dimecres, 10 de desembre del 2025

De Babilonia a Roma (XII): el Reiki

Rafael: La Transfiguración.

 

De Babilonia a Roma (XII): el Reiki


Uno se convierte en cliente y gurú al unísono. Con resultados disonantes, porque la música del Enemigo es estridente, sin orden ni concierto.

 

En los cursos de Reiki te enseñan a comunicarte con el diablo. Simple y llanamente.
 


En la entrega anterior, aparte de hablarte del Universo creado como si fuera Dios mismo, te comenté, así de pasada, la cita que mi amiga me concertó para hacerme Reiki. ¡Vamos de lleno al tema! En aquellos tiempos estaba sumida en una bonita revoltura espiritual, una ensalada compuesta por los libros de espiritualidad gnóstica, la Biblia, las distintas propuestas de los jesuses del hipermercado del Enemigo, mis primeros pinitos por el sincretismo e indiferentismo religioso y, por si fuera poco, mi total maravilla ante la transubstanciación, sin olvidar la misa semanal. Una variante de esquizofrenia espiritual que, vista a la distancia, me da vergüenza. ¿Cómo pude ser tan mema? Cuando el intelecto se desconecta de Dios, la razón se diluye como un helado al sol y la irracionalidad campa a sus anchas. Y en ese escenario, el Enemigo también. Añadir la herida en la ecuación es necesario. Es la puerta de entrada por la que el Enemigo entra a hurtadillas. Una rendija muy real. Un dolor que tiene muchas máscaras, como la vergüenza, la ira, la no pertenencia, la traición, la humillación. La lista es larga y variada. Todos tenemos algo de este doloroso listado que espera ser sanado. Sólo Dios puede curarlo. Pero eso no siempre lo sabemos. Y en esta ignorancia el Enemigo aprovecha para colarse. En su odio, se anticipa con todo tipo de remedios más rápidos, sofisticados, eficaces que los que Dios, en su ternura y respeto, proporciona. La herida sangra para que Dios, con su sangre, la cure. Pero esto pasa desapercibido tras el estridente brillo de Satanás. El Enemigo aparece con sus ridículas y milagrosas tiritas. Lejos de curar, perpetúa la herida para su mayor gloria. Y descalabro.

Mi herida era una brecha en carne viva, junto al duelo por mi madre y hermana, y un divorcio en ciernes. El Enemigo se frotaba las manos. No te cuento mi vida por narcisismo o egolatría, sino porque en el relato se encuentra el patrón de cualquier otra historia. De hecho, me repito mucho y no paro de insistir en lo mismo. Los patrones del engaño siempre son los mismos. El Enemigo no es creativo, es un imitador, y su gasolina es el odio. Aprovecha nuestra debilidad. En su cinismo y odio, precisamente cuanto peor estamos, más se ceba.

Mi madre murió, como ya te dije, y a los dos años lo hizo mi hermana menor. Tenía 33 años, una vida por delante, tres hijos muy pequeños. Justo cuando me recuperaba del duelo de la muerte de mi madre, en menos de un mes, mi hermana murió de un cáncer muy agresivo. Imagina, pues, mi estado. El Enemigo, como león rugiente, merodeaba para devorarme. Junto a la muerte, vino también el divorcio, que merece varias entregas aparte.

Y con todo este pitote, ahora te quiero hablar del Reiki. Mi estado deplorable buscaba consuelo y, en mi miseria, el Enemigo acudió con la solución: ¡el Reiki! Por cierto, no pararé de recordarte que todo lo que tiene que ver con la Nueva Era es mesiánico. De hecho, el Enemigo elimina a Jesús de la ecuación para proponerte soluciones salvíficas, las cuales lideras tú, para mayor gloria de tu soberbia.

De nuevo al Reiki: puede que te preguntes qué es eso. Pues bien, es una técnica de origen japonés que apareció en el siglo XIX. Como todas las propuestas de la Nueva Era, tiene siempre una historia detrás, un maestro prodigioso —en este caso, Usui— que, con la imposición de sus manos y la invocación de los guías espirituales y ciertos símbolos japoneses, obraba milagros. Sanaciones físicas, mentales, espirituales de todo tipo. ¿Te suena? La salvación.

Pues nada, en mi deplorable estado, allí que fui, con la ingenuidad que mi escasa formación y dolor alimentaban. ¿Qué había de malo en eso? En palabras de mi amiga, Dios estaba presente, pero con otro nombre: Universo. Y, ¿acaso Jesús no sanaba imponiendo sus manos? Gracias a mis delirantes e irracionales lecturas, estaba aprendiendo que a Dios se accedía por infinitas sendas. Si te soy sincera, en esa primera sesión de Reiki no sentí nada de nada, ni bueno ni malo. Sí recuerdo a la terapeuta, al finalizar, pegada a la pared, con cara circunspecta, tiritando exageradamente de frío. Eso es lo que me dijo. Por lo visto, no se sabía qué energía de muerte pululaba a mi alrededor.

Ese tipo de aseveraciones gratuitas son muy comunes entre practicantes de Reiki: aprovechan tu vulnerabilidad y confianza para colarte todo tipo de goles. De hecho, toda la Nueva Era bebe de la vulnerabilidad de los clientes y voraces consumidores. Como puedes imaginar, después de una primera sesión, siguieron muchas más. Empezaba a enredarme en la telaraña con entusiasmo.

Al final de las sesiones, la terapeuta compartía sus sensaciones, visiones y todo tipo de fenómenos y percepciones espirituales que, no te voy a engañar, me fascinaban. Todo este universo fenomenológico me magnetizaba. Yo deseaba penetrar en esa nebulosa espiritual, de almas que comunican mensajes o guías con nombres exóticos. Y, claro, una cosa lleva a la otra y la Nueva Era siempre te vende que el poder está dentro de ti, con lo cual te proponen las formaciones para que tú mismo te conviertas en tu sanador y en el de los demás. El mesías salvador en un cursillo de fin de semana. ¡Menudo chollo!

¿A quién, con un mínimo de espíritu de servicio, no le apetece poder ayudar? Y allí que fui con todo. Obviamente, yo quería ayudar, para mayor gloria de mi vanidad, porque, seamos claros, en el fondo eso es lo que impulsa los movimientos de la Nueva Era. La macedonia espiritual, la herida y la misión de servicio.

Esto último, los consumidores nuevaerísticos lo tenemos exacerbado. Una pulsión por ayudar, ser útiles. Una estrafalaria misericordia que nos empuja a salvar al prójimo. Ahora sé que lo que hay que hacer es amarlo, que, para salvarlo, Jesús se basta y se sobra.

¿Te acuerdas de que te hablé de la curiosidad como un ingrediente fundamental en la Nueva Era? Pues ahora, como ves, he introducido otro indispensable: la misión de servicio. Y en la subversión del orden luciferina, neognóstica, no es más que la salvación en manos del hombre hecho dios. En mis manos de sanadora, por obra de un taller de fin de semana, se encontraba el «reino de los cielos». Así todo.

Pues bien, así funciona por esos lares: uno se convierte en cliente y gurú al unísono. Con resultados disonantes, porque la música del Enemigo es estridente, sin orden ni concierto.

Me apunté, pues, a una formación de fin de semana de Reiki, para poder administrar yo misma la sanación a otros. Ciegos guiando a ciegos. Para mayor regocijo satánico.

Mi maestra de Reiki, en un fin de semana, me dio la formación a mí y a cuatro despistados más. Pobres ovejas perdidas. Fue muy impactante el primer día en que la maestra impuso las manos a una de las discípulas y ésta tuvo una reacción tremenda: gritos, alaridos, llantos. Nos quedamos petrificados. La maestra, con aires de suficiencia y un halo de bruja buena que sabe lo que se hace, nos dijo: «Esto es el ego que no quiere ser sanado y se resiste».

Lo del ego y sus resistencias es del todo recurrente en la Nueva Era; como dirían mis hijos, «la vieja confiable», nunca falla. Cualquier cosa que te pasa —ya sea un catarro, un llanto desconsolado o que pinches la rueda del coche— es el ego que no quiere que avances. Así las gasta el Enemigo: siempre tiene una excusa u otra.

Visto a la distancia, esa pobre chica, tan confundida como yo y la maestra, no tuvo otra cosa que una manifestación demoníaca. Qué ego ni qué niño muerto, como diría mi madre.

Por si alguien de raíces cristianas tuviera alguna justificada duda al respecto del Reiki, ¡todo bajo control!, ¿acaso Jesús no imponía las manos para sanar? Todo solucionado. Las dudas no son más que el ego que no quiere que sanes. De nuevo el mantra luciferino que pone la tirita para que no veas la herida. La anestesia que todo lo cubre. Pero el dolor sigue gritando silenciosamente, y el Enemigo acude solícito a la llamada.

Así, de esta forma, en la Nueva Era se va tejiendo una red de sanadores y necesitados de sanación, a cual más herido.

En aquella época, el Reiki fue una puerta de entrada que me hacía sentir importante, con poder de sanación, a pesar de que yo seguía tan triste y dañada como siempre. El Espíritu Santo me protegía e impidió que recordara los enrevesados símbolos japoneses que se supone que todo practicante de Reiki debe dibujar sobre el cuerpo energético de la pobre víctima de nuestros servicios sanadores.

Cho Ku Rei, Sei He Ki, Dai Ko Myo, cada uno con su ideograma, por supuesto. ¿Cómo te quedas? Mira que son feos y raros. Realmente me parecían una bobada. Me negué a aprenderlos. Me acostumbré a desobedecer lo que me chirriaba, a pesar de que mi umbral era más bien muy bajo.

Cabe mencionar que el Reiki te enseña a ponerte en contacto con los guías espirituales para que te muestren cómo sanar. ¡Guías espirituales! Adivina: el Enemigo, con sus luminosos disfraces. En los cursos de Reiki te enseñan a comunicarte con el diablo. Simple y llanamente.

Aquí lo dejo, de momento, porque, conforme escribo, tomo conciencia de cómo se va tejiendo la telaraña, de qué manera se va enredando como un ovillo olvidado en un oscuro desván. Y más allá del lío, siempre el mismo patrón: el odio del Enemigo, la herida, la confusión y, sobre todo, el orden divino patas arriba. Solo subrayar: allí donde te prometan salvación y el reino de los cielos por algo o alguien que no sea Jesús, ¡huye!: Dios aguarda y quiere recibirte para sanarte. De verdad.

Eulàlia Casas, Círculo Tradicionalista de Barcelona Ramón Parés y Vilasau






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