diumenge, 28 de setembre del 2025

Las misiones catalanas: peripecias de una profesora de religión (I)



Las misiones catalanas: peripecias de una profesora de religión (I)

 

Los institutos públicos en Cataluña son espacios de la anticivilización. Vamos, de caos.


 

Soy Eulàlia, y quizá a algún lector le suene mi nombre. Estoy escribiendo una serie de entregas bajo el título De Babilonia a Roma, donde cuento mi periplo y deambular por la Nueva Era. Aprovecho para señalar los patrones del error y la mentira en ese estridente y poco original hipermercado espiritual, tan viejo como el mismísimo demonio.

Ahora me dispongo, en una de las derivadas de la misma serie, a contar mis peripecias como profesora de religión en la educación secundaria pública en Cataluña. Ambas sagas tienen una estrecha relación y bien hubiera podido incluir mis experiencias como profe de reli en la primera. Sin embargo, he decidido iniciar una nueva al margen, aunque relacionada, y crear una esta colección de entregas por varias razones.


La urgencia de escribir

La primera razón —que no es la más importante, pero sí la que primero me vino a la cabeza, quizá por ser la más urgente— es que necesito escribirla cuanto antes. Básicamente, por mi salud mental. Es un tema personal, a nivel emocional, mental, académico, espiritual y, sobre todo, de supervivencia pura y dura: mantener la cordura y no abandonar la Fe en este espacio de salvajismo y barbarie. Porque sí, al menos en mi experiencia, los institutos públicos en Cataluña son espacios de la anticivilización; vamos, de caos. Por eso digo que no hay que ir de misiones muy lejos. Es más, me atrevo a decir sin riesgo a equivocarme, que es justo aquí, en casa, donde más urgente se hace evangelizar.

Escribo, pues, como un anclaje a la verdad, el sentido común, la lógica, la razón. Civilización, orden, sentido común brillan por su ausencia en estos institutos catalanes decorados con pins multicolores de la neo religión: la Agenda 2030.

 



El estado de la materia de religión

La segunda razón es que creo necesario dar a conocer el paupérrimo estado de la materia de religión en la educación española.

Uno podría pensar que el laicismo salvaje arengado por el Estado ha sido la causa. Esta sería la respuesta superficial, fácil y poco comprometida. La respuesta que, lejos de conducir a la solución, nos hunde todavía más en el lodazal ideológico en que se ha convertido una sociedad cada vez más infantil. Aborregada, multicolor y diversa, la de la falsa tolerancia y buenísmo. La sociedad del pensamiento único.

¿Por qué la religión es una asignatura, no de segunda ni prescindible, sino odiosa? ¿Una materia que no debería estar en una sociedad madura y libre? ¡Abajo con la religión!¡A muerte con ella!
Pues bien, querido lector, ante mi estupefacción y horror, he comprobado que la Iglesia, la Conferencia Episcopal, tiene mucho que decir en tal acoso, derribo y disolución de la religión en escuelas e institutos. ¿Cómo puede ser esto? Por comodidad, componendas varias, negligencia, imprudencia, traición. Vete tú a saber. 

Quizá los profesores de religión hayan (porque yo no) normalizado ser ridiculizados, relegados al ostracismo, a no dar religión, a hacer cualquier cosa menos la asignatura por la que se les ha nombrado. Quizá llega un momento en que, cansados de la lucha, la oposición y el empeño en cancelarlos, uno se acomoda, por supervivencia, y ni siquiera indaga en las causas. Diluirse en el claustro, ser uno más, no molestar, obtener un pingüe reconocimiento o validación. Cada cual sabrá lo suyo, pero en ese ser tolerante, dialogante, abierto y demás, se olvida que Dios y el mundo son antagonistas. En realidad, como cristianos, la cruz existe y la persecución, también. Y en esa persecución post moderna europea, el empeño en acallar nuestra voz es salvaje.

Lo siento, yo no voy a desaparecer en el grupo como si tal cosa. No cuenten conmigo. Y a pesar de que en alguna ocasión me han llegado a decir, de forma bienintencionada, que no se puede criticar a la Iglesia, yo no comparto esta opinión. Aceptar la dura realidad, con todo lo que conlleva es la única solución que se me ocurre para revertir la calamidad que nos toca soportar. Señalar el error, sea cual sea —doloso, culpable o imprudente—, es el primer paso para restablecer el orden correcto. Llegar a la solución que nunca llegaría si blanqueamos lo intolerable.

Hablo por mí, Eulàlia: me siento totalmente abandonada por una Iglesia que debería cobijarnos, darnos fuerza, ánimos y respuestas prácticas a nuestro día a día en las aulas, la selva. Dignificar la materia, hacerla significativa, noble, desmarcarse del arquetipo cursi guitarrero en el cual ha quedado injustamente encerrada la religión, Jesús, Dios, la Iglesia.


La invisibilidad en el equipo

Una tercera razón tiene que ver con la primera. Te cuento. Los de religión somos como un jugador que siempre está sentado en el banquillo, por torpe, no porque lo sea, sino porque el resto así lo ha decidido. Forma parte del equipo, pero raras veces sale al campo, por desconfianza, prejuicios y errores de apreciación.

Las miradas son tipo: “Ah, vale, es de religión”, como si nuestro intelecto estuviera poco menos que secuestrado por una Fe que nos priva de la razón y el razonamiento. Es para partirse de la risa.

Como he optado por escoger mis batallas y no derrocharme en explicaciones que ni quieren ni van a entender, canalizo mi silencio en los institutos a través de mis escritos. Que no, no soy tonta, ni boba, abducida por, vete tú a saber qué extraño concepto de la Fe. Los cristianos no somos esa caricatura ñoña en la que tantos, y sobre todo en los institutos, nos han metido. Por eso quiero escribir, por necesidad urgente de canalizar todo lo que callo, no por no ofender, sino por aquello de las perlas. ¿Te suena?. Escribo para desahogarme, para que quede constancia, para que se sepa, para que las palabras no se queden dentro, atragantadas en el gaznate. Para liberar la pena, la rabia o la estupefacción. Lo escribo porque quiero y puedo.

Y para que quede constancia, como Notario que levanta acta. Por si en unos años, Dios quiera, todo sea diferente, exista una voz, un testigo que relate la realidad. Soy ese Notario.

¿Por qué soy profesora de religión?

Voy al inicio. Desde que tengo uso de razón, en mi casa escuchaba que «la niña estudiará Derecho», y la niña, o sea yo, preguntaba qué significaba esa palabra: estudios para ser abogado. Como es fácil de adivinar, la respuesta me dejaba igual, es decir, más confundida si cabe, pero con el panorama de un futuro cerrado para mí. Como si todo estuviera escrito, ajeno a mi voluntad.

Creo intuir que ese empeño en que la niña fuera abogado tiene que ver con mi inquietud intelectual, mis ansias de encontrar respuestas, mi alto sentido de la justicia, que no pocas tortas me hizo ganar. Impertinente, siempre tienes que tener la última palabra. Mi mente inquisitiva que hacía preguntas incómodas, no era más que mi hambre de Verdad. No de tener razón y discutir por el gusto de hacerlo.

Sí, la justicia, lo justo, la falta de coherencia, la lógica, querer saber la Verdad era un motor que me impulsaba, aún sin saberlo.

Un día, a los diecisiete años, meses antes de inscribirme en la universidad, llegué radiante a casa: «¡Voy a ser antropóloga!». Mi futuro no estaba cerrado, ¡yo podía decidir! ¿Antro qué? Y yo entusiasmada: sí, quiero estudiar las relaciones entre el hombre y Dios, eso es lo que yo verdaderamente quería

Y la niña terminó estudiando Derecho y ejerciendo como abogado y profesora de Derecho. Y no me arrepiento. Dios sabe qué hace.

Pero colgué la toga cuando dejó de tener sentido en mi vida. El embrutecimiento de mi alma en el eterno juego de polis y ladrones, era del todo absurdo. Y a mí, cuando la realidad no me muestra un mínimo de sentido común, vuelo. En mi ambicioso vuelo, caí de bruces en la Nueva Era, con la vana ilusión de que, en lugar de ayudar a la gente a salir de la cárcel, lo que hacía en mi nueva versión era ayudarlos a salir de las cárceles mentales. El chiste se cuenta solo en lo que refiere a eso, por eso escribo De Babilonia a Roma.

Cuando me convertí, acto seguido bajé la persiana de mi centro de yoga para siempre y no quise volver a los juzgados, comisarías, cárceles.

Me encerré dos años en la cocina de un restaurante y cociné día y noche, sin parar. Necesitaba reiterarme del mundo. Y vamos si cociné, eso da para otra serie, interesantísima que no descarto relatar.
Mientras tanto, empecé a estudiar Ciencias Religiosas y, por aquellas, cosas supe que había una gran necesidad de profesores de religión.

Pensé: ¡esto es para mí! Me encanta enseñar, y si hablo de Dios, mejor que mejor.

Además, confieso que en esta elección hubo una misión penitencial, una voluntad de enmienda y restauración; si he propagado tanto error con la Nueva Era, ahora, como profesora de religión, podré reparar mi error.



Aquí estoy, escribiendo

Y aquí me tienes, en estos momentos, escribiendo estas humildes líneas para conservar la cordura y la Fe. Bien la Fe sigue firme, un día me sorprendí hablando con el Enemigo, a pesar de que con él no se debe hablar, pero lo increpé y a gritos silenciosos le espeté tendré Fe aunque la pierda, o sea que olvídate de mí, acepta tu derrota.

En estos institutos donde a Dios le tienen castigado en el «rincón de pensar», por ser suave, de todos modos sigue presente por más que lo quieran fuera. Él se retira respetuoso, pero no abandona, como no está abandonando ni a estos alumnos, ni tampoco a los profesores que se empeñan en su emancipación intelectual tan progre. Entusiasmados por la nueva religión del pin de colorines.

Y sigo inasequible al desaliento, algunos días animada, otras triste, en ocasiones enfadada, aprovechando cualquier hueco que mi apretado día me ofrece para escribir. Las palabras me salen a borbotones, como una hemorragia. Quizá he esperado demasiado, puede ser. Confío, que mis relatos, que son verdad verdadera, reales como la vida misma, te den cierta luz de cómo están las cosas, de cómo la ideología woke, es decir satánica, se ha derramado sobre las tiernas almas de las futuras generaciones.

Lo dejo aquí, las experiencias se amontonan por salir al escenario, quiero contarlo todo y quiero hacerlo ya. Pero ahora me toca atender al claustro. La tediosa reunión de la totalidad de profesores. Un día te voy a relatar uno en concreto en el que tuve que desenvainar la espada. De momento, aquí lo dejo.

Eulàlia Casas, Círculo Tradicionalista de Barcelona Ramón Parés y Vilasau

divendres, 26 de setembre del 2025

«Espanyistan», què li pot retreure a la «hispanchidad»?

 

«Espanyistan», què li pot retreure a la «hispanchidad»?


Sembla que tots els crits contra la «hispanchidad» són per «una derecha unida» en la vessant més pràctica


No poques branques dels nacionalismes regionals han begut (erròniament) del carlisme. Encara més, fins i tot, avui dia, no els hi queda més recursos que acollir-se a les figures més ambivalents per a poder perllongar la «tradició nacional catalana» o altres fins on mai va ser-hi —vagueu l’obra de propera aparició vers els Mestres catalans del tradicionalisme dirigit pel Círcol Ramon Pares i Vilasau, el capítol redactat per un mateix dedicat a Francisco Elias de Tejada—. Així, com ha exposat de forma molt didàctica en @exploraciones.tx9, Sabino Arana va degenerar en el seu curs carlí al nacionalisme, però també es van donar a altres regions com al Principat i la ruptura d’en Bartomeu Colomines i Roca o amb figures com en Josep Pla, fill d’una il·lustre nissaga carlina per via materna, abandonada tot i que recordada en moltes ocasions (vagueu els primers capítols d’Un señor de Barcelona). 

Des de Madrid, però en realitat també a Catalunya, ha anat emergent un pensament arrelat com a mínim des dels anys dos mil —tot i que aquí no farem pas una recerca etimològica acurada—. La gran afluència d’americans a Espanya en realitat ha estat constant des de les independències. Si revisem país per país, ho podríem comprovar sense problema: deixem-ho amb l’exemple dels viatges de Rafael Altamira a Amèrica, l’auxili polític que va trobar a l’Espanya del 40 l’historiador mexicà Carlos Pereya, o la visita de Pi y Suñer a l’Argentina —com és evident, la causa carlina ja ni mereix mencions, amb els treballs d’Elias de Tejada, Goytisolo o fins a l’actualitat amb el professor Ayuso—. Jo mateix, tinc un tiet de Caracas, d’on ve una forta devoció a casa tant per la Verge de Coromoto, així com al Dr. Gregorio Hernández —santificat en breu— o les lectures d’Arturo Uslar Pietri —el preciós volum blanc amb rivets daurats de Cuéntame Venezuela—.

Com va popularitzar el patètic personatge de Don Recio a «Aquí no hay quien viva» o  Mauricio a la sèrie «Aida» —igualment patètic—. Ambdós representen a la classe burgesa: en un cas el tradicional taverner, per un altre un empresari que es dedica a la distribució de peix a petita escala —si be, com sempre recorda, no pas al consumidor final—. La burgesia Europea va voler liquidar la «noblesa»: com deia Kant a la seva Antropologia, aquesta no era més que el signe d’allò real que havia estat temps enrere: una interpretació evemerista ja massa vella com per a sorprendre ningú, excepte als professors universitaris, i no pocs docents d’institut. Aquesta burgesia apujada defensa en general la pau perpètua, i s’arma contra el militarisme —aquest pacifisme perpetu, que els mateixos capitalistes decideixen quan trencar com han demostrat els Estats Units de Nord-amèrica així com la Common Wealth—, es parla de participació tot i que excloent-hi lo més vulgar com ja plantejaran els il·lustrats. Aquesta era la raó per la qual el liberalisme primer va acusar d’efeminada a l’església per a després explicar a les dones que aquestes havien de fer igual que els homes: ho deia ben claret la senyora Victòria Kent al programa A fondo (28-01-1977), presentat per Joaquim Soler Serrano.

Com ha reflexionat fa poc un autor (Agamben, 2008: 47):

Les societats contemporànies es presenten així com cossos inerts travessats per processos gegantins de desobjectivació als quals no s’hi correspon cap subjectivació real. D’aquí l’eclipsi de la política, que pressuposava subjectes i identitats reals (el moviment obrer, la burgesia, etc.), i el triomf de l’oikonomia, és a dir, d’una pura activitat de govern que no pretén res més que reproduir-se.

Què fem quan ja no hi ha classes? Tots som iguals? Ens ho proposem? és d’ací d’on eixien les propostes homogeneïtzadores que tant i tant de mal han fet a Catalunya com va il·lustrar brillantment Juan Vallet de Goytisolo a les seves Reflexions sobre Catalunya (2006). Aquest és un «sentit comú» que ha mort. Les societats contemporànies no aspiren a res més que a «reproduir-se» tal com ho fa una indústria, en contra de la multiplicació d’éssers sempre lliure només sotmesa a les lleis de Déu —que només coneixem de forma parcial, cal sempre recordar els materialistes formals massa motivats amb els recursos econòmics que els hi procura l’estat lliberal—. La mort de Les Espanyes i sa substitució per España i el seu Estat ha sigut lent: tot un segle XIX ho dibuixa, en continuïtat amb l’absolutisme borbònic, després heretat pel franquisme y finalment pel parlamentarisme democràtic —fins al fonamentalisme—. 

Això mateix es pretén ara amb la Hispanitat. Fa poc s’han retolat uns gemecs amb el títol «Hispanidad o totalitarismo tradicional»: certament, en relació amb el ressorgir del tradicionalisme a tot Europa es podria fer una observació amistosa i tot... però en el cas Espanyol, això no opera perquè les nostres estructures polítiques estan desfetes: aquí no pot sorgir un «Moviment associatiu» polític d’aquest que tant agraden al lliberals. España i tota la hispanitat es caracteritza per un moviment associatiu d’un altre mena: el de la subsidiarietat... és d’aquí d’on venen els petits èxits de la nostra terra: fins i tot la masoneria ha d’introduir-se d’aquestes formes perquè si vol entre des de la verticalitat li és gairebé impossible anar més enllà de certes formes «contraculturals», però que en plena postmodernitat ja no els hi dona cap avantatge on un Reel de TikTok amb quatre fotos mal seleccionades de don Pelayo, don Sixto y algunes il·lustracions pintoresques es poden carregar milions d’euros en edicions i campanyes silencioses (vegis el cas a Catalunya a Font, 2003:  32-33). No obstant això, sembla que tots els crits contra la «hispanchidad» són per «una derecha unida» en la vessant més pràctica:
 


Aquell mateix moviment que va emprar Franco poc després de la Guerra Civil per a unificar sota la seva efígie totes les així dites «dretes» en un bloc únic. No cal recordar històries carlines, que ja estan més que excel·lentment recollides a la monumental obra de Ferrer. ¿Quines dretes? Com deia De Prada, la sionista, com deia Hughes «un Losantos Colectivo» que sap més de dòlars que de peles.

Ací només farem un dolç record: una part del suport que aquests castellanistes —recordem les veus de «Sobre el casticismo» d’Unamuno— estan trobant a les xarxes, no és res més que el despit a lo hispà. I així és que si hom grata, troba ràpidament relacions amb discurs d’allò «celtiber» i que suposadament encara batega als nostres cors... lleis romanes, camins llaurats per americà, Àfrica i Àsia, gastronomia amb estrelles Michelín d’aquestes famoses, grans modistes contemporanis com Cristòbal Balenciaga.

 
Ara no som hispans, sinó celtibers? Jo li dic paganisme a això... un paganisme que és hereu del liberalisme: són les bruixes les que, amb les narracions mítiques de Michelet —perquè no pot tindre cap altra consideració— van reprendre el model de la bruixa com a anti-institucional, com allò que s’oposa al metge, a l’alcalde i al sacerdot: felicitats, nois; heu donat moltes voltes per acabar ben vora a Irene Montero.



Per un altra banda, el concepte de «panchito» reflecteix una expressió, que certament es va donar igualment a les Amèriques: a l’Amèrica del meu rebesavi, als espanyols se’ls reduïa a «gallegos». És una mera qüestió d’imaginaris vers l’altre. Molt bé. No passa res. Al poble cal donar-li circ i pa... però no massa. Perquè aquells mateixos que deien «gallecs» als meus catalaníssims avantpassats, es referien a Espanya com la «madre patria». El que passa... és que poder amb els auges econòmics del passat segle no veiem com a americà se n’anava deshispanitzant a força de vendre el petroli veneçolà als iankis, el guano peruà o les terres rares argentines a canvi de coxes Lincoln, cassets de la Sony o electrodomèstics de la General Electric. ¿Els hi preocupa a aquesta gent aquesta qüestió? No pas, sinó poder seguir comprant ells mateixos aquestes coses.

Ells només saben veure defectes en l’altre. Busquen la puresa ibèrica, ja ni hispana. És en aquesta «essència» ideal on trobaran el seu ésser real. Però, de menters van comprant qualsevol discurs emergit d’un país totalment aliè com és França —i “le Maria” com a sinònim de cambreres domèstiques—, Holanda o la mateixa Gran Bretanya. Estan fent la revolució amb categories estrangeres: així mateix ho fa la Sílvia Orriols, per molt que li tinguem estima personal. El problema que ignoren és que Europa està tan desfeta de la seva tradició o més que Espanya: Espanya es va mantenir al marge de certes transformacions de les dues grans guerres a les quals si que van haver de sotmetre’s de forma immediata passió com Polònia, Itàlia, França o Àustria-Hongria. La mateixa Alemanya no ha fet més que defensar de forma cada cop més exaltada els seus valor tradicionals, però protestants —i emprant com a eina essencial les universitats, com ha il·lustrat recentment la traductora alemanya Nicole Holzenthal en narrar com va conèixer la figura de Gustavo Bueno-; i vers Itàlia la situació amb l’així dita «questione meridionalle» s’ha desenvolupat fins al punt de fer un pont per unir Sicília amb la península, curiós donat que Sicília té una llarga història sense «ponts moderns»—.

Són fills del feixisme, paro ara sí, d’un feixisme a l’europea, que beu del fonamentalisme cristià de finals del segle XIX que ja va donar lloc a moviments polítics de més que dubtosa qualitat: mirem el panorama actual on ens trobem. El pitjor de tot, com sempre, no són les idees. Són els fets: ells ens condemnaran: pura sorna i burla que no van a parar enlloc.


Refs.:

AGAMBEN, Giorgio (2008). Què vol dir ser contemporani?. Girona: Arcadia.

AA.VVA. (1969). Los mitos actuales. Actas de la VII Reunión de Amigos de la Ciudad Católica, celebrada en Barcelona en el Instituto filosófico La Balmesiana los días 1, 2 y 3 de noviembre de 1968. Madrid: Speiro.

 

Artur J. Llinares, Círcol Tradicionalista de Barcelona Ramon Parés y Vilasau

dimecres, 24 de setembre del 2025

250 aniversario de la Consagración de la Basílica de la Merced y de la Proclamación canónica de la Virgen como patrona de Barcelona


 

250 aniversario de la Consagración de la Basílica de la Merced y de la Proclamación canónica de la Virgen como patrona de Barcelona


La Virgen de la Merced, baluarte de la Fe en una Barcelona asediada


Barcelona (Agencia FARO).— El 24 de septiembre se celebra la festividad de la Virgen de la Merced, copatrona y Princesa de Barcelona. El presente 2025 trae dos efemérides añadidas: el 250 aniversario de la consagración de la actual Basílica, de transición del barroco al neoclasicismo; y también el 250 aniversario de la Proclamación canónica solemne de la Virgen de la Merced como copatrona de Barcelona.

En efecto, el 10 de junio de 1775 está registrado en las «Actas Capitulares de la Orden de la Merced en Barcelona» (volumen III, folio 112) conservadas en el Archivo Histórico de la Basílica de la Merced, el siguiente texto original en latín: «Anno Domini MDCCLXXV, die decima mensis Iunii, hoc templum ad honorem Dei et Sanctissimae Virginis de Mercede, solemniter consecratum est...» («En el año del Señor 1775, el día 10 del mes de junio, este templo fue solemnemente consagrado al honor de Dios y de la Santísima Virgen de la Merced...»). Este nuevo templo, diseñado por el arquitecto Josep Mas i Dordal, discípulo de Ventura Rodríguez, se ubica sobre el antiguo templo de estilo gótico consagrado en 1267.

Y, por otro lado, tres meses después, el 24 de septiembre de 1775, tuvo lugar, en la entonces recién reconstruida Basílica, la lectura y proclamación solemne del Breve Apostólico del Papa Pío VI, emitido el 2 de febrero de 1775, que confirmaba canónicamente el patronazgo principal de la Virgen de la Merced sobre Barcelona. Este patronazgo ya había sido proclamado civilmente por el Consell de Cent (las autoridades municipales barcelonesas) el siglo anterior, el 25 de septiembre de 1687, tras una gran peste que desapareció milagrosamente cuando las autoridades civiles invocaron la protección de la Virgen. [Archivo Secreto Vaticano (Sección Epistolae ad Principes), con referencia ASV, Sec. Brev. 1775, fol. 112v-113r. Una copia autenticada existe en el Archivo Diocesano de Barcelona (Legajo Patronazgos, signatura ADB-P-1775-1)].



No es casualidad que ambos actos tuvieran lugar en 1775, en pleno despotismo ilustrado de Carlos III y en tiempo de ebullición de los ideales revolucionarios liberales, cuyo veneno se derramaría pocas décadas después y cuyos efectos sufrimos en la actualidad.

Pero la Princesa de Barcelona ya guiaba la fe de los barceloneses desde el siglo XIII.

En efecto, la noche del 1 al 2 de agosto de 1218, en plena Reconquista contra los sarracenos y cuando la frontera de la Cristiandad en el este peninsular se encontraba en el río Ebro, la Virgen descendió del Cielo y se presentó simultáneamente ante tres ilustres personajes: el Rey Jaime I, su confesor y consejero San Raimundo de Peñafort, y el caballero San Pedro Nolasco. En aquel descendimiento, la Virgen les manifestó que sería del agrado suyo y de su Unigénito Hijo que en su honor se instituyera una Orden de Religiosos que se dedicasen a librar a los cautivos del poder de los mahometanos.

Desde entonces, la Virgen de la Merced ha protegido a los barceloneses de infortunios materiales y espirituales. En un tiempo de confusión y desarraigo como el actual, en el que las esencias que forjaron la Hispanidad son atacadas con saña por el progresismo globalista y por alguna reacción equivocada contra él, la conmemoración de estas efemérides se alza como un acto de resistencia y afirmación.

Este aniversario debe ser para los barceloneses que nos reconocemos en los principios de la Tradición, la Monarquía Social y Representativa, y el Fuero, una afirmación de la Fe como cimiento de la vida pública.

Esta Basílica, testigo mudo de dos siglos y medio de historia, ha visto pasar revoluciones y persecuciones sangrientas, como la invasión napoleónica y la Cruzada de 1936, en las que la Fe fue perseguida con odio. Sus muros no son sólo piedra; son la memoria de una ciudad que supo resistir, que se encomendó a su Patrona en tiempos de pestes y tribulaciones, y que siempre encontró en Ella el consuelo y la fortaleza.

Frente a la corrupción revolucionaria actual, los carlistas catalanes reivindicamos la Barcelona que siempre se arrodilló ante su Patrona. Cataluña, como este templo, se mantiene en pie sobre los cimientos de su Tradición católica.

Que bajo la cúpula de la Basílica de la Mercè y bajo su maternal patronazgo, Barcelona encuentre el camino de vuelta a sus raíces y a su misión histórica: ser faro de Cristiandad en el Mediterráneo.

Agencia FARO / Círculo Tradicionalista de Barcelona Ramón Parés y Vilasau.

 


 

 


 

divendres, 19 de setembre del 2025

La Mercè 2025, la Virgen y los titiriteros

Cartel de las fiestas de la Mercè 2025 aprobado por el Ayuntamiento de Barcelona, donde se presenta a la Virgen María como una cabaretera.

 

 

La Mercè 2025, la Virgen y los titiriteros


El cartel de la Mercè 2025 presenta a la Virgen María como una cabaretera. La fiesta mayor de Barcelona, como todas las de Catalunya, se ha secularizado: Ha perdido su sentido religioso. El Arzobispado dice que el cartel es irreverente, pero olvida su responsabilidad en dicha secularización.



«Debe haber alguna manera de revertir todo esto. Dar a conocer la verdad y exponer la manipulación de la que somos víctimas». Esto me decía, a la hora del almuerzo, mi marido. Acababa de ver un vídeo sobre las técnicas de manipulación que utilizan los medios, el gobierno, el Estado, el sistema.

—Yo lo escribo —le he dicho—. Intentar convencer al que no quiere escuchar, al que está tan programado o anestesiado, es un desgaste que en estos momentos no puedo ni quiero asumir.

Le expliqué aquello de las perlas y los cerdos, y también lo de sacudirse el polvo de las sandalias. Estoy entrenándome en estas prácticas cristianas. Un poco harta de que el catolicismo postconciliar se haya reducido a la paz, el amor y la misericordia del neo-evangelio buenista. Por eso, ahora estoy aquí, tecleando estas líneas, rezando para que lo que en mi cabeza es meridiano y claro lo sea mínimamente para ti, que lo lees.

Parece que la civilización occidental naufraga mientras la masa toca alegremente el violín, como en el Titanic. ¡Me niego! Prefiero, no por capricho, sino por necesidad, oír el zumbido de la espada cortando el aire y, de paso, la mentira, para desvelar la verdad. No es momento de dulces melodías, sino del retumbar de tambores de guerra. Porque, sin ánimo de ser desagradable, estamos en pleno combate. La Guerra de todas las guerras, de la cual surge todo lo anómalo, el error, lo malo, el desastre. Batalla espiritual desde la primera revolución del non serviam. Y el Enemigo se ha cuidado de hacernos creer que no existe ni Él ni la guerra, que la paz es el camino y destino. Y así vamos: frágiles, vulnerables, indefensos y alelados, tocando el violín mientras el barco se hunde, y el Enemigo se ceba, creando discordia, polarización, fragmentación y destrucción. Somos su alimento. Las emociones más bajas son néctar para Él. Pues no con mi consentimiento, ni mucho menos, silencio. Tecleo con firmeza y decisión, no con ánimo de encajar menguando la verdad, sino de defenderla.

Toda esta introducción para hablarte de un tema que me toca por muchos motivos: el cartel de la Mercè 2025, que —¿cómo no?— viene con su polémica. ¡Viva la polarización y la fragmentación! El tema me toca porque soy cristiana, de Barcelona, me llamo Eulàlia y no me sabe mal ser la co patrona desbancada por la Mercè. Mi madre se llamaba así, como su abuela de Cádiz. Y me siento interpelada porque el cartel es obra de un artista de Arenys de Mar, mi pueblo de adopción. Me enteré el otro día: Parece que el cartel ha despertado polémica... Sí, lo han dicho hoy por la tele... Lo he escuchado por la radio... Tampoco hay para tanto... A mí me gusta... Bla, bla, bla... En los pueblos, Radio Macuto es más fiable que los mainstream, que todo lo enredan y tuercen. Lo primero que hice al llegar a casa fue buscar en Google el controvertido cartel. Luego, un rastreo de las polémicas en marcha. El Arzobispado dice que es irreverente presentar a la Virgen como una vulgar cabaretera en lo alto de un carromato de titiriteros. Los partidos liberales de derecha se suman a la controversia y acusan al Ayuntamiento de no haber respetado el sentimiento religioso de los cristianos. El Ayuntamiento sale al paso diciendo que el cartel no tiene nada de religioso, y el artista defiende su arte. En su alegato, dice que se ha inspirado en la estética de los artistas callejeros, ambulantes y de circo de antaño. Que no se le pasó por la cabeza ni ha tenido intención de ofender ningún sentimiento religioso. ¡Faltaría más! Su única motivación fue despertar alegría y ligereza, buen rollito, vamos. Lo mismo que derrochaban y derramaban los titiriteros y artistas ambulantes. Me lo creo, y pongo la mano en el fuego que así es. 


En fin, la polarización ya está servida, para variar, en estos tiempos tan confusos como escatológicos. Apocalípticos.

Confieso que la estética del cartel me gusta, no puedo negarlo. Ciertamente me despierta alegría y ligereza. Buen rollo. Y no, no me siento ofendida. Y para nada me considero tibia.

A ver si me puedo explicar.

La Mercè, como todas las fiestas mayores de Catalunya, se ha secularizado, tal cual. Han perdido su sentido religioso. Lo escribo con pena, pero dar la espalda a la realidad me parece negligente y poco ayuda a enmendar nada. Un año tras otro, las fiestas en honor al patrón o patrona han ido convirtiéndose en eventos jocosos: la feria, los conciertos, los autos de choque, la música hortera, el algodón de azúcar, los fuegos artificiales, la resaca, el día no laborable que ojalá sea puente, y poco más. Por eso el cartel cumple esta función meramente epidérmica: fiesta y jolgorio. Sin más. Punto.

¿Cómo hemos llegado hasta aquí? ¿Cómo hemos normalizado que todo sea tan escuálido, superficial, que se quede en una dimensión tan poco profunda?

Una vez los titiriteros pasaron por el pueblo, atrás quedaron las risas, el derroche de alegría y las pequeñas o grandes transgresiones. En su lugar: la resaca, el bajón, la rutina. Vuelta a empezar. Pero, ¿quién no necesita un tiempo de relajamiento del cuerpo y del alma? Los artistas, acróbatas, bailarinas y magos nos hicieron olvidar, por unos fugaces instantes, las penas, el peso de los días. ¡Adiós, hasta la vista! Con la música, a otra parte. Puede que, en los tiempos del carromato del controversial cartel, los titiriteros hicieran reír a nuestros bisabuelos o tatarabuelos. Quizá olvidaban por unos efímeros instantes la dureza de la hambruna o alguna guerra de las de bombas, metralla, muerte o calamidad. Cuando el traqueteo del carromato no era más que un recuerdo, un eco entre silencios, las risas desaparecían, pero no quedaban huérfanos.¡Qué va!. Más allá de la piel hay un mundo de tejidos profundos que forjan una estructura sin la cual la piel sería poco menos que un pañuelo chuchurrío.

Nuestros antepasados tenían fe, tenían a la Virgen, a la Mercè. Y las fiestas eran para Ella, para Dios, para honrar, agradecer, rezar e ir más profundo que la piel. ¡Faltaría más! Ni eran ni se sentían huérfanos: tenían un Padre y una Madre en el cielo.

A Ella recurrieron confiados, con ruegos, oraciones, velas y canciones. Quizá desafinadas, con la fe del carbonero, o incluso sin ella. Con pereza, o sin ella. Pero después del paso de los titiriteros, la risa no quedaba en un olvido estéril, vacío, porque la fe llenaba el espacio que ahora ocupa la polémica.

La historia ha sido suplantada por la narrativa de lo políticamente correcto. Y eso se paga caro. Sin raíces, sin tradición ni identidad, ¿quiénes somos? Hojas al viento. Intercambiables, prescindibles, manipulables. La masa ha devorado al hombre. ¿Se ve? ¿O todavía no?

A los del Ayuntamiento les diría que, ahora que está tan de moda ser solidario, resiliente, antiesclavista, inclusivo y demás palabros woke, podrían recuperar la verdadera historia de la Mercè. Porque lo tiene todo, no le falta de nada: rebosa generosidad, audacia, coraje, gracia, entrega... Virtudes que a lo woke le vienen demasiado grandes y de los que más valdría que volviéramos a beber, todos, y las generaciones venideras, como hicieron nuestros ancestros. Quizá analfabetos, brutos, letrados o eruditos, pero nunca deconstruídos.

¿Qué hay de malo en recordar cómo fue la historia de la Mercè?

 

Sant Pere Nolasc rescata cautivos cristianos esclavizados por los moros del norte de África.



Vamos a repasar un poco la memoria —que no el relato—. Al Rey Jaume se le apareció la Virgen. Lo mismo que a Sant Raimon de Penyafort y a Sant Pere Nolasc, con un único y contundente mensaje: crear una orden religiosa de mendicantes para liberar a los esclavos cristianos en el norte de África.

¿Acaso los muy políticamente correctos amigos de la siniestra no conciben que existieran esclavos más allá de los negros de los campos de algodón? Perdón por romper el relato del pensamiento único, el paradigma oficial. Pues sí, amigos: el Moro llenó de terror la cuenca del Mediterráneo entre la Edad Media y bien entrado el siglo XIX. Y eso es muchísimo. Sí, he dicho moro, porque lo peyorativo está en las mentes turbias de quien crea narrativas con espurias motivaciones.

Cuando digo terror, no exagero. Sin ir más lejos, en Arenys de Mar todavía quedan en pie tres Torres del Moro, y no en vano existe todavía el dicho «no hay moros en la costa». Las torres de vigilancia se conservan en toda la cuenca del Mediterráneo, no por gusto de los asustados habitantes de antaño, no por capricho ni por islamofobia. Sino por pánico y supervivencia.

¿De dónde creen que sale todo esto? Pues sí: los moros, sarracenos, berberiscos, el turco y demás piratas y corsarios atacaban las poblaciones costeras, sembrando el pánico entre sus habitantes. No respetaban nada ni a nadie. Se llevaban consigo esclavos: hombres, mujeres y niños. Cautivos en el norte de África, donde ahora está Marruecos, Argelia o Túnez. Dolor, miedo, familias rotas. Miles de esclavos, recogen los archivos y crónicas.

Pues bien: en ese colosal milagro en que la Virgen desciende, ante la mezcla de estupefacción y maravilla de los tres personajes, ellos obedecen. Sí: un rey como la copa de un pino, un jurista que ya lo quisieran muchos, y un mercader generoso. Un rey y dos santazos. Nuestros. Muy nuestros. Sí, nuestros ancestros no dudaban en obedecer las órdenes de la Virgen, la Mercè, la de las gracias. Y aquí viene lo bueno: se fundó la orden religiosa de los Mercedarios, que mendigaban limosna y viajaban al norte de África a liberar a los esclavos cristianos. Blancos. Y no me sabe mal hacer trizas el relato oficial del esclavo de los campos de algodón como si fuera el único con derecho a reivindicar su dolorosa memoria, venga de donde venga. No hay supremacía ni concurso de dolor, como las narrativas woke pretenden. Sacando vergonzoso partido de sangrantes y dolorosas heridas. La esclavitud es un desastre lo mires por donde lo mires. El color de piel no la determina; solo la maldad del esclavista.

Sigo. ¿Sabes? Todavía hay más. Cuando el dinero no alcanzaba, pagaban con su propia vida. Sí, has leído bien. Se intercambiaban para poder liberar al padre, a la madre de familia, al esposo, al hijo, a la hija o al vecino. Personas con nombre y apellido y no rimbombantes abstracciones.

¿Es o no solidaridad esto? Bien, los cristianos usamos otras palabras, menos progres.

Déjenme añadir, amigos del Ayuntamiento: ¿qué ONG supera eso? Porque, de nuevo: estudien un poco de historia. Ustedes no han inventado nada que previamente no haya surgido del «oscurantista» mundo católico. A la catolicidad le importa el hombre concreto, con nombres y apellidos. No se enreda con abstracciones de imposible encarnación. Somos los del Dios hecho hombre.

Y sí, amigos del Ayuntamiento: ¿qué hay de malo en recordar a los catalanes —barceloneses más concretamente— de qué material estamos hechos? Estos valores son los que tejen las fibras de nuestro ser. Las virtudes que nos hacen fuertes —que no resilientes—. La fe que mueve no solo montañas, sino corazones. Y convierte almas.

La gracia que tiende generosamente la mano y salva, uno a uno. Nadie queda atrás, salvo que no se deje tomar por un Amor tan grande. Más allá de la piel, hay una estructura que la sostiene y le da sentido y forma.

¿Acaso tienen miedo de que sus propagandas desaparezcan ante el fulgor de la verdad?

Y al Arzobispado le diría, respetuosamente: ¿En qué momento olvidaron que son sal y luz? ¿En qué momento se han convertido en melaza? La corrección política les ha confundido de barca. ¿Qué hacen a la deriva montados en la barca multicultural de una diversidad que, más que amor, parece azúcar, de lo edulcorada que es? No, eso no es cristianismo. La única barca que deben guiar es la de la Iglesia. ¿En qué momento perdieron la noción de la realidad? ¡Espabilen! Recuperen la verticalidad, la fuerza, el sabor y el brillo. No se rasguen las vestiduras si les digo: ¡recuperen la virilidad! ¡La fuerza! ¡La potencia! Una espiritualidad emasculada no penetra, y su fuerza se queda rozando la piel.

¡Clamen a los cuatro vientos quién es la Mercè! ¡En qué fe se ha fundado Barcelona! ¡De qué estamos hechos los catalanes! El coraje es lo que mueve las almas, aglutina a las personas, une, atrae y enamora. El miedo y la tibieza alejan, y a mí personalmente me llevan a la vergüenza y al hartazgo.

El lamento, la queja victimista, es hueca. Y lo único hueco que queremos son las campanas de las iglesias: que suenen desacomplejadas, dignas, majestuosas; que vuelvan a llamar a la oración, a la fe, a la unión y al verdadero Amor. A la batalla, si es necesario. El fragor de la guerra no nos asusta. El silencio cobarde, sí.

¡Cambien de barca!

Vete tú a saber por qué caprichos del destino abandonaron la barca de la Iglesia y navegan a la deriva como polizones en la barca multicultural y diversa. ¡Retomen el timón! ¡Pastoreen a la grey! ¡Confirmen en la fe!

Y después de reírnos con los artistas del carromato, iremos juntos a encender una vela agradecida a la Mercè. A la Santa Misa solemne, unirnos en oración, líbranos de la esclavitud de nuestras propias tinieblas, miedos, complejos y corrección política. Amén.

Dejemos de autocensurarnos para no ofender. Sepan, unos y otros, que la catolicidad lo permite todo, esta es la gracia: de la profundidad de la fe a la liviandad de una carcajada cuando el payaso se cae de culo, y el asombro de cuando el mago saca el conejo de la chistera. Pero, previo a eso, debe surgir de nuestros tuétanos el asombro de saber qué imagen está al otro lado del espejo: un Dios que, a sabiendas de nuestra rebeldía, baja, se rebaja, se hace hombre para vivir entre nosotros. Y uno a uno, conformamos un Cuerpo Místico, que no masa informe. Hermanos, porque compartimos Padre. ¡Y qué Padre! Y en este Cuerpo, huesos, tendones, músculos, órganos, la piel lo recubre todo y nos permite sentir la vida, que es gracia y don. En este Cuerpo Místico todos somos bienvenidos. Basta un humilde sí.

Esta es la verdadera inclusión: los titiriteros, sí, siempre y cuando no perdamos el fundamento, la dirección y el orden. No hay más Evangelio que éste.

Déjense de estériles polémicas y pónganse al servicio: A Dios, lo que es de Dios; al César, lo que es del César.

Y cuando el fuego de artificio desaparezca en medio de la oscuridad junto al «¡Ooooohhhh!» embelesado, permanecerá el fuego divino: el del Espíritu Santo, que calladamente nos acunará en el más sublime Amor.

Alegría a flor de piel que brota del asombro del Misterio desde los tuétanos.

Eulàlia Casas, Círculo Tradicionalista de Barcelona Ramón Parés y Vilasau

 

La Virgen de la Merced, «princesa de Barcelona», y la familia mercedaria.


 

dimecres, 17 de setembre del 2025

De Babilonia a Roma (VII): La curiosidad que mata el gato, y el alma

Wright of Derby, Joseph (1771): The Alchemist in Search of the Philosopher's Stone. Óleo sobre lienzo. 127 × 101.6 cm. Derby Museum and Art Gallery, Derby, Inglaterra.

 

 

De Babilonia a Roma (VII): La curiosidad que mata el gato, y el alma



«Es desde la misma Iglesia y sus instituciones donde se aviva actualmente ese fuego [de la gnosis]. Con pena lo escribo».



Como te dije, cada uno de nosotros tiene su talón, la rendija por la que el Enemigo se cuela sin ser visto ni notado. Todos tenemos la nuestra, sin excepción. Viene a ser como el punto muerto de los camiones, ese espacio que escapa a la mirada y al retrovisor. Una de mis rendijas fue la curiosidad. He meditado acerca de ella. En realidad es un don, y he llegado a la conclusión de que no es ni bueno ni malo. ¡No te asustes! Con eso no te quiero decir que todo es relativo, sino que la curiosidad, como tantos otros dones, emociones, sentimientos, pensamientos, en realidad si están ordenados a Dios, son buenos. El no ordenarse a Dios es lo que convierte algo que podría ser muy bueno, en malísimo. De hecho, ¿recuerdas la escena del Edén? Pues no es más que eso, si la curiosidad se mueve en la dirección de Dios, de su mano y amistad, es maravillosa. Si la curiosidad es la de Eva, es un pecado, una transgresión, la soberbia pensando que puede superar en sabiduría a su propio Creador. Cuando algo no está ordenado en Dios, está desordenado en el Enemigo. Así de sencillo. Aquí pues, lo que está en juego es el orden o el caos. Con Dios hay orden, con el Enemigo desorden. El orden pertenece a Dios, ¿acaso no es Él el creador de lo visible e invisible? A veces desafío a mis alumnos «¿quién de vosotros tiraría su maravilloso móvil por el retrete?» A nadie, menuda bobada. Su finalidad no es para eso. Quien lo diseñó conoce bien qué debe o no debe hacerse con el móvil. El usuario respeta las instrucciones sin rechistar si lo quiere conservar. ¿Por qué somos más respetuosos con las instrucciones de un simple móvil que con las de nuestra propia vida y alma? Es imprescindible que este punto quede claro, porque es muy relevante.


La curiosidad pues, en mi caso fue la puerta por la que el Enemigo se coló. Al principio, ni te enteras, es muy sutil. Es como si un día, al salir de casa, no cierras la puerta con llave. Al siguiente la dejas entornada y al otro abierta de par en par. A las semanas, llegas a tu casa, y no sabes cómo, la encuentras llena de extraños sentados en el sofá del salón como si tal cosa. Como Pedro por su casa. ¿De quién es la culpa? Los okupas encontraron la puerta abierta y entraron, sin más. ¿Y quién los echa ahora? También te diré, que actualmente el tema okupa es delicado y la legislación es responsable de los desaguisados que lamentablemente demasiadas personas viven. Actualmente entran en casas cerradas a cal y canto, pero sirva de ejemplo, porque en estos tiempos escatológicos, el Enemigo también derriba todo obstáculo de la forma más violenta. Así pues, funciona. Él busca en nosotros la puerta entornada, un hueco, nuestro calcañar, algo que a priori no tiene nada de malo. Como buen trilero, lo confunde y desordena todo, se lo lleva a su terreno sin que la víctima se percate. Ya sabes, el fin justifica los medios y su fin es la condenación de las almas. De cuantas más mejor. Y en estos tiempos va a calzón quitado, su paciencia en realidad tiene un límite, porque el tiempo tampoco le pertenece. Se le está acabando. Va a cara descubierta porque la confusión es tal que ya no somos capaces de ver lo que tenemos delante de nuestros morros. Disonancia cognitiva seria el palabro técnico.


Junto a mi curiosidad sin límites, hay que añadir que estaba atravesando un momento vital muy delicado. Mi madre murió de forma repentina. Te voy a ahorrar detalles dramáticos de aquella Eulàlia desbordada, no solo por el trabajo, en aquel entonces era abogada, también cubrí a mi madre en el puesto que dejó vació en la clínica dental de mi padre. A eso le puedes sumar cinco hijos muy pequeños. ¿Te acuerdas cuando te dije que el Enemigo ataca cuando estás hecho unos zorros? Pues eso, yo era el caldo de cultivo ideal: la fragilidad, tristeza, agobio, sumado a la curiosidad hizo de mí un polvorín que explotaría en el momento menos pensado. Yo era una bomba de racimo que el Enemigo iba fabricando con paciencia. Al principio todo iba bien, leía todo libro cristiano que caía en mis manos sedientas de consuelo y verdad. Quería apaciguar la llama de la curiosidad que crecía sin mesura. Acudía a todas las conferencias, retiros, cursos bíblicos que el convento de franciscanos y la parroquia organizaban. Iba a misa, los sábados por la tarde. Me sentía del todo conectada con Dios, lo sabía cerca de mí y me sostenía en mi duelo. Puede que te preguntes ¿Dónde estaba el peligro? ¿Qué pasó para que todo se torciera? Estoy segura de que el Enemigo, paciente, sutil y mendaz fue acrecentando la fe y sobre todo el sentimiento de fe. No es lo mismo dar razones de nuestra fe que emocionarse con la fe. Hacer crecer la emocionalidad en detrimento de la razón es una de sus estrategias estrella. Ya le lo advertí.  Y puede que te sigues preguntando ¿Qué hay de malo en el sentir? ¿En la emoción? Como dije hace unas líneas, nada malo, salvo que no estén ordenados a Dios. Poco a poco, la razón y discernimiento menguan y el sentimiento y falsa devoción aumentan y justo ahí es donde Él acelera. Bajé la guardia y los libros que escogía, lo eran más por un sentimiento que por una elección razonada, y razonable. El sentimiento se transmuta en falsa intuición. Los libros no son escogidos con discernimiento sino que aparecen por arte de magia en los estantes de las librerías. La curiosidad quiere más, saber más y más. Los evangelios se quedaban cortos y aparecieron en el horizonte los evangelios y textos apócrifos. Hay que decir que muchos de ellos son preciosos y aunque no sean canónicos, de estos se han extraído muchos símbolos y escenas de la infancia de Jesús. Pero, después de los apócrifos y mezclados con estos, estaban los textos Gnósticos Te hablaré de la gnosis en la próxima entrega. Ahí está la clave y el germen del mal y de la Nueva Era, el Neo gnosticismo. El Enemigo te susurra lo apasionantes que son estos relatos y enseñanzas, crípticas, misteriosos y enrevesados que aguijonean el ego con más curiosidad, si cabe. La chispa viva de sed de conocimiento, sin orden ni dirección se convierte en un fuego que devora y destruye. Uno se siente el elegido por haber conseguido descifrar el misterio y rasgar el velo que cubre la Verdad, romperlo con uñas y dientes, de forma grosera y ávida de saber y meter las narices en los asuntos de Dios. La luz, sin mesura deslumbra, en ciega. ¿A quién se le ocurriría alimentar con un ternasco a un bebé de leche? Dios sabe los tempos, ya que es el creador del tiempo y sabe lo que necesitamos. El Enemigo va a su ritmo caótico, descompasado, sin orden lógico y te hace creer que tienes derecho a saber. ¡A saber ya! ¡Sapere aude! Sentaba cátedra Kant. Atrévete a saber, deja de ser un mermado intelectual. Dios es un rancio que te vela el entendimiento para que permanezcas alelado. Y yo no quería ser una lela, deseaba saber las últimas verdades y misterios, a cualquier precio. Quería la mayoría de edad intelectual. El conocimiento es bueno, me decía, mientras la llama amenazaba con descontrolarse.

Con estas lecturas emerge un nuevo Jesús, muy distinto al de los Evangelios. Es un Jesús que te habla a ti, la elegida, no por ser la oveja perdida que necesita salvación, si no a tu yo vanidoso, engreído y sediento de un conocimiento que solo ese Jesús te revela a ti porque eres especial. Exclusiva, una VIP espiritual. ¿Entiendes la sutileza y la perversidad? Ya no es Jesús que te salva, sino un conocimiento que Él te transmite por ser tan especial. ¿Sabes que el Enemigo usa muchos disfraces para engañar? Es tan perverso que no tiene pudor alguno en disfrazarse incluso de Jesús. Y comparte un conocimiento en exclusiva a los elegidos, los intelectualmente superiores. Y eso rompe con la catolicidad del Jesús de los evangelios, el de los pequeños,  los pastores de Belén, los humildes y limpios de corazón. El fiat de María se fractura en mil pedazos. La fe está en el conocimiento y no en Dios. El nuevo ídolo crece sin ser reconocido, si el conocimiento versa sobre Dios, ¿qué hay de malo en ello? Y así empecé, desde dentro de la Iglesia, con textos cristianos que poco a poco empezaron a diluirse en la gnosis cristiana. Si la fe nace del escuchar la Palabra, como dice San Pablo, también muere de escucharla sin orden. En la próxima entrega te hablaré más de ello, porque es desde la misma Iglesia e Instituciones donde se aviva ese fuego actualmente. Con pena lo escribo.


Eulàlia Casas, Círculo Tradicionalista de Barcelona Ramon Parés y Vilasau

 

 

dissabte, 13 de setembre del 2025

Los vecinos del barrio de Sants se manifiestan contra la delincuencia

Manifestación vecinal contra la inseguridad, en el barrio de Sants de Barcelona, el pasado 2 de septiembre de 2025.

 

 

Los vecinos del barrio de Sants se manifiestan contra la delincuencia


El fracaso liberal ahoga los barrios en la inseguridad



Barcelona (Agencia FARO).— Los vecinos de Sants-Montjuïch se manifestaron el pasado viernes 5 de septiembre por las calles de la Zona Franca contra la inseguridad que sufren en su barrio. Exigen mayor presencia policial y un endurecimiento de las sanciones a los incívicos.

 

Con el grito de «¡Basta ya de vivir con miedo!», los vecinos pusieron en evidencia el rotundo fracaso del modelo de sociedad impuesto por el liberalismo y sus administraciones, tanto del régimen del 78 como de la mal llamada Generalitat, artefacto moderno que usurpa el nombre de la institución tradicional, de la auténtica Generalitat.


Los manifestantes, ciudadanos de a pie hastiados de sufrir robos, vandalismo y una sensación creciente de impunidad, han señalado con razón a la dejación de las autoridades. Su protesta es la punta de lanza de un malestar profundo, el mismo que desde estas mismas páginas venimos denunciando: la ideología liberal, en su negación de toda moral objetiva y su culto al individuo desarraigado, es la causa primera de la delincuencia y la inseguridad ciudadana.


Como bien expuso el Círculo Tradicionalista de Barcelona recientemente, el liberalismo es la causa, no la solución, de la delincuencia actual: el sistema vigente ha creado el caldo de cultivo perfecto para la criminalidad. En efecto, al apartar a Dios y a la Ley Natural de la vida pública, al promover una «libertad» sin responsabilidad y un «progreso» sin referentes éticos, ha destruido los lazos comunitarios que antaño protegían a las personas. Donde antes había una comunidad unida por la fe, las tradiciones y la ayuda mutua, ahora solo hay un conglomerado de individuos aislados, presa fácil para los depredadores de turno.


El otro pilar de esta crisis, tal como detallamos, es la desidia cómplice de las administraciones. El Estado liberal, lejos de cumplir con su obligación primordial de proteger al débil, prefiere actuar como un mero gestor técnico, aplicando parches y protocolos inútiles, cuando no liberando directamente a delincuentes en una espiral de permisividad que solo beneficia a los malhechores. Mientras, las fuerzas de seguridad, brazo ejecutor de este régimen decadente, ven cómo sus manos están atadas por una maraña de leyes hechas más para proteger al criminal que a la víctima.


Los vecinos de Sants, como los de tantos otros barrios de España, intuyen la verdad que el régimen se empeña en ocultar: que su modelo de sociedad, basado en el materialismo y el negocio de la inmigración masiva e incontrolada, es insostenible. Claman por soluciones que el sistema no puede ofrecerles, porque su esencia liberal le impone mirar para otro lado.


Frente a esta desesperación, el Carlismo no ofrece meros parches policiales, sino una restauración completa del orden natural. Proponemos la única solución real: una Sociedad Tradicional y Orgánica, donde la autoridad, lejos de ser un ente lejano y burocrático, emane de las propias comunidades y se ejerza con deber cristiano de proteger el bien común. Donde la familia, el municipio y el gremio sean los pilares de un orden social que prevenga el delimento en vez de fomentarlo. Donde la justicia, inspirada en el Derecho Natural, actúe con firmeza para restablecer el orden y proteger a los suyos.


La manifestación de Sants es el grito de auxilio de un pueblo que se ahoga en el fracaso liberal. Es hora de que sepan que hay una alternativa, un camino de orden, libertad verdadera y seguridad: el de la España Tradicional y Carlista.


Agencia FARO / Círculo Tradicionalista de Barcelona Ramón Parés y Vilasau

dimecres, 10 de setembre del 2025

Contra el racismo: la visión católica de la unidad del género humano

Anónimo cuzqueño: «Matrimonios de Martín de Loyola con Beatriz Ñusta y de Juan de Borja con Lorenza Ñusta de Loyola». 1718. Óleo sobre lienzo, 228 x 295 cm. Ubicación original: Iglesia de la Compañía de Jesús, Cuzco, Perú. Ubicación actual: Museo Pedro de Osma, Lima (Fundación Pedro y Angélica de Osma Gildemeister).
 

 

Contra el racismo: la visión católica de la unidad del género humano


El racismo biológico moderno es un producto del mundo protestante y tiene sus antecedentes en el judaísmo, en su autopercepción como «pueblo elegido»


Rechazar el racismo no implica defender un mundo homogéneo y desarraigado. Al contrario. Se distingue con claridad entre el racismo y el «amor a lo propio».


 

El racismo, doctrina que establece una superioridad natural y biológica de un grupo humano sobre otro —o, al menos, diferencias esenciales entre ellos—, choca frontalmente con el núcleo mismo del pensamiento tradicional español y católico. No es una simple cuestión de preferencia política; es un error antropológico de gravísimas consecuencias, una herejía moderna que niega la unidad del género humano, revelada por la Fe y defendida por la razón.

Don Francisco Elías de Tejada, en su magistral obra titulada El racismo, desmonta los cimientos de esta doctrina errónea con la precisión de un cirujano y la contundencia de un martillo. Para el carlismo, la sociedad no se constituye por la sangre o un abstracto «derecho del suelo», sino por la comunión en una Fe, una historia, un orden jurídico tradicional encarnado en los Fueros, y una monarquía legítima. La raza, como distinción determinante, es una quimera.

«El racismo es, ante todo, una herejía», afirma Elías de Tejada. Y lo es porque «niega la unidad del género humano, afirmada por el dogma católico en el dogma del pecado original y en la redención de Cristo, que todos contrajeron por la desobediencia de un hombre y todos fueron redimidos por el sacrificio de Otro Hombre.» He aquí el axioma irrebatible. Si todos los hombres, sin excepción, descendemos de Adán y Eva y todos somos redimidos por la Sangre de Cristo, ¿cómo afirmar que unos son esencialmente superiores a otros por su linaje? La Redención es universal. Cristo no murió por una sola raza, sino por toda la humanidad. Cualquier doctrina que segmente la humanidad en grupos de distinto valor ontológico es, por definición, anticristiana.

El pensador extremeño no se limita a la refutación teológica. Ataca el error de base científico: «Las supuestas razas puras son una entelequia. […] La humanidad es un concierto de mestizajes desde su mismo origen.» El carlismo, lejos de cualquier endiosamiento tribal, celebra la vocación universalista de España. Nuestra grandeza no reside en una pureza inexistente, sino en nuestra labor de evangelizar sociedades bajo el magisterio de la Cruz y la autoridad del Rey. El Imperio Español no fue un imperio de segregación, sino de «unidad en la fe católica, que acogía en su seno a indios, negros y amarillos, haciéndoles tan españoles como los hijos de Castilla o de Aragón», siempre que abrazaran la Fe y las leyes de la comunidad.

Don Francisco Elías de Tejada, en su magistral obra, no se limita a refutar el racismo; rastrea su origen y lo encuentra lejos de la ortodoxia católica. Desenmascara sus raíces en el mundo protestante y judío, mostrando su incompatibilidad radical con la cosmovisión católica.

El profesor extremeño señala que el racismo, como doctrina política, «nace en el siglo XVI, en el seno de las sectas calvinistas» de Norteamérica, utilizándose para justificar la esclavitud de los negros africanos. Fue una «doctrina forjada por los puritanos de Nueva Inglaterra para excusar su tráfico de esclavos». Éste es un punto determinante: el racismo biológico moderno es un producto del mundo cultural protestante, donde la predestinación calvinista buscó una justificación tangible y terrenal en la «raza» para su idea de un «pueblo elegido». Frente a esto, la España católica había desarrollado siglos antes, con las Leyes de Burgos y de Indias, un corpus jurídico que, aunque imperfecto, reconocía la humanidad y los derechos de los nativos americanos.

Asimismo, Elías de Tejada identifica un antecedente del racismo moderno en el judaísmo. Éste sostiene una idea de «pueblo elegido» basado en la sangre y la ley, y crea sí una barrera entre judíos y gentiles. Si embargo, el Cristianismo superó aquella barrera: San Pablo nos enseña que, tras Cristo, «ya no hay judío ni griego; no hay esclavo ni libre; no hay hombre ni mujer, porque todos sois uno en Cristo Jesús» (Gálatas 3,28). Así, San Pablo destruye cualquier pretensión de superioridad basada en un grupo humano sobre otro. Todos somos iguales en dignidad por ser bautizables, en potencia redimidos por la misma Sangre de Cristo y llamados a la misma salvación. La Fe Católica es universal y misionera, y no puede dejar de serlo.

Frente al modelo segregacionista anglosajón de origen protestante y antecedente judío, Elías de Tejada opone el modelo español de integración. La Reina Isabel la Católica estableció desde un principio que los indígenas eran «vasallos libres de la Corona de Castilla». Las Leyes de Indias, aunque a menudo incumplidas en la distancia, representaron un esfuerzo monumental por aplicar los principios de justicia y caridad cristiana, reconociendo el alma y los derechos de los pueblos conquistados. El resultado no fue un imperio de apartheid, sino un vasto proceso de mestizaje sin complejos que creó la realidad pluricontinental de la Hispanidad.

Nuestra grandeza, insiste Elías de Tejada, reside en esta labor: «El Imperio Español no fue un imperio de segregación, sino de unidad en la fe católica, que acogía en su seno a indios, negros y amarillos, haciéndoles tan españoles como los hijos de Castilla o de Aragón», siempre que abrazaran la Fe y las leyes de la comunidad. El «ser español» nunca fue una categoría étnica; fue, y para nosotros debe seguir siendo, una adhesión a una empresa cultural y religiosa común bajo la Monarquía Católica.

 

José Vivar y Valderrama: «Bautismo del gran cacique Cuauhtémoc por el Padre Bartolomé de Olmedo, siendo sus padrinos don Hernán Cortés y don Pedro de Alvarado». Primera mitad del siglo XVIII. Óleo sobre tela, 397 x 410 cm (gran formato). Museo Nacional de Historia, INAH, Ciudad de México.



 

Esta postura no es exclusiva de Elías de Tejada. Es el sentir de la Tradición.

Juan Vázquez de Mella, el Verbo de la Tradición, ya había afirmado que la Patria es una empresa común que trasciende lo biológico. Para Mella, la patria es un alma, un carácter espiritual forjado por la historia, la religión y las instituciones, no un agregado de genes.

Marcelino Menéndez Pelayo, en su Historia de los Heterodoxos Españoles, defendió el modelo español de integración frente a la leyenda negra, mostrando cómo el problema en América no fue la «raza», sino la lucha entre la concepción católica de los misioneros (que veían almas que salvar) y la concepción materialista de algunos colonos (que veían manos que explotar). Venció, aunque no sin lucha, la primera.

Rafael Gambra Ciudad enfatizó que el orden de la Cristiandad se basa en los «cuerpos intermedios» —la familia, el municipio, el gremio, la región— que organicen naturalmente la sociedad. Estos grupos se definen por la función, la proximidad y la lealtad, no por la raza. El racismo, como el comunismo, es un invento individualista que atomiza la sociedad, enfrentando a los hombres entre sí y destruyendo los lazos orgánicos que los unen, para luego someterlos a un Estado todopoderoso.

El carlismo, fiel a su realismo, no cae en la ingenuidad del universalismo abstracto que desprecia las identidades concretas. Rechazar el racismo no implica defender un mundo homogéneo y desarraigado. Al contrario. El mismo Elías de Tejada distingue con claridad entre el racismo y el «amor a lo propio».

Amar las propias tradiciones, la historia de uno, las costumbres de la tierra de sus padres, es virtuoso y natural. Es el principio de subsidiariedad y foralidad que defendemos: cada comunidad debe tener el derecho a vivir según su peculiar modo de ser, dentro de la unidad superior de la Hispanidad y la Cristiandad. El error del racista está en convertir ese amor legítimo en un odio hacia lo diferente y en basar ese amor en un mito biológico en lugar de en una realidad cultural e histórica.

El Fuero es la garantía contra ambos extremos: contra el racismo (porque el fuero no se aplica por sangre, sino por pertenencia a una comunidad histórica) y contra el cosmopolitismo disolvente (porque protege y ampara las particularidades de cada pueblo frente a un poder central uniformizador).

En conclusión, la postura carlista ante el racismo es nítida y se alza con firmeza sobre dos pilares: La Fe Católica, que proclama la unidad de todos los hombres como hijos de Dios y redimidos por Cristo, y manda amarlos a todos con caridad, comenzando por los más próximos; y la Tradición Española, que muestra en su historia un modelo de integración de pueblos bajo la fe católica, creando una civilización universalista y mestiza, la Hispanidad, que es nuestra verdadera «raza espiritual», nuestra comunidad de destino.

Frente a la barbarie racista y frente a su espejo deformante —el individualismo universalista que todo lo homogeniza—, el Carlismo opone la doctrina de la Caridad y el Amor a las patrias concretas, vertebradas en la monarquía federal, foral y tradicional. Como escribió Elías de Tejada, el verdadero antídoto no es otro «ismo» revolucionario, sino la restauración de la Cristiandad: «Sólo el retorno a los principios de la civilización cristiana podrá curar a los hombres contemporáneos de la peste racista.»

Josep de Losports, Círculo Tradicionalista de Barcelona Ramón Parés y Vilasau

 

Bourcier (grabador) y Edmond Morin (dibujante): «An Auction of Enslaved People in Richmond». 1861. Grabado (coloreado posteriormente). 25,5 × 36,8 cm. En Le Monde Illustré, 23 de marzo de 1861.

 

divendres, 5 de setembre del 2025

Illa y Puigdemont se reúnen en Bruselas y juegan a presidentes mientras Cataluña se desangra

Cataluña no hallará su ser en urnas (Salvador Illa) ni en exilios (Carles Puigdemont), sino en su ser: la Monarquía tradicional, católica y foral.

 

Illa y Puigdemont se reúnen en Bruselas y juegan a presidentes mientras Cataluña se desangra



Un «presidente oficial» y un «presidente en el exilio»: dos caretas de un mismo monstruo liberal. Cataluña no está en estos cambalaches personales, sino en sus Fueros.



Bruselas, emporio de la farsa europea, fue testigo de un nuevo sainete liberal. El pasado martes, 2 de septiembre, en la llamada Delegación de la Generalidad en Bruselas, se encontraron por primera vez, cara a cara, dos émulos de autoridad: Salvador Illa, criatura del sufragio adulterado y de las componendas de partido, y Carles Puigdemont, émulo de presidente en destierro dorado, que desde hace años juega a fantasma de una legitimidad inexistente. Dos presidentes, cero legitimidad; Cataluña no cabe en un sainete liberal.


Ambos se reunieron como si de hombres de Estado se tratase, cuando en realidad no son sino títeres del régimen demoliberal que todo lo envilece y nada cimenta. Dos caras de una misma moneda: Uno, con la investidura vacía que le otorgaron las Cortes profanadas por la partitocracia y el régimen liberal; el otro, con la vana pretensión de encarnar a Cataluña mientras se esconde en tierras extranjeras. Y mientras tanto, el pueblo catalán sigue confundido y burlado.


Ni una palabra hubo sobre la verdadera miseria que aflige al país: el campo arruinado, las familias acosadas por la ruina y la inmoralidad rampante, las ciudades entregadas a la inmigración sin freno, las familias jóvenes sin acceso a una vivienda, el aumento de la delincuencia, el páramo de la educación actual... 


La reunión entre los dos títeres se redujo a cambalaches personales y de partido, a un juego de sombras que sólo sirve para prolongar el reinado de la mentira.


Conviene recordarlo: Cataluña tuvo, tiene y tendrá otra legitimidad, la que dimana de Dios, de la Monarquía tradicional y de los Fueros que hicieron libres a nuestros padres. Frente a los teatrillos liberales de Bruselas, la voz de la Tradición resuena clara: ni Illa ni Puigdemont son Cataluña. Cataluña es católica y foral, aunque no lo sepa; y así se pondrá de manifiesto cuando acabe esta triste comedia del liberalismo.
 

Agencia FARO / Círculo Tradicionalista de Barcelona Ramón Parés y Vilasau

dijous, 4 de setembre del 2025

Hispanidad frente a la Gran Sustitución

José Juárez: «Imagen y apariciones de Nuestra Señora de Guadalupe». Óleo sobre lienzo. 1656. Monasterio de sor María Jesús de Ágreda, Ágreda (Soria).
 

 

Hispanidad frente a la Gran Sustitución


El problema de fondo es la apostasía de la mayoría de europeos, que han renegado de Cristo Rey. La reacción étnica o racial es un error y una concesión al enemigo. La respuesta carlista: la reconquista espiritual bajo la bandera de la Hispanidad, es decir, de la Cristiandad.


En los mentideros de la moderna Torre de Babel que pretenden construir los ingenieros sociales del globalismo, se nos acusa de alarmistas cuando señalamos la evidencia más palpable: España, y con ella toda Europa, se está suicidando.

No es una crisis económica o política lo que padecemos, sino una crisis religiosa, una apostasía de consecuencias civilizacionales. La llamada «inmigración masiva» no es la causa de nuestro mal, sino un síntoma letal de una enfermedad espiritual mucho más profunda.

La sustitución poblacional que avanza a marchas forzadas no se entiende desde parámetros raciales, sino religiosos y culturales. Es un error, y una concesión al enemigo, plantear la batalla en términos étnicos o raciales.

El problema de fondo es que Europa ha renegado de su alma, que es Cristo Rey. Lo dijo León XIII: al expulsar a Dios de la vida pública «se sigue tal diluvio de males que jamás había experimentado la humanidad tantos ni tan graves» (Sapientiae christianae, 1890). Hoy ese diluvio lo vemos en las calles de nuestras ciudades: desarraigo, nihilismo, inmigración masiva...

Como ya advirtiera el escritor Juan Manuel de Prada: «La inmigración masiva es utilizada como ariete para disolver las identidades nacionales y propiciar el advenimiento de un hombre-masa desarraigado, fácilmente manipulable por los poderes oligárquicos» (XL Semanal, 2018). Este "hombre-masa" es el producto final de una sociedad que ha expulsado a Dios de sus plazas, de sus leyes y de sus corazones.

La naturaleza aborrece el vacío. Un continente que ha tirado por la borda el legado de Roma y de Atenas; que ha convertido sus iglesias en museos y sus tradiciones en folklore para turistas; ese continente, inevitablemente, será ocupado por pueblos con fe (falsa), con convicciones (erróneas) y con una demografía vigorosa (y subvencionada por blancos europeos). Los musulmanes que llegan a nuestras costas no son el problema; son la consecuencia. El problema es la apostasía de los europeos que han preferido el becerro de oro del consumismo y el hedonismo en vez de a la Cruz que forjó nuestra civilización.

Monseñor Marcel Lefebvre ya señaló esta dinámica: «La reforma conciliar se inscribe en una voluntad de acomodación al mundo moderno… que conduce a la destrucción del Reino de Nuestro Señor». Esa destrucción, esa apostasía, abre la puerta a otros «reinos».

Frente a este panorama, algunos reaccionan planteando la batalla en términos étnicos o raciales (por no decir racistas o xenófobos), como los nacionalistas, los identitarios o los fascistas. Tal reacción no sólo es equivocada sino que alimenta al monstruo globalista, dandole más combustible para proseguir con la Gran Sustitución que aquellos pretenden combatir.

Quienes promueven esta reacción contraproducente ven en la Hispanidad un problema, o un vestigio de un pasado del que avergonzarse. Pero nada más lejos de la verdad. La Hispanidad sería parte de la solución. No la Hispanidad como una idea folklórica o un club de naciones liberales, sino la Hispanidad como Christianitas minor (Elías de Tejada): el resto de la antigua Cristiandad, es decir, católica, universal y misionera. La Hispanidad sería el antitóxico perfecto frente al globalismo sin alma que promueve la Gran Sustitución y también contra el racismo de quienes pretenden combatirla pero que, como tontos útiles, le hacen el juego. Mientras el proyecto europeo actual se basa en una burocracia voraz y en los mercados globalistas, el proyecto de la Hispanidad se cimentó, con sus luces y sus sombras, en la evangelización y en la creación de un espacio político unido por el Altar y el Trono.

Algunos nacionalistas o identitarios arguyen que la Hispanidad ya no existe, habiendo sido fagocitada por las sectas protestantes, por la mentalidad liberal y por la anticultura moderna (como el reageton). Pero ésas serían las consecuencias de una jerarquía Modernista que rechazó la predicación de Cristo para lanzarse a los brazos de una teología de falsa liberación, o para reducir la Fe al estrecho molde del mundo moderno. Son las consecuencias del modernismo conciliar que ellos mismos defienden, poniendo de nuevo «tronos a las causas y cadalsos a las consecuencias», en acertada sentencia de Vázquez de Mella. Un modernismo que, a pesar de lo que pueda parecernos hoy día, no prevalecerá.

La unidad religiosa es el más firme fundamento de la unidad política. La Hispanidad es ese espacio donde la integración no significa dilución en un multiculturalismo sin principios, sino adhesión a una comunidad superior de pueblos hermanados por una misma Fe y un mismo fin trascendente.

Debemos reabrir las puertas a la Gracia para revivir nuestra civilización. Debemos volver a las esencias que nos definieron: la Tradición, el Altar y el Trono. La Hispanidad, la Christianitas minor, no es un problema; es un faro que puede guiarnos de vuelta a puerto seguro en medio de esta tormenta que amenaza con hundir la nave de Occidente.

Por tanto, la respuesta carlista a la Gran Sustitución no es ni el repliegue xenófobo (como sostienen los  nacionalistas) ni el multiculturalismo relativista (como sostienen los globalistas), sino la reconquista espiritual. Reconquista bajo la bandera de la Hispanidad, es decir, bajo la Cruz.

Josep de Losports, Círculo Tradicionalista de Barcelona Ramón Parés y Vilasau