dijous, 11 de desembre del 2025

La peste porcina africana como ejemplo de la crisis liberal

 

La peste porcina africana como ejemplo de la crisis liberal



La declaración de emergencia sanitaria por la Peste Porcina Africana (PPA) el 9 de diciembre de 2025 en Cataluña trasciende el ámbito veterinario: es un ejemplo de las contradicciones del régimen liberal, tanto en su versión centralista como en su derivación nacionalista-autonómica. Más concretamente, este episodio revela el fracaso de tres pilares del orden revolucionario liberal: la soberanía nacional abstracta, el centralismo administrativo, y la economía liberal desarraigada.

Crítica a la concepción liberal de la soberanía


La respuesta del Govern ha sido normativista, abstracta y despersonalizada. Ha dictado leyes y restricciones que proceden verticalmente de la Administración, ignorando las costumbres y la prudencia práctica de las comunidades afectadas. Así, se aplica el mismo protocolo a la macro-explotación industrial que a la granja familiar, violando el principio de justicia conmutativa. Y es que la «Cataluña» a la que protegen estas normas es una entidad jurídico-administrativa, no la red orgánica de personas, familias y corporaciones (gremios, cofradías, municipios) que constituyen la nación real.

Contraste carlista: En cambio, el carlismo propone considerar en los cuerpos intermedios naturales. Así, la competencia sanitaria animal debería residir primariamente en Juntas de Sanidad Locales de composición mixta (autoridad municipal, veterinarios prácticos, representantes gremiales), sometidas sólo a principios generales de salus populi desde instancias superiores (Reino, Corona). La eficacia nace del conocimiento directo y la responsabilidad vecinal, no de la planificación burocrática.

Crisis de la Autonomía


El Estatuto de Autonomía del Régimen del 78, lejos de realizar el ideal foral, ha creado un mini-Estado centralista que reproduce los vicios liberales «de Madrid» a escala reducida. La crisis de la PPA demuestra que el autonomismo es centralismo de segundo grado: La gestión se ha centralizado en «Barcelona», repitiendo el error que el foralismo históricamente combatió: la sustitución de la libertad concreta por la administración lejana. Los payeses de Segrià están hoy tan lejos de los consellers barceloneses como lo estaban de los ministros madrileños.

Contraste carlista: La verdadera autonomía es la foral. Es decir, el reconocimiento de la personalidad histórica y jurídica de cada Reino o territorio, con sus propias leyes, instituciones y competencias originarias, no transferidas por un Estado.

Crítica del modelo económico


La rápida propagación del virus tiene una causa estructural: el modelo de macro-explotación porcina intensiva, promovido por el capitalismo agrario y subvencionado por políticas comunitarias. Este modelo:

    1.    Rompe el vínculo tierra-animal-hombre, concentrando miles de cabezas en espacios reducidos, facilitando la propagación de patógenos.

 

    2.    Destruye la pequeña propiedad familiar y la ganadería de traspatio, pilares de la sociedad orgánica y garantes de la diversidad genética y la resiliencia sanitaria.

 

    3.    Convierte al campesino en empresario agroindustrial, sujeto a los vaivenes de un mercado global que hoy, con la prohibición de exportaciones, lo aniquila.



Contraste carlista: Frente a esto, el carlismo defiende la propiedad privada familiar ligada a la función social, el uso frugal de los recursos y la preeminencia del mercado local sobre el global. La crisis sanitaria es, en el fondo, una crisis del orden económico anti-natural. La solución no pasa sólo por controles, sino por un retorno a una economía agraria distribuida y a escala humana, protegida por aranceles comunitarios y regulada por gremios modernos que fijen estándares de calidad y densidad ganadera sostenibles.

Hacia una restauración orgánica


La Peste Porcina Africana evidencia que los sistemas basados en la soberanía de la voluntad individual o nacional abstracta terminan generando administraciones ineficaces, ideologizadas y alejadas de la realidad social concreta.

El carlismo, como doctrina restauradora del orden natural cristiano, propone un camino distinto:

    1.    Restitución de la soberanía social a los cuerpos intermedios naturales: familia, municipio, gremio, región histórica.


    2.    Gobierno prudencial ejercido por autoridades surgidas de (y vinculadas a) esas comunidades, no por una clase política profesional.


    3.    Economía al servicio del hombre, basada en la propiedad familiar y la cooperación corporativa, no en la especulación capitalista o la planificación estatal.



Solamente un orden político que reconozca la naturaleza social y comunitaria del hombre, y que estructure el poder de acuerdo con el principio de subsidiariedad, podrá gestionar crisis como la actual con eficacia, justicia y respeto a la dignidad de las personas y las comunidades que, hoy, sufren en silencio el fracaso de la modernidad.

Josep de Losports, Cercle Tradicionalista Ramon Parés y Vilasau

dimecres, 10 de desembre del 2025

La Generalidad declara el estado de emergencia por la peste porcina africana en Cataluña

 

La Generalidad declara el estado de emergencia por la peste porcina africana en Cataluña



Se crea una linea de Ayudas de 10 millones de euros, ampliable a otros 10, y se incluyen a las empresas afectadas por la Peste Porcina como posibles beneficiarias de préstamos del Institut Català de Finances




Barcelona (Agencia FARO).— Este martes, 9 de diciembre, el Desgobierno de Cataluña ha aprobado una serie de medidas de actuación inmediata para hacer frente al impacto económico y sanitario derivado de la Declaración oficial de la peste porcina africana (PPA) en Cataluña, Declaración que fue emitida el pasado 29 de noviembre. Además, este martes se ha declarado también la emergencia para todas las actuaciones destinadas a contener, prevenir y paliar los efectos y contagios de esta enfermedad.

La Peste Porcina Africana es una enfermedad vírica hemorrágica que afecta exclusivamente a cerdos domésticos y jabalíes. No es transmisible a humanos ni a otras especies, pero es altamente contagiosa entre la población porcina y provoca una elevada mortalidad. No existe vacuna ni tratamiento.

Se detectó a finales de noviembre entre jabalíes salvajes del Parque Natural de la Sierra de Collserola, específicamente en el sector ubicado en el municipio de Cerdanyola del Vallés.

Además de su gravedad animal, el impacto de la PPA es especialmente grave por las importantes pérdidas económicas que puede generar, tanto por la mortalidad de los animales como por las afectaciones al comercio porcino.

Para paliar este aspecto económico, se han tomado las medidas de este martes 9 de diciembre, que se concretan en la emisión de una línea de ayudas y subvenciones de 10 millones de euros, ampliable con 10 millones más, para mitigar el impacto económico que pueda provocar la enfermedad en los ganaderos. También se amplía la línea de préstamos del Instituto Catalán de Finanzas, destinada a empresas y entidades afectadas por emergencias climáticas, para incluir como posibles beneficiarios emprendidas afectadas por la PPA. Además de estas medidas económicas directas, se ha declarado la  emergencia en determinadas actuaciones de contratación pública, de acuerdo con el que prevé la Ley de contratos del sector público.

Por otro lado, se han aumentado y fortalecido las medidas de control, prevención y bioseguridad para evitar su propagación, que fueron tomadas el pasado 29 de noviembre.

Así, las medidas reforzadas el 9 de diciembre dictan lo siguiente:

Se establece una zona de contención conformada por la zona infectada de alto riesgo (un radio de 6 km. en torno a la zona donde se han confirmado los casos positivos) y la zona infectada de bajo riesgo (a partir del límite de la zona infectada de alto riesgo hasta 20 km.).

La primera zona incluye los 12 municipios siguientes: Badía del Vallés, Barberá del Vallés, Cerdanyola del Vallés, Montcada i Reixac, Polinyà, Ripollet, Rubí, Sabadell, San Cugat del Vallés, San Quirze del Vallés, Santa Perpetua de Mogoda y Terrassa.

La segunda zona incluye 79 municipios de las comarcas de Alt Penedès, L’Anoia, Bages, Baix Llobregat, Barcelonés, Maresme, Vallès Occidental, y Vallès Oriental.

Se prohibe el acceso a la totalidad del Parque Natural de Collserola, Sant Llorenç de Munt i l’Obac, Cordillera de Marina, Parque Fluvial del Besòs, Cordillera Litoral, San Miguel del Fai. Zonas boscosas. Cauces de ríos y rieras. Prados. Campos de cultivo. Parques y caminos fuera del casco urbano. 

Esta prohibición no afecta al acceso a las viviendas, las actividades económicas en espacios cerrados ni a la restauración e instalaciones deportivas.

Se establecen otras medidas y restricciones:
    • Extremar las medidas de bioseguridad en las granjas.
   • No está permitido cazar (excepto la actividad necesaria para contener la enfermedad).
    • Los rebaños no pueden sacarse de las zonas de riesgo.
    • Tampoco se puede quitar ni entrar porcino doméstico ni transportar productos y subproductos de origen porcino.


Agencia FARO
/ Círculo Tradicionalista de Barcelona Ramón Parés y Vilasau

De Babilonia a Roma (XII): el Reiki

Rafael: La Transfiguración.

 

De Babilonia a Roma (XII): el Reiki


Uno se convierte en cliente y gurú al unísono. Con resultados disonantes, porque la música del Enemigo es estridente, sin orden ni concierto.

 

En los cursos de Reiki te enseñan a comunicarte con el diablo. Simple y llanamente.
 


En la entrega anterior, aparte de hablarte del Universo creado como si fuera Dios mismo, te comenté, así de pasada, la cita que mi amiga me concertó para hacerme Reiki. ¡Vamos de lleno al tema! En aquellos tiempos estaba sumida en una bonita revoltura espiritual, una ensalada compuesta por los libros de espiritualidad gnóstica, la Biblia, las distintas propuestas de los jesuses del hipermercado del Enemigo, mis primeros pinitos por el sincretismo e indiferentismo religioso y, por si fuera poco, mi total maravilla ante la transubstanciación, sin olvidar la misa semanal. Una variante de esquizofrenia espiritual que, vista a la distancia, me da vergüenza. ¿Cómo pude ser tan mema? Cuando el intelecto se desconecta de Dios, la razón se diluye como un helado al sol y la irracionalidad campa a sus anchas. Y en ese escenario, el Enemigo también. Añadir la herida en la ecuación es necesario. Es la puerta de entrada por la que el Enemigo entra a hurtadillas. Una rendija muy real. Un dolor que tiene muchas máscaras, como la vergüenza, la ira, la no pertenencia, la traición, la humillación. La lista es larga y variada. Todos tenemos algo de este doloroso listado que espera ser sanado. Sólo Dios puede curarlo. Pero eso no siempre lo sabemos. Y en esta ignorancia el Enemigo aprovecha para colarse. En su odio, se anticipa con todo tipo de remedios más rápidos, sofisticados, eficaces que los que Dios, en su ternura y respeto, proporciona. La herida sangra para que Dios, con su sangre, la cure. Pero esto pasa desapercibido tras el estridente brillo de Satanás. El Enemigo aparece con sus ridículas y milagrosas tiritas. Lejos de curar, perpetúa la herida para su mayor gloria. Y descalabro.

Mi herida era una brecha en carne viva, junto al duelo por mi madre y hermana, y un divorcio en ciernes. El Enemigo se frotaba las manos. No te cuento mi vida por narcisismo o egolatría, sino porque en el relato se encuentra el patrón de cualquier otra historia. De hecho, me repito mucho y no paro de insistir en lo mismo. Los patrones del engaño siempre son los mismos. El Enemigo no es creativo, es un imitador, y su gasolina es el odio. Aprovecha nuestra debilidad. En su cinismo y odio, precisamente cuanto peor estamos, más se ceba.

Mi madre murió, como ya te dije, y a los dos años lo hizo mi hermana menor. Tenía 33 años, una vida por delante, tres hijos muy pequeños. Justo cuando me recuperaba del duelo de la muerte de mi madre, en menos de un mes, mi hermana murió de un cáncer muy agresivo. Imagina, pues, mi estado. El Enemigo, como león rugiente, merodeaba para devorarme. Junto a la muerte, vino también el divorcio, que merece varias entregas aparte.

Y con todo este pitote, ahora te quiero hablar del Reiki. Mi estado deplorable buscaba consuelo y, en mi miseria, el Enemigo acudió con la solución: ¡el Reiki! Por cierto, no pararé de recordarte que todo lo que tiene que ver con la Nueva Era es mesiánico. De hecho, el Enemigo elimina a Jesús de la ecuación para proponerte soluciones salvíficas, las cuales lideras tú, para mayor gloria de tu soberbia.

De nuevo al Reiki: puede que te preguntes qué es eso. Pues bien, es una técnica de origen japonés que apareció en el siglo XIX. Como todas las propuestas de la Nueva Era, tiene siempre una historia detrás, un maestro prodigioso —en este caso, Usui— que, con la imposición de sus manos y la invocación de los guías espirituales y ciertos símbolos japoneses, obraba milagros. Sanaciones físicas, mentales, espirituales de todo tipo. ¿Te suena? La salvación.

Pues nada, en mi deplorable estado, allí que fui, con la ingenuidad que mi escasa formación y dolor alimentaban. ¿Qué había de malo en eso? En palabras de mi amiga, Dios estaba presente, pero con otro nombre: Universo. Y, ¿acaso Jesús no sanaba imponiendo sus manos? Gracias a mis delirantes e irracionales lecturas, estaba aprendiendo que a Dios se accedía por infinitas sendas. Si te soy sincera, en esa primera sesión de Reiki no sentí nada de nada, ni bueno ni malo. Sí recuerdo a la terapeuta, al finalizar, pegada a la pared, con cara circunspecta, tiritando exageradamente de frío. Eso es lo que me dijo. Por lo visto, no se sabía qué energía de muerte pululaba a mi alrededor.

Ese tipo de aseveraciones gratuitas son muy comunes entre practicantes de Reiki: aprovechan tu vulnerabilidad y confianza para colarte todo tipo de goles. De hecho, toda la Nueva Era bebe de la vulnerabilidad de los clientes y voraces consumidores. Como puedes imaginar, después de una primera sesión, siguieron muchas más. Empezaba a enredarme en la telaraña con entusiasmo.

Al final de las sesiones, la terapeuta compartía sus sensaciones, visiones y todo tipo de fenómenos y percepciones espirituales que, no te voy a engañar, me fascinaban. Todo este universo fenomenológico me magnetizaba. Yo deseaba penetrar en esa nebulosa espiritual, de almas que comunican mensajes o guías con nombres exóticos. Y, claro, una cosa lleva a la otra y la Nueva Era siempre te vende que el poder está dentro de ti, con lo cual te proponen las formaciones para que tú mismo te conviertas en tu sanador y en el de los demás. El mesías salvador en un cursillo de fin de semana. ¡Menudo chollo!

¿A quién, con un mínimo de espíritu de servicio, no le apetece poder ayudar? Y allí que fui con todo. Obviamente, yo quería ayudar, para mayor gloria de mi vanidad, porque, seamos claros, en el fondo eso es lo que impulsa los movimientos de la Nueva Era. La macedonia espiritual, la herida y la misión de servicio.

Esto último, los consumidores nuevaerísticos lo tenemos exacerbado. Una pulsión por ayudar, ser útiles. Una estrafalaria misericordia que nos empuja a salvar al prójimo. Ahora sé que lo que hay que hacer es amarlo, que, para salvarlo, Jesús se basta y se sobra.

¿Te acuerdas de que te hablé de la curiosidad como un ingrediente fundamental en la Nueva Era? Pues ahora, como ves, he introducido otro indispensable: la misión de servicio. Y en la subversión del orden luciferina, neognóstica, no es más que la salvación en manos del hombre hecho dios. En mis manos de sanadora, por obra de un taller de fin de semana, se encontraba el «reino de los cielos». Así todo.

Pues bien, así funciona por esos lares: uno se convierte en cliente y gurú al unísono. Con resultados disonantes, porque la música del Enemigo es estridente, sin orden ni concierto.

Me apunté, pues, a una formación de fin de semana de Reiki, para poder administrar yo misma la sanación a otros. Ciegos guiando a ciegos. Para mayor regocijo satánico.

Mi maestra de Reiki, en un fin de semana, me dio la formación a mí y a cuatro despistados más. Pobres ovejas perdidas. Fue muy impactante el primer día en que la maestra impuso las manos a una de las discípulas y ésta tuvo una reacción tremenda: gritos, alaridos, llantos. Nos quedamos petrificados. La maestra, con aires de suficiencia y un halo de bruja buena que sabe lo que se hace, nos dijo: «Esto es el ego que no quiere ser sanado y se resiste».

Lo del ego y sus resistencias es del todo recurrente en la Nueva Era; como dirían mis hijos, «la vieja confiable», nunca falla. Cualquier cosa que te pasa —ya sea un catarro, un llanto desconsolado o que pinches la rueda del coche— es el ego que no quiere que avances. Así las gasta el Enemigo: siempre tiene una excusa u otra.

Visto a la distancia, esa pobre chica, tan confundida como yo y la maestra, no tuvo otra cosa que una manifestación demoníaca. Qué ego ni qué niño muerto, como diría mi madre.

Por si alguien de raíces cristianas tuviera alguna justificada duda al respecto del Reiki, ¡todo bajo control!, ¿acaso Jesús no imponía las manos para sanar? Todo solucionado. Las dudas no son más que el ego que no quiere que sanes. De nuevo el mantra luciferino que pone la tirita para que no veas la herida. La anestesia que todo lo cubre. Pero el dolor sigue gritando silenciosamente, y el Enemigo acude solícito a la llamada.

Así, de esta forma, en la Nueva Era se va tejiendo una red de sanadores y necesitados de sanación, a cual más herido.

En aquella época, el Reiki fue una puerta de entrada que me hacía sentir importante, con poder de sanación, a pesar de que yo seguía tan triste y dañada como siempre. El Espíritu Santo me protegía e impidió que recordara los enrevesados símbolos japoneses que se supone que todo practicante de Reiki debe dibujar sobre el cuerpo energético de la pobre víctima de nuestros servicios sanadores.

Cho Ku Rei, Sei He Ki, Dai Ko Myo, cada uno con su ideograma, por supuesto. ¿Cómo te quedas? Mira que son feos y raros. Realmente me parecían una bobada. Me negué a aprenderlos. Me acostumbré a desobedecer lo que me chirriaba, a pesar de que mi umbral era más bien muy bajo.

Cabe mencionar que el Reiki te enseña a ponerte en contacto con los guías espirituales para que te muestren cómo sanar. ¡Guías espirituales! Adivina: el Enemigo, con sus luminosos disfraces. En los cursos de Reiki te enseñan a comunicarte con el diablo. Simple y llanamente.

Aquí lo dejo, de momento, porque, conforme escribo, tomo conciencia de cómo se va tejiendo la telaraña, de qué manera se va enredando como un ovillo olvidado en un oscuro desván. Y más allá del lío, siempre el mismo patrón: el odio del Enemigo, la herida, la confusión y, sobre todo, el orden divino patas arriba. Solo subrayar: allí donde te prometan salvación y el reino de los cielos por algo o alguien que no sea Jesús, ¡huye!: Dios aguarda y quiere recibirte para sanarte. De verdad.

Eulàlia Casas, Círculo Tradicionalista de Barcelona Ramón Parés y Vilasau






diumenge, 7 de desembre del 2025

Las misiones catalanas, peripecias de una profesora de religión (VI): ¡En guardia! Llega la Navidad

Pesebre vacío

 

Las misiones catalanas, peripecias de una profesora de religión (VI): ¡En guardia! Llega la Navidad



El jefe de estudios del Instituto me dijo, ¡en septiembre!: «Este año mejor que no armes el Belén en el vestíbulo». Mi respuesta llegó en diciembre. La encontró en el vestíbulo con el Belén, más visible si cabe que el año anterior. Eso de la tolerancia me tiene un poco hastiada. «¡En pie de guerra! ¡Pon el Belén!»


 

De los creadores del «Feliz Ramadán», llega, redoble de tambores, ¡oh sorpresa!, la esperada y no menos aclamada «Felices vacaciones de invierno», o más moderno y progre si cabe, «Feliz solsticio». Vamos a ver cómo continúo, porque el tema se las trae, y tampoco quiero escribir desde la rabia, la tristeza o, peor todavía, la desesperanza. Aunque, pensándolo mejor, lo único que es pecado es lo último: la desesperación de quien no tiene fe. Y la ausencia de fe, eso sí que no puedo ni quiero permitírmelo. Escribiré, pues, con esperanza, que de momento viene apuntalada entre la rabia y la pena. Ésta es mi realidad, ahora y aquí. La ira santa de Dios, que me mueve a señalar todo lo que amenaza la verdad. La tristeza que me invita al recogimiento y al sagrado aislamiento del mundo para escuchar la voz de Dios en el silencio.
    

Valga este introito para decirte que la Navidad, desde niña, me ha gustado mucho. ¿A quién no? El uno de diciembre empezaba la cuenta atrás, el Adviento, que recuerdo con cariño. Tiempo de espera. Pero no una espera tediosa, como una cola en el banco, sino un tiempo para velar, estar atento y despierto. Las velas que se encendían semana a semana. Un calendario con purpurina con 24 ventanitas que escondían una modesta y sencilla imagen navideña. En mi época no había chocolatinas ni premios detrás de las minúsculas ventanitas. Nos emocionábamos con los dibujos de trineos, campanas o una estrella. La Navidad culminaba en la noche santa, misterio y asombro del nacimiento de Dios. La luz irrumpiendo en la oscuridad de la noche cerrada. La Misa del Gallo, el frío, el sueño en la bancada de la iglesia, los villancicos. Navidad era familia, el aroma insustituible de la escudella del día 25, el tió tan típico en Catalunya, el turrón y las burbujas del champán. La mezcla de olores tan dispares como el caldo, el pollo con ciruelas, el turrón de chocolate, el café recién hecho y el champán me descubre imágenes a buen recaudo en mi memoria. Indelebles. Como el niño Jesús, que nace a cada instante. El poema recitado en lo alto de la silla, durante la sobremesa, poco se habla de la prodigiosa memoria que teníamos de niños. La cabalgata de los Reyes Magos, y los nervios de la noche del cinco de enero. Magia de la buena, inocente y llena de calidez. Tantos recuerdos, que siguen vivos porque la tradición los mantiene para que mi nieta los entregue, cuando llegue el momento, a las generaciones que vendrán.
    

La Navidad no es sólo un día. Es un espíritu que impregna y da sentido a nuestras vidas, ya sea el día 24 de diciembre como el 2 de abril. La Navidad es Dios entre nosotros. Para quedarse. No se va al baúl de los adornos cuando termina después de Reyes. Dios no hace vacaciones. Permanece. Y, por concretar todavía más, la Navidad, en realidad, no son vacaciones. La alegría de la Navidad no es vacía, propia de la frivolidad de los anuncios de perfumes o las comidas de empresa. Es una alegría que nace en un portal de Belén, en un pesebre. Ésta es la alegría a la que estamos llamados a celebrar. Una cuna con el Niño Dios recién nacido y una tumba vacía. Ésta es la promesa cumplida que celebramos. De la cuna a la tumba. El misterio que salva y da sentido a todo. No son vacaciones, rotundamente no. Es santificar las fiestas. Es muy distinto.
    

Y con todo este espíritu navideño, con esta fuerza que sólo la alegría concede, me motivé en mi primera Navidad en el Instituto. ¡Cuántas cosas tenía que contar y compartir! Como profesora de religión, aprovecho el calendario litúrgico para explicar de dónde vienen las festividades, tradiciones y cultura. Es terrible constatar que los adolescentes no tienen ni idea de nada. Cero patatero.
    

Mi primer año, toda ilusionada, pregunté a los de segundo de la ESO, pensando que la obviedad hacía innecesaria la pregunta: «¿Qué celebramos por Navidad?». Silencio. Sigo cuestionando con la mirada. Kevin (un día hablaré de los nuevos nombres), un chaval de Honduras, dice vagamente: «Lo de Papá Noel, ¿no?». Mi cara debería ser un cromo. Disimulé y me hice la tonta. «Ah, sí, qué bien. ¿Y en el belén a quién ponemos?» Tenía las figuritas que había traído de casa para armar el belén en el vestíbulo. Saqué a la Virgen y a San José: «Ponemos a María aquí, a José aquí, y en la cuna… ¿Me puedes buscar a Papá Noel de bebé en la caja, Kevin?»
    

Justo en este momento, se dio cuenta de que algo fallaba, y su compañera tuvo su eureka y vino en su rescate: «¡El Niño Jesús! Celebramos el nacimiento de Jesús». ¡Madre del amor hermoso! Estamos peor de lo que imaginaba. En las Navidades de la rebelde masa de adolescentes, la cuna está vacía. Entre otras cosas, porque ni tan siquiera existe. Quedó eclipsada detrás de la oronda tripa de Papá Noel, las luces estridentes y los villancicos cursis en inglés. Entre tanto ruido, la cuna quedó en el olvido. Jesús sigue en un recóndito pesebre, entre pañales, vulnerable y divino, aguardando para que nos agachemos y lo acunemos entre nuestros brazos, para no soltarlo jamás. Y a mí me toca señalar con el dedo ese lugar. Este humilde gesto. A estos adolescentes sin raíz.
    

Éste es el nivel de los alumnos que eligen la asignatura de religión; imagina cómo es el resto. Ahora bien, todos tienen su calendario de Adviento, este año de no sé qué videojuego, y en cada ventanita, un código QR que regala no se sabe qué idiotez. Perdón por la grosería. Pero ya avisé: sigo enfadada. ¿Cómo hemos llegado a este punto en que hasta la Navidad se ha secularizado?
    

Ayer viernes, mientras conducía hacia el Instituto, entendí algo de una forma muy fuerte, viva y encarnada. En ciertas ocasiones, la toma de conciencia sobre algún tema la siento en la totalidad de mi ser. No es que tenga algún éxtasis que me incapacite, qué va, puedo seguir andando o conduciendo. Pero mi ser entiende algo fundamental. Así sopla el Espíritu Santo. Entendí, pues, que la materia de religión se va a convertir en una formación de trinchera, de resistencia, casi militar. De lucha. Porque, a veces, se nos olvida, pero estamos en guerra. Una contienda furibunda, sin piedad, que tiene como propósito la aniquilación de uno de los bandos. ¿Adivinas cuál? Una guerra con el final ya escrito, por cierto. Un instituto no es tierra de misiones como pensaba. En las misiones de antaño, al menos se adoraba a los dioses. Los paganos tenían un fuerte sentido del temor de Dios y del misterio y la adoración. Sólo era necesario ordenarla hacia el Dios verdadero. El bueno. Pero ahora, los adolescentes no adoran más que a sí mismos, como el resto del claustro. Un instituto es tierra quemada después de una cruenta batalla. El odio hacia lo cristiano, a Dios, Jesús, la Virgen. Toda raíz que recuerde quiénes somos de verdad, todo vestigio de nuestra identidad verdadera, todo fundamento de nuestra civilización occidental debe ser derrotado. Tierra quemada. De la catolicidad a la secularización. De la universalidad católica a la uniformidad cultural. Desde Teruel a Lima o Berlín, todo igual, sin distinción, sin raíz. Globalización lo llaman, la nueva religión del Dios sin rostro y su catecismo. Huérfanos de Dios. Sin padre ni madre, ni linaje. Como vulnerables terrones de azúcar, todos diluidos en una masa manipulable, sin espíritu ni vida. Sin raíz. Sin Dios. Sin humanidad. Sólo masa sin forma.
    

Como te decía, me vino este pensamiento después de ver esta semana la enésima barrabasada perpetrada, ya sea delante del Duomo de Milán, los bunkerizados mercados navideños alemanes, o la prohibición de encender luces en Manchester por orden de la alcaldesa musulmana. Ya no se trata de explicar la Navidad a mis alumnos para que tengan un mínimo de cultura. Se trata de formar nuevos soldados para defender nuestras tradiciones. «¡En pie de guerra!. Pon el belén, al niño Jesús, la Virgen y San José. Me conformo con eso, aunque no creas en Dios. Pero defiende esto antes de que sea demasiado tarde. ¡Hazlo! aunque no lo entiendas ni sientas. ¡Solo hazlo! Ocupa el espacio con la cuna y el niño, no lo dejes vacío, porque alguien lo va a llenar de otras cosas».
    

Y, por cierto, el acoso y derribo al verdadero sentido de la Navidad no sólo se vive y se sufre en lejanas ciudades, qué va. El guionista de la nueva película de terror que estamos viviendo escogió al jefe de estudios de uno de mis institutos para que me dijera, ¡en septiembre! —imagino que para asegurar las cosas—: «Este año mejor que no armes el Belén en el vestíbulo». El curso anterior, mi primer año en ese instituto, obviamente, con los alumnos, hicimos un belén que hizo las delicias de los demás alumnos. Vuelvo a septiembre y el jefe de estudios y sus delirantes exhortaciones. Mi silencio fue elocuente, porque ante tal absurdo, uno no puede más que callar y dejar al interlocutor que se enrede en su propia absurdidad. Defendió su desubicada indicación y me dijo: «Es que este año hay algún musulmán y se puede ofender con el Belén». En este instituto hay pocos musulmanes, entre otras cosas porque no hay estación de tren ni transporte público. No recuerdo qué le contesté, en realidad. Mi respuesta llegó en diciembre. La encontró en el vestíbulo con el belén, más visible si cabe que en el año anterior. Eso de la tolerancia me tiene un poco hastiada.
    

Elaboramos con los alumnos un cartel que pegamos en la pared donde rezaba: «Éste es el verdadero espíritu de Navidad; sin él, la Navidad es sólo consumismo». Elaboramos una serie de carteles, como si fueran globos de diálogo, en que se explica pedagógicamente qué es el belén, qué representa, cuál es su origen, para que todos los que pasen por el vestíbulo aprendan algo. Es enternecedor ver cómo a muchos alumnos, al ver el belén, se les despierta un sentimiento nuevo y entrañable. Un sentimiento que siempre estuvo allí y alguien arrebató. Muy genuino y olvidado.. A la vuelta de las vacaciones navideñas, en el vestíbulo de aquel gélido ocho de enero, retumba la voz del jefe de estudios: «Acuérdate de quitar el belén». En mi interior un «Dios dame paciencia», respondí con una radiante sonrisa; para ser fieles a la tradición, lo tendría que quitar por la Candelaria, pero tranquilo, lo harán los alumnos esta semana.
 

Me siento como un coronel de un ejército en lugar de una profesora de religión cuando se trata de enseñar sobre la Navidad. Hay que espabilar. Ponerse firmes. No claudicar. La única rendición permitida es a la voluntad de Dios. La rendición de la Virgen, la única actitud posible. Porque ya vamos tarde. Una Navidad sin la cuna en Belén no es más que un aquelarre de luz y color que diluye y desestructura mente, corazón y alma, para derribar nuestra civilización. Tal cual. Sin anestesia. Solo la verdad nos hace libres, y esta no siempre es bonita.
   

Ser profesor de religión es durísimo; el nivel de estulticia, indiferentismo, relativismo y cualquier -ismo que se te ocurra es la nada más absoluta. Convertir a cada adolescente en un nuevo inquilino de la gran masa en la que quieren convertir a la humanidad. Sin forma, sin cuerpo. Sin esencia, sin alma. Una suerte de plastilina moldeada por los dedos llenos de odio de ya-sabemos-quién. La destrucción y el odio a nuestra cultura tienen una rúbrica muy concreta.

La Navidad, el nacimiento del Niño Dios, aplasta la cabeza de la serpiente gracias al sí más estrepitoso que nunca se ha pronunciado antes. El sí de María, obediente, humilde, que pone de nuevo orden. ¡Gloria en el cielo y paz a los hombres de buena voluntad! Gracias a esta apartada cunita de Belén, todos estamos llamados a aplastar la cabeza de esta serpiente antigua. Y lo sabe. Y cuando guardemos de nuevo las figuritas, envueltas en papel de periódico, Jesús permanece en nuestros corazones, dispuestos y disponibles. Como la humilde cunita que lo hospedó por primera vez.
    

Dios me asista en esta heroica tarea un año más. Amén.
 

Eulàlia Casas, Círculo Tradicionalista de Barcelona Ramón Parés y Vilasau




dissabte, 6 de desembre del 2025

Crónica de la conferencia «El trilema “Dios, Patria, Rey” y la Modernidad. Ontología en los tiempos modernos», por el Dr. Antonio Peña, en Barcelona

 

Crónica de la conferencia «El trilema “Dios, Patria, Rey” y la Modernidad. Ontología en los tiempos modernos», por el Dr. Antonio Peña, en Barcelona


Celebrada el 22 de noviembre en el Centro Cívico Pere Quart de la Ciudad Condal


 

El pasado 22 de noviembre, en el Centro Cívico Pere Quart de Barcelona, se llevó a cabo la conferencia realizada por el Dr. Antonio R. Peña bajo el título «El trilema “Dios, Patria, Rey” y la Modernidad. Ontología en los tiempos modernos», organizada por el Círculo Tradicionalista de Barcelona Ramón Parés y Vilasau, tal como se había anunciado.

 




En esta conferencia, el Dr. Peña nos habló de qué somos y cuál es nuestro ser. Así, la Modernidad se ha encargado de destruir nuestro ser y, por lo tanto, la cuestión es clara: ¿qué podemos hacer para recuperarlo?

La Cristiandad se configuró entre el siglo I al V y se desarrolló entre el siglo V al XVIII. En la base se situaba la familia, encabezada por el marido-padre junto a la esposa-madre, como consejera.

El conjunto de familias constituían la comunidad política y estaba encabezada por el rey-padre, con su consejo. Las familias se insertaban y se desarrollaban dentro de los órganos naturales: cofradías, parroquia, gremios municipio, región, Iglesia… En el vértice se situaba Dios y su ley divina y moral, desarrolladas por la ley positiva como reflejo de la Divina. Todos debían ajustarse a este diseño.

En consecuencia: porque Dios es padre hay un rey-padre como cabeza de las familias —comunidad política— y un cabeza de familia. Estos encabezamientos se desarrollan a lo largo de la historia, de generación en generación, por legítimo y legal matrimonio sobre un territorio. Todo esto queda sintetizado en los elementos Dios, Patria y Rey.

Esta sociedad familiar estaba impregnada por la fe católica la cual desarrolla diversas expresiones: litúrgica, oracional, costumbre, artes… Por lo tanto, todo el conjunto formaba un Patrimonio constituido por tres elementos: espiritual, carnal, terrenal (que incluye las expresiones culturales y geográficas). Esto se llama Patria.

En nuestro caso concreto, las Españas nacieron de la mano de la Virgen María a orillas del Ebro, dándonos una misión y un sentido en la Historia: la Evangelización y la defensa de la Fe Católica. Y éste es nuestro ser y razón de existir. Por ello, a lo largo de su historia, la Patria Hispana y sus hijos pusieron todo su patrimonio espiritual, material y existencial en la consecución de este cometido allí donde fuere necesario. Y, por eso mismo, cuando España ha renunciado a esta labor y ha abandonado la fe católica sobre ella y su patrimonio se han abalanzado sus ingratos hijos felones y las demás enemigos de Dios, con el deseo de despedazarla.

 

El  Dr. Antonio R. Peña también relató cuáles han sido los enemigos de la Cristiandad y de España, del Patrimonio Hispano: la Secta, la masonería y sus hijos el liberalismo y el socialismo. El ataque y destrucción de la Secta se ha realizado mediante diversas rupturas, especialmente tres:

a) De la mano de Guillermo de Ockham vino la destrucción de los Universales, de los atributos de Dios, lo que supone negar a Dios y eliminar el ético objetivo. Sin Dios ni éticos objetivos todo queda a merced del subjetivismo, esto es, del relativismo.

b) Lutero recogió esta «Navaja de Ockham» y lanzó sus dos máximas: «sola fide» y «sola scriptura». Es decir, cada cual puede leer e interpretar las Escrituras y la vida propia y comunal como le de la gana. La única vía de referencia es su conciencia.

c) La Ilustración fue la eclosión de este pensamiento que posibilitó la imposición violenta (a través de la Revolución y del sistema educativo) de la nueva mentalidad en las gentes antes católicas y, desde entonces, apóstatas y enemigas de Dios, de la Patria y de la familia.

Conclusivamente: sin Dios-Padre, se destruye la fe católica y ya no puede haber patrimonio espiritual. Pero tampoco puede haber rey-padre ni pater-familia, por lo que se destruye el patrimonio carnal. Tampoco puede haber órganos naturales sobre un solar, por lo que tampoco hay patrimonio terrenal ni cultural. El resultado es que ya no hay Patria. Es entonces cuando se instauran las repúblicas y se forman las naciones-pueblo. Y el mecanismo de funcionamiento de esta nueva estructura es la Democracia liberal sustentada en la conciencia individual y colectiva, que se expresa en el sufragio universal.

La sociedad liberal se llena la boca de principios, derechos, deberes y elabora constituciones que aparentemente recogen todo ello. Pero, como la sociedad liberal es en sí misma relativista, todo cabe y en realidad no hay principios porque todo es mutable según las conciencias individuales o colectivas, de grupos, clubs y partidos. Por lo tanto, no pretende la Salvación de todos sino alcanzar fines egoístas mediante la división y enfrentamiento entre la población.

El Dr. Peña también nos explicó que la Democracia, por su propia naturaleza, es  un sistema idolátrico, sacrilegio, destinado a subvertir el orden metafísico, físico y temporal. Corrupto y corruptor, destructor de la recta conciencia, del recto bien común y de la jerarquía de los bien espirituales y materiales. Por lo tanto, destruye la comunidad: comenzando por la familia y siguiendo por el conjunto de las familias que es la comunidad política.

Por todo ello, la Iglesia siempre ha condenado el socialismo, el liberalismo, la democracia y el sufragio universal. Forman toda una estructura de pecado a cuyo frente está La Secta.




Por último, el Dr. Peña dio respuesta a la pregunta: ¿qué podemos hacer para recuperarnos? En indubitable que, si queremos recuperarnos, debemos volver a los consejos que dieron tradicionalmente los Papas:

a) Resistencia, a través del rechazo doctrinal. Ser fieles a la Doctrina Católica.

b) Rechazar la participación en esta estructura de pecado y de maldad. Un católico no puede hacerse partícipe del pecado y de la maldad.

c) Lucha a través de la acción cultural, social y política. Volver a hacer lo que construyeron los primeros cristianos: una red social, cultural y política alternativa que durante cinco siglos se desarrolló en paralelo a la red oficial. Así, formar una red cultural y educativa verdaderamente católica (y no sólo de nombre), una red asistencial —social y médica— verdaderamente católica (y no sólo de nombre), una red económica (financiera, comercial, productiva que funcionen con criterios católicos…). Si vamos componiendo estas redes, sucederá lo mismo que aconteció durante la quiebra del Imperio Romano idolátrico. En aquella época, las gentes —cada vez más— fueron buscando asistencia en la redes de la Iglesia y fueron abandonando las redes oficiales estatales porque funcionaban cada vez peor, hasta que llegaron al colapso. Y hoy vivimos la quiebra del sistema liberal y de sus redes.

d) Resistir abiertamente cuando llegue el momento en que a los católicos no se les deje otra posibilidad. Son muchos los ejemplos que tenemos a lo largo de la historia: de la desobediencia civil no violenta a la resistencia armada como último recurso para poder hacer valer derechos de Dios y de la Iglesia (por ejemplo, los Carlistas en las Españas, los Vendeanos en Francia, etc.). La legítima defensa contra la tiranía se puede desarrollar desde múltiples facetas y diversos campos y acciones conforme ha enseñado la Iglesia y establece la Doctrina Católica.

 



En definitiva, como señala el profesor Antonio Peña, la Modernidad ha lanzado veredicto de condena contra la Cristiandad y contra España, por ser paladín de la Fe Católica. Veredicto de muerte. Y han ejecutado tal veredicto. Pero nosotros decimos que no estamos muertos.

Desde el Tradicionalismo, afirmamos que están vivos todos los principios que conforman nuestro Ser. Afirmamos que es posible la Restauración del Ser Espiritual y Moral si cortamos el nudo gordiano del posibilismo y del colaboracionismo con el Pecado y con el Mal.

Al término de la excelente conferencia del Dr. Peña, se inició un animado turno de preguntas que, una hora después, continuó en un restaurante cercano con un almuerzo de hermandad y su posterior tertulia de sobremesa.

Círculo Tradicionalista de Barcelona Ramón Parés y Vilasau

 

 

dimecres, 3 de desembre del 2025

Conferencia «Antoni Gaudí y la Tradición»

 

Conferencia «Antoni Gaudí y la Tradición»



El sábado 20 de diciembre, D.m., a las once y media de la mañana (11:30h.), en el Centro Cívico Pere Quart de Barcelona



El Círculo Tradicionalista de Barcelona Ramón Parés les invita a la sesión «Antoni Gaudí y la Tradición» que tendrá lugar, D.m., el sábado 20 de diciembre —sábado de las Témporas de Adviento—, a las once y media de la mañana, en el Centro Cívico Pere Quart de Barcelona (aula 6), y será impartida por su Presidente J. Escobedo.

Se expondrá la profunda imbricación entre la historia de la tradición catalana y la vida y obra del venerable Antoni Gaudí, situando a esta última como la culminación natural de un sustrato espiritual y cultural milenario. Así, el genio gaudiniano resulta ininteligible sin comprender aquella tradición.

Tras la sesión, quienes lo deseen podrán participar, en un restaurante cercano, de una almuerzo de hermandad y de celebración navideña entre los correligionarios.

Se ruega confirmación de asistencia enviando un correo electrónico a: carlismobarcelona@gmail.com

Agencia Faro / Círculo Tradicionalista de Barcelona Ramón Parés y Vilasau

 

 

dissabte, 22 de novembre del 2025

Las misiones catalanas, peripecias de una profesora de religión (V): Rezar por los alumnos

 

Las misiones catalanas, peripecias de una profesora de religión (V): Rezar por los alumnos



Yo no «pongo al alumno en el centro», como dice la Ley estatal y, últimamente, también el Papa. Yo pongo a Dios para que ponga orden. ¡Estaríamos buenos!

 

Me recordó a mis años de abogada, en los que perpetuamente estaba de guardia recorriendo comisarías y juzgados. Y, si te soy sincera, lo que he encontrado en muchas aulas poco difiere de lo que me encontré en aquellos ambientes policiales

 

Los Institutos en Catalunya son como pequeños reinos de Taifas. Se rigen por lo que llaman la autonomía de centros. Y sí, hay una Ley Orgánica de Educación a la que deben someterse pero, a la vez, existe este sentido de la independencia o soberanía propia de cada instituto. En la materia de religión, eso se nota. No es una cuestión menor. Si el director es creyente, como profesor de religión, estás de enhorabuena. Si no es creyente, ¡buena suerte! Yo he tenido ambas experiencias. Y también te diré que la probabilidad de caer en un instituto antirreligión es más probable que la otra. Los sesudos directores, la cuestión de Dios, la tienen superada. Son la élite intelectual de las mentes preclaras que han superado la «bobada» de tener fe. ¡Mucho mejor creer en la Agenda 2030! Es para partirse de la risa. Y continuar llorando. Mi primer instituto, el del Ramadán, entra dentro de la primera categoría. El director me recibió casi casi con banda y comité de recepción. Me dijo: «Yo estoy por la religión; lo considero un plus». Tampoco sé si eso lo convierte en creyente o no. Pero por lo que al profe de reli atañe, ofrece la garantía de que no va a obstaculizar la materia. Ni tratar al docente como un pringado. Luego me enteré de que esa semana una madre de una alumna de primero estaba a punto de entrar por registro una queja al Departament d'Educació, porque el Instituto llevaba más de un año sin profesor de religión. ¡Ole tú! Madre coraje donde las haya. Sea por la razón que sea, fui muy bien recibida por el director y me puso todas las facilidades para promocionar, en pleno mes de mayo, nuevas inscripciones. Ésta es la parte positiva de la descripción de mi primer día. Me dijo algo que no entendí en el momento: «Vas a estar aquí como de colonias». Luego comprendí a qué se refería. Te lo explico en breve.

Después de mi sonado primer día en el Instituto, vino el segundo, el tercero y así sumando días; en menos de una semana me di cuenta del pronóstico y el diagnóstico de la religión, del estado de la educación pública, los profesores y la devastación en las tiernas almas de esos adolescentes que, con cariño lo digo, de primeras, fáciles no son. Pero, con paciencia, llegas a amarlos y entender que no son más que víctimas de un sistema satánico. No se puede decir otra cosa que la realidad de lo que hay. El horario que me dieron era bastante patético; vine a sustituir a otra profesora, que no dejó buena huella, por cierto, y quizá de esto deberé hablar más adelante. Como decía, el horario era una birria, con un montón de espacios libres que se destinaron a hacer guardias. Cuando un profesor no acude al instituto por la razón que sea, su clase debe ser cubierta por el profesor que está de guardia. Me recordó mis años de abogada en los que perpetuamente estaba de guardia recorriendo comisarías y juzgados. Y si te soy sincera, lo que he encontrado en muchas aulas, poco difiere de lo que me encontré en aquellos ambientes policiales. Me di cuenta, pues, de que a nivel académico, en lo que la religión respecta, la cosa dejaba mucho que desear. Aquí es donde entendí lo que significaba estar de colonias. Todo mi entusiasmo, las grandes cosas de las que les hablaría a los alumnos, se quedó, básicamente, en recordar y recalcar las normas básicas de educación: «levanta la mano antes de hablar, no comas chicle, no interrumpas, no hagas ruidos raros, respeta a tus compañeros, no hagas payasadas, no puedes ir al lavabo por quinta vez en veinte minutos, para de dar golpecitos con el bolígrafo, deja de ensuciar la mesa con el pegamento…» Normas que deberían tener superadas en la primaria, hecho que para nada es así, tal como fui comprobando. Estos chavales, los que abundan en los institutos, son hijos del sistema materialista, hedonista, utilitarista. No tienen ninguna conciencia de que ellos también tienen una dimensión espiritual. Todo lo que relacionan con esta palabra, es la ouija o el Charly Charly. Tristemente, me pasé calentando silla en el aula de profesores, cuando no cubría ninguna guardia. La sensación interna de no ser útil, estar desaprovechada, no poder derramarme generosamente en dar clase, me hundió en la miseria. Sí, tal cual. Pero no retocé por mucho tiempo en el lodo. Entendí que el desánimo es justo lo que quiere el Enemigo, hacernos sentir inútiles, los tontos de religión, los que académicamente son poquita cosa. La irrelevancia más absoluta. Y en ese sentirnos inútiles, a veces nuestra dignidad viene tocada peligrosamente. Nuestro sentido del servicio y la misión menguado y a los ojos de los atareados profesores, el pobre de religión calienta silla mano sobre mano. Ésta es la sensación que experimenté y comprendí que en este desánimo o tristeza, lo que el Enemigo pretende es que abandonemos. Saltemos del barco en busca de otras ocupaciones con más solera, más validación o reconocimiento en el claustro. Al percatarme de ese sutil ataque casi imperceptible con firma del Enemigo, busqué estrategias para mantener mi dignidad, que de todos modos, es intocable. Al Enemigo le encanta confundirnos. Sentir que no valemos nada, que eso de la religión es una chorrada, que Dios nos abandona y le importamos un bledo. Y en realidad, tal tentación, ¿no es la que Jesús combatió en Getsemaní? La sabiduría de la cruz es necedad para el mundo.

Por otro lado, desanimando o perdiendo la esperanza, sentía que era una floja. Vamos a ver, San Pablo no fue siempre recibido con los brazos abiertos y vítores de entusiasmo, o me venía la imagen del apóstol Santiago abatido a orillas del Ebro, o San Bonifacio dudo que transitara un camino de rosas. En fin, ¿quién era yo para hacerme la víctima? Al menos no me matan como a tantos. Me ningunean, sí. Me matan en otro sentido, no incluyéndome en su mundo, pero, ¿realmente encajaba y encajo yo en ese sistema diabólico? No, por supuesto. Me hice pasar la flojera y el victimismo. Lo hago cada vez que asoma en el horizonte. Así como el momento palomitas me ayuda a la santa indiferencia, de la que mi amiga cómplice de llantos y trinchera me explicó.

¿Qué decidí hacer? Rezar. Como si no hubiera un mañana. Mientras conducía, en el coche, rezaba el rosario para mis alumnos, los profesores, el instituto. Cuando entraba por la puerta, volvía a las oraciones. Me visualizaba, y sigo haciéndolo, entrando de la mano del Arcángel Miguel. El ambiente es denso y he llegado a traer un frasco de agua bendita con la que rociaba el aula antes de empezar. Cuando paso por los caóticos pasillos (describir eso me llevaría mucho tiempo), rezo un silencioso Avemaría o Padre Nuestro. Hago lo mismo en las guardias o cuando mis alumnos de reli les da por ser unos maleducados. En bucle, rezo. Una y otra vez. Aunque sea visualizo a Jesús o la Virgen en medio del aula. Yo no «pongo al alumno en el centro», como dice la Ley y, últimamente, también el Papa. Yo pongo a Dios para que ponga orden. ¡Estaríamos buenos! También me encomiendo a las benditas almas del purgatorio, dialogo con ellas «vamos a ver, si por aquí hay alguna alma que puso obstáculo a la fe, contraria a a fe, perseguidora de la fe, hagamos trato, yo rezo por ti y tu me ayudas con estos alumnos y me ayudas para que más alumnos se inscriban».

Una de mis oraciones recurrentes es la del padre del hijo poseído: «¡dame más fe!» Por eso, Dios me ha colocado en tierra de misiones, justo para que mi fe madurara y se depurara. Para no confundirla con efervescencias emocionales, edulcoradas y de una felicidad epidérmica. No soy yo quien tiene que ser feliz, es más, no lo soy. Salgo del instituto cansada y hastiada, frustrada y triste en más de una ocasión. Enferma. No me gusta lo que veo y siento. Pero Dios sabe más que yo, lo que necesito, más allá de lo que deseo. NO es mi felicidad lo que está en juego, es la suya la que vale  Supe, entonces, Dios no mira lo externo, sino el corazón, y lo que a los ojos del mundo pueda parecer absurdo, un cristiano sabe que no es verdad. Pensé «a lo mejor todo lo que se nos pide en estos tiempos tan escatológicos como apocalípticos tiene que ver con rezar por todos ellos. ¿Quién debe rezar por esos críos?” ¡Y por los profesores?»

Más adelante descubría algo que me emocionó, el ejercito de abuelas que rezan por sus nietos. Poco se habla de ese ejercito anónimo de abuelas y abuelos que calladamente pero con ímpetu, fe, esperanza y mucho amor sostienen las generaciones venideras. Sepa el capitán de este glorioso ejercito, que tienen un nuevo soldado. El más bajo en la jerarquía, pero me tienen en sus filas.

Eulàlia Casas, Círculo Tradicionalista de Barcelona Ramón Parés y Vilasau

 


 


 

diumenge, 16 de novembre del 2025

Película «Los Domingos». La fe como sentimiento sin razón que conduce al vacío: el fracaso del catolicismo liberal

 

Película «Los Domingos». La fe como sentimiento sin razón que conduce al vacío: el fracaso del catolicismo liberal



Película nefasta y nada recomendable, pero alabada por el obispo Munilla y la COPE. La propia directora califica su película como «un retrato feroz de la fe como refugio y de la tradición como disfraz en un mundo sin esperanza»



Estimado lector. Quisiera hablarle de «Los Domingos». Es una película que se supone trata de la fe de una joven de diecisiete años que decide ser monja. ¿Por qué le hablo de esta película? Sencillamente, me la recomendaron y parece ser que algunos sacerdotes también la recomiendan. De hecho, cuando fui al cine a verla, vi a un sacerdote (al cual no conocía). Igualmente la han recomendado personas que se suponen son expertos en cine como Juan Orellana, Director del Departamento de Cine de la Conferencia Episcopal y de Pantalla 90. Asimismo, otras personalidades, como el obispo Munilla, la han aconsejado. COPE y 13TV también la han apoyado.

Pero resulta que esta película también la defienden todos los medios de comunicación más militantemente anticatólicos. Es decir, aquellos que están —día sí y día también— contra la Iglesia Católica e incluso pretenden la liquidación del Valle de los Caídos y su comunidad monástica benedictina, por ejemplo.

Todo esto debería hacernos encender todas las alarmas. Porque dos sectores tan dispares [sic], ¿cómo es que están de acuerdo en dar la misma visión y explicación sobre sobre lo mismo y al mismo tiempo?, más aún cuando uno de los dos sectores pretende destruir al otro.

—Señor Autor de este artículo, mire que hay que ser retrógrado para pensar así. Quite, quiete, ¿a quién se le ocurre sospechar? A usted, solamente a usted, que es un retrógrado.

—Pues estimado Lector, a mí me enseñaron de pequeñito que uno de los enemigos del alma era el mundo y sus seducciones y halagos, y ya sabe usted aquello de que cuando el mundo te alaba... mejor tomar «las de villadiego».

Voy a empezar por el final y le voy hacer «spoiler», como se dice ahora. En un tiempo no muy lejano se decía «destripar».


—Bueno, señor Autor retrógrado, éste es otro tema.

—Pues apreciado Lector, imagínense. Va usted a un restaurante de lujo y prestigio, alta cocina. Pide Atún Rojo de Aleta Azul y le sirven una pizza de supermercado con trocitos de caca. Y usted la toma contento, aplaude y recomienda el restaurante. Bien, pues esto es exactamente esta película y la actitud de los comensales antes citados. Y ahora entremos en el filme.

La peli gira alrededor de una chica de 17 años, o sea, una niña por muy diecisieteañera que sea. Dice que siente estar enamorada de Dios y que quiere entrar en un convento. Hasta aquí todo pudiera parecer muy loable. ¡Aplaudamos!… Un momento… No tan deprisa.

—Ya está el Autor retrógrado buscando cinco pies al gato. Con lo bien que comenzaba a sonar la peli.

—Déjeme que le explique queridísimo Lector y, a lo mejor, comprende si pone usted un poquito de memoria, de entendimiento y de voluntad; que por algo son las potencias del alma.

La chica en cuestión se llama Ainara, y se mueve en un ambiente familiar supuestamente católico. Vamos, una familia de típico catolicismo liberal movido por el sentimiento del momento y la apariencia pero, en el fondo, un catolicismo vacío y una familia descompuesta con sus miembros también llenos de vacíos.

El primer vacío es el de la propia Ainara, y reside su origen en una madre fallecida... no se sabe cómo ni por qué. Ainara piensa que su madre fue genial, pero hay una secuencia en la que las arpías de la abuela y de la tía de Ainara hablan brevemente sobre la madre. Bastan «dos palabras» para ver que la madre posiblemente no era tan genial como imagina Ainara. En definitiva, que el fallecimiento de la madre produjo en la niña un vacío afectivo y profundizó su falta de guía moral, que es la función de toda madre para su familia. Pero, al mismo tiempo, parece que se nos está diciendo que los problemas de esta familia venían muy «de atrás». Por cierto, desde pequeñito a mí me decían que no estaba nada bien hablar mal de los muertos.

La madre, aunque les disguste a las feministas actuales, es principal e insustituible transmisora de fe, virtudes, valores y afectos. Bueno, lo siento, es cierto, esto era cuando los católicos de siempre —antes de que el liberalismo se apoderase de la Iglesia— aprendían a ser católicos en el regazo de sus madres. Ellas eran custodias del hogar, de la piedad y transmisoras de la Tradición. Las madres eran modelos de virtudes teologales y cardinales, de abnegación y de entrega incondicional a toda la familia. Pero, repito, eso era cuando en la Iglesia no había más soplos de «espíritus» que el Espíritu Santo, y tampoco había «ventanas» por donde entrasen «vientos» que en realidad fueron destructoras tempestades y humos de Satanás (Pablo VI, homilía 29/06/72) ¡Por favor, obispos y cardenales, cierren las ventanas de una vez, que el «Humo de Satanás» ya es incendio en la Iglesia!

Por tanto, la ausencia de la madre dejó a la joven Ainara vulnerable y buscando desesperadamente un sentido de pertenencia y de verdad.

—Pero, Autor ¿y, entonces, el padre, qué?

—Vayamos al padre, querido Lector.

El padre está ausente. Apenas aparece por casa más que a altas horas de la noche. Su dedicación al restaurante —de su propiedad— lo tiene sumido en la oscuridad del trabajo y en las incertidumbres, las cuales le llevan a la  pasividad por agotamiento ante los reclamos de sus hijos, especialmente los de Ainara. Sin embargo, no está agotado para «tener un lío» y meter ese lío en la familia, y encima pretender que todos acepten ese «lío».

—Pero, retrógrado Autor, ¿no sabe usted que esto ya no se llama «lío»? Es una «situación irregular» o «pareja de hecho». Y ya no es pecado, sino una «herida». ¡Qué no pasa nada, a ver si se entera usted, retrogrado Autor!

—Mi estimado Lector, ¿quiere usted decir que el Moderno padre es un ejemplo maravilloso para sus hijos? Pues que sepa usted que el pecado es pecado ayer, hoy y siempre, por mucho que hoy en la Iglesia esté de moda jugar con las palabras. Y no hace falta tener muchas luminarias para entenderlo. Pero, déjeme continuar, por favor.

La situación personal vivida por el padre le lleva a la permisividad por comodidad ante la situación de descomposición familiar y, especialmente, ante su hija mayor. Le importa más evitar el conflicto que educar. Pero, ¡cómo va a educar rectamente si su propia vida íntima es fornicaria! Ah, que son católicos, no sé si lo había dicho. Católicos liberales, por supuestísimo. ¿Y la Tradición? Sencillamente, no existe.

—Buaj, ya asomó la patita el Autor: «Tradi», es usted un «Tradi». Si es que todos los «Tradis» sois «rígidos», «esclavos de la Ley», «cristianos de museo» que pretendeís «amordazar» con vuestro «fundamentalismo» religioso. Quite, quiete, lo «chupi guai» que es este padre tan Moderno y «al día», ejemplo y modelo para su familia y para la comunidad. ¡Déjele  solazarse y no le fastidie! ¡Corazón endurecido!

—Mire querido Lector. El padre es un fornicario, un timorato y un calzonazos.

Cuando en la Iglesia no había Nouvelles Theologies ni fandangos parecidos, el Padre era la cabeza espiritual de la familia, la autoridad, el orden y el sostén económico para todos. Modelo de rectitud e integridad sin dobleces, y la palabra de un padre era oro. Pero es que, por todo ello, el padre era el primer servidor de la familia para guiarla al Cielo incluso a costa de su propia vida, amando como Cristo ama a su Iglesia (Efesios, 5; Colosenses 3, por ejemplo).

—¡Pero qué dislates me cuenta Autor Tradi!

—Pues aunque no le entre en la cabeza. Hubo un tiempo en que la Iglesia predicaba todo esto y las familias se organizaban y funcionaban tal como enseñaba San Pablo. Y los obispos y sacerdotes lo predicaban públicamente y ayudaban a las familias en este camino. Y es que el padre era la cabeza de la Iglesia doméstica, como el obispo lo es de la Iglesia diocesana y el Papa lo es de la Iglesia Universal. ¿Por qué los obispos —desde mi punto de vista— ya no predican ni defienden a San Pablo cuando habla de la familia?

—Pero retrógrado Autor «tradi», no se da cuenta de que San Pablo era un machista. Y claro, ¿cómo va un obispo a defender públicamente la enseñanza de San Pablo sobre la familia? Quite, quiete. Pero volvamos al asunto.

—Mire, mi apreciado Lector: en la película, la vida personal que lleva este padre no le deja otra opción que ser permisivo con su hija. Y esa permisividad la disfraza de apoyo a las decisiones de la de su hija que pasa por un momento de su vida (adolescencia) donde todo es una explosión de vaivenes de sentimiento. Lo que más desea el padre es evitar el conflicto y, así, deja en manos de otros (la tía de Ainara y el director espiritual) la formación y educación de su hija. Cuando unos y otros impulsan a Ainara a mantener relaciones sexuales, sólo entonces el padre monta en cólera. «Han pillado» a su hijita en la cama con un chico (menos mal, tal como está el patio podría ser con… aún tendremos que agradecerlo).

El estallido colérico del padre ante «la pillada» no es un acto de defensa de principios y moral católicos sino una reacción de impotencia y miedo. La autoridad del padre está basada en el control de las apariencias no en el amor y la guía moral y católica de su hija. Quiere controlar y mantener apariencias para los demás, porque para él no le importa que todos sepan la vida fornicaria que lleva. La exhibe orgulloso. Consecuentemente, ese estallido colérico es la muestra evidente de que es un padre que ha abdicado de su función. Y es que ni en el fondo ni en la superficie ni en las formas: sencillamente, el padre no es católico, y eso que se ha educado y formado en un colegio supuestamente católico.

Hasta aquí, ¿todo esto son los modelos que nos proponen (algunos expertos católicos e incluso algunas autoridades eclesiásticas)?

—A ver, retrógrado Autor «tradi», nadie está proponiendo nada, sólo recomiendan.

—Ya, ya, querido Lector, ya... Continúo...

Otro asunto relacionado con el padre es la cuestión económica. La verdadera prioridad del padre es la economía, pero no familiar sino del negocio. Esto es lo que realmente le importa. Lo viste de defensa del bienestar familiar (en el plano económico) y así aparece en un par de escenas: conversaciones tensas entre el padre, la tía y la abuela de Ainara sobre el préstamo para la reforma del restaurante y sobre el piso de la abuela puesto como aval para dicho préstamo. Pero en otra escena —en el restaurante— el padre se ufana, se enorgullece y va chuleando sobre lo bien y maravilloso que ha quedado el restaurante y lo bien que funciona ahora. La tía de Ainara le pregunta ¿cuánto ha costado? Entonces, el padre parece arrugarse y responde que el préstamo ha sido de... Lo dicho, un calzonazos.

Después de muchos «dires y diretes», el padre finalmente se posiciona con la voluntad de su hija de ser monja, pero ésa es una voluntad volátil —como ya he explicado— aunque en la película aparezca como decisión firme de Ainara con el apoyo de su padre.

—Pero, retrógrado Autor, ¿no ha visto usted cómo reza la chica?

—Precisamente, mi considerado Lector. Una de las palabras que más están en boca de la chica es «siento». Como ejemplo, una escena: en medio de una comida familiar los propios miembros de la familia provocan el desvelamiento de la «pillada» y, sólo entonces, el padre acaba gritando que ayer su hija quería ser monja y hoy se va de forniqueo. Con tal balance la pregunta es obligada: ¿hasta qué punto y durante cuánto tiempo el padre permanecerá apoyando las decisiones volubles de su hija? Si Ainara cambia de opinión o fracasa y sale del convento, el padre ¿volverá a caer en la incomprensión y la cólera o simplemente en la pasividad vestida de comprensión, que es una de las características de su paternidad?

Y en este punto entra Maite, la tía —tomen la palabra como quieran— de Ainara. Vamos por partes. La tía esta casada con un pobre hombre que ni pincha ni corta. Vamos, otro calzonazos. No sabemos si el pobre marido se ha educado en un colegio católico, pero a lo largo de la película su actitud denota desdén por la religión. Tampoco sabemos exactamente cuál es la dedicación del marido. Pudiera ser que estuviese preparando oposiciones, pero tampoco queda claro porque jamás se le ve con un libro en la mano. Desde luego Maite aparenta que es la persona sostén económico de este matrimonio, con un niño pequeño de por medio al que no hace ni caso. Quien realmente se cuida del niño es el marido de Maite.

—Retrógrado Autor: al menos, esto él lo intenta hacer bien.

—Al menos. ¿Tenemos que aplaudir?

Igualmente, podemos decir ante las fluctuaciones de su esposa en un constante «¿le quiero o mejor me largo?» El pobre hombre dice a Maite que él no se va a ningún lado, que siempre está ahí. Reconozco que éste es otro punto a su favor. Entre tanto, ella le insinúa la separación.

Por su parte, Maite sí que se ha educado y formado en un colegio supuestamente católico aunque ella es de un ateísmo militantemente odioso contra la Iglesia Católica. Comentarios, actitudes y temperamento de odio es el signo de identidad de Maite. Este personaje es el típico producto de la educación liberal católica impartida por centros que se denominan católicos, pero que de católicos apenas tienen el nombre. Colegios que no se diferencian en nada de los ateos institutos públicos.

Ella, la tía, es el producto fracasado de una educación burguesa no católica vestida de primera y última comunión (comunión de la hermana de Ainara). El cinismo de Maite y su hedonismo no son actos de liberación, sino la difusión de su propia insatisfacción permanente. Llevada por su liberal concepto de libertad, Maite se va de puterío y se lo restriega por la cara a su marido. La escena es patética. A altas horas de la noche, Maite llega de putear, despierta a su marido y se lo cuenta. El pobre marido aparenta no reaccionar, quiere seguir durmiendo y ya pensará en eso mañana. Pese a ser ateo, el pobre hombre me resulta simpático. Con una víbora como Maite... cualquier hombre cae simpático.

La tía Maite es la ausencia de límites, que se llama libertinaje y que es evasión e irresponsabilidad. Esto, los Modernos lo llaman transgresión (como expresión positiva). La tía encarna la reacción a un ambiente católico sólo de nombre y su ateísmo es el resultado directo de la praxis liberal religiosa y educativa de La Modernidad (tan condenada por los papas y denominada «compendio de todas las herejías», Pascendi 38).

Podemos especular sobre la Fe que le ofrecieron a Maite, la del catolicismo burgués, de apariencias y superficialidades, roto por la confrontación con una realidad a la que también odia. Pero a lo largo de la «cinta» queda expuesto que su ateísmo y su estilo de vida (la promiscuidad) es una revuelta identitariamente consciente. Al rechazar la Fe en forma de odio se define a sí misma en oposición directa a «lo religioso», siendo el odio la energía que la mantiene con vida porque ya no tiene otra cosa. Al igual que su hermano (el padre de Ainara) y al igual que la propia Ainara (como veremos), Maite está vacía.

Maite es el agente que, en la familia, llena el vacío dejado por la madre fallecida y por el padre desentendido bajo la apariencia de comprensión hacia su hija. En esta situación la tía usurpa el papel de guía moral de la familia —alentada por la abuela— y ofrece a sus miembros, especialmente a Ainara, libertinaje como fuente activa de destrucción. Maite, en realidad, utiliza a los miembros de la familia y concretamente a Ainara, para validar su propia vida vacía y carente de sentido. Es así como el vacío y el sinsentido resultan ser el motor de vida para todos los miembros de la familia. De ahí también que el único recurso que les quedan sean los sentimientos.

Por todo esto, la solución que Maite ofrece a Ainara es una solución diametralmente opuesta a la supuesta vocación de la niña: el libertinaje, la fornicación y la irresponsabilidad. Pero también, el padre ofrece a su hija un camino no muy disímil: la universidad y unos estudios superiores tras lo cual pudiera vislumbrarse una vida materialmente grata, burguesa y nominalmente católica sin apegos, sin convicciones, sin fe, sin razones.

Maite no sólo es infeliz, sino que quiere que todos lo sean y en ello intenta arrastrar a todos a su propia miseria moral, y parece decir: «si yo soy infeliz, tú también debes serlo». Maite es tóxica, de ahí su aislamiento de todos y que —incluso— el padre de Ainara intente tomar distancias de la tía. Sólo al final el padre y su hija parecen conseguirlo, pero dadas sus inconsistencias sentimentaloides: ¿hasta cuando?

Ahora veamos dos cuestiones más: por un lado, el escenario en el que se desarrolla este drama de inconsistencias, de vacíos, de sinsentidos; y, por otra parte, Ainara. En esta tragedia se encuentran las profundidades sentimentalistas de los vaivenes y decisiones de la joven.

La familia tiene una estructura patológica intergeneracional de hipocresía, incoherencias, ausencias y vacíos morales. Lo único en común que tiene sus miembros es el sentimentalismo. Todos se mueven y viven según sus sentimientos en cada momento. Y cuando la familia —intergeneracionalmente entendida— falla, sólo queda la escuela pero ¿qué escuela tenemos?

—Retrogrado Autor, de la escuela apenas se dice gran cosa.

—Pero, amigo Lector, lo poco que se dice, basta.

Es una escuela modernista llamada católica pero que de católica bien poco parece tener. Ante nuestros ojos, se despliega una educación católica liberal, además de mal impartida e hipócritamente vivida: mucho coro, mucho uniforme pero los alumnos aparecen brevemente trazados con patrones similares. La pantalla rezuma una educación que sólo deforma creyentes situándolos en una fe entendida como simple sentimiento, lo que impide el surgimiento de aguerridos católicos militantes. Por el contrario, la «producción humana» de estos centros es la generación de ateos ya agresivamente combativos, ya desilusionados o indiferentes. Sea una u otra cosa sólo hay enorme ignorancia en esos personajes, ¿de qué les ha servido tanto colegio supuestamente católico? Para eso mejor un centro púbico o privado ateo.

Y es que éste que surge en la película es el típico colegio nominalmente católico, pero liberal y modernista. Ejemplos hay varios, posiblemente la mejor escena, la catequesis. Las catequesis (quizá son clases de religión, no queda claro) corren a cargo del único sacerdote que sale en la película. Hay una escena que lo dice todo sobre estas clases. El sacerdote pretende explicar qué es la fe y para ello se lleva a un pequeño grupo de alumnos a la capilla/salón de actos. Allí, desde la misma bancada, monta un teatrillo, perdón: dinamización pedagógica cognitiva-emocional mediante el uso didáctico de herramientas y modelos de dramatización en el aula. Total, la supuesta actividad pedagógica consiste en que un alumno —le tocó a Ainara, cómo no— se venda los ojos y todos le dan ordenes.

Lo que en realidad está haciendo el sacerdote es encapsular la vida profano-sentimental de esos adolescentes dejando sin resolver sus miedos, incertidumbres, perplejidad y favoreciendo la falta de conocimientos intelectuales. Para qué si el verdadero conocimiento viene de la experiencia: Constructivismo y Conductivismo, Educación Progresiva y Aprendizaje Experimental (de Piaget a Bruner pasando por Vygotsky y Dewey). O sea, subjetivismo-relativismo, sentimentalismo, ¿acaso no han surgido multitud de grupos-movimientos (de jóvenes y adultos) supuestamente católicos pero basados en estos parámetros? En estos movimientos, se plantean pruebas y actividades de lo más variopintas y todo enmarcado en coaching live bajo el lema: «no pienses, sólo siente». De catecismo, nada de nada. Y es que el catecismo es el compendio de la Doctrina Católica.

—Ohhh, pero ¡qué está usted diciendo! Retrógrado Autor, ¡inmovilista!, ¡fosilizado!, ¡Tradicionalista!

—Pues verá usted mi apreciado Lector. Estamos ante una fe protestantizada expresada desde dentro de la Iglesia Católica, como en cualquier «asamblea reformada» no-denominalista: exaltación constante del sentimientalismo, el pastor arengando, música en vivo, brazos en alto y todos entrelazando las manos y gritando: ¡Aleluya! Otro aspecto que refuerza este enfoque es el que, durante toda la película, los sacramentos están prácticamente ausentes.

—¡No es verdad! La comunión está presente, ¡Retrogrado Autor!

—¡Y nada más! Le pregunto a usted, Lector: ¿dónde están los demás sacramentos, especialmente la confesión?

Y me centro en la confesión porque, ante la crisis de Ainara y de toda su familia, la confesión es lo único que realmente puede dar solución a tantas vidas destruidas. Pero no hay nada de esto: ni examen de conciencia, ni dolor de los pecados, ni arrepentimiento, ni petición de perdón, ni reparación de los daños cometidos, ni penitencia. Y no nos llevemos las manos a la cabeza. Miremos a nuestro alrededor. Los sacerdotes llevando mucha acción pastoral y caritativa pero, ¿dónde están confesando? ¡Si ni siquiera hay ya confesionarios! Preste atención al contenido de las homilías y de las diversas catequesis en cualquier parroquia. En el fondo, todo es lo mismo: «Dios es muy bueno y nos ama, no te preocupes». ¿Y sobre el pecado mortal? Nada ¿Y sobre el infierno? Nada.

—No se me sulfure, estimado Lector. Es cierto que todavía hay excepciones, Laus Deo!

—Retrogrado Autor ¿Se ha enterado que estamos en el siglo XXI? ¿Qué infierno? No quiera asustar usted a los fieles con eternas condenas y sufrimientos sin fin. Dios es Bueno.

—Señor Lector, aquí está el problema. Su visión no es otra cosa que la consecuencia del triunfo y propagación de los teólogos de la Nouvelle Theologie. De hecho, estos son casi los reyes en los seminarios: los Schillebeeckx y Rahner, Balthasar o Chenu y tantos otros. Y mientras, se desdeña todo lo que suene a teología «de siempre»: de San Agustín a Santo Tomás pasando por San Anselmo.

San Agustín decía —en su Sermón 43— aquello de «crede ut intelligas; intellige ut credas», es decir, «cree para que puedas entender; entiende para que puedas creer». Y San Anselmo diría «fides quaerens intellectum» (Proslogion). Es decir, para tener Fe hace falta la Razón (Fides praesupponit rationem) porque la Fe es un acto del entendimiento, de la razón. Vamos, lo que siempre me dijeron desde niño: la Fe es el asentimiento de la razón a la Verdad. Y dicho acto puede ir —o no— acompañado de una profusión sentimental. Qué diferencia con la superficialidad protestante.

Y esto es lo que nos presenta la película a través del colegio y de Ainara. Todo sentimentalismo sin razones. Porque ni el sacerdote ni Ainara dan razón alguna para la fe más que el que el «yo siento». Sí, como el «hoy siento frío, mañana calor». Ya lo dijo el padre de Ainara en la famosa escena comentada sobre «la pillada».

Estamos ante el rechazo a las Verdades Objetivas, por lo que se cae en el subjetivismo relativista típicamente protestante ¿Acaso no son así muchas Misas actuales con músicas totalmente extrañas (incluso para lo que establece el Concilio Vaticano II en Sacrosanctum Concilium, núm. 112 al 121)?

Otro ejemplo del ambiente protestantizado y falto de reverencia a Cristo crucificado en la Sagrada Forma son las breves secuencias de la Comunión: nada de rodillas y en la boca. De pie y en la mano ¿Acaso se reparten galletas? No hace falta ir al cine. Esta escena la podemos ver en cualquier parroquia.

—Pero, la Iglesia lo permite, ¡Retrogrado Autor!

—¿Y qué me quiere dice usted con eso? La Iglesia hoy permite muchas cosas como procesionar una estatua llamada Pachamama (un demonio) en la basílica de San Pedro y ponerla junto al Altar. Y todos, allí, a su alrededor. Vamos, como el pueblo de Israel alrededor del dios becerro ¿Cuántos obispos protestaron? Tuvo que ser un joven seglar el que cogiese al demonio y lo tirase al Tiber.

Y le digo más, Lector. El sacerdote del colegio entra de lleno a participar de todo esto. Me explico. Él es joven y supuestamente activo/dinámico, apoyado en su sonrisa permanente. Me da la impresión de que es la imagen de joven sacerdote que gusta a cualquier obispo modernista. Pero en realidad, si nos fijamos bien, este sacerdote es apático-pasivo. Verá usted. Es el director espiritual de Ainara y el que supuestamente le debe ayudar a discernir su vocación. Pero, ¿con qué nos encontramos? Con un director espiritual que sólo se dedica a escuchar y a acompañar el sentimentalismo de la joven. No le enseña la doctrina y moral católica, ni lo que dice el magisterio infalible de la Santa Madre Iglesia. La niña habla y el sacerdote sonríe y con su actitud empuja a la niña hacia desatinos vivenciales.

Buen ejemplo lo tenemos en una secuencia: el sacerdote y Ainara están conversando y ella le explica que hay un chico que le gusta. Fue de excursión con un grupo —supuestamente católico— y en una casa de campo acabaron todos durmiendo unos junto a otros indistintamente en colchones sobre el suelo. Y ella durmió junto a ese chico. Y el sacerdote en vez de afearle la conducta y advertirle en conformidad con la doctrina y moral católica y la Ley de Dios, «invita» a que indague ese camino. Lógicamente la niña acaba en la cama con el chico, aunque la cosa no llegó muy lejos porque la «pillaron».

Y entre tanto se repite una y otra vez, de forma cansina, el término: discernir, discernir, discernir. Pero vemos que no hay ningún discernimiento verdadero ni acompañamiento moral, ni doctrinal, ni de fe. El sacerdote no busca asentar el discernimiento de Ainara en las razones de su fe y de su idea de ser monja. La pobre chica sólo encuentra en ese sacerdote a alguien a quien «soltar su rollo», lo cual es recibido con una sonrisa y el permiso implícito para que explore ciertos caminos que atentan contra la Ley de Dios ¿Este tipo discernitivo de la peli es del gusto de ciertos expertos y prelados?

Por todo esto planteado la figura del sacerdote es emblema del fracaso «católico» del colegio, de la familia, de la sociedad e incluso de una parte de la Iglesia; porque no guía a la joven hacia la comprensión de la fe como Verdad (fides quaerens intellectum) sino sólo al simple seguimiento de los impulsos Y el resultado lo vemos en la siguiente escena: los dos jóvenes en la cama.

Es cierto que toda esta situación también ha sido impulsada por la tía, la abuela y una amiga (mala amiga, aunque es caracterizada como buena) de Ainara. Entre todas han convencido a la pobre chica a que se vaya de puteo a una discoteca o macrofiesta y, después, a compartir colchón excursionista para, seguidamente, «hacer cama» en casa paterna. Y el padre, como siempre, ni está ni se le espera. Eso sí, éste «monta el pollo» cuando la niña es «pillada». ¿Y el Sacerdote? Sigue con esa estúpida sonrisa.

Por todo esto el personaje del sacerdote es el que más náuseas me causa. No es un Pater, un Padre (más que necesario por cuanto al panorama familiar que tiene Ainara se refiere), sino es sólo un amigo más que da palmaditas en la espalda a la joven y, entre sonrisas, en el fondo la deja abandonada. Sola. Y Ainara acaba estrellándose. Lógico. Pues «Líbera nos, Dómine» de tales sacerdotes y directores espirituales.

Y, en todo esto, el único personaje que parece tener las cosas mínimamente claras es la madre superiora del convento. Hay una escena en la cual la madre superiora y Ainara están sentadas en unas escaleras y la madre superiora sutilmente afea a Ainara su conducta y le dice: esto está reservado para el matrimonio. Parece ser la única que actúa casi católicamente. Digo casi porque ella también tiene sus cosas, como por ejemplo: obliga a la comunidad a abandonar el claustro. Siendo monjas de clausura, la Superiora las obligó a exclaustrarse (y esto lo cuenta la monja más anciana).

Entre unos y otros vemos que Ainara es privada de una auténtica fe para poder desarrollar toda su capacidad de vivir firmemente su vocación en los principios, la moral y las exigencias del seguimiento a los mandatos de la Santa Madre Iglesia y a Dios, ya sea en un convento o casada como Dios manda. Esto nos lleva intuir el posible fracaso de Ainara, porque su decisión de entrar en el convento no está cimentada en principios firmes, sólo en la volatilidad de los sentimientos por los que pasa en esta etapa de su vida.

El resultado de todo es, para Ainara, el caos moral y emocional donde la única respuesta coherente es el convento, porque en realidad le permite huir de todo ese mundo que la rodea. Así como la huida de Maite fue generar odio, la de Ainara es el convento. Y el desencadenante es la muerte de la abuela, como suceso generador de nuevos sentimientos que refuerzan la decisión de apartarse de todo y entrar en el convento. Decisión vestida de entrega a Dios. A este respecto el monólogo final de Ainara es grandilocuente.

El suceso de la muerte de una abuela intrigante actúa como catalizador de la decisión. Obliga al personaje de Ainara a optar por una clausura —que no lo es— como respuesta extrema al vacío, a la soledad y al caos que vive y le rodea. Se trata de un intento de encontrar en el orden divino lo que no tiene en el orden interno y externo. Pero resulta que a un convento no se entra para escapar. Todo ello lleva a considerar que, posiblemente, la joven volverá a fracasar.

Y esto se explica al final de la película. La vocación de Ainara, basada en el sentimentalismo volátil, no puede perdurar. El padre, aunque apoya a su hija, carece de fundamentos para sostener ese apoyo a largo plazo. Y él también fracasa porque no puede devolver el préstamo y tiene que vender la casa de la abuela, cuando había prometido que no la vendería pasase lo que pasase. Y la tía, Maite, también fracasa parada ante un semáforo en rojo. El contraste entre el plano de ella sola queriendo huir y el plano de su marido con su hijo en la acera opuesta de la calle, es impactante. Sugiere que el ateísmo militante de Maite y su búsqueda de la «libertad» a través del libertinaje sólo la han llevado a la soledad, al vacío, al odio y al deseo de abandonar lo poco que le queda de estable, porque ella ya no tiene salida ni solución.

En conclusión. Ésta es una buena película por lo bien que están dibujados los personajes en todo el contexto descrito. Y la interpretación de los actores también es buena. Es una buena película si la tomamos como un retrato del vaciamiento de sentido (Frankl), de la crisis de la Iglesia, de la crisis de fe y de identidad de la sociedad y de las familias españolas caídas no ya en el ateísmo sino, más allá, en la apostasía. Porque los personajes se supone que están bautizados pero han abandonado o renunciado a Cristo. A esto se le llama, apostasía.

Este filme es bueno como retrato de la destrucción de la unidad Fe-Razón, de la fe como sentimentalismo (fe protestantizada) en el cual ha caído muchos católicos y buena parte de la Iglesia (es mi impresión). Es, en definitiva, un buen filme como retrato del desapego e incluso rechazo de los nominalmente católicos a sostener y a defender y a vivir los puntos de fe católicos y los principios morales de ello derivados.

—Autor retrógrado, dígame: ¿Quién piensa ya en la Santa Misa como Sacrificio Expiatorio, Crucifixión de Jesucristo en la Santa Cruz sobre el Altar del Sacrificio? Seguramente usted porque es un retrógrado, un «Tradi», un «pepinillo en vinagre», «neurótico» de la «cátedra de Moisés» con el «corazón endurecido» incapaz de «acoger». Quite, quite esas pesadumbres y aflicciones del pasado. Es mejor y atrae más una Misa donde se cante exóticamente y los jóvenes puedan agarrarse de las manos y moverse a ritmo musical. Y, por supuesto, con sacerdotes sin casulla (aunque el Código de Derecho Canónico ordene llevarla).

—Pues, le insisto, estimado Lector. No es una buena película si lo que queremos es encontrar reflejada la verdadera fe y la verdadera vocación a consagrarse a Cristo. No es una buena película para recomendarla como se ha recomendado por parte de medios eclesiales y comunicativos ligados a la Iglesia, si es que queremos ver en ella virtudes como la Fe, la Esperanza, el Amor; y valores como la educación y formación realmente católica con principios y moral, una red de caridad y solidaridades y de auténtica ayuda y comprensión, de integridad y rectitud.

En esta película no hay «jóvenes de carácter», ni existe «la joven cristiana» como nos describiera Mons. Tihamér Tóth. ¿Cuántos jóvenes han leído alguno de estos maravillosos textos? ¿Qué director espiritual o catequista, profesor de religión o sacerdote recomienda hoy textos como estos? Le delanto la respuesta, Lector: ninguno ¿De qué se quejan, pues, los obispos al ver la crítica situación eclesial?

Apreciado lector. El carácter no es lo que aparece en la película (especialmente referido a Maite), es todo lo contrario. El auténtico carácter permite elegir el Bien y resistir al Mal y sus tentaciones. Esto es lo que lleva a vivir una vida moral, íntegra y recta, sin dobleces ni hipocresías. Permite vivir en la Verdad y proponerla (Ainara nunca propone nada a nadie). Y no, la fe y el carácter no es sólo sentir. La Fe y el carácter son los que nos permiten cumplir con el deber y la responsabilidad de cada momento de la vida, y no optar por la huida sino mirar a los ojos al enemigo (demonio, mundo y carne) y vencerlo.

Y el principio-guía de todo ello es la Fe: asentimiento de la razón a la Verdad. Y ésta también tiene su reflejo en la vida diaria, en el estudio, en el trabajo, en las relaciones personales, en el noviazgo (seriedad, disciplina, prudencia, pureza, castidad, virginidad…). La Fe tiene en la Moral la regla; y, en la Voluntad, la herramienta por la cual —con la ayuda de la Gracia— se forja todo este junto que denominamos «carácter», y que es capaz de alcanzar la plenitud de la plenitud —70 veces 7— en todas las esferas de la vida.

Nada de esto existe en la película. Desde este punto de vista «Los Domingos» es una película nefasta y nada recomendable. Pero ahí están, recomendando este desastre como algo loable. Pues no se quejen cuando se ven los seminarios vacíos, cuando se ven los monasterios y conventos vacíos, cuando se ven las iglesias vacías, o cuando se ven a los miembros del clero secular y regular demandando la secularización. ¿Y las familias? Uno o dos hijos, tres si me apuran pero ¿pensados, concebidos, formados y educados para Dios? Pues que nadie se queje cuando casi no hay alumnos de religión ni niños (jóvenes y adultos) en las catequesis o recibiendo los Sacramentos ¿Que hay excepciones? Sí, las hay, pero son eso, excepciones.

—Quite, quite, qué cosas tiene usted, Retrógrado Autor de este artículo. Mejor, llevémosle a usted y a todos los «Tradis» como usted ¡A la hoguera! ¡Avivemos el fuego! ¡Y que las llamas crezcan!

Dr. Antonio R. Peña, Círculo Tradicionalista de Barcelona Ramón Parés y Vilasau