dimecres, 25 de juny del 2025

De Babilonia a Roma (I): Mi peregrinaje de la New Age al catolicismo


Tissot: «La huida de los prisoneros», c. 1896-1902, gouache sobre tabla, 22,7 x 29,7 cm, Jewish Museum (New York, NY)

 

De Babilonia a Roma (I): Mi peregrinaje de la New Age al catolicismo



No ha sido fácil el retorno a Roma, sino complicado, agridulce y doloroso. Dulce, sentirse en el hogar de nuevo. Agrio, porque me lo encontré como los hebreos encontraron Jerusalén a la vuelta del exilio: sin murallas, sin casas, ni calles; y lo que es peor, sin Templo. Pero Dios, seguía presente y el Espíritu planeaba sobre las ruinas para crear y recrear todo de nuevo.



Inauguro con éste, una serie de escritos que relatan mi conversión, por si no te había quedado claro, querido lector, del título que reza arriba. ¿Por qué he escogido este título? Confieso que me ha costado mucho encontrar un título con el que me sienta cómoda y que de una forma breve evoque una imagen clara de lo que van a significar estos escritos y de la que implica un proceso de conversión. En otras palabras, y siendo fiel al título, lo que pretenden los escritos que componen la serie que te acabo de anunciar, es relatar el camino de retorno a casa, al hogar. La vuelta del exilio.

Cuando uno lee el Antiguo Testamento, puede que se queda fascinado con la historia del Éxodo, la forma milagrosa de cómo Dios partió las aguas, para liberar a su pueblo de la esclavitud de Egipto. Claro, ¿quién no querría liberarse de las cadenas que lo oprimen? Cierto es que los hebreos clamaban con sus llantos a Dios y Él atiende sus súplicas y los libera. La esclavitud es realmente incómoda, dura, terrible. Visiblemente lacerante, uno puede ver las heridas, la carne viva, las cicatrices y la humillación. Y el lector, atrapado en el épico relato de la liberación de los esclavos, quizá olvida el retorno de los israelitas de Babilonia. A mí, las comprensiones me vienen de repente, como un rayo, un fulgor que irrumpe  entre dos oscuridades: ¡Zas! Ese haz de luz me da una nueva comprensión de algo que llevo tiempo mascando: a veces es un hilo del cual debo tirar para llegar más lejos y sobre todo más hondo, otras aparecen sin más y me enfoca una realidad que ni tan siquiera antes hubiera considerado. Con Babilonia me pasó todo un poco, y sigo tirando el hilo, y la luz a veces es nítida, otras oscilante, otras desaparece y vuelve aparecer, titilando o a lo bestia. ¿Qué pasa con Babilonia? Te debes estar preguntando. Un día me vino la imagen de los hebreos volviendo del exilio babilónico y tomé conciencia de que seguramente no todos volvieron. «¿Para qué? Con lo cómoda que se ha vuelto la vida aquí, en este suntuoso exilio, sus dioses, rituales, tampoco están tan mal, son poco exigentes, en comparación con nuestro Dios. Además, ya formamos parte de este lugar. Las punzadas de nostalgia cada vez duelen menos…. Aquí nos quedamos». Nunca se me hubiera pasado por la cabeza, que más de uno y de dos se quedarían allí, y poco a poco, Jerusalén iba desapareciendo de sus retinas y corazones. «¿Para qué marchar? ¿Cómo debes estar la ciudad Santa? ¿Qué habrá sido del Templo?» Nunca había pensado que irse de Babilonia no estaba en el plan de todos, a pesar de los cánticos, lágrimas derramadas, añoranza…. En cambio, yo, a pesar de la comodidad y exotismo de los dioses de oro chapado de mi Babilonia, yo, abandoné. Pero no lo hice sola, no tengo ningún mérito. ¿Qué es Babilonia? Para mí ha sido este espacio de tiempo, ¡quince años! Demasiados, en los que deambulé por el laberinto de la Nueva Era hasta que me marché. Una telaraña en la que quedé atrapada, y si no hubiera sido por lo que te comentaré, me hubiera devorado. De esto van a ir los siguientes capítulos, no sé cuántos van a ser, si te soy sincera. De Babilonia a Roma. La frase es corta, el trayecto muy largo y empezó en el mismo momento en que mis pies entraban en este lugar magnético, que atrapa con sus luces, colores, melodías y, sobre todo, admiración de los que por allí andan, deambulando, perdidos, sin saberlo. Como yo. ¿Roma? La Iglesia Católica, era fácil de adivinar. Pero no ha sido fácil el retorno, sino complicado, agridulce y doloroso. Dulce sentirse en el hogar de nuevo, agrio, porque me lo encontré como los hebreos encontraron Jerusalén a la vuelta del exilio, sin murallas, sin casas, ni calles y lo que es peor, sin Templo. Pero Dios, seguía presente y el Espíritu planeaba sobre las ruinas para crear y recrear todo de nuevo.

Esta heterodoxa introducción es suficiente para trazar el mapa de mi vuelta del exilio, mi retorno al hogar. Aguarda un poco. Necesito mi ritmo para acordarme de todo, no quiero dejarme nada, aunque duela. A pesar de la vergüenza, o la rabia, quiero contarte esta historia para que sirva de señal en el camino. ¡Stop! No pasar.

En estos tiempos de postmodernidad, y de postverdad, camino al posthumanismo, (soy consciente de que he escrito demasiado artículo, pero es en la visión de un futuro siempre mejor que el enemigo nos ataca), decía que en este mundo futurible, progresista, no está de moda la palabra Stop. Un mundo entretenido en crear puentes de diálogo, diversidad, globalización, tolerancia, en definitiva, pérdida del ser profundo, para diluirse en la masa informe, quizá es hora de derribar puentes y construir muros de contención. Como en tiempos de Esdras y Nehemías, lavantar de nuevo la muralla, alrededor de la Ciudad Santa y su Templo.

Eulàlia Casas, Círcol Tradicionalista de Barcelona Ramon Parés y Vilasau

 




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