dissabte, 22 de novembre del 2025

Las misiones catalanas, peripecias de una profesora de religión (V): Rezar por los alumnos

 

Las misiones catalanas, peripecias de una profesora de religión (V): Rezar por los alumnos



Yo no «pongo al alumno en el centro», como dice la Ley estatal y, últimamente, también el Papa. Yo pongo a Dios para que ponga orden. ¡Estaríamos buenos!

 

Me recordó a mis años de abogada, en los que perpetuamente estaba de guardia recorriendo comisarías y juzgados. Y, si te soy sincera, lo que he encontrado en muchas aulas poco difiere de lo que me encontré en aquellos ambientes policiales

 

Los Institutos en Catalunya son como pequeños reinos de Taifas. Se rigen por lo que llaman la autonomía de centros. Y sí, hay una Ley Orgánica de Educación a la que deben someterse pero, a la vez, existe este sentido de la independencia o soberanía propia de cada instituto. En la materia de religión, eso se nota. No es una cuestión menor. Si el director es creyente, como profesor de religión, estás de enhorabuena. Si no es creyente, ¡buena suerte! Yo he tenido ambas experiencias. Y también te diré que la probabilidad de caer en un instituto antirreligión es más probable que la otra. Los sesudos directores, la cuestión de Dios, la tienen superada. Son la élite intelectual de las mentes preclaras que han superado la «bobada» de tener fe. ¡Mucho mejor creer en la Agenda 2030! Es para partirse de la risa. Y continuar llorando. Mi primer instituto, el del Ramadán, entra dentro de la primera categoría. El director me recibió casi casi con banda y comité de recepción. Me dijo: «Yo estoy por la religión; lo considero un plus». Tampoco sé si eso lo convierte en creyente o no. Pero por lo que al profe de reli atañe, ofrece la garantía de que no va a obstaculizar la materia. Ni tratar al docente como un pringado. Luego me enteré de que esa semana una madre de una alumna de primero estaba a punto de entrar por registro una queja al Departament d'Educació, porque el Instituto llevaba más de un año sin profesor de religión. ¡Ole tú! Madre coraje donde las haya. Sea por la razón que sea, fui muy bien recibida por el director y me puso todas las facilidades para promocionar, en pleno mes de mayo, nuevas inscripciones. Ésta es la parte positiva de la descripción de mi primer día. Me dijo algo que no entendí en el momento: «Vas a estar aquí como de colonias». Luego comprendí a qué se refería. Te lo explico en breve.

Después de mi sonado primer día en el Instituto, vino el segundo, el tercero y así sumando días; en menos de una semana me di cuenta del pronóstico y el diagnóstico de la religión, del estado de la educación pública, los profesores y la devastación en las tiernas almas de esos adolescentes que, con cariño lo digo, de primeras, fáciles no son. Pero, con paciencia, llegas a amarlos y entender que no son más que víctimas de un sistema satánico. No se puede decir otra cosa que la realidad de lo que hay. El horario que me dieron era bastante patético; vine a sustituir a otra profesora, que no dejó buena huella, por cierto, y quizá de esto deberé hablar más adelante. Como decía, el horario era una birria, con un montón de espacios libres que se destinaron a hacer guardias. Cuando un profesor no acude al instituto por la razón que sea, su clase debe ser cubierta por el profesor que está de guardia. Me recordó mis años de abogada en los que perpetuamente estaba de guardia recorriendo comisarías y juzgados. Y si te soy sincera, lo que he encontrado en muchas aulas, poco difiere de lo que me encontré en aquellos ambientes policiales. Me di cuenta, pues, de que a nivel académico, en lo que la religión respecta, la cosa dejaba mucho que desear. Aquí es donde entendí lo que significaba estar de colonias. Todo mi entusiasmo, las grandes cosas de las que les hablaría a los alumnos, se quedó, básicamente, en recordar y recalcar las normas básicas de educación: «levanta la mano antes de hablar, no comas chicle, no interrumpas, no hagas ruidos raros, respeta a tus compañeros, no hagas payasadas, no puedes ir al lavabo por quinta vez en veinte minutos, para de dar golpecitos con el bolígrafo, deja de ensuciar la mesa con el pegamento…» Normas que deberían tener superadas en la primaria, hecho que para nada es así, tal como fui comprobando. Estos chavales, los que abundan en los institutos, son hijos del sistema materialista, hedonista, utilitarista. No tienen ninguna conciencia de que ellos también tienen una dimensión espiritual. Todo lo que relacionan con esta palabra, es la ouija o el Charly Charly. Tristemente, me pasé calentando silla en el aula de profesores, cuando no cubría ninguna guardia. La sensación interna de no ser útil, estar desaprovechada, no poder derramarme generosamente en dar clase, me hundió en la miseria. Sí, tal cual. Pero no retocé por mucho tiempo en el lodo. Entendí que el desánimo es justo lo que quiere el Enemigo, hacernos sentir inútiles, los tontos de religión, los que académicamente son poquita cosa. La irrelevancia más absoluta. Y en ese sentirnos inútiles, a veces nuestra dignidad viene tocada peligrosamente. Nuestro sentido del servicio y la misión menguado y a los ojos de los atareados profesores, el pobre de religión calienta silla mano sobre mano. Ésta es la sensación que experimenté y comprendí que en este desánimo o tristeza, lo que el Enemigo pretende es que abandonemos. Saltemos del barco en busca de otras ocupaciones con más solera, más validación o reconocimiento en el claustro. Al percatarme de ese sutil ataque casi imperceptible con firma del Enemigo, busqué estrategias para mantener mi dignidad, que de todos modos, es intocable. Al Enemigo le encanta confundirnos. Sentir que no valemos nada, que eso de la religión es una chorrada, que Dios nos abandona y le importamos un bledo. Y en realidad, tal tentación, ¿no es la que Jesús combatió en Getsemaní? La sabiduría de la cruz es necedad para el mundo.

Por otro lado, desanimando o perdiendo la esperanza, sentía que era una floja. Vamos a ver, San Pablo no fue siempre recibido con los brazos abiertos y vítores de entusiasmo, o me venía la imagen del apóstol Santiago abatido a orillas del Ebro, o San Bonifacio dudo que transitara un camino de rosas. En fin, ¿quién era yo para hacerme la víctima? Al menos no me matan como a tantos. Me ningunean, sí. Me matan en otro sentido, no incluyéndome en su mundo, pero, ¿realmente encajaba y encajo yo en ese sistema diabólico? No, por supuesto. Me hice pasar la flojera y el victimismo. Lo hago cada vez que asoma en el horizonte. Así como el momento palomitas me ayuda a la santa indiferencia, de la que mi amiga cómplice de llantos y trinchera me explicó.

¿Qué decidí hacer? Rezar. Como si no hubiera un mañana. Mientras conducía, en el coche, rezaba el rosario para mis alumnos, los profesores, el instituto. Cuando entraba por la puerta, volvía a las oraciones. Me visualizaba, y sigo haciéndolo, entrando de la mano del Arcángel Miguel. El ambiente es denso y he llegado a traer un frasco de agua bendita con la que rociaba el aula antes de empezar. Cuando paso por los caóticos pasillos (describir eso me llevaría mucho tiempo), rezo un silencioso Avemaría o Padre Nuestro. Hago lo mismo en las guardias o cuando mis alumnos de reli les da por ser unos maleducados. En bucle, rezo. Una y otra vez. Aunque sea visualizo a Jesús o la Virgen en medio del aula. Yo no «pongo al alumno en el centro», como dice la Ley y, últimamente, también el Papa. Yo pongo a Dios para que ponga orden. ¡Estaríamos buenos! También me encomiendo a las benditas almas del purgatorio, dialogo con ellas «vamos a ver, si por aquí hay alguna alma que puso obstáculo a la fe, contraria a a fe, perseguidora de la fe, hagamos trato, yo rezo por ti y tu me ayudas con estos alumnos y me ayudas para que más alumnos se inscriban».

Una de mis oraciones recurrentes es la del padre del hijo poseído: «¡dame más fe!» Por eso, Dios me ha colocado en tierra de misiones, justo para que mi fe madurara y se depurara. Para no confundirla con efervescencias emocionales, edulcoradas y de una felicidad epidérmica. No soy yo quien tiene que ser feliz, es más, no lo soy. Salgo del instituto cansada y hastiada, frustrada y triste en más de una ocasión. Enferma. No me gusta lo que veo y siento. Pero Dios sabe más que yo, lo que necesito, más allá de lo que deseo. NO es mi felicidad lo que está en juego, es la suya la que vale  Supe, entonces, Dios no mira lo externo, sino el corazón, y lo que a los ojos del mundo pueda parecer absurdo, un cristiano sabe que no es verdad. Pensé «a lo mejor todo lo que se nos pide en estos tiempos tan escatológicos como apocalípticos tiene que ver con rezar por todos ellos. ¿Quién debe rezar por esos críos?” ¡Y por los profesores?»

Más adelante descubría algo que me emocionó, el ejercito de abuelas que rezan por sus nietos. Poco se habla de ese ejercito anónimo de abuelas y abuelos que calladamente pero con ímpetu, fe, esperanza y mucho amor sostienen las generaciones venideras. Sepa el capitán de este glorioso ejercito, que tienen un nuevo soldado. El más bajo en la jerarquía, pero me tienen en sus filas.

Eulàlia Casas, Círculo Tradicionalista de Barcelona Ramón Parés y Vilasau

 


 


 

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