diumenge, 28 de desembre del 2025

Crónica de la conferencia «Antoni Gaudí y la Tradición», en Barcelona el pasado 20 de diciembre

Vidrieras de la Sagrada Familia.
 

 

Crónica de la conferencia «Antoni Gaudí y la Tradición», en Barcelona el pasado 20 de diciembre



«La originalidad consiste en el retorno al origen, que es la naturaleza creada por Dios», solía repetir Antoni Gaudí




El pasado 20 de diciembre de 2025 —sábado de las Témporas de Adviento—,  tuvo lugar, en el Centro Cívico Pere Quart de Barcelona, la conferencia «Antoni Gaudí y la Tradición» a cargo de J. Escobedo, Jefe del Círculo Tradicionalista de Barcelona Ramon Parés y Vilasau, tal como se había anunciado.

Tras el rezo del Ángelus por parte de un sacerdote diocesano, se inició la sesión, en la que se analizó la profunda imbricación entre la historia del catolicismo catalán y la obra del venerable Antoni Gaudí, situando a ésta como la culminación natural de un sustrato espiritual y cultural milenario. Así, el genio gaudiniano resulta ininteligible sin comprender la tradición católica catalana.

En efecto, el genio de Gaudí no brotó del vacío, sino de un humus espiritual fecundado por siglos —milenios— de Fe. La obra de Antoni Gaudí constituye una culminación material y simbólica de un sustrato católico catalán vivo y militante. Solamente adentrándonos en este sustrato, podemos comprender la concepción de Gaudí sobre el arte y la creación (en todos los sentidos del término).

En palabras de Joan Bassegoda: «Gaudí no se consideraba un inventor de formas, sino un intérprete de la naturaleza, que era para él el gran libro de la arquitectura. En una ocasión, dijo a un colaborador: "Yo no invento nada, me limito a copiar de la naturaleza. ¿Para qué inventar si ella tiene todas las respuestas?”».

La constante referencia al mundo natural como modelo es una de las claves de su obra. «Gaudí afirmaba que "el gran libro de la arquitectura es la naturaleza, y ese libro está siempre abierto ante nuestros ojos". De un simple árbol, explicaba, se puede aprender la estructura de una columna, el ángulo de las ramas y la resistencia de los materiales».

Y la conexión teológica entre la naturaleza y Dios es omnipresente en Gaudí. Esta cita de Bassegoda es particularmente reveladora: «Para Gaudí, la naturaleza era la obra de Dios y, por tanto, perfecta en sus formas y funciones. El arquitecto creía que su misión no era rivalizar con la creación, sino comprender su lógica divina y aplicarla. "La originalidad consiste en el retorno al origen, que es la naturaleza creada por Dios", solía repetir».

 

Antoni Gaudí visita las obras de la Sagrada Familia, rodeado de personalidades. (Ballell Maymí, Frederich, Arxiu Municipal de Barcelona).

 

Para comprender mejor aquel humus espiritual que culminó en la obra de Gaudí y en su concepción de arte y de la Creación, se repasó en primer lugar la historia del catolicismo en el territorio que hoy ocupa Cataluña y se dio especial atención a la vinculación inseparable entre Iglesia y Cataluña. A continuación, se detuvo en Gaudí como encarnación de la Cristiandad, tanto en su obra como en su vida. Y, finalmente, se observó la conexión de Gaudí con la Tradición, siendo el Templo de la Sagrada Familia un templo expiatorio contra la modernidad.

En cuanto al primer punto, el repaso de los orígenes apostólicos de la Iglesia en el territorio de la actual Cataluña sirvió para subrayar la vinculación inseparable entre Cataluña y la Iglesia. El origen histórico de Cataluña lo encontramos en el contexto de la Reconquista cristiana contra el Islam —específicamente en la Marca Hispánica, territorio de frontera y defensa de la Cristiandad— que se inició a partir del siglo IX por parte de los francos (Rey Ludovico Pío, hijo y sucesor de Carlomagno) y por parte de herederos de los visigodos e hispano-romanos que se habían refugiado al norte de los Pirineos tras la invasión musulmana de Hispania el siglo anterior. Por tanto, el elemento religioso es esencial para comprender la fundación de Cataluña, su naturaleza y su preservación. Así, referente al origen de Cataluña, el obispo Torras y Bages —maestro espiritual de Antoni Gaudí— consideraba el catolicismo como el principio sustancial y originario de la nacionalidad histórica catalana. Afirmaba que la libertad y la personalidad de Cataluña surgieron bajo el amparo y la guía de la Iglesia y mostraba cómo la Iglesia fue el marco esencial para el desarrollo de las instituciones y de la cultura catalanas: «Cataluña no se formó sino dentro de la Iglesia Católica y no tuvo, sino dentro de la Iglesia Católica, libertad y vida propia. La Iglesia fue su madre. Ella le dio la ley, la ciencia, las artes, la poesía; ella le dio su lengua, perfeccionando y haciendo de ella una lengua de cultura». Profundizando en ello, Torras y Bages subrayaba el carácter católico de la constitución histórica catalana: «Nuestras libertades públicas, nuestras libertades políticas, nuestras libertades sociales, son todas hijas de la Iglesia, son todas hijas del derecho cristiano». Sobre la unidad de la patria y la fe: «El principio de nuestra unidad es el principio católico. Lo que nos une, lo que nos da carácter propio y fuerza colectiva, es la fe que hemos recibido de nuestros padres». En definitiva, sin el impulso unificador y civilizador del cristianismo, Cataluña no hubiera nacido, no habría pasado de ser un pequeño grupo de condados establecido por el Imperio Carolingio como territorio de frontera y defensa, sin unidad, ni identidad, ni relevancia alguna. Además, la identificación entre Iglesia y Cataluña no se limita a su origen, sino también a su preservación: Torras y Bages estableció, sobre el porvenir de Cataluña, su conocida máxima de «Cataluña será cristiana o no será», tesis central de su principal obra La Tradició Catalana.

En el siglo XVI, tras la ruptura de la Cristiandad a causa del heresiarca Lutero, la vieja Cristiandad milenaria se mantuvo viva dentro de la Monarquía católica (conocida como Hispánica). En palabras de Elías de Tejada: «La Monarquía católica es la Cristiandad menor, la reducción a la mínima expresión del orbe cristiano, el último resto de la Cristiandad grande de los tiempos medievales, el único ámbito donde perviven inalteradas las esencias de la vieja Europa católica, mientras fuera de sus fronteras triunfan los ídolos de la Modernidad». Así, «frente a la Europa protestante que ha roto con la tradición católica, y frente a la Europa galicana que ha sometido la Iglesia al Estado, sólo la Monarquía hispánica ha mantenido incólume el depósito de la fe y las instituciones tradicionales». Pues bien, dentro de la Monarquía hispánica, Cataluña se caracterizó entre los siglos XVI y XIX por su vehemente oposición a la Modernidad. Tanto, que Elías de Tejada describió ese periodo como «los doscientos cincuenta años en los que Cataluña pelea contra Europa». Esta perseverante continuidad de la Cataluña tradicional a partir de la Edad Moderna fue ejemplificada por el carlista catalán Francisco Canals Vidal con el protagonismo de los catalanes en la cruzada de Lepanto (1571); en la liberación de Viena y Budapest (1683 y 1686); en la defensa del Pontificado frente al galicanismo por fray Rocabertí; en la defensa del tomismo por fray Boixadors; la guerra antijacobina y antinapoleónica (1793-1795); la tenacidad antiliberal en la guerra de la regencia de Urgel (1822), de los agraviados (1827) y carlistas (1833-1840; 1846-1849; 1872-1876), etc.


Las columnas del interior la Sagrada Familia se asemejan a un bosque


Seguidamente, se abordó el segundo punto de la conferencia: se mostró a Gaudí como encarnación de la Cristiandad, tanto en su vida como en su obra. Se tomaron como ejemplo los tres días previos a su fallecimiento: Antoni Gaudí murió tal como vivió, de forma austera y piadosa, en la más estricta pobreza —confundido con un mendigo e ingresado en la sala de pobres del Hospital— tras sufrir un accidente mientras iba camino de su oración diaria del Vía Crucis y adoración eucarística en el Oratorio de San José, el 7 de junio de 1926. Al no llevar documentos, y por su aspecto descuidado, fue confundido con un mendigo y recibió únicamente los primeros auxilios. «Iba mal vestido, con alpargatas y un viejo abrigo. No llevaba documentación, y su aspecto era tan humilde que los transeúntes lo tomaron por un pobre de solemnidad». Sólo al día siguiente fue reconocido por el capellán de la Sagrada Familia, mosén Gil Parés y Vilasau —hermano del carlista Ramon Parés y Vilasau, que da nombre al Círculo de Barcelona—, pero su estado era ya irreversible aunque seguía consciente. Gil Parés le propuso el traslado a una clínica privada, cosa que Gaudí rechazó: «Mi lugar está aquí, con los pobres». El 8 de junio, recibió el sacramento de la Extrema unción con plena lucidez; repitió: «Dios mío, misericordia; Virgen María, refugio nuestro, ayudadme». El 9 de junio, empeoró, pero conservaba la serenidad; pidió que le acercaran un crucifijo. El 10 de junio, a las cinco y media de la tarde, fijó la vista en el crucifijo y murmuró: «Amén»; expiró en paz, sin agonía visible. Contaba con 73 años de edad. Fue enterrado dos días después en la cripta del templo que había dedicado su vida a construir. «Su entierro fue una manifestación de duelo popular. Media Barcelona acompañó al genio desde el Hospital de la Santa Cruz hasta la Sagrada Familia, comprendiendo que enterraban no solo a un arquitecto, sino a un santo».

Su fallecimiento virtuoso fue el culmen de una vida coherente con su fe. En 1910 ya no aceptó ningún encargo profesional y, hasta su fallecimiento en 1926, se dedicó en exclusiva a la construcción del Templo Expiatorio de la Sagrada Familia en Barcelona. Durante esos dieciséis años, vivió en una habitación de la rectoría del templo con suma pobreza. El rector, Mosén Gil Parés, nos dio este testimonio, el más fidedigno, sobre la espiritualidad de Gaudí en su etapa de madurez: «La austeridad con que se trataba, sobre todo durante el último tercio de vida; era austerísimo en el vestir, en el comer, en el descanso. Oía la santa misa y comulgaba diariamente, y todos los días visitaba a Jesús sacramentado, y jamás faltaba en las grandes manifestaciones religiosas de la ciudad, o del templo. Las demás horas del día las pasaba en el trabajo y en la oración. Su esperanza en Dios le daba una completa paz y serenidad de espíritu en los momentos de adversidad “Dios lo quiere así —decía—; su Divina Providencia sabe lo que hace”».

Antoni Gaudí trascendió la figura romántica del «artista-genio» para erigirse en artífice al servicio de Dios. Para él, la arquitectura era un medio de santificación, no de autoexpresión. Su proceso creativo fue un acto de obediencia religiosa, donde la belleza arquitectónica surgía de la coherencia entre una vida ascética y la ortodoxia católica. Su pertenencia a asociaciones de espiritualidad josefinas (como la hoy desaparecida de la calle Caspe número 115, a donde se dirigía el día de su fatídico accidente) así como a círculos de artistas católicos (como el Circol de Sant Lluc, fundado por Torres y Bages), contribuyen a revelar en Gaudí una conciencia católica profunda y tradicional que se enraiza con los principios que dan origen a Cataluña en la Reconquista y que luego, en la edad moderna, combaten contra la Modernidad y la Revolución.
 

Antoni Gaudí, en la procesión de Corpus Christi, ante la Catedral de Barcelona


Finalmente, en tercer lugar, se mostró la Sagrada Familia como un Templo Expiatorio de la Modernidad. En efecto, este templo constituye una síntesis teológica en piedra. Su estructura orgánica —columnas arborescentes, bóvedas hiperboloides— refleja el Liber Naturae como revelación divina, mientras su iconografía narra la historia de la salvación desde la Creación hasta el Juicio Final. Gaudí erigió una contrarrevolución arquitectónica frente al racionalismo ilustrado y el laicismo moderno, rechazando las líneas rectas —«propias del hombre imperfecto»— por formas naturales que expresan la armonía de la Creación. Su método de trabajo, basado en gremios artesanales y financiado por donaciones populares, fue un rechazo explícito al modelo industrial proletarizado, encarnando un ideal social y político tradicional. Cada detalle —desde un pináculo hasta un mosaico— manifiesta la unidad entre lo natural y lo sobrenatural, y restituye así, en plena era moderna, el ideal de la Cristiandad encarnada.

En conclusión, la obra de Antoni Gaudí representa la culminación artística de una verdad metahistórica: Cataluña, desde su origen histórico en la Reconquista hasta su resistencia frente a la modernidad secularizante —«la Cataluña que pelea contra Europa», en palabras de Francisco Elías de Tejada y de Francisco Canals Vidal—, forjó una identidad espiritual donde fe y cultura eran indisociables. Gaudí, discípulo de Torras y Bages y devoto fiel de la Virgen de Montserrat, tradujo este sustrato en un lenguaje arquitectónico nuevo para expresar lo tradicional. Así, La Sagrada Familia es un proyecto expiatorio que responde al laicismo ilustrado con el lenguaje de la Creación, y al individualismo con la cosmovisión orgánica de la Cristiandad.

Gaudí demostró que la tradición, más allá de la mera repetición, es fidelidad en lo original, en el origen, en la naturaleza creada por Dios, en el orden  social y natural creado por Dios. Su legado perdura, ajeno a la nostalgia, como interrogante permanente: ¿es vigente la tradición? ¿Puede el hombre actual construir, como él hizo, «escuelas de oración» donde lo material sea transfigurado por lo eterno? La respuesta late en las bóvedas hiperboloides de su obra, donde cada piedra grita que la belleza salvará al mundo porque conduce al Autor de toda hermosura.

Terminada la exposición, se inició un turno de preguntas que, alcanzada la hora de cierre del Centro Cívico que nos acogía, continuó en un restaurante cercano con un almuerzo de hermandad y de celebración navideña entre los correligionarios catalanes. La jornada continuó, para aquellos que lo desearon, con el rezo del Rosario y la asistencia a Misa Tradicional en la capilla de la calle Vallespir, de Barcelona.

Círculo Tradicionalista de Barcelona Ramón Parés y Vilasau

 

Casa Batlló (Barcelona)

 

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