
Jerónimo Bosch: EL CARRO DE HENO, hacia 1515, óleo sobre tabla, 147 cm x 212 cm, Museo de El Prado (Madrid).
De Babilonia a Roma (III): Católica y aun así…
Soy la típica niña barcelonesa que vivió una religión católica postconciliar: un producto más del mundo, un poco más solemne quizá, pero uno más. Tristemente. Con este panorama, en este contexto, Cristo no pasaba de ser un protohippy bueno y buenista, preocupado más por los pobres, el amor en minúscula que por la salvación de las almas.
Te dije que iba a contar mi historia, y lo voy a hacer. Pero en realidad no tiene ninguna importancia, no nos centremos en esto. Sólo es el dedo que señala la Luna y lo que importa aquí es precisamente la Luna y no el dedo. Todo esto va de mostrar cómo el Enemigo actúa y cómo Dios salva. Lo que quiero es mostrarte el patrón con el que el Enemigo obra, para que puedas identificar el tufillo a azufre en cada sugerente propuesta espiritual que aparezca en tu vida. Dios es el verdadero; el Enemigo, su burdo imitador. Dios es una joya de oro; el Enemigo, oro chapado. Puede que al principio seduzca, como hizo con Eva, conmigo, con tantos ingenuos, que no inocentes caen en su juego. Pero una vez conoces su motivación, formas, estrategias, patrón, lo calas al instante y lo destruyes. Sí, ése es nuestro poder, aniquilar el poder del Enemigo. Pero todo eso, no lo sabía. Vayamos por partes.
Primero, deja que te ubique un poco, ¿de dónde venía yo? ¿De dónde vengo? Soy la típica niña barcelonesa nacida en una familia católica, de padres católicos y practicantes. Educada en los setenta donde ciertos valores tradicionales todavía seguían en pie. Fui bautizada con todo honor en la Catedral de Barcelona un 12 de octubre de 1967, una semana después de mi nacimiento. Hice religión en el colegio, catequesis en el convento franciscano de Sarrià, la primera comunión en la parroquia de Arenys de Mar y la confirmación en el Monestir de Pedralbes. Íbamos cada sábado por la tarde a misa. Entonces, con esta base, ¿por qué se torció todo? No quiero con lo que voy a contar tirar pelotas fuera o eludir responsabilidad de mis malas decisiones o caminos errados, para nada, pero es importante el contexto, no como pretexto, sino como marco de la historia. Soy la típica niña barcelonesa que vivió una religión católica postconciliar, ¿y eso qué significa? La misa a la que acudía, en Arenys de Mar, la «missa de joves», era un espectáculo digno de vivir: una batería, guitarras, coros, música «pop», entretenida, que nos conectaba con el mundo y no con el misterio. La iglesia era un lugar de encuentro, nos lo pasábamos bien, la verdad. El párroco, poeta con carisma, orgulloso del clima creado, de la música y las buenas vibras. Y me pregunto, ¿qué estaba en juego ahí? El sacrificio de Cristo y el misterio brillaban, pero por su ausencia; en todo caso, aquellas performances eran una reproducción de lo que podías encontrar en el mundo, pero en una iglesia le daba el toque cristiano, piadoso, amoroso, kumbayá. Mundano, vamos, sin eufemismos. Nadie se arrodillaba en la consagración y éramos de comunión en la mano. Recuerdo el día que nos enseñaron en religión y catequesis cómo hay que poner las manos para comulgar, con lo cual el sentido de la sacralidad de esa hostia era inexistente; estaba al nivel de una galleta maría. Ir a Misa era un evento social, como ir luego a hacer el vermut o al club de tenis. Tenía la misma categoría tradicional, como ir a comprar el tortell del domingo o comer un pollo a l’ast. Y así me nutrí desde bien pequeña, en una religiosidad catalana moderna, kumbayá, que se jacta de mantenerse en pie, sin hincar la rodilla, no como los rancios de la meseta. Esa fue una puerta entornada, muy fácil de abrir por el enemigo cuando llegó el momento preciso. Recuerdo mi boda, por la iglesia, como era tradición, sin que nadie, ni laico ni sacerdote, me enseñara en qué consistía este sacramento. La confesión ni tan siquiera se nombraba; junto a mi primera comunión hice mi primera y última confesión.
Ésta era la religiosidad postconciliar que yo viví, un producto más del mundo, un poco más solemne quizá, pero uno más. Tristemente. Con este panorama, en este contexto, Cristo no pasaba de ser un protohippy bueno y buenista, preocupado más por los pobres, el amor en minúscula que por la salvación de las almas. Ése fue el caldo de cultivo en el que se empezaba a gestar el error, la desviación, las encrucijadas y el laberinto. A eso le sumamos una sed espiritual insaciable, una voracidad por encontrar la Verdad, la de verdad. En la distancia, puedo entender que viajara a lugares espirituales más exóticos, y todo hay que decir, fieles a sus enseñanzas y tradiciones. Si bien equivocados, se respiraba una absoluta fidelidad a lo suyo, sin los complejos que abochornan a tantos católicos, dentro y fuera de la Iglesia. Afortunadamente, Dios sabe todo, y no sólo nos mira, sino que nos ve, y como el padre del hijo pródigo, nos espera en el camino, nos abraza antes que nosotros a Él, porque nos ha amado primero. Pero eso, todavía no lo sabía.
Eulàlia Casas, Círculo Tradicionalista de Barcelona Ramón Parés y Vilasau
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