dilluns, 18 d’agost del 2025

El error liberal de la «libertad religiosa» y la desventura del Arzobispo de Tarragona

Monseñor Planellas, Arzobispo de Tarragona, defensor de la Constitución Española y de los Derechos Humanos, paladín de la sociedad democrática y plural, espadachín de la Cadena COPE.

 

El error liberal de la «libertad religiosa» y la desventura del Arzobispo de Tarragona


En declaraciones a Cadena COPE, Monseñor Planellas defiende la «libertad religiosa» (sic) como una cuestión de dignidad humana y apela a la Constitución y a la Declaración de los Derechos Humanos.


 

Hemos recibido la triste (aunque no inesperada) noticia de que en fecha reciente —el día 13 de agosto del año del Señor de 2025— el Arzobispo de Tarragona y Primado de Cataluña, Monseñor Joan Planellas, ha tenido a mal, en la emisora llamada COPE, hacer pública profesión de fe… liberal.

Dijo el señor prelado, con la seriedad de quien cree dictar una sentencia apostólica, que la «libertad religiosa» constituye un pilar irrenunciable de la convivencia y del recto orden social en una sociedad plural y democrática, advirtiendo que cualquier ataque a ella sería «contrario al Evangelio».

Para ello, no apeló a las Sagradas Escrituras ni al Magisterio de la Iglesia, sino a la Constitución del apóstata Régimen del 78 y a la masónica Declaración de los Derechos Humanos.

El director general de Asuntos Religiosos de la Generalidad catalana, el socialista señor Bassas, aplaudió con el alborozo propio del politiquillo de pluma liviana y ambigua, calificando tales palabras de «muy oportunas y valientes».

Y aquí viene lo grave, lo tristísimo y lo escandaloso: que un sucesor de los Apóstoles predique en plaza pública el error que la Santa Iglesia —hasta anteayer, en el calendario de la eternidad— condenó como «pestilente» (en palabras de Gregorio XVI, en Mirari Vos, 1832).

¿Ignora Monseñor que la «libertad religiosa», entendida como derecho para el error, ha sido reprobada por el Magisterio constante de la Iglesia? ¿O lo sabe y, como tantos prelados modernos, prefiere halagar las orejas del mundo antes que custodiar el depósito de la Fe?

No nos cansaremos de recordarlo: el Magisterio de la Iglesia enseña que «sólo la Verdad tiene derechos, nunca el error» (León XIII, Libertas, 1888) y condena la mal llamada «libertad religiosa». Condena que encontramos, de forma reiterada, en Gregorio XVI (Mirari Vos, 1832), en Pío IX (Quanta Cura, 1864), en León XIII (Libertas, 1888), en San Pío X (Vehementer Nos, 1906), entre otros.

Y así fue hasta el Concilio Vaticano II, cuando la declaración Dignitatis humanae, (1965), en el punto nº 2, da un giro de ciento ochenta grados y eleva el error de la libertad religiosa a la categoría de «derecho» (sic).

La fe católica influye en la sociedad, pues aquélla no es sólo una religión individual, sino que inspira leyes, transforma costumbres, familias, etc. Y las consecuencias de Dignitatis humanae en la sociedad Occidental han sido devastadoras: junto a otras causas, ha motivado la descristianización de la sociedad, su organización a espaldas de Dios, la elevación del «hombre nuevo» a las más altas cuotas de podredumbre, el «non serviam» convertido en Ley, la blasfemia vendida como arte, el aborto declarado derecho, la moral católica ridiculizada constantemente, etc.

Y en esta sociedad, moldeada a gusto por Dignitatis humanae, Monseñor Planellas pretende mostrar la «belleza del Evangelio».

¡Qué ingenuidad!

Mientras la Iglesia de antaño combatía los errores, la de hoy los abraza con sonrisa ecuménica, como si el demonio fuese un partner más en el gran networking interreligioso.

¿Acaso no es hipócrita que quienes claman por «libertad religiosa» a favor de los musulmanes en Europa, callan cuando estos mismos martirizan a católicos en Nigeria? ¿O cuando el laicismo cierra iglesias en Canadá, o cuando el wokismo multa a sacerdotes en España por «discriminación» al negarse a bendecir uniones contra natura?

La libertad, señor arzobispo, es para todos… menos para los que defienden la Fe de siempre.


Obispo San Fructuoso, de Tarragona, mártir del siglo III, testigo de Cristo y de la Fe, no de la sociedad democrática y plural ni de la Constitución ni de los DD.HH.



 

¿Acaso el obispo San Fructuoso de Tarragona, mártir durante las persecuciones romanas del siglo III, derramó su sangre por la Constitución Española y por los Derechos Humanos?

¿Acaso tantos mártires que derramaron su sangre en el Anfiteatro de Tarraco durante el Imperio Romano para defender la Fe verdadera, estaban equivocados?

¿O eran unos ilusos, que podrían haberse librado del martirio adorando a los dioses romanos..., pues «todas las religiones nos llevan a Dios»?

¿Acaso San Pedro y San Pablo habrían predicado en el Areópago que todos los cultos son igualmente dignos de protección?

¿Acaso San Olegario, obispo, reconquistador de Tarragona en el siglo XI, se equivocó al recuperar para la Cristiandad, de manos sarracenas, la tierra tarraconense regada por la sangre de los mártires?

¿Acaso el Rey Jaime I habría permitido que en el Principado floreciese la media luna junto a la Cruz?

¿Acaso los 522 mártires de la Cruzada de 1936, beatificados en Tarragona en 2013,  derramaron su sangre por el Estado social y democrático de Derecho?

¿Acaso Cristo murió en la Cruz por «una sociedad plural y democrática»?

No, mil veces no.

Porque sabían que la Caridad no se ejerce dando derechos al error, sino enseñando la Verdad, que es Cristo y su Iglesia. La primera caridad es predicar la verdad íntegra. Hoy, sin embargo, la moda consiste en invitar a todos a sentarse a la mesa, sin preguntar si vienen a adorar al Dios verdadero o a insultarlo.

Monseñor Planellas, con la mejor de sus sonrisas posibles, proclama la libertad religiosa como dogma irrenunciable. Y lo hace mientras los monasterios se cierran, las parroquias y templos se vacían, los seminarios se arruinan y la fe del pueblo se convierte en opinión personal, como si Cristo hubiera dicho: «Id y proponed, que cada cual elija lo que le parezca».

Pues bien: los carlistas, obstinados en nuestra terquedad evangélica, decimos que el único derecho de la mentira es ser callada, y que la libertad para el error no es virtud, sino veneno. Y que, cuando la barca de Pedro haga aguas por los costados —como ya las hace—, no la salvarán ni los aplausos de la Generalidad ni los titulares de COPE, sino la obediencia a Cristo y al Magisterio perenne, que sigue escrito con tinta de eternidad en las páginas de Gregorio XVI, Pío IX, León XIII y San Pío X, entre otros.

Hasta entonces, guardaremos la Fe de siempre, como otros guardan el Régimen del 78, la Constitución Española o la Carta de Desechos Masónicos. Y el resto… humo liberal, que el viento esparcirá.

Círculo Tradicionalista de Barcelona Ramón Parés y Vilasau


Cristo Rey del Universo, no presidente de la república democrática y plural.

 

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