diumenge, 26 de maig del 2024

La devoción a María en la defensa de la Cristiandad

 

Detalle de «La batalla de Lepanto», de Lucas Valdés (aprox. 1709-1715, Sevilla)


 

La devoción a María en la defensa de la Cristiandad


En el Corazón Inmaculado de María, el orden social cristiano es un medio para que la Iglesia realice su misión, y su pérdida y suplantación por un orden opuesto, un motivo de pena por las desgracias que seguido a ello los hombres tendrán que padecer.

 

Hace un tiempo — mucho tiempo en realidad— recibí una invitación del P. García Gallardo, nuestro Capellán, a realizar alguna colaboración en la Esperanza con motivo del mes de Cristo Rey. La verdad es que preparé algo, pero no me quedó muy bien y no me atreví a enviarlo. En otras ocasiones, José Escobedo, presidente del círculo Ramón Parés de Barcelona, ha hecho otro tanto, y considerando lo que debo a esta Santa Causa, vale la pena el atrevimiento, siempre y cuando no se le aplique a uno aquello de que más vale parecer ignorante que hablar y confirmarlo.

Me ha parecido bien, y lo considero un honor, responder al tema sobre el que se me ha solicitado tratar para dar comienzo a esta colaboración: la devoción a la Virgen María. Nada extraño en un periódico católico. La devoción mariana no es algo propio ni del carlista ni del español, aunque tal devoción pueda revestir un carácter genuinamente entrañable en ambos casos y revestirse de manifestaciones singulares de afecto popular. La devoción mariana es propia de los fieles católicos y consiste en tributar a María el honor de madre. Madre de Dios y madre nuestra, de quién el Verbo tomó carne para unirse a nosotros en la humanidad y cuya maternidad se extiende a todos los que en Cristo son redimidos.
 


En este breve artículo, en el que me propongo a la vez ensalzar a nuestra Madre del cielo e inspirar aliento a los correligionarios de esta Santa Causa, quisiera llamar la atención en concreto sobre la solicitud maternal de María en la historia de los pueblos. Si contemplamos históricamente cómo entra el cristianismo en contacto con los hombres, la misteriosa presencia de María se manifiesta siempre asociada a la evangelización y la conversión de los pueblos y a la implantación y defensa de la Cristiandad.

Confesaré que, dentro de mi ministerio, siempre he anhelado la misión ad gentes. Por ello, quizás, siento una gran atracción hacia la historia que la devoción mariana va tomando en cada nación, etnia, cultura... Como es natural, siento un particular afecto hacia las devociones más propias de mi terruño, en especial la Moreneta, como los catalanes llamamos a la Virgen de Montserrat. Diríase que María, con su habilidad femenina, al servicio de Dios, ha sabido deslizarse hasta llegar al corazón de cada pueblo para guiarlo maternalmente a Jesucristo. Ella, como la Iglesia, ha sabido hacerse con la idiosincrasia, el temple, los valores, las virtudes y la belleza de cada pueblo para intervenir en su historia y alumbrar de nuevo a Jesús. Como contraparte, los pueblos le alzan tronos, la visten de majestad, le entonan cantos jubilosos y acuden ante su imagen en sus necesidades. Es, tal vez, una de las características más singulares de los pueblos hispanos, cuyo monumento de devoción sobrecoge por la variedad, viveza y armonía de todas sus expresiones. El corazón del devoto encuentra la mano amable de su madre en las angustias de la vida y también las asociaciones y comunidades se consagran a ella e imploran su intercesión.

En el pasado, María fue invocada contra los moros en Covadonga, conservando el alma del pueblo español en aquel épico reducto de las montañas de Asturias y guiando el corazón de Don Pelayo sobre la reconquista de España entera. María llega al corazón de la impresionante civilización mexica con un mensaje estampado de forma milagrosa en la tilma de un indio que había abrazado la fe. Los misioneros, desconocedores del profundo lenguaje simbólico que la imagen encerraba, quedaban desconcertados de la enorme repercusión que esta tenía en los indios mesoamericanos y del inmenso número de conversiones que siguieron a su visita y que reparó, en cierto modo, la defección de aquellos hijos que en Europa le arrebataba la perfidia luterana. Por las mismas épocas, San Pío V convocaba al rezo del Santo Rosario a toda la Cristiandad para obtener de la Virgen la victoria en la batalla de Lepanto contra los turcos que amenazaban Europa por tierra y por mar. Días antes de que la noticia de la ansiada victoria llegara a Roma, el santo Papa, persuadido por una revelación privada, hizo sonar las campanas de todas las Iglesias de la ciudad eterna. Tal es la convicción de los fieles de que María favorece la consolidación de la sociedad cristiana e interviene decisivamente en su defensa, que la invocan con el título de Auxilio de los Cristianos.

Más cercano en el tiempo a nosotros, las apariciones de María revelan una profunda preocupación de madre por el camino trazado en occidente que transita a los pueblos lejos de su Corazón Inmaculado. La secularización, la revolución, el nuevo orden social sin religión, está en las lágrimas de la Sallete y está en los avisos de Fátima y en tantas otras apariciones aprobadas. La infiltración del espíritu revolucionario en la Iglesia, y el aparente colapso de esta, está significado en el Papa que los pobres pastorcillos vieron abatir por un pelotón de soldados en la visión que la Virgen les mostró en el tercer secreto. En el Corazón Inmaculado de María, el orden social cristiano es un medio para que la Iglesia realice su misión, y su pérdida y suplantación por un orden opuesto, un motivo de pena por las desgracias que seguido a ello los hombres tendrán que padecer: ¡Qué solícitos son los avisos sobre el mal de Rusia y sobre los sufrimientos que han de venir sobre el mundo y la Iglesia! Pero al final, a modo de consuelo recuerda: ¡Mi Corazón Inmaculado triunfará! Y el medio pobre y sencillo de esperar la realización de tan gran promesa: rezad constantes el Santo Rosario, haced penitencia y oración.

Paréceme oportuno recordar a los que han querido imponerse la épica tarea de restaurar el orden cristiano en las filas de la legitimidad, la devoción sencilla y sincera en la que está asegurada la victoria. No lo recordaré para caer en la falacia de los quietistas, que piensan que la oración debe suplantar a la acción, sino para volver la atención sobre los medios más eficaces, que están en la verdadera devoción, la cual es fundamento, acicate y guía para ordenar la acción a la realización de la Esperanza.


Mossèn Emmanuel Pujol
Círculo Tradicionalista Ramón Parés y Vilasau (Barcelona)

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