divendres, 15 d’agost del 2025

15 de agosto: la gloriosa Asunción de la Virgen María en cuerpo y alma a los cielos

Wencker, Joseph (1907): L'ASSOMPTION DE LA VIERGE, mosaico, Basílica del Rosario, Lourdes, Francia. Foto: propia.

 

15 de agosto: la gloriosa Asunción de la Virgen María en cuerpo y alma a los cielos


Por José Torras y Bages, en «El Rosario y su mística filosofía», Barcelona, Tipografía Católica, 1886


 

I.— Glorioso fue el fin de la vida de María, así como en los demás el término de la vida humana suele ser triste y acongojado. Su vida fue santísima, celestial más que terrena; estaba en el mundo, sobre todo después de la Ascensión de su Hijo a los cielos, con el cuerpo, pero en deseo y aspiración y aun en continua conversación estaba en los cielos; era la saeta que estaba en el arco tirante contenida por la cuerda de la vida, pero cuyo impulso era dirigirse al cielo, empujada por la fuerza de la caridad o amor que a Dios su Hijo profesaba; por lo cual disparado el arco, es decir, quitado el impedimento de la vida terrena, aquella alma purísima y encendida de amor fue a clavarse en su blanco que era Dios, viviendo con Él una misma vida por toda la eternidad. Enseña Santo Tomás esta comparación de la salida del alma del hombre de su cuerpo, y su impulso hacia Dios, comparándola con la saeta disparada que va a su blanco; y añade, por tanto, que la participación de la vida divina y el gozar eterno de la bienaventuranza, están en proporción al empuje de la caridad que impulsa las almas hacia Dios, clavándose más o menos ahincadamente en Él según la proporción con que la fuerza del amor hacia Dios las impelía.

    Llególe, pues, a María la hora de salir de este mundo y de unirse con Aquél que por espacio de nueve meses había traído encerrado en sus entrañas; llególe la hora de sumergirse en aquel infinito océano de purísimas delicias, de satisfacción completa, de reposo inalterable y sempiterno. Bastante había ya peregrinado por la tierra, bastante había durado este destierro; más destierro para Ella que para todos los demás descendientes de Adán, pues para el inocente es más ciertamente destierro el alejamiento de la patria que para los culpados; y culpado es todo el linaje humano, exceptuada aquella inocentísima Señora. Permitió Dios, no obstante, en su infinita misericordia para con los pecadores, que el destierro de María en la tierra durase más, para que su virtud luciese más espléndidamente, y sirviese de modelo a todo el devoto linaje de las mujeres cristianas; mientras al propio tiempo era consuelo, guía y maestra de los primeros padres de nuestra santa fe. En la infancia y la juventud fue dechado de doncellas y vírgenes, pura, inocente, respetuosa y recogida. En su castísimo matrimonio fue ejemplar de esposas y de madres; laboriosa, amante y amiga de su casa. En los últimos años de su vida, única entre las santas personas de su familia que quedó en la tierra, es fortaleza y auxilio de las viudas solitarias. Todo el curso, pues, de su santa vida fue aprovechadísimo; y el tesoro de sus virtudes estaba repletísimo, cuando el Señor quiso llamarla a aquella corona y a aquel trono, que desde toda la eternidad le tenía preparado.

    Juntáronse en su muerte, dice la tradición de los Santos Padres, los Apóstoles, cuyas evangélicas tareas habían ya multiplicado el número de los discípulos de la cruz; rodean a la Celestial Señora, que recostada sobre su Amado, es decir, sostenida en espíritu por el buen Jesús, se despide de ellos y les da provechosísimos avisos, los bendice con afectos de Madre; y su bienaventurada alma, presa por tantos años en la cárcel de la carne, vuela alegremente hacia la patria celestial. Su muerte fue muerte verdadera, mas tan dulce, tan tranquila, tan distinta de las otras muertes, que los santos la llaman sueño placentero, y tan ligero que de él debía despertar dentro de poco en una vida más excelente y divina. No debía sujetarse a la corrupción del sepulcro aquella carne purísima, de que no se desdeñó de vestirse el mismo Hijo de Dios en su venida al mundo; no debió aquel sagrado edificio del cuerpo de la Virgen ser destruido y luego vuelto a edificar, para alcanzar la honra de ser colocado en la eterna ciudad de Dios; los cuerpos de los otros hombres no pueden entrar en aquella purísima mansión de los cielos, sin que la descomposición y la Resurrección les haya purificado de sus perversas, feas y sucias cualidades; la carne del pecado no es capaz de la glorificación, sino mediante una previa destrucción; la carne de María pudo ser glorificada, porque no fue rebelde a la gracia y largueza con que Dios favorece a esta parte más vil de la humana naturaleza, espiritualizándola en cierto modo, por lo que pudo inmediatamente ser levantada a la gloria de digna compañera del espíritu.

    Los santos doctores hablan con devoto entusiasmo y con dulcísima elocuencia de la introducción de María en los cielos, de su triunfal entrada en la eterna Jerusalén de la gloria. Los ángeles fueron el carro de victoria sobre el cual entró la Vencedora de Satanás, músicas y conciertos divinos la acompañan, las eternas moradas revístense de nueva magnificencia porque va a tomar posesión de ellas su Soberana, y los bienaventurados habitantes de aquel palacio de la Divinidad, alborozados y llenos de júbilo, la reciben con el amorosísimo acatamiento de que la hacen digna su autoridad de Madre de Dios, el colmadísimo mérito de sus heroicas virtudes, y el agradecimiento de que le son acreedores, porque mediante su intercesión pudieron ellos, pobres pecadores, ascender a la dignidad de hijos y coherederos de Dios.

    Y no tomes esto, cristiano, por pía creencia, sin sólido fundamento, de hombres devotos; es una verdad ciertísima que la misma razón, no ya sólo la tradición de la Iglesia, evidencia, porque si sabemos de varios santos, por irrefutable testimonio humano, que la hora de su muerte (la salida de su alma del cuerpo mortal) fue solemnizada con celestiales y armoniosos conciertos y con el acompañamiento de angélicos coros, ¿no sería falta de entendimiento suponer que de otra manera había de ser recibida en la hora de su entrada en el cielo la Santa Madre del Salvador del mundo y Señor de la gloria?

II.— Es esta fiesta de María la más solemne y señalada entre todas las destinadas a su honor y culto; es la fiesta de María por excelencia, por lo cual los antiguos la llamaron la Pascua Mariana. En todos los demás misterios y fiestas de la Virgen, su gloria es grande y admirable, es cierto, en todas ellas se manifiesta su excelencia soberana; mas el complemento de su gloria, el lleno de su dignidad, el apogeo de su excelencia soberana, sólo resplandece en este día de su maravillosa Asunción a los cielos. Todos los demás pasos de su vida, todos los accidentes de su maravillosa historia, y los acontecimientos de su sobrenatural vocación, se encaminaban a este definitivo y sempiterno triunfo, que la Iglesia celebra bajo el nombre de la Asunción gloriosa de la Virgen al cielo. Demuestra, pues, a María tu amor alegrándote de esta su felicísima alegría, felicitándola por su sobrenatural encumbramiento, y sea tu oración himno de admiración, de gratitud, de filial afecto, de nobilísima satisfacción y consuelo, contemplando a una pura Hija de Adán servida, obsequiada y agasajada por las más altas dignidades de la Corte angélica, que le prestan el tributo de sus devotos y humildes obsequios.

III.— Mas en medio de tanta gloria y majestad, en el engrandecimiento de esta soberana Señora, no te olvides de tu miseria, y de que si Ella pudo tener una muerte dulcísima, tú no debes vanamente confiar en la tuya, sino convencerte de que eres pecador, y que por lo mismo la hora de la salida del mundo, inmediatamente unida a la hora en que debemos rendir nuestras cuentas al soberano Juez, es un paso difícil y rodeado de peligros presentes y de angustias por lo que después nos espera. Sí, la muerte; he aquí el único momento importante de la vida, el punto a donde convergen todos los esfuerzos del hombre. Hubo filósofos antiguos que, discurriendo sólo por luz natural, afirmaron y sostuvieron que la ciencia de la filosofa no era más que una preparación y estudio para la muerte; y en esto dijeron una sentencia tan verdadera, que coincide con lo que nos enseña la Sabiduría Divina. Al mismo tiempo la experiencia de los siglos, acorde también con la palabra de Dios, demuestra que la muerte es tal como fue la vida (1), de que es término; por lo cual, alma cristiana, ante la muerte y Asunción gloriosa de María propone imitar la ejemplar vida y las santas virtudes de esta Señora, si quieres tener una muerte parecida a la suya. La muerte de los santos es preciosa, dice el Espíritu Santo; hazte tú santo y tu muerte será preciosa también. Nada temerás en la hora de la cuenta, si procuras llevar siempre bien ajustada la de tu vida; no sentirás dejar el mundo, ni sus placeres y vanidades, si profesando la sabiduría cristiana has sabido conocer su vaciedad, y al mismo tiempo la grandeza , la hermosura y la bondad de Dios. Si tu espíritu repugna las cosas terrenales y anhela las celestiales; si no ama el fugaz aparato del mundo, y está enamorado de la hermosura de Dios, al llegar la hora de unirse con Él se sentirá feliz, y todos los esfuerzos del infierno no contrarrestarán los de aquella poderosísima Abogada, a la cual el devoto del Rosario tantas veces con anticipación prudente ha pedido que rogase e intercediese por él en la hora de la muerte.


José Torras y Bages
El Rosario y su mística filosofía,
Barcelona,
Tipografía Católica,
1886

 

 

(1) San Bernardo de Claraval, en su Sermón número 49, enseña que al igual que un árbol cae hacia el lugar donde está inclinado —hacia el lado donde más pesan sus ramas—, así el alma del hombre cuando muere suele inclinarse hacia el lado donde en vida sus ramas (es decir: sus pensamientos, deseos, vicios, obras…) más crecieron y pesaron. «Pues quien no ha estado inclinado hacia el Cielo, ¿cómo caerá a su lado? ¿Cómo no teme caer a la parte contraria, pues a ella ha estado siempre inclinado?»  




Círcol Tradicionalista de Barcelona Ramon Parés y Vilasau

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