dijous, 4 de setembre del 2025

Hispanidad frente a la Gran Sustitución

José Juárez: «Imagen y apariciones de Nuestra Señora de Guadalupe». Óleo sobre lienzo. 1656. Monasterio de sor María Jesús de Ágreda, Ágreda (Soria).
 

 

Hispanidad frente a la Gran Sustitución


El problema de fondo es la apostasía de la mayoría de europeos, que han renegado de Cristo Rey. La reacción étnica o racial es un error y una concesión al enemigo. La respuesta carlista: la reconquista espiritual bajo la bandera de la Hispanidad, es decir, de la Cristiandad.


En los mentideros de la moderna Torre de Babel que pretenden construir los ingenieros sociales del globalismo, se nos acusa de alarmistas cuando señalamos la evidencia más palpable: España, y con ella toda Europa, se está suicidando.

No es una crisis económica o política lo que padecemos, sino una crisis religiosa, una apostasía de consecuencias civilizacionales. La llamada «inmigración masiva» no es la causa de nuestro mal, sino un síntoma letal de una enfermedad espiritual mucho más profunda.

La sustitución poblacional que avanza a marchas forzadas no se entiende desde parámetros raciales, sino religiosos y culturales. Es un error, y una concesión al enemigo, plantear la batalla en términos étnicos o raciales.

El problema de fondo es que Europa ha renegado de su alma, que es Cristo Rey. Lo dijo León XIII: al expulsar a Dios de la vida pública «se sigue tal diluvio de males que jamás había experimentado la humanidad tantos ni tan graves» (Sapientiae christianae, 1890). Hoy ese diluvio lo vemos en las calles de nuestras ciudades: desarraigo, nihilismo, inmigración masiva...

Como ya advirtiera el escritor Juan Manuel de Prada: «La inmigración masiva es utilizada como ariete para disolver las identidades nacionales y propiciar el advenimiento de un hombre-masa desarraigado, fácilmente manipulable por los poderes oligárquicos» (XL Semanal, 2018). Este "hombre-masa" es el producto final de una sociedad que ha expulsado a Dios de sus plazas, de sus leyes y de sus corazones.

La naturaleza aborrece el vacío. Un continente que ha tirado por la borda el legado de Roma y de Atenas; que ha convertido sus iglesias en museos y sus tradiciones en folklore para turistas; ese continente, inevitablemente, será ocupado por pueblos con fe (falsa), con convicciones (erróneas) y con una demografía vigorosa (y subvencionada por blancos europeos). Los musulmanes que llegan a nuestras costas no son el problema; son la consecuencia. El problema es la apostasía de los europeos que han preferido el becerro de oro del consumismo y el hedonismo en vez de a la Cruz que forjó nuestra civilización.

Monseñor Marcel Lefebvre ya señaló esta dinámica: «La reforma conciliar se inscribe en una voluntad de acomodación al mundo moderno… que conduce a la destrucción del Reino de Nuestro Señor». Esa destrucción, esa apostasía, abre la puerta a otros «reinos».

Frente a este panorama, algunos reaccionan planteando la batalla en términos étnicos o raciales (por no decir racistas o xenófobos), como los nacionalistas, los identitarios o los fascistas. Tal reacción no sólo es equivocada sino que alimenta al monstruo globalista, dandole más combustible para proseguir con la Gran Sustitución que aquellos pretenden combatir.

Quienes promueven esta reacción contraproducente ven en la Hispanidad un problema, o un vestigio de un pasado del que avergonzarse. Pero nada más lejos de la verdad. La Hispanidad sería parte de la solución. No la Hispanidad como una idea folklórica o un club de naciones liberales, sino la Hispanidad como Christianitas minor (Elías de Tejada): el resto de la antigua Cristiandad, es decir, católica, universal y misionera. La Hispanidad sería el antitóxico perfecto frente al globalismo sin alma que promueve la Gran Sustitución y también contra el racismo de quienes pretenden combatirla pero que, como tontos útiles, le hacen el juego. Mientras el proyecto europeo actual se basa en una burocracia voraz y en los mercados globalistas, el proyecto de la Hispanidad se cimentó, con sus luces y sus sombras, en la evangelización y en la creación de un espacio político unido por el Altar y el Trono.

Algunos nacionalistas o identitarios arguyen que la Hispanidad ya no existe, habiendo sido fagocitada por las sectas protestantes, por la mentalidad liberal y por la anticultura moderna (como el reageton). Pero ésas serían las consecuencias de una jerarquía Modernista que rechazó la predicación de Cristo para lanzarse a los brazos de una teología de falsa liberación, o para reducir la Fe al estrecho molde del mundo moderno. Son las consecuencias del modernismo conciliar que ellos mismos defienden, poniendo de nuevo «tronos a las causas y cadalsos a las consecuencias», en acertada sentencia de Vázquez de Mella. Un modernismo que, a pesar de lo que pueda parecernos hoy día, no prevalecerá.

La unidad religiosa es el más firme fundamento de la unidad política. La Hispanidad es ese espacio donde la integración no significa dilución en un multiculturalismo sin principios, sino adhesión a una comunidad superior de pueblos hermanados por una misma Fe y un mismo fin trascendente.

Debemos reabrir las puertas a la Gracia para revivir nuestra civilización. Debemos volver a las esencias que nos definieron: la Tradición, el Altar y el Trono. La Hispanidad, la Christianitas minor, no es un problema; es un faro que puede guiarnos de vuelta a puerto seguro en medio de esta tormenta que amenaza con hundir la nave de Occidente.

Por tanto, la respuesta carlista a la Gran Sustitución no es ni el repliegue xenófobo (como sostienen los  nacionalistas) ni el multiculturalismo relativista (como sostienen los globalistas), sino la reconquista espiritual. Reconquista bajo la bandera de la Hispanidad, es decir, bajo la Cruz.

Josep de Losports, Círculo Tradicionalista de Barcelona Ramón Parés y Vilasau

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