La película «Una quinta portuguesa»: sobre las raíces y la identidad
La Modernidad ha hecho estragos, y la finca llamada «Los Almendros Blancos» se encuentra sin almendros: sin familia, con individuos aislados y desenraizados como hiedras de raíces aéreas.
«Una quinta portuguesa» es una deliciosa película escrita y dirigida por la cineasta valenciana Avelina Prat y recién estrenada este 2025 en el festival de Málaga. Está protagonizada por Manolo Solo, Maria de Medeiros y Branka Katić.
La trama principal no guarda relación alguna con el tradicionalismo, pero sí el conjunto de subtramas, lo cual merece que le dediquemos unas humildes líneas a los lectores de La Esperanza.
En Portugal, «quinta» sería el equivalente a «masía» en Cataluña, o «caserío», «granja», «finca», «cortijo», «hacienda» o «chacra» en otros lugares de la Hispanidad. En definitiva, la heredera de la antigua Villa Romana, donde una familia extensa vivía del campo y en el campo, sin renunciar a las comodidades de la urbe. El lugar, de por sí, ya es significativo.
Una primera subtrama interesante para nosotros consiste en la guerra y secesión de Angola en 1975, en la que nuestro príncipe Don Sixto luchó como soldado. Varios personajes de la película, incluido uno de los principales (Amalia), pertenecen a la generación de africanos blancos nacidos en Angola, expulsados de su lugar de nacimiento y de su hogar, y refugiados en un Portugal que les rechazó y les repudió. Caso similar al de los pieds noirs franco-argelinos.
Amalia hereda de su abuela la quinta en Portugal y a ese lugar «trasplanta», por decirlo de alguna manera, sus raíces desde Angola, pero como un injerto en jardinería. La Modernidad ha hecho estragos en ellas (tanto en la quinta como en Amalia) y la finca llamada «Los Almendros Blancos» se encuentra sin almendros: sin familia, con individuos aislados y desenraizados como hiedras de raíces aéreas.
Recordemos que Don Sixto también se refugió en Portugal cuando fue expulsado de España por Franco en 1965.
Otra subtrama digna de destacar es la vida campestre en la quinta. Entre huertos, árboles frutales, gallinas y otros animales domésticos —lejos del mundanal ruïdo— el personaje principal masculino (Manuel) encuentra su auténtico hogar. Y su auténtica identidad. El genial arquitecto catalán Antonio Gaudí expresó que él no «creaba» arte sino que se limitaba a copiar a la naturaleza, creación de Dios e insuperable por el hombre. Esta insuperable Creación se revela de forma espléndida en la fotografía del filme.
Igualmente, la película muestra la diversidad lingüística de Las Españas y de la Hispanidad. Los personajes cambian del portugués al castellano, y viceversa, con toda naturalidad. La película es bilingüe y nos recordó a este artículo recientemente republicado en La Esperanza.
También el alcohol está presente de forma espontánea y sencilla durante todo el filme: vino tinto, oporto, moscatel, cerveza, digestivos varios... acompañan en todo momento a los protagonistas principales y también a los secundarios, con una elegancia que resulta «políticamente incorrecta» en la sociedad postmoderna woke. Nos recordó a los gintonics de nuestro añorado Luis Infante. Quien los probó, lo sabe.
En conclusión, una película mucho más interesante de lo que pueda expresar esta breve y sencilla crónica.
Josep de Losports, Círculo Tradicionalista de Barcelona Ramón Parés y Vilasau.
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