La urbanidad, destruida por la modernidad
La elegancia modesta no sólo en la ropa y la apariencia sino en la forma de comportarse con los demás, con tacto y delicadeza.
Nuestras madres y abuelas recordaban que una de las asignaturas que cursaban en la escuela era la de urbanidad. En esta asignatura se adquirían habilidades para que las alumnas se desenvolvieran con educación, amabilidad, corrección y elegancia en los diferentes ámbitos de la vida. Concretamente, se estudiaban normas básicas de aseo personal, de comportamiento social y familiar, saber comer en la mesa, saber vestir, etc.
Era una reflejo de la bondad y belleza de Dios, encarnadas en las relaciones sociales, familiares, escolares o incluso privadas.
Para las muchachas, el ser atentas y amables con todos, la corrección personal, era una condición muy importante de la feminidad.
El ser especialmente amables con quienes más lo necesitan, como la gente mayor, personas enfermas o necesitadas y actuar y hablar con educación siempre se había considerado una de las enseñanzas más importantes que se podían inculcar a los jóvenes, especialmente a las chicas.
La elegancia modesta no sólo en la ropa y la apariencia sino en la forma de comportarse con los demás, con tacto y delicadeza.
Recuperemos la urbanidad, esa cualidad social, que el mundo moderno ha despreciado, un mundo moderno sin Dios —sin la belleza y sin la bondad de Dios— y que solamente envía mensajes feministas y antisociales a las chicas jóvenes, de hacer lo que se quiera, sin ayudar a nadie y procurar sólo el propio placer.
Destruyamos la modernidad. Reconstruyamos la Cristiandad. Seamos orgullosamente reaccionarios.
Lina C., Círculo Tradicionalista de Barcelona Ramón Parés y Vilasau.
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