira la cafeína, algo light, ni sal ni luz, pero al menos se sembró en mí una semilla, un conocimiento de la historia sagrada y los evangelios que hoy en día mis alumnos pre-universitarios no tienen, ni por asomo.
La primera comunión y confirmación, otro sello que ha mantenido mi alma a salvo, ha permitido que el Espíritu Santo me soplara cuando era requerido y, lo mejor de todo, que yo atendiera al soplo y me pusiera en acción. Y sí, la Iglesia en la que crecí era muy tibia, a la catalana, progre, pero los sacramentos son los sacramentos. Gracia santificante, no magia, porque los cristianos nos santificamos a diferencia de la New Age en la que se evoluciona y progresa. Los sacramentos son Verdad, reales, eficaces, potentes. En la Nueva Era se hacen todo tipo de rituales mágicos que a veces funcionan muy bien, cosa que ya te contaré por qué, pero su eficacia decae. Todo lo del Enemigo es puro embuste, falso, estridente y hortera. Pero a su vez seduce y parece que da resultados. Pero con el pasar del tiempo, la magia va destruyendo tu alma, parasitándola y habitándola de demonios. Y cuanto peor te sientes, más acudes a la magia, el bucle, es ridículo y perverso a la vez, ahora que lo veo desde fuera. Además, la magia es muy cara, en cambio, los sacramentos son gratis. La magia vale mucho dinero, pero no tiene valor. Los Sacramentos son gratuitos y tienen todo el valor. Dios se da entero. El Demonio, te secuestra.
Mención aparte merece mi madre: su empeño en que la Biblia tenía todas las respuestas que necesitaba, y, sobre todo, las preguntas, me encendió la rebeldía. Y sí, hastiada de escucharla, en mi rebelde adolescencia decidí hacerme con una Biblia, que todavía conservo con mucho cariño. Decidí comprobar por mí misma si mi madre tenía o no razón. ¡Y sí, la tenía! Me enamoré de la Palabra, acudí a cursos bíblicos en el convento franciscano de al lado de donde vivía, en Arenys de Mar. Me leía todos los libros que podía acerca de Jesús, su vida. Me sumergía en la Palabra, devoraba sus páginas, aprendía de mi Biblia que me acompañaba en el autobús, tren, comisarías, juzgados de guardia. ¿Te había dicho antes que fui abogada penalista? Ahora ya lo sabes. En fin, mi cercanía con Dios a través de la Biblia y escritos de teólogos, escritores, santos, era medicina en aquellos tiempos convulsos de mis escasos treinta años. Llegados a este punto, puede que te preguntes de nuevo, ¿y cómo se torció todo? ¿En qué momento apareció el desvío en el camino? Te dejo con la pregunta, y quizá aventures las respuestas, que no tardarán.
Eulàlia Casas, Círculo Tradicionalista de Barcelona Ramón Parés y Vilasau.
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